Por Ana Sánchez Huéscar*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Olé libros /
(der.) archivo de la autora
5 poemas de Peces en la lengua (2023),
de Ana Sánchez Huéscar
Sesión de cine
Nieva en la calle Hierro,
a la altura de los cines Montesquieu,
donde un gato siamés sobrevive,
tuerto, a las sesiones en versión original
de la sala seis.
Ronronean los semáforos sobre la nieve.
En el parabrisas del coche
se concentran
como copos estampados
todos mis errores
y el limpia los destruye
con movimientos hipnóticos
en la confluencia de las avenidas
norte y sur.
Aparco y entro. Aún no estás.
Llegarás tarde, empapado de nieve,
y al sentarte a mi lado
habrá un choque de trenes
en Berlín,
pero nosotros
no nos enteraremos
porque ya solo tendremos tacto
y tal vez yo quiera rozarte
el pelo despeinado
con mis dedos,
y quizá tú derritas la nieve
con un aleteo de pez dulce
que nadie sentirá en sus casas,
mientras cenan o existen.
Y llegas tarde, empapado de nieve.
En la película hablan alemán;
hay una epidemia y mueren todos
pero al gato siamés le han encantado
mis botas de ante y tu humedad caliente.
Se restriega, dócil, en nosotros.
Parecemos los tres
habitantes únicos
de un espacio imaginado.
Y sé que nunca seremos nada,
pero me gusta mirar
la forma que tienen tus ojos
cuando sonrío.
Agua
Filamentos sin garganta,
hilo denso de marionetas,
variaciones, pasos perdidos.
Yo no sabía que vendrías
a vaciarme los ojos.
Abren su voz las nubes
y empiezo a escuchar
inviernos, serpientes muertas,
la muchedumbre de tu lluvia.
Velo translúcido que cae
como un líquido viscoso
amontonando cartílagos
en las barandas de los tranvías.
Oh, si existiera el mundo largo
y no hubiera que contar heridas
y yo supiera exactamente qué hacer
con las gotas ovaladas
de tu perfume mojado.
Pero, ven,
empápame de cielo
y sigamos rodando,
giremos con el baile alborotado
hasta arrancarnos el corazón;
solo sirve para doler
y salpicar de blanco las lámparas.
Muérdeme, beso, los labios,
infinita forma de atravesar
el poso de animal herido
que albergas en la mirada.
¿Cómo explicar eso que somos
cuando ya a nadie le importa?
Quiero desbordarme,
ser río que lama el sexo del agua,
madeja de seda en la boca
de un pez hermafrodita
o ráfaga súbita que
arda y llore y entre
a buscarte en el gemido.
Si no bañase las ventanas
la lluvia temblorosa
podría contemplar el paisaje
sin acordarme de tu risa
y así el viaje hasta mi nombre
tal vez sembrara una ruta de flores
entre las vías del sueño, pero…
llegar a mí es una incógnita,
por eso me encontraste
tan fuera del cuerpo.
Yo no sabía que vendrías
a desnudarme sin manos.
Peces y ciempiés
Hola
quiero decirte que
he matado
al ciempiés azul.
Fue a plena luz del día,
utilicé el peso (infernal)
que aplasta a cualquier ser.
¿Cómo estás?
Yo ahora soy de agua.
En mi aliento viven peces
el mar huele a menta
y hay preguntas rasgando
como aristas de metal
aquel resplandor nuestro.
¿Duermes más?
En el tercer peldaño del aire
el tejido de mis sombras
vagamente
sueña en terciopelo.
¿Vives más?
Yo desaparecí sin saberlo
se me despegó de improviso
tu forma de quererme
y ahora tengo peces en la lengua
y el silencio que tanto me recriminaste
y he matado al ciempiés azul
porque se comió
tus besos más lentos.
¿Sientes más?
Yo percibo un ruido
de arena en mis dedos
casi toco el vacío acolchado
de las no respuestas
y en ocasiones
se me escapa una piel.
No te pregunto más.
Tendrás cosas que hacer,
redecorar tu vida
ir a la compra
olvidarme.
Solo quería decirte que
maté al ciempiés azul
porque intentaba morder
el pedacito
que aún conservo
de ti.
