Por Bogdan-Alexandru Stănescu*
Selección y traducción del rumano al español por Ioana Alexandrescu**
Crédito de la foto (izq.) Ed. Charmides /
(der.) ©Anto Magzan
5 poemas de Los adorables etruscos (2020),
de Bogdan-Alexandru Stănescu
Bellotas, castañas
Hace muchos años, cuando revestía la forma de un niño
llevaba mi vida sobre una alfombra verde, ordenando los cientos
de bellotas y castañas que las personas adultas y amables
me traían de fuera. Pintaba caras y ojos sobre la piel brillosa
de los huevos marrones y ordenaba delante mío
en las islas de los sargazos batallas entre los ejércitos vegetales y
a veces me detenía encantado a susurrarme
“¡Qué vida más bella la mía y qué generoso este camino blanco que tengo por delante!”
Enfrente del edificio, los niños jugaban al fútbol alzados sobre tacos, como unos
flamencos arrastrados por el alquitrán.
Más tarde, cuando llevaba la piel de un joven,
dormía al lado de una muchacha y sostenía su palma en mi mano
Su aliento me enviaba un soplo ligero
sobre la barba sin afeitar, la luz del atardecer me atravesaba
lentamente los párpados, y me decía, fingiendo soñar
una batalla terrible, entre medos y romanos, bajo las murallas de Palmira
“¡Qué milagro haber salido de entre las cuatro paredes y haber encontrado a esta muchacha,
la bellota blanca de ojos verdes!”
Sobre el pretil de la ventana, encima de un parque con dos lagos, se reunían pájaros curiosos.
Veinte años después, solo en una habitación con la cal pelada, húmeda
masajeo mi muñeca con la otra, siento el vello áspero
tengo una alegría inexplicable en el corazón, las mejillas mojadas, como cuando lloro mientras duermo
y palpo las paredes de esta pequeña habitación, las siento húmedas y quisiera hincar los dientes en la cal
y me digo “¡Qué maravilla encontrarme todavía aquí, poder tentar una pared húmeda,
tal como antes tentaba un camino blanco, una bellota blanca!”
Detrás de la pared el ruido de una bomba hidráulica me dice que el agua del sótano sube hacia el cielo
brotará en un géiser espléndido, mojará los techos del mundo, un río vertical.
Sailing to Byzantium
Un hombre envejecido no es en absoluto
más trágico que una puesta de sol,
ni que las manchas blancas de las uñas
de las que tu madre te decía que eran
indicios de unas carencias vitales
La música artificial del intelecto
corre como fondo sonoro
y todos los pasos proyectados dibujan una alfombra
de hojas.
Por lo que he decidido navegar rumbo a Byzantium,
pues ¿qué sería más apaciguador
que las aguas negras, aceitosas, del Bósforo,
hendidas por la carena de un buque
aún fértil?
Libros
Tras días con aguas, solo aguas,
vemos algún libro flotando a nuestro lado,
con el lomo henchido hacia arriba, las páginas hojeadas por las corrientes
u obscenamente abiertas hacia el cielo.
Recordamos los dos nuestras mudanzas atormentadas,
los escándalos, el empacar los libros (¿Y a este ya pa’ qué lo arrastramos con nosotros?)
y siento acercarse un instante de ternura
como sabía de la lluvia horas antes de caer.
Ella limpia el suelo
Dicen que la personalidad de uno
es la suma de sus defectos. Lo que siempre fue llamativo en mí,
es decir, mi antipatía por Nichita Stănescu, se merece un corolario:
he intuido siempre que aquel poema con la mujer que le espera paciente en la casa
y le limpia el vómito de la baldosa (un magnífico poema de amor)
sería también mi narración.
En las noches de invierno, con ventisca terrible
cerveza, siempre de edición navideña, en un balcón mal cerrado,
soñaba con la esposa paciente, dedicada y sabia.
Había intuido desde el siglo pasado que el amor no existe:
es solo una inflamación temporal del espíritu,
un sarampión que macula tu pequeño órgano hallado en algún lugar
entre el corazón y el pulmón izquierdo y
si algo ha de ser importante, entonces habría que pensar
en dos personas, pongamos huérfanas, que se tienen agarradas de la mano, en la noche, en la cama, cada una
pensando en el terror de su propia desaparición, fingiendo estar dormidas
pero que de repente se vuelven la una hacia la otra
y entonces ella pregunta: “¿Tienes miedo?
“Ajá”, contesta él. Se queda callado, la lluvia cae sobre los aleros.
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Ella limpia el suelo, con energía y abnegación.
Ella quiere limpiar toda la basura que dejo a mi paso,
Porque es lo que puede hacer, es su correlativo objetivo y cada movimiento
“swipe left, swipe right”, es una bofetada que siento desde mi rincón.
