Por: Aixa Rava
Crédito de la foto: www.poetasaltuntun.blogspot.de
5 poemas de La luz no se corta como el papel (inédito),
por Aixa Rava
La luz no se corta como el papel
La luz no se corta como el papel
que está sobre la mesa
o en el piso, así desfigurado
como lo dejamos.
La luz no, ya no existe en esta casa
al menos por un rato, inestimable.
La luz no se corta como el papel
¿Y si lo hiciera?
¿Sería un trozo liviano como esta hoja?
¿Caería sobre el suelo
así sin hacer ruido? ¿Y ahí
distante de mis manos
se quedaría?
La natural, que igual se compra
entra ahora por la ventana
y se pierde
entre los muebles de la casa.
Nos ayuda a encontrar todas las partes
de papel trasfiguradas.
Entonces es verdad
que la muerte mora en lo oscuro
y con la luz viene la vida.
Los niños duermen su siesta,
nosotras barremos la sala.
Juntamos los envoltorios de caramelos,
los glasés, los diarios, las revistas.
El sol se va a apagar un día —decís
mirando afuera.
No vamos a estar. ¿O sí?
¿Y qué sería
si la luz no se cortase ya
ni siquiera como ahora, por un rato?
Yerro
Está mirando las ventanas todas iguales
una antena que parpadea
el trascender de la calle.
Todo lo dicho en la memoria
todo el poder de la palabra
sobre la imagen,
de la imagen sobre la emoción,
de la emoción sobre él
ahora —se da cuenta.
Detrás del alambrado, las manos
se aferran algo frágiles
a lo tenue
a lo disperso.
Muestra la espalda, sale.
Reconocer que nos equivocamos
no es nada fácil.
Construcciones
Esa equilateralidad es ilusoria, me dijo
alejándose de la maqueta.
Su expresión se volvió tensa,
arrugó el ceño, rodeó la mesa,
contempló el todo como se observa
una célula aislada bajo el microscopio.
Bueno, probá vos, entonces
y le di el marcador que siempre
queda bien entre nuestras manos.
Habría sido mejor sin viento,
con otros materiales quizás
respetando el espacio, el fundamento.
Hay construcciones que no resisten fallas.
Estancia
Mi casa es otro cuerpo
y yo aprendo de su respiración
de su descanso, de su trabajo
mientras la habito.
El ruido de los órganos que se acomodan
el pitido del lavarropas, la cortina
golpeando el marco de aluminio,
el hielo de la heladera
y su crack —mi casa tiene ritmo.
Funciona mecánicamente en paralelo
a las corridas tempestuosas sobre la escalera,
a las bisagras y los golpes de la madera,
la urgencia del baño y el llamado
del horno y la comida.
Encastra
su engranaje a nuestra estancia
al flujo constante de vida, mirá
cómo se agita cuando abrimos la ventana
y entran con el viento
revoltijos de hojas; así
dejémosla ligeramente abierta
por unas horas, todo cuerpo
precisa del reposo.
Nieve
La última vez que toqué la nieve
mis manos recibieron las partículas
minúsculas de aquella otra
que alguna vez odié.
Una bola de nieve es como una bola de cristal:
puedo ver a través las calles blancas
las piernas enterradas hasta la rodilla
los techos cubiertos, las ramas vencidas
las huellas cimbreantes, barrosas
de los autos y camiones.
Puedo ver también las tardes
de juego en casa:
la danza en el living
el montaje en la escalera
mamá que teje y toma mates y nos mira.
Una soledad plomiza entra por las ventanas,
papá está lejos, en el campo
imprime sobre esta misma nieve
la rúbrica de sus borcegos.
La nutria que cuidamos está en mis brazos,
caliente el cuerpo se hincha y retorna,
nos mira hasta que se duerme y la nevisca
se funde con las voces de Sui Generis.
Mis manos aclimatadas se acoplan al fuelle,
la última vez que toqué la nieve
eché en falta ese pelaje denso
por sentirlo otra vez dejé
que me quemara el frío.