Fue en defensa propia,
después
caí
al
mar.
Paseando limbos
Un pez suplica agua.
Le falta una extremidad.
Es ciego, pero percibe las sombras.
La noche resbala en los adoquines
con sus zapatos de tacón.
Le sobra una extremidad.
Hay una reunión clandestina
de caracolas nocturnas
en la periferia de las farolas.
Los altos balcones derriten su calor invertebrado
en las macetas de violetas grises.
Sueño o necesidad
del frescor de los estanques
que duerme ebrio de ron
en algún columpio oxidado.
Y luego estoy yo,
paseando limbos y tapiando recuerdos
con todos los huesos de mi memoria.
Amarilla
Lo acumulo todo:
plumas de cisnes, elipses, arquitectura.
Voy por ahí adhiriéndome a las cosas,
absorbiendo relojes atrasados;
un charco con nubes en un día antiguo
que nos contiene, intactos.
Esquemas de la memoria,
el pasado que fue –que se fue– sin pertenecernos,
donde yo te quise, inventándome en tus ojos,
pidiéndole a la luz su voluptuosidad
para alargar mi estancia en tus pupilas,
al menos, unas centésimas de segundo.
Lo imanto todo:
la tristeza rubia del violinista callejero
que me mancha de frío y de Bach
al pasar junto a él.
Que desgasta
mi óvalo de mujer sin rostro
y tersa las arrugas de su traje
mientras el cesto se llena de monedas.
Lucho por esquivar
el imparable curso de lo inminente
antes de que me pille desprevenida.
Huyo del presente que me aterra,
pacto con el siseo del viento,
con la risa pálida de los geranios,
para poder ser anacrónica.
Lo recojo todo:
el rictus enfadado del niño que ha perdido su balón.
Los chicles pegados en el asfalto.
La espera inútil de los bancos vacíos.
Llevo los bolsillos llenos de átomos y de vestigios;
El cartero y sus buenos días, y en la panadería:
–Hola, una barra de pan, tengo los tres céntimos, gracias.
Regreso con toda la carga pegada a mi cuerpo.
Vivo en el número dos.
Subo a casa.
Podría llenar las paredes de primavera
con solo sacudir mis brazos,
colgar en los cuadros
los bostezos del tedio y vaciar
la espera de los bancos en el paragüero,
por si gotea nostalgia desleída,
de esa que moja de gris permanente y silencioso.
Pero solo coloco la barra de pan en la panera
y me bebo el charco nublado que nos contiene
con el anhelo de empaparme de ti
antes de calentar la comida.
Tengo un hámster miedoso
que ha vomitado soledad.
Y le horroriza el sonido del microondas
porque piensa que es un terremoto de gente
arrebatándole el espacio mudo de la calma;
su incertidumbre nunca cruzará
las rejas sin puertas de la jaula.
Espiral cónica y átomo de plata,
mis miedos nunca atravesarán
el umbral sin puertas de la vida.
En mi cabello, plumas de cisnes,
en mis dudas, elipses,
en mi caos, arquitectura.
Tarareo la música del violinista
y el hámster gesticula como el niño
enfadado que ha perdido su balón.
Creo que las nubes del charco
se me han subido a la cabeza
y te noto por debajo de la piel,
desde el otro lado, hormigueándome
con tus labios ebrios de algodón.
Lo almaceno todo:
una invisible lágrima rodando
por un delgado rayo de lluvia
que ha preferido escaparse del sol
para convertirse en palabra.
Reductos diminutos, mis palabras,
refugios apacibles, mis palabras,
espacios protegidos que no asustan…
El timbre del teléfono estalla en el aire
y el hámster se desmaya.
–¿Diga?
El futuro es el enigma.
Dorada incógnita que habita
entre los árboles con olor a mar.
Amar
Desde que soy amarilla,
no me gustan las estrellas.
*(Madrid-España). Poeta. Tiene estudios de literatura y ha cursado talleres de teatro y de escritura creativa. Es miembro de Yukali Página Literaria, dirige la sección de poesía “Anacrónica” y la revista digital Yukali Poesía. Su blog personal es: www.unpezenelvaho.blogspot.com Ha publicado en poesía Peces en la lengua (2023).