Ella dice “Solo la muerte no tiene solución”: es su lavado supremo,
La limpieza de Pascua, de Pésaj, es golden shower sobre mis miedos mezquinos,
el miedo al fracaso, a lo ridículo, al alcohol, al cáncer, el miedo de haberme equivocado
perpetuando la especie y mandando a lo concreto la suma de mis defectos.
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Ella limpia el suelo, después saca a la nieve al pitbull que tengo de mascota,
puesto que necesito un espacio íntimo, soy gente fina.
La miro desde el balcón, está embarazada y el perro le llega al esternón.
La jala fuertemente hacia el cerco vivo, pues no ha aprendido a andar al paso
Ella mira hacia arriba y me saluda alegre con la mano
Yo le contesto flojo, porque me siento mal y ella lo sabe.
Tendré que regalar al perro, en su lugar habrá un niño, un varón,
Dirijo hacia ti, mi Dios, plegaria ferviente para que le guste Nichita Stănescu.
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Ella limpia el suelo, después prepara tres platos,
en la casa huele a rollos de carne y col. Estoy en la cama tapado con tres mantas y leo Los hermanos Jderi,
al lado de la lámpara tengo una taza de vino caliente, de alguna parte, de los vecinos,
llega la música de un anuncio de Navidad,
echo una mirada al armario heredado y noto que
en la puerta han quedado restos de polvos antimaculantes.
Sé que encima del armario hay una corona de abeto con pelos y uñas de muerto,
ni que mandada a hacer para la magia negra.
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Ella limpia el suelo, después lleva a los niños al kínder, los niños son dos
Los hice yo. Tienen mis dedos y mis arrebatos,
Pero a veces parecen huéspedes llegados del espacio, a los que solo ella entiende. Por la noche los masajeamos con aceites y contamos los pliegues de su piel
bajo las nalgas, si sale el número justo, todo estará bien. Al principio los lavábamos en la bañerita,
ahora directamente en la bañera. A veces nos deslizamos a su lado.
El vapor se acumula en el espejo y ella se marea, porque el agua caliente le hace daño.
Hacemos cuentas: la luz, el agua, las mensualidades, ¿qué quieres comer mañana?, ¿qué quieres beber?
Ella limpia el suelo, después lee mis poemas, buscando entre las palabras
la sombra sucia de una mujer ajena
aunque le dije que yo no escribo poemas de amor,
los escribió todos Nichita, yo solo rechino a impotencia,
llevo la mano con el índice tendido hacia la derecha, bajo las costillas donde me parece,
por la mañana, al atardecer, a mediodía
que alguna cosa ha anidado y le digo: “¡Aquí me duele!”
pero ella no me cree, le gustaría que amara, esto me haría mejor persona.
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Ella limpia el suelo, después se sienta a mi lado, en el sofá y me dice
que todo estará bien, y no miente en estas situaciones. Soy yo el encargado de la mentira,
de Enel, de GDF Suez y de las compras compulsivas. Ella tan solo desaparece por la noche de mi lado
y en su lugar aparece otro ser, aterrorizado por los ruidos, mi tos y el crujir del parqué, por eso tenemos que estar agarrados de la mano hasta el primer rayo de luz
Por miedo a que este ser nocturno se quede aquí, para siempre, mientras que ella,
en algún lugar, en un planeta envuelto en baldosa y azulejos, esté limpiando el suelo
canturreando el estribillo de Pésaj: “Solo la muerte no tiene solución”.
La lógica blanca
a mi maestro, Colmillo blanco
En la primavera del año en que me recogí del suelo y sacudí mi orgullo,
un joven periodista me pidió que escribiera sobre la adicción y su bodrio, la abstinencia,
le dije que sí, que me lo pensaría, y luego que no
porque me acordé, un relámpago en pleno verano,
cómo subido a la silla alta de un café Gregory´s de la Plaza Unirii
había descubierto los silogismos desesperanzados,
había leído el Canon de Bloom con una pluma en la mano
sin poder seguir la fila india de las palabras,
dando sorbos, a 10 grados bajo cero, a la cerveza fría
y caladas sedientas al cigarro.
y me dio vergüenza contar cómo envuelto en
el terciopelo
de la noche
despertaba suspirando por
el metal goteado por
la lógica blanca del alcohol en los huesos.
La borrachera era magnífica, así mismo mi paso inquebrantable por su senda,
del alba a la noche que engendraba
el sudor, el temblor bajo la piel, las sombras luminosas
festina, los revestimientos de madera de más tarde, la iluminación como un martillazo
en la mollera, el orgullo inhumano, el rugido bajo el cuero cabelludo
la fuerza del puño, la tragedia que engendraban los chivos
jugueteando en el anfiteatro blanco,
la columna recta, de esta magnificencia no pude hablar.
la borrachera tranquila, ligera, que se traga tiempo, despacio
vamos a contarnos nuestras vidas, la ilusión asumida de la amistad
los enamoramientos de bodega, el humo del cigarro penetrando el cuerpo
hasta el estómago, luego evacuado por el escape de la carcasa
las caídas, los engaños, las filas de desconocidos
que el rictus de borracho simpático hechizaba,
el talento antes desconocido de orador, la gesticulación simiesca
luego la desaparición del lenguaje, la fuga por un territorio brumoso, atravesado
por siluetas blancas, cruzándose en la misma lógica perfecta
las extrañas infusiones de lo real
voces conocidas surgiendo en la noche de la mente
manteniendo con el Hombre un viejo e hipócrita diálogo,
de este paseo a través de la nube no pude hablar.
