Por Cristian Cruz*
Crédito de la foto (izq.) archivo del autor /
(der.) Eds. Andesgraund –
Ojos del Salado
5 poemas de Reducciones (2022),
de Cristian Cruz
Reducción
Está silbando el panteonero junto a la reducción
junto a unos ojos hundidos y clavículas desechas.
Con él fueron a dar a la fosa los ríos y las manadas preñadas.
El nido empollado también buscó fondo.
Será la reducción y esos ojos hundidos
que el reductor cigarro en mano vuelve a mover;
como si agitara los últimos estertores de felicidad,
la palabra ventana, la foto de todos y los animales de la casa.
Pareciera que en ese rescoldo,
que en ese brasero apagado;
la tumba cantase aún
/y todo allí dentro.
Metro cuadrado
Pudo ser el rostro, lo apetecido, lo fino.
Miel sobre los carteles iluminados.
Sucede ahora que yace en esta caja,
/que está solo el cadáver y a la deriva.
Un gusano le susurra al oído que se deje llevar
/que él ha nacido para amarla,
y el cadáver que se deshace con el tic-tac de la noche
pide y ruega que en esa relación ambos sean redimidos.
Que gusano y carne vivan por la eternidad.
No se puede encontrar un amor tan bien urdido
/en un metro cuadrado.
Ya no puedo escribir sobre el amor
En este charco de sangre en una carretera;
mientras levantan a uno, dos, tres cuerpos,
olvido que yo preparaba un libro sobre la muerte.
Este será el peor poema del libro;
mientras se llevan a uno, dos, tres cuerpos
/desvanecidos en la carretera.
Sangre que engrosa la estadística.
Pero acaso el amor no es uno de esos cuerpos
/retorcidos entre las palabras,
un charco de sangre seca al otro día de sucedido
/los hechos.
Yo te quisiera hablar de un viaje de regreso
/de la casa de un amigo;
copiosamente cruzábamos la noche;
uno, dos, tres cuerpos tragándose a Escorpión
/que tiritaba en el vacío.
Mientras voy entrando en uno de sus cuerpos
/quiero que me hables pausadamente del amor.
V
Queremos que vengas a nuestra casa
/dijeron los más pobres de la aldea.
El muerto sorprendido echó a llorar
/y arrastró su túnica hasta allí.
Nuestra morada está vacía;
nuestros hijos, dijo el padre, fueron llevados
/igual que tú al averno, cuéntame de ellos.
En un plato la anciana de la casa
/le estiraba su misericordia.
“No sé de tus hijos querido anciano
sólo sé que en ese lugar nadie lleva nombre,
/pero al interpretar la canción de Kiang
ellos cantaron a la distancia”
XVIII
El averno que se hospeda en nosotros no
/debe nublar la canción de Kiang.
Tú que yaces vivo y deleitándote, que aún
/no formas tu pequeña aldea.
Has visto en las palabras una forma de escalera
/en cuyos peldaños colocas candados en vez de llaves.
Yo regreso a Kiang para advertíos.
Regreso para levantar los cadáveres con mis
/canciones y a mis hijos para sentarlos en mis rodillas.
Tu casa es una choza sin campana y
/aún no construyes el estanque.
Mi cadáver y el tuyo gozan de salud si cantamos
/unidos en la fosa.
Recojan las reducciones de Kiang
/la luna de Kiang y bebed los odres cantando.
Mi averno fue el silencio;
por eso canta mujer que lloras en la cocina
/canta esa canción que aquieta las sacudidas del corral.
Traed mi túnica, mi amor por Kiang y sus ancianos,
/debo partir, lanzar las barcas al río.
Voy a cantar entre las llamas la canción de Kiang
/no abandonen las cosechas ni el vino de los odres.
*(San Felipe-Chile, 1973). Poeta y editor. Obtuvo el premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile (2003). Ha publicado en poesía Pequeño País (2000), Fervor del Regreso (2002), La Fábula y el Tedio (2003), Dónde iremos esta noche (2015), La aldea de Kiang después de la muerte (2017), No Era yo esa persona (2021), entre otros; y en crónica Papeles en el Claroscuro (2003). Es editor de Felices Escrituras, poetas chilenos pensando una provincia (2019 y junto a Claudio Guerrero, 2021).