Por Marina Blázquez Martínez*
Crédito de la foto (izq.) La autora /
(der.) www.edicionesparalelo.com
5 poemas de Las palomas suicidas (2021),
de Marina Blázquez Martínez
Ves en el reflejo de los charcos donde te inclinas para beber tu rostro. Los rasgos
anodinos, confusos, hasta que alguien pisa. Es cierto que también se acercan y te dan
de comer —Especialmente bueno cuando el día está oscuro. Vienen con sus carritos
o con sus bolsas. Son gente desgraciada como tú. Estás en el escalón más bajo, pero
puedes percibir la simetría: el arco de sus cuerpos eyectantes, el movimiento cansino
de sus órganos. Todas os congregáis para festejarlo. Picoteáis entre los huecos de
las migajas y las migajas con un frenesí fucsia. Nadie mira. La abundancia ha
marcado su nombre, y los muñones, las aristas de la hoguera en la que os desplazáis
incansablemente, se han apartado un poco. Hasta que vuelve. Del árbol al balcón,
esa mierda ardiente y vengativa que expulsas.
Las palomas vuelan como los sueños de los hombres
Repentinamente descienden en busca de comida
Hay alguien esperando
Sabía quiénes éramos, a dónde íbamos, qué habíamos dejado atrás
“No dejes que el miedo te conduzca”
Si te sorprenden debes estar alegre porque aún estás vivo
No importa la ausencia de planes, lo difícil que haya sido
Alguien te dio su ramita, en el momento inesperado, señaló la inmensa nada que
siempre fue igual, mintió y eso es suficiente
Ahora puedes creerle
Hay un cuadro de Klee llamado Angelus Novus. En el cuadro podemos observar
un ángel con las alas abiertas y la cara desfigurada por el terror. Las palomas que
vemos todos los días en la calle son similares a este ángel. Avanzan con los ojos
exorbitados, adelante, siempre adelante, comiendo, reproduciéndose y adaptándose
al terreno, dejando tras de sí montañas y montañas de muertos. Les gustaría detenerse,
pero un viento se les ha enredado en las alas. “Esta tempestad es lo que llamamos
progreso”.
Un bulto que se deshace en la carretera. Se agita. Por un segundo el tiempo se
detiene, y los árboles y la luz que cae sobre la tierra, y el viento que gira con ella
y arrastra las hojas, y el agua y las nubes, y las olas, y la luna sucedida por el sol,
no están. Sólo un cuadro fijísimo de negro, violado en su más crudo aparecerse;
un cadáver, te dices, mirando quieta ese bulto que se agita, y cuyo movimiento
descompasado sólo puede pertenecer a los estertores últimos de la muerte. Te das
cuenta de que es una bolsa.
Así me sorprende a veces mi corazón, piensas. Y ese amasijo que hay junto a ella,
apenas un par de plumas sobre una pasta gris; mis sentimientos.
Las palomas retuercen las palabras allí donde las palabras quieren tocar la
realidad. Cuando la palabra “amor” sale de los labios del personaje que está cerca de
la paloma. La paloma, invisible hasta el momento, irrumpe y atrapa la palabra antes
de que el sonido haya logrado envolverla del todo. La palabra ‘amor’ cruza entonces
el aire, y en su vuelo atraviesa las grandes superficies desoladas donde las palomas
nacen, mueren y se reproducen, hasta llegar por fin al oído del interlocutor, que se
estremece ante el contacto frígido del sonido.
*(Villanueva de la Serena-España, 1993). Poeta. Filósofa por la Universidad Complutense de Madrid (España). Ha publicado en poesía Tocador (2017).