Por Carina Sedevich
Crédito de la foto Laura Bellomo
5 poemas de Lavar a la madre (inédito),
de Carina Sedevich
AH, LOS POCOS GRILLOS del feliz febrero.
Escurren su azul entre las alas fibrosas.
Mi alma se pliega en fina filigrana:
un sobre traslúcido que guarda un tesoro.
Me vuelvo la hija de mi hermana en sus brazos.
Me vuelvo mi madre tendida en su cama
-y el agua de la cava donde nada su padre
y la planta oscura que crece en su cuadra
al borde de las vías, al fondo de la casa,
recogida de noche por abuelas dolientes.
La planta milagrosa que se denominaba
con un vocablo ocre, grueso, masculino.-
PRIMERA MAÑANA de diciembre.
Me detengo bajo un árbol y lo anoto:
Buen trabajo. Los seres que he querido
han podido alejarse de mí.
Canción para tener mi hija
1
Hija: algo tienen que ver las campanas con dios.
Los monjes azotan sus badajos en la torre más alta de la iglesia.
El aire se vuelve luminoso en el grito opaco del metal.
El cielo reverbera, más humano.
*
-Aquí, tu pobre madre, como el valle,
posee apenas dos vestidos.-
*
Hija: es el viento.
Mueve las flores amarillas.
Se entibia en esa incandescencia.
Los pájaros parece que sonrieran,
siguiéndolo.
Es el viento de la primavera.
Hoy me puse
ese perfume antiguo en las muñecas.
Extraño el tiempo de las cosas nuevas.
Mi vientre está hinchado
pero sólo de pena.
Yo quería mostrarte las semillas
de las primeras sandías del verano.
Ya pasó, querida, nuestro tiempo.
Tu madre tiene canas y se cansa
pero querría escucharte cada día.
Es el viento, hija. Va a llover.
*
Quisiera mostrarte las grandes piedras.
Las aguas grandes, también las pequeñas.
Y, más allá, toda la arena.
Pero qué pena, hija: sale el sol.
*
-Cuando me juzgues que sea como al valle
que cambia de vestido pocas veces.-
2
Algo en el fondo de los otros
me repele íntimamente:
el reflejo de mi propia humanidad.
*
Sin embargo, hija,
estoy bendita:
la materia de tu alma
ya me es propia.
El hombre aquel
que me leyó las manos
pudo verlo,
como hoy te veo
en el cabello
de otros niños.
Te escucho enumerar
los grillos cada noche.
*
Así
mi revulsiva humanidad
consigue mantenerme viva.
3
A mi hija le regalo
las hojas de mi cuaderno nuevo.
Las miramos despacio disolverse
en el agua tibia de la fuente.
Se agiganta el silencio
en nuestro patio.
Se ríe dios.
Los pájaros se ríen.
Los caireles,
los grillos,
las hormigas.
PRIMER SOL INTENSO de septiembre.
Los niños corren en el parque.
Los seres queridos sonríen en las fotos
lejos, abrazando a otros.
Oración para la piedra de la mesa
Piedra de la mesa
con salteadas estrellas
de mica de los ríos
bajo el sol:
consuélame.
*
Piedra de la mesa
que mi alma
repasa
como frente a un espejo:
¿hay consuelo?
*
Piedra de la mesa
más pacífica
que el río y que los árboles:
acógeme.
*
Piedra turbia
sobre la que escribo una palabra
sin sujetarme, aún,
a tu silencio.
*
Piedra dulce
en la que se fijan
las piedras de mis ojos
como anclas.
*
El viento se mueve.
Mi corazón se mueve
pero ansía ser como la piedra
constelada
que sostiene mis brazos
mientras mis brazos
sostienen mi frente.
*
Piedra de la mesa
perfumada en verano
por partículas de sal.
Demasiado dura
para estar con otros.
Demasiado vieja
para no callar.
*
Piedra de la mesa
dulce como un muerto:
hace mucho tiempo
no miro mis manos.
*
Piedra de la mesa:
olvida mis palabras.
Seres amados:
olviden mis palabras.
Campanas de la catedral:
escriban
sobre mis palabras.
Caireles de la florería:
eleven sus palabras
por mi niña.
-Pájaros:
busquen el agua.
Es domingo.-
*(Santa Fe-Argentina, 1972). Reside en Córdoba, Argentina. Licenciada en comunicación y especialista en semiótica y profesora de yoga. Ha publicado los libros La violencia de los nombres (1998), Nosotros No (2000), Cosas dentro de otra cosa (2000), Como segando un cariño oscuro (2012, con reedición en España), Incombustible (2013, con reedición en España), Escribió Dickinson (2014), Klimt (2015), Gibraltar (2015) y Un cardo ruso (2016), Cuadernos de Lolog (2017) y Lavar la madre (próximo a salir, 2017).