5 poemas de «La habitación china» (inédito), de Ernesto Suárez

 

Por Ernesto Suárez*

Crédito de la foto (izq.) Eds. Liliputienses /

(der.) Fb del autor

 

 

5 poemas de La habitación china (inédito),

de Ernesto Suárez

 

 

Atardecer Amanecer Atardecer Amanecer

 

(1) La otra tarde es ventosa y el ejercicio trata de descubrir (en la agitación del viento, en los rincones, en las esquinas) la permanencia de las cosas. Hojas secas, colillas, alguna pluma, papeles escritos y no escritos. La armadura resquebrajada del orden.

 

Todo es revuelo y el cielo pasmado.

 

 

(2) Anudarse a las sombras que no paran: los destellos sobre el lomo mínimo de lo que ya es resto, desperdicio.

 

En precipitación, la arenilla traspasa la nariz y deja un regusto mineral. También en los labios.

 

Sí, regusto. Volver a la casa.

 

 

(3) De niño, lo que se precipitaba eran los ruidos acelerados: aquello indecible que se alzaba y sorprendía y aturdía, golpeando sin estar. Acurrucarse en la cama, cerrar los ojos, las manos sobre los oídos, sin parar aquello imposible que no estaba.

 

El rumor deshilachándose: atronador.

 

El poeta Ernesto Suárez

 

La foto en Adén

 

(1) Es lícito preguntar qué se sabe aquí sobre Adén y, además, cuál el aprendizaje. Esto, si quien se acerque justo hasta aquí no supiera. El Libro de Ezequiel sería un buen inicio y el final, por ahora, una epidemia de cólera y los 40.000 enfermos e, igualmente, la guerra. Un enfermo de cólera puede perder 20 litros de líquido al día por la diarrea, por los vómitos.

 

 

(2) En el Libro de Ezequiel se nombra Adén y a Ezequiel se le menciona además en el Apocalipsis. Hay también una foto del que fuera joven poeta junto a cinco hombres y una mujer.

 

El hotel en Adén era el Hotel del Universo. Un portalón detrás y rostros hieráticos bajo el calor en Adén, si se supiera la fecha en que fue tomada la fotografía.

 

Otro mundo, ¿no es así?

 

 

(3) Los enfermos por cólera ya suman 500.000. En unos meses podrían ser un millón. Permanece la tasa global de letalidad del 1,4% por encima del umbral de emergencia del 1%.

 

Letalidad es otra forma de llamar a la muerte.

 

Ensordece.

 

La guerra es la misma.

 

 

 

Muros

 

(1) El cultivo forzado del índigo fue el principio del trabajo de Gandhi contra el raj. En aquellos días que después vinieron se trazó la línea ratclif y a un lado y a otro murieron 500 mil. Los británicos decidieron dibujar la línea solo sobre un mapa. Aquí, por ejemplo.

 

 

(2) Al caer un muro quedarían ciertas marcas en el suelo: algún ladrillo loseta mosaico piedra para juntar los pies sonreír hacia la cámara (esperar el disparo), cuando todo hubiera ya pasado.

 

El papel de los mapas amarillea.

 

Al levantar un muro hasta lo más alto posible: mejor añadir zona de exclusión tierra de nadie vacío cintas de mariposas metálicas en el lado del muro que corresponda al afuera del muro. Decir siempre ahí afuera, no aquí no.

 

 

(3) Desde la base a su parte superior el muro se inclina ciertos grados se comba igual a la ola para que no se cabalgue.

 

Aunque siempre o a veces alguien consiga trepar alzarse alguien consiga surfear, quizás, siguiendo las recomendaciones del viejo Ferlinghetti y con mucho sudor y demasiado el miedo.

 

Siempre y tanto demasiado. Pero se alzan, sí.

 

 

(4) El mapa envejece con el papel. El color de las marcas y de las rayas se amarrona.

 

Las líneas de la frontera nunca serían pintadas de añíl aunque igual mutan. Se torna grisura. Igual.

