Por José Antonio Santano
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5 poemas de José Antonio Santano
V
En qué estás pensando, me preguntas
y el crujido del viento se clava en las paredes
de la casa, justo allí donde el reloj
pronuncia su última arenga de silencios
y la alacena esconde los secretos de la infancia
o el hule de la mesa muestra sus colores
de siempre, y sus arrugas de cráter;
cuando crece la tarde entre las manos
de una niña pecosa y pelirroja,
princesa de otro tiempo que se aleja
mientras la lluvia humedece los geranios
con un hilo de agua cristalina. Pero ahora
la vista alcanza en lontananza
un mar de plástico y de espejos
sobre esta tierra de poniente
donde viven y resisten, heroicos,
los apátridas del mundo y sus confines
a la espera de un verbo o una sílaba
que los haga más hombres y más libres.
Y para qué quieres que te diga
en lo que pienso, si vuelas por las nubes
buscando otros mundos, otro cielo distinto
de áureos y magnánimos destellos
donde no quepa el aire de los besos
ni la voz afable de los ríos y las acequias
o el tacto ardiente de la llama en el pecho;
quizá la luz de los ojos y la luna
en los altares de la noche y los desiertos
que el tiempo quiso para consigo
después de haber peregrinado
hasta la cúspide infinita del silencio.
Para qué me preguntas qué pienso
como si no fuese contigo esta historia
que ocultas y niegas cada día
ante los cientos y miles de vencidos
que obedecen las órdenes precisas
de los amos del mundo en esta hora;
pienso –digo- en la fuerza del aire,
en su semilla que crece lentamente
bajo el blanco de los plásticos
que dibujan sobre el valle otro mar
de intensa mudez y de azabaches.
Pienso en la abrupta soledad
que los conmina a ser nada
en la inmensa geografía del plástico,
en los colores de la tarde
sobre viejas bicicletas, en las casas
que lucen cicatrices de espanto en sus fachadas,
en los caminos abiertos por la herida
xenófoba, por la vil calumnia que cercena
los sueños y la vida.
En qué piensas, me pregunta
facebook, y yo, sin más, contesto
reafirmándome en lo dicho, en la tristeza
de ver en la mirada el desencanto
de estos seres que callados sobreviven
en la frontera del miedo, al límite
siempre del abismo y la derrota.
Y yo, aferrándome a los colores del día
proclamo en sus colores la vida,
y oigo los rumores del beso en la brisa
que se clava hasta sus huesos,
pues ya solo me importan sus pesares
y en ellos reconozco la dignidad
de ser hombres cabales aun siendo
la piel de mil colores o el habla
tan compleja y tan distinta,
que a su lado la huella de la vida
se asemeja a una luz intensa y única
que alumbra los caminos de poniente
entre mares de plástico y de soledades.
(de Tiempo gris de cosmos)
III
Recuerdo que al principio te veía
con asombro de niño en los espejos
del agua de los ríos y la luz
vertical de frondosas alamedas,
juguete entre mis manos diminutas,
llamarada de soles en estambres
de cobre y de arcoíris prolongados;
era inagotable, siempre atento
al brillo de mis ojos esperaba
que el tiempo detuviese su aventura
en aquel blanco vértice de ensueño
que la vida trazaba sobre el aire
y los tejados grises de las casas.
Recuerdo, muy al principio, que tus dedos
se enredaban alegres al espacio
azul de las sonrisas y eras todo
tú, mariposa en vuelo hacia los mares,
deslumbrante luciérnaga, fanal
del tiempo, voz de ecos repetidos.
Recuerdo, muy al principio, te recuerdo…
La tarde iba cayendo en las cortinas
de blanco encaje –lúcidas formas
tras la pared de alcobas y desvanes-,
de huellas y aromática alhucema
en los atardeceres del invierno,
también de sus silencios estridentes
sobre la piel enferma del abismo
cada vez que tus manos me apresaban
a la luz de la luna y en tus sueños
existía gozoso en las estrellas,
libre en mi fugaz vuelo hacia los astros.
Recuerdo, muy al principio, te recuerdo…
En el blanco silencio de la casa,
cuando nada era todo, vida toda,
luz primigenia, solo luz del alba
que derrama sus ojos sobre el patio
colmado de crecidas aspidistras
y aromas de jazmín y madreselvas.
Recuerdo el pavoneo de tu cuerpo
vestido de domingo entre las nubes,
el tañer de campanas misteriosas
que hablaban de mareas y glaciares,
las ollas de agua hirviendo y el vapor
que aniebla las paredes del aseo
teñido de pobreza y soledades.
Recuerdo, te recuerdo en la distancia,
abriéndote caminos de cristal
y de cuchillos, ebrio de placeres
en la encendida noche del solsticio
de invierno, ya cumplida la condena
que te apresó al abismo del vacío.
Pasado el tiempo vino la luz calma
del silencio, los sones de la lluvia
y todo fue latido y pulso ciego
en las blancas mañanas de domingo.
(de La voz ausente)
VI
MADRE LLUVIA EN LOS DÍAS
que avientan la memoria
de la casa perdida
en un tiempo de guerras
y encendidos silencios
en aquella alta calle
de campanas al vuelo
por el cielo azulado
sin estrellas ni luna
que iluminen las noches
y la piel de caricias
como lluvia de besos
y sonrisa inocente
por los campos de olivos
y amapolas silvestres
en las nubes espejo
de esta lluvia perpetua
invitada de piedra
en la sala de siempre
y el sillón de orejeras
cuando el sueño descansa
en la mesa camilla
al calor de otro fuego
de espantoso suplicio
en la carne madura
mestizaje de alcoholes
aromando la alcoba
cada noche de cientos
que duró ese calvario
de obligada presencia
en la piel terciopelo
de una lluvia continua
madre lluvia dolida
de los años derrota
en la arista del silbo
que la sombra creciente
alza luz en el patio
de aspidistras y rosas
en un baile infinito
de sentidas canciones
alegría de la calle
en mañanas de invierno
y en el corro las niñas
y en el trompo los niños
en meriendas de aceite
las tardes perduran
en la sala de ahora
sin visión de futuro
mano a mano la lluvia
cae y cae en los ojos
del sillón de orejeras
que en silencio dormita
y regresa a otro tiempo
de sedosos abrazos
en los días primavera
de una vida tras otra
de la infancia vencida
en la voz de las ánimas
que en su lengua son grito
resurrección acaso
como oídas las coplas
en sus labios de sílfide
sin tristezas ninguna
de los hijos en casa
abrazados en llamas
del amor en su nombre
madre lluvia gozosa
en la estancia y los hijos
que el invierno reúne
al calor de los besos
en brasas de picón
y a la mesa leyendas
una taza de leche
y en los ojos brillantes
fantasías galopando
en las noches de insomnio
que el vacío de la ausencia
orfandad viva siempre
enclavó el cuchillo
en la espalda del tiempo
para nunca jamás
regresar a la luz
de los días de arcoíris
y canciones de cuna
que en los años primeros
como gotas de lluvia
de la fuente rezuma
y corre por acequias
en estanques se agolpa
y humedece de vida
la pobreza de años
y la cárcel aquella
de tristeza en la casa
y en el aire la espera
de otro día de silencios
las ventanas abiertas
y a la escuela los hijos
golondrinas al nido
en danza de soles
por el cielo azulado
de alamedas y bosques
y los ecos tempranos
de la lluvia en los campos
y la estancia vacía
sin sillón de orejeras.