La violencia trágica, vista a través de un caleidoscopio,
lejos de ti, el hombre y la mujer sentados en unas sillas de plástico
en el consultorio con la aspiradora de infantes,
su mano delgada, con venas azuladas
su mano llenita, sincera y fría
su mano escondida en el bolsillo del abrigo cerrado sobre el vientre
de crímenes y cobardías no pude hablar.
La borrachera tardía, madura, de sabor agrio, picante, animal
la borrachera solitaria, la más triste que hay sobre la tierra
los codos pelados sobre mesas de madera, el pelo enrarecido
los monólogos especiales, clasificados, declamados
las caídas, la mirada que rehúye espejos y ventanas
la vergüenza, el perder el hilo, el olvido, la acidez
el sentimentalismo como un cáncer, la necesidad de copular,
la furia, profunda y abrasadora, la humillación.
De esto aún menos pude hablar.
Todo encerrado en el círculo perfecto de una lógica blanca, silente.
⁕
Lo que habría podido contarle era un suceso
de los años de la borrachera desesperada, cuando compartía casa con un perro pitbull
que se abría camino a través de las paredes y pasaba de un cuarto a otro
si le entusiasmaba algo agarraba aliento y galopeaba por el pasillo largo
desde el baño hasta el comedor tirando con sus patas gruesas todas las botellas vacías
yo levantaba la cabeza de la mesa y le gruñía,
él me miraba a los ojos y travieso ladeaba la cabeza
Desgarrado por la soledad, puse la música muy fuerte
hasta que una noche muy tarde, una mujer gritó desesperada
desde una planta inferior, donde alguien acababa de morir:
¡Apaga la música! gritó atragantándose en lágrimas
me la imaginé llorando al marido, a la madre, al hermano
y sentí una vergüenza como una caries de la conciencia.
Luego me abrí una cuenta en sentimientos.ro y puse en la descripción
“problemas con el alcohol”. Nadie me contactaba.
Ni siquiera me contestaban, a excepción de Diana Popescu
empleada de una empresa de petróleo y gas, quien me escribió
que tenía también el mismo problema
Estaba divorciada y era mayor que yo
tenía una foto de perfil donde se disponía a lanzar una bola de nieve
al que podía ser yo. Tenía los ojos rojos como de conejo y la nariz respingona.
Cuando la convencí de venir a mi casa me dijo que comprara una botella de vodka,
que no la esperara sin vodka, que ni se me ocurriera,
Tenía las manos frías, enrojecidas y no hubo nada que le pareciera raro en mi casa
parecía absorbida por un pensamiento malo, que la carcomía
se quedó sin quitarse la chaqueta de nylon azul claro, demasiado delgada
con el vaso transparente en las manos cual niña sosteniendo su taza de leche caliente
luego habló del divorcio, del alcohol,
del viaje diario a Ploiești, del sueldo considerable,
del alcohol de cada noche, con la voz igual, el vaso llevado a la boca
de vez en cuando, luego más seguido, me miraba en su espejo
deformado, después, cuando ya no dijo nada nos tendimos en el sofá y
follamos rechinando, asqueados. Cuando acabé se había dormido, agotada por los años
bebidos en el frío.
habría podido contar esta historia, la de Diana Popescu, quien probablemente no se llamaba así,
pero supe que era algo demasiado deslucido, demasiado sucio incluso para
una pieza de periodismo confesional, lloroso.
*(Bucarest-Rumania, 1979). Escritor, traductor y editor rumano. Se desempeña como director de la editorial rumana Pandora M. Ha publicado en poesía Apoi, după bătălie, ne-am tras sufletul (2012), anaBASis (2014) y Adorabilii etrusci (2020) y las novelas Copilăria lui Kaspar Hauser (2017) y Abraxas (2022). Como traductor, ha publicado en rumano a autores como James Joyce, Tennessee Williams, William Faulkner, Paul Auster y Louise Glück, entre otros.
**(Oradea-Rumanía, 1975). Poeta y narradora. Doctora en Filología por la Universidad Autónoma de Barcelona (España), en donde se desempeña como profesora. Es autora de tres libros de teoría y crítica literaria y de varios artículos sobre temas literarios y lingüísticos. En el campo de la creación, ha publicado los poemarios Calla lilies (2015) y Prados azules (2017), así como microficción.