Por Mariana Rosa*
Crédito de la foto (izq.) Archivo de la autora /
(der.) Ed. Espacio Hudson
5 poemas de El cruce (2024),
de Mariana Rosa
¿Quién cambia
el río turbulento y el sol
como un garrote
por el agua mansa en los canales
y la luz tenue
de los paisajes de Ruysdael?
Insaciable sed del germen peregrino,
¿quién dará cuenta de esta trashumancia?
¿los bisabuelos cruzando el océano al revés?
¿la magnética alegría
cuando el suelo nuevo pide y entrega
una flamante encarnación del yo?
Me regodeo en la cualidad de arcilla,
maleable,
inacabada;
huelo libertad
en las plásticas
transformaciones.
Despojada,
sin moneda ni casa,
sin patria, pero con un cuerpo habitado
hasta el extremo sur la oleada de alegría,
la voz,
el idioma de frontera que no da en una tecla sola,
se lanza y percute contra el paisaje en fuga
aquí y allá, cajita de resonancia, bum-bum
bum-bum, no se calla nunca el corazón
corre, corre sin divisar camino
sólo el pedacito de tierra que ahora
catapulta el brinco
now, now, now
el músculo se expande y tensa;
paso en el aire y por un segundo
tocar con el pie aquí
o allá, here or there,
ritmo material el cuerpo
que habla toda lengua,
tamborcito carnal
y errante.
La olla desbordante de almejas
y el placer de abrir cada boca oscura
buscando la lengua carnosa,
la gustosa pulpa macerada en secreto
en el silencio y el bramido íntimo
del fondo del mar.
Plegada sobre sí la lengua que ahora
saboreo untuosa y forastera
como tu lengua que me besa
y dice “Ik hou van jou, schatje”,
y mi propia boca
busca la cavidad para recibir
esa textura sustanciosa,
el fruto del mar del norte
que sostengo azorada
sobre mi propia lengua,
las vocales largas
y las jotas rotundas
como un latigazo de ola.
Convidada a la cena
frente a la olla rebosante,
solo queda relamerse los dedos
en la embriaguez del festín,
cuando todo desborda
y lo desconocido es un manjar,
un idioma extranjero,
un hombre,
al que solo se puede responder
con los sentidos.
Todo lo fijo es de temer.
Macky Corbalán
Cada vez que la brisa
mece los juncos sobre el agua pantanosa
o bate los platos lustrosos de los nenúfares,
inquietos sobre el agua súbitamente rugosa,
yo oigo al viento
ululando entre los álamos,
me rindo al alboroto de las hojas pequeñas
que en las siestas sureñas
rozan contra el viento su tierno cascabel,
susurran
hasta arrastrarte
en el sopor que ahora
trae esta brisa nórdica en su doblez;
la música sonando a dos voces, oís
el fondo ahuecado de las reverberaciones.
Todo lo fijo
es de temer,
los versos de Macky zurean el aire.
Todo lo unívoco
es de temer,
discurre el viento en variaciones, vuelve
un pastiche al tiempo, arremolina
geografías cuando oís
esa canción infinita que se hace
también de tu percepción del viento,
de las alamedas en las siestas niñas,
de los juncos bamboleándose en el estanque ahora,
del movimiento que te ha traído lejos
para decirte:
el tránsito no es de temer,
nada está perdido si se sale
a la intemperie con el oído abierto
y tu propio transcurrir incesante
escucha
y no es solo deseo,
solo esperanza lo que canta,
sino una voz plural y atávica,
una modulación continua
que en formas desconocidas
te contiene.
Que pudiera tener yo
la fe de la araña
que ha cruzado el abismo
de la cerca al muro;
con envidiable vigor
se ha suspendido en la materia
hilada por su propia tripa,
parido desde el centro de su cuerpo
el solo sostén
enclenque de los equilibristas.
Le ha bastado eso, y la fe,
o acaso sean lo mismo en ella
instinto y convicción;
esa fuerza irreprimible
que impulsa a crear la cuerda
y cruzar por su trama;
la vida que apuesta
y sabe
su flujo depende
de estos despliegues,
las pequeñas hazañas
que forjan un talento inverosímil
en el que debemos creer
porque no hay otro puente
no hay otra red
no hay más tela que esta
nacida de un cuerpo terrestre
preparado para surcar el aire,
provisto de una glándula
capaz de digerir el obstáculo
y volverlo una seda,
fuerte como un haz de acero
y más flexible cada vez.
Pero si el viento ha soplado
sorpresivo y feroz, si ha caído
impiadosa la lluvia,
la araña tragará
nuevamente su tela,
la engullirá con un golpe de saliva
para macerarla en lo oscuro
del trabajo de su entraña, en lo oscuro
de su insondable fe.
Y cuando el clima parezca propicio,
escuchará
con el vello erizado de sus patas
antes de regurgitar la esperanza
zurcida con retazos
donde nada se pierde, ni se gana
y todo es sustancia
en la construcción de un puente
para cruzar cabeza abajo
montada en la hechura
de su ser araña;
porque lo que es
es, y finalmente,
al cabo de una
o varias digestiones,
el cruce encontrará su forma
de materia suspendida
de fibra viva lanzada
a lo que sea
que vendrá.
*(Neuquén- Argentina, 1974). Poeta. Magíster de Investigación en Estudios Literarios Comparados por la Universidad de Utrecht (Países Bajos). Ha estudiado también canto y actuación en la