Por Carla Vanessa*
Crédito de la foto Ed. Bergantín
5 poemas de Sueños de Carla (2020),
de Carla Vanessa
II
Sueño agitado, oscuro hablando con tus dos bocas:
no te sientes tan cerca de mí
que la lluvia agita cruelmente los solsticios de marzo,
no te acerques que en tu vientre
atisba un mar de torres y campanas.
Y el sol, ojo enorme y sangriento sentado entre dos olas,
arrebata mis últimos rayos sin piedad.
Y siendo mis besos aire ingrávido
y siendo mi abrazo sombra dibujada
y siendo mi ansia vuelo de pájaro
insuficientes fueron los versos
que llenaron cientos de hojas en blanco
leídas en pueblos a miles de kilómetros,
en cuyos tronos se sentaban
reyes ignotos;
insuficiente la desazón, la locura inmolándose
para que tú la redimas,
en un doloroso filo de peñascos y botellas.
Pero cada vez más cerca,
agitada entraña en una cárcel de huesos,
golpeas los barrotes como un mal incurable,
como un corazón cuyas manos han sido cortadas,
como una sábana revuelta por dos cuerpos convulsos
en un abrazo irrepetible
posándose en mi hombro,
como un dulce y tristísimo responso.
VI
El lienzo de muro está enfrente,
para conjurar el círculo de tu sueño.
Saint-John Perse
El altar que me erigiste
antes santuario infinito
es una boca llena de arañas.
Y aquí
ante las ventanas y las puertas
que dices que rompí,
ante los cuerpos y las almas
que dices que arrojé,
de rodillas ante esa enorme piedra blanca
que cuelga en el cielo,
esquivo la mano de la sombra
con palabras lentas, enfermas,
llenas de polvo.
El vestido que me orlaban tus romanzas
es una túnica oscura e incansable
llena de huecos,
y una lluvia intensa borra mi nombre
de los muros que levantaste
para que su música no se escapara jamás.
Guitarras no manos que pudiesen tocarme
guitarras con mis dedos como cuerdas,
verso tensado, lamento
de lo que no se tiene:
arrojada estoy también
junto a ese cuerpo inerte
que dice araña, gusano,
arrojada bajo esta lluvia
que corta como lanza mis dos almas
silbando en un éxtasis de armónicas
acaso páginas.
Sueño de Lázaro
La luz es una risa lustrosa y falsa
que golpea mi casa de cortinas,
y de mantas enormes en que mi cuerpo
toma la forma que tú quieras:
la de un ángel,
un alero y su cabestrillo
en el que un dios se puede sentar,
una cajita para guardar tus sueños.
Pero la luz es una piedra gigante y despiadada
que se mete en mi cuarto,
arroja sus pliegues,
incendia sus ángulos agudos,
golpeando mi cara.
Quiero ser agua entre las nubes,
quiero ser sombra entre las ramas,
no quiero tus dientes ni tus perlas,
ni la alegría de los que se creen vivientes
y me abrazan.
Échame de esta torre en que fue asesinado
el último príncipe,
échame sortilegio que me arropas
entre la tierra y el cielo,
Di recuéstate Lázaro,
No te levantes.
Yo no conozco el infierno
Yo no conozco el infierno
mas he sentido sus duras manos
mas he penetrado sus húmedas carnes
porque no se puede amar ante una flor de rodillas
yo no conozco el infierno.
Ya no me queman los fuegos
mas he subido sus duras crestas
mas he tocado su vientre azul
que me ha dejado un rumor de carbones como labios
yo no conozco el infierno.
Pero sentada la torre
doblado el caballo
echado el obispo
muerto el soldado en una sed mortal de escaques…
Ya no me queda fuego para volverme vientre
ya no me queda flor para sentirme carne
ya no me queda pierna para subir la cresta…
Ya no conozco el infierno.
XI
En vano me restrego los ojos, en vano se esconde la risa tras la nuca, tras la axila, tras la pierna; nada se le escapa al dolor del estante en que a dentelladas los libros se arrancan las páginas.
En mi mente anida una piara de cerdos que se arrojan todos los días al abismo, para volver a aparecer de nuevo, en la carretera 61, donde Lázaro le busca el zapato a su madre (o la madre le busca un lázaro al zapato).
Por eso, arrojado sea el botón ante el pecho, arrojada sea la frase a la mordida, porque yo quise ser ese hombre barbudo ante quien millones de seres se encomiendan antes de dormir, yo quise tocar su mejilla espolvoreada por miles de promesas baratas, al menos ser una ladilla en su bigote. Galilea, Samaria y sus caminos tostados por el sol, no me miren que sus palabras son cuchillos que dejan caer el telón antes de tiempo. No me mires que no te miro sin moverte contemplando cómo tus hijos están fabricando tu tumba en tu propio jardín.
Por eso, atrapado sea el ladrón que huyó con uno de mis cerdos para fabricar embutidos en Prusia; por eso, calladas sean las canciones de cuna; por eso, ahogadas sean las camas en que flotamos tú y yo una vez, en un tiempo sin espacio para creer, solo para lamentarnos.
Y cuando se llene de agua tu cuerpo de botella y cuando tu rosa se doble ante una espina demente y cuando las moscas zumben felices sobre tu cara, vendrá un fragor de cuervos y serpientes a repartirse tu alma de cartón en una nube de lámparas, mis ojos.