(del inédito Madre lluvia)
LA MÚSICA CALLADA
la soledad sonora…
cárcel del alma toda
paciente luz oscura
regreso a Fontiveros
donde el aire pregunta
¿qué callan los caminos
a qué abismo asciendes
que el rostro se ilumina
y un mar de rosas vive
en espiral de espejos
por donde el sol se pone
y solo habita el don
silente y absoluto
que al hombre reaviva
al descubrir el fuego
y concebir la nada
eterna flor de sangre
trasnochada melodía
que al alba te despierta
y en ella hasta la altura
del cielo en el espanto
la lluvia es su plegaria
por única razón
temblor del agua clara
en los dichosos ojos
las manos oferentes
que acarician la piedra
su piel de soledades
que crece y crece toda
en la hondura del tiempo
que nunca cicatriza
la herida del deleite
en alma pura siempre
fulgor del fiero sino
que alcanza la palabra
su voz abrasadora
de nombres y de verbos
al son del agua nieve
que busca entre las nubes
la azul quietud del aire
el doloroso grito
la ungida oscuridad
testigo de la luz
que alumbra las esquinas
el silencio intramuros
el pozo de la edad
abriéndose en la noche
a un paso del talud
o el caos dominador
eterna y honda ausencia
de luz que resplandece
en cantos y en espíritu
en viva Noche y Llama
de amor en soledad
o infortunada muerte?
¿Por qué no hablas dime
acaso no es de urgencia
reclamar la esperanza
de lo armónico humano
de regreso al origen
de los signos y el agua
de adentrarse en la herida
y beber toda sangre
y abrasarse en los huesos
para luego en la tierra
contar tumba a tumba
muerto a muerto sepulto
y arrancar con los dientes
los delirios del alma?
¿Para qué este silencio
después de tantos siglos
por qué el desamparo
del hombre en su silencio
en su pobre morada?
Subamos a ese Monte
al canto que lo hizo
sagrado espacio todo
desposado fulgor
amado carmelita
dime adónde mirar
que no exista tiniebla
usura y sordidez
odiosa inquisición
dime tú Juan de Yepes
qué camino seguir
peregrino en soledad
adentro de lo oscuro
por llegar a la luz
que incendia el corazón
abrasa el cuerpo entero
y ya sin voz ni lengua
turbada la razón
penetra en las entrañas
y en ellas toma abrigo
y crece en profecía
de vida misteriosa
caudal de amor eterno
en soledad sonora.
Alcánzame esta noche
subamos al Carmelo
que sea la nada toda
en tu pecho y el mío
el fuego de la dicha
manantial de palabras
que crecen en el huerto
de aquel convento humilde
tan pequeño y austero
cárcel de soledad
morador en los trinos
de pájaros celestes
crecida voz del aire
que arrecia en el granito
envuelto por la nieve
que luce como estrellas
y al son de las campanas
la oscura luz misterio
y negación se vuelve
en las aguas del río
o en el sol de la tarde
que triste va cayendo
en el convento solo
después de haber gozado
aquel eterno instante
donde ya nada existe
sino la voz sin cuerpo
de lo indecible vivo
que vuela por el Monte
en canto de alma pura
y en la casa es silencio
que desciende a lo oscuro
de una muerte cualquiera
habitante en las sombras
de regreso a la vida
en la cal de las tumbas
o en los mármoles luz
que en las manos ardiendo
intensa voz proclama
y nombra en otros nombres
lo absoluto innombrable
este tiempo agostado
camino circular
de cegadora luz
en carne y alma fiero
allí donde el fuego hiela
y solo la palabra
en el silencio mora
en toda noche oscura
y en alma toda clama.
(del inédito La luz imaginada)
VI
EN EL JARDÍN de la casa
el esplendente cedro de Líbano
ese cedro intocable que plantaron sus albas manos
único en su soledad de árbol
vivo en densa y duradera madera
oriental aroma que embriaga las noches de estío
los templos de Salomón y Éfeso
alto como nube blanca
que flota imperecedera en el espacio sideral del verso
primigenio abarcador abierto al mundo
en los azules ojos marinos de Vicente
en el rotundo silencio de Marparaíso
de regreso al exilio de las ramas caídas
después del crepúsculo en el edén
que corona los días de ausencia y de olvido
en el verdor intenso de sus hojas
que miran a la copa y se abisman
en la eterna quietud de la muerte
que no muere
resurrección del verbo
florececimiento en primavera
de la luz en el cedro de Líbano
que espera todavía las albas manos
que acaricien su grueso tronco
y escriban en su pardo grisácea corteza
los nombres todos
que el amor derramara en la carne
en el alma toda de Vicente
por siempre
eternamente vivo.
(del inédito Luces de Velintonia)