5 poemas de «Omisión de Lejía» (2022), de Alfredo Trejos

 

Por Alfredo Trejos*

Selección de poemas por Lucia Duero**

Crédito de la fotografía (izq.) archivo del autor /

(der.) Ed. Perro azul

 

 

5 poemas de Omisión de Lejía (2022),

de Alfredo Trejos

 

 

Jean Seberg entre mis papeles

 

Acercar

un banco o una silla

a la chimenea de papeles

que hice durante

todos estos años perdidos

 

—quizás sea inútil

razonar con este monstruo

y por eso oculto tras de mí

una botella rota con la que,

si no hay más,

he de cortarle la garganta.

 

Son solo revistas,

libros, periódicos,

algo de arte acumulado

que un día pasó

y se quedó.

 

No voy a revisar

estas cosas una por una:

sé lo que tengo. Sé lo que

 

hay en esta columna industrial

de datos y fechas

 

—una gran Nada con

gruesas capas de polvo

y hollín entre hoja y hoja.

 

A la basura.

 

No hay resentimientos.

 

Tal vez más tarde

recuerde que con todo esto

tiré una buena entrevista

a Jean Seberg.

 

Si a Jean Seberg

no le importa,

 

a mí tampoco.

 

 

Escribo a escondidas

 

Escribo

a escondidas

y no hay problema

en que así pase.

 

Me escondo

—para escribir—

de mi mujer,

de la pobreza

y los perros. Del

 

aire fresco y de

la luz directa.

 

Me escondo

de mis odios

—y yo odio bastante:

casi es imposible

encontrar un sitio

sin odio, sin pavor.

 

Me escondo

de mí mismo,

por supuesto:

hay un grifo abierto,

noche y día,

del que cae un odio blanco

reservado para mí.

 

Es un buen hábito

no querer ver

ni que te vean

cuando escribís.

 

Te convierte

en un saboteador

acechante. Te

 

da un destino,

lo que ya es mucho

más de lo que merecés.

 

Más bien,

en este momento,

escribo ya muy tarde,

asomando la cabeza

por la ventana,

como por el marco

de la guillotina.

 

El colmo triste

del exhibicionismo.

 

 

 

Tránsito de Lhasa

 

Todas las cosas

están invadidas por canciones

—suenan en las fábricas

y los almacenes como

radios que conversan entre sí

con el volumen bajo, en pequeños

 

grupos de similitud. Es en

las casas cuando comienzan

a gritar para sus dueños,

a sonar fuerte, a cantar para

todo el vecindario —si el vecindario

no fuera también una cosa

y Patti Smith no se escuchara

en cada esquina y detrás de cada

poste.

 

Hay un panteón

de canciones en los basureros,

en los artefactos inútiles

 

—y la situación no es muy distinta

para las cosas que aún

prestan algo de servicio:

las llaves, las gafas para el sol,

la taza de café llena de Lou Reed

 

—A perfect day, tragos

en el parque. Pero la bebida

también es una cosa que canta.

 

Un montón de himnos apretados

en un vaso.

 

El agua nada simple

en la que suena el sereno

tránsito de Lhasa. Los cuencos

tibetanos en su vacío parlante

 

—la aguja extrayendo la voz

de Beth Gibbons de un delgado

disco de arcilla. De un mantel

con manchas de carbón y 

 

redondeces. Mis propias cosas

 

aquí, tan a la vista, con el sonido

usual de la cautiva pertenencia,

pasando canciones

con el desorden del humo

 

—como sirenas

en una cama junto a la corriente.

 

El poeta Alfredo Trejos

 

En la parada de autobuses

 

El reflejo

del semáforo,

como dibujado

con crayón verde

sobre el agua,

se mueve en zigzag

hasta perderse

donde se reanuda

el pavimento.

 

Para ser

una distorsión

de la luz

ante la que todos siguen,

funciona bastante bien

hipnotizando gente

que no va

a ninguna parte. Gente

 

que se queda.

 

Personas como yo,

que pierden uno

o dos autobuses

viéndose las manos

y los charcos. Y mientras

 

todo pasa, imaginan

­como desde la morgue­

un boceto húmedo

de cualquier cosa

sobre la calle.

 

 

 

La guillotina

 

Yo morí de niño

en un accidente en

los columpios.

 

El aparato penduló

hiriéndome junto a la oreja

—abriéndome la piel

para que entrara el vacío.

 

Lo que pasa

es que siempre fui

muy solemne, muy flemático

—y me levanté de golpe

como si nada. Sacudí mi ropa.

 

Caminé hasta la alcantarilla

y tomé mi cabeza

como un balón deforme

y seguí con mi muerte,

que no es cualquier asunto.

 

Esto que ven es la obra

de un juguete renegado:

deambulo, como, tengo casa

 

—pero yo morí de niño

en un accidente en los columpios,

 

en una tarde feliz.

 

 

 

 

 

*(San José-Costa Rica, 1977). Poeta. Con estudios en Antropología y Filosofía en la Universidad de Costa Rica. Obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría (poesía, 2012 y 2018). Ha realizado el Taller/Laboratorio Tráfico de Influencias (2013) para el Ministerio de Cultura y el Taller de Escritura Creativa para la Municipalidad de Heredia, en el Centro Cultural Omar Dengo (2018). Ha publicado diez poemarios y dos antologías personales. Omisión de Lejía (2022) es su obra más reciente.

 

 

 

**(Eslovaquia). Escritora y traductora literaria. Reside en Ciudad de México (México) desde 2012. Obtuvo el II Premio Marcelo Reyes a la traducción (2017). Como traductora, ha traducido al eslovaco la obra de Anne Carson, Aimé Césaire, Alejandra Pizarnik, Cristina Peri Rossi, Luljeta Lleshanaku, Amparo Dávila, José Emilio Pacheco y Josefina Vicens; así como al español la obra de los poetas eslovacos Ivan Štrpka, Michal Habaj, Katarína Kucbelová y Mária Ferenčuhová. Obtuvo las becas y residencias Looren Translation House, Spanish Center for Literary Translations, The European Translators College (Straelen-Alemania) y Banff Center for Arts and Creativity (Banff-Canadá). Sus textos han sido publicados en diversos periódicos y revistas en Eslovaquia, República Checa, España, EE.UU. y América Latina. Ha publicado El Problema Principal (2018).

 

 

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