Por Ana Vicarodi*
Crédito de la foto la autora
5 poemas de El regreso de los extintos (inédito)
de Ana Vicarodi
Ha pisado la hiedra
y se entumece su pie.
Por el talón entra la sospecha,
como la pringamosa,
severizando el malestar,
dando inicio al escozor.
No hay testigos,
solo la introspección y la urticaria.
Urera baccifera,
“mala mujer”,
vesicante.
Se propaga la toxina hasta su raciocinio.
Aparecen achares que le hacen cojear.
El tallo erecto se ha laxado,
alcalinizando el cuerpo
con el líquido cáustico.
Contacto, roce, picor intenso,
cuando se tocan los glomérulos.
Las fibras nerviosas de la piel se excitan,
se transmite la histamina y la desconfianza,
como el veneno que lo aflige.
Escasea su permanencia
inaniciándome.
Se encoge, se gargoliza,
se empluma.
A veces
deja de parpadear,
en un aletargamiento
que se prolonga asfixiante.
Todavía respira,
lo comprobé,
así como he comprobado
su frivolidad.
Un aleteo interrumpe el estatismo,
parece sacudirse un verso,
se reincorpora.
Entonces, con sosiego,
vuelve a anidarse.
En cada punto su lunar,
lampiño como la culpa,
sumergido en lejía y en llanto.
La ingratitud de una mancha sobre su piel.
¡Cuánto bullicio!
Laceración de páginas
en una epidermis de cordura,
teñidas de insensatez.
Pensamientos suspensivos,
punto indeleble,
lunar final.
Cada uno de sus lápices
fueron besados,
y cuando escribe
lo recuerda.
Se ha vuelto un vicio,
y quizá
se deje crecer el pelo.
Desde la tribuna también
se envidia al espectador.
Se ha perdido bailando
en los Himalayas,
con un traje beige.
Quería ver lo que hay detrás,
es una herida, el inicio.
Sobre dos pedazos de manzana,
arriba en el metal,
donde crujen las voces caminantes,
hay una canaleta,
y en la parte externa de su órbita,
escurre lípidos de los tejados.
Las voces pasan, en la ceguera de su rutina.
Nadie sabe dónde está la bicicleta,
solo un genio suicida la busca en las alturas.
Al descender,
sin haber saltado al vacío, la encuentra.
Dejó de repetirse y debe usar los pies,
sobre el suelo donde hablan los que no ven.
Ha descubierto un poder y un escenario.
Se convirtió en el actor de las llaves,
y en el charco de lípidos que cayeron antes,
humedeciéndolo.
La línea de la dramaturgia se enreda,
manchando un tablero blanco
con tachones verdes.
El abridor de puertas se ríe de sí mismo,
pero no está solo,
en un diálogo con un sinónimo suyo
y con burbujas de jabón.
*(Medellín-Colombia, 1986). Poeta y narradora. Seudónimo de Ana María Díaz. Ha publicado en cuento Lo último que diré (2021) y, en proceso de edición, Colombia y las partes de un fusil y, en poesía, El regreso de los extintos.