 

Nadie recuerda el nombre del asesino de Gandhi y siempre se cruzan las fronteras

 

 

La novela de la pobreza

 

(1) En casa de mis abuelos se calienta el caldero de agua en la cocina (peltre blanco y cuatro fuegos). La cocina queda a la altura del baño, al otro lado del pasillo. La bañera se había llenado antes de agua fría (tapón negro en el sumidero, cuidado con la cadena de bolitas de metal, no se enganche entre los pies). Hay que entibiar el agua lo justo con la del caldero. El orden es siempre el mismo: se comienza por los más pequeños.

 

Poco a poco el agua se enfría y oscurece. El agua del caldero debe dar para todos los nietos.

 

 

(2) El tanque junto a la casa hace años que está seco (suelo de zarza y escombros). Uno de sus cuatro muros se vino abajo. Desde lo alto del tanque, desde la esquina más alejada a la casa, dejamos caer los cuatro cachorros muertos de la perra negra que cuida la puerta de atrás (todos en una caja de cartón, una caja abierta). Pasamos lo más rápido que podemos cuando recorremos la parte alta de los muros (un olor ácido). Jugamos.

 

Se trata también de mirar o de no mirar la caja, ahí, en el fondo.

 

 

(3) Abuela sentada destripa y desescama el pescado en el muro de la calle de tierra que llega hasta el patio, delante de la casa. Después remoja el pescado abierto en una palangana de agua antes de volver.

 

El brillo de las escamas se refleja sobre el delantal negro. El brillo sobre las manos de piel oscura y surcada de pliegues.

 

 

(4) En las tardes de verano se busca la sombra sentados en los escalones, afuera del zaguán. A punto de caer el sol, Eloíno guía sus cabras de vuelta (sube la loma). Lo vemos llegar de lejos y salimos corriendo, mientras gritamos que viene Eloíno y se lleva a los niños. Eloíno. Su rostro es siempre apenas una máscara borrosa. Lleva, sí, un saco al hombro.

 

Porque no hay luz cuando ya anochece, mejor cerrar las dos puertas. Las ventanas guarnecidas con tela metálica se abren a ver si corre fresco.

 

Se vuelve a esperar otra vez.

 

 

 

This ground is changing, always changing

Joanne Kyger

 

Aún no ha amanecido cuando, cada mañana, preparo la mesa del desayuno. Hoy, sobre todo fruta. En los platos, un kiwi, un plátano, dos albaricoques, dos melocotones. Hay también mantequilla, algo de pan, agua y leche.

 

Continúa lloviendo, pero eso no aquieta a los pájaros que cantan. El sonido de los coches se acerca y se aleja: es la capa de asfalto mojado que resuena.

 

La pregunta ahora sería si esto es suficiente, si algo se completa, si esto tiene un sentido concreto, si real o distinto, aquí.

 

Joanne Kyger dejó escrito que hogar es el momento en que llegan las codornices. Fue un 23 de julio de 2004. Yo acabo de leer su poema un año después de su muerte.

 

El gato lleva maullando tres días tras la ventana. El gato va y viene en el pretil. El gato es el gato del vecino. El gato maúlla bajo la lluvia para que se le abra la ventana, pero si se le abriera accedería a un espacio extraño.

 

El gato del vecino es un pensamiento.

 

 

 

 

 

*(Tenerife-España, 1963). Poeta, editor y crítico literario. Se desempeña como profesor de psicología social en la Universidad de La Laguna (España). Fue, entre 1988 y 2000, codirector de Ediciones La calle de la costa y luego de Cartonera Island. Ha publicado en poesía El relato del cartógrafo (1997), La casa transparente (2007), Spree (2013), Ruido o luz (2013), Rehacer el aliento (2016), Arrecia (2017) y La habitación china (inédito); los cuadernos poéticos Espumas de carrusel (1982), Ocho tankas oscuros (1996), 11 (2006, junto con el pintor Francisco Orihuela) y Las playas, 1982-2002 (2002).

 

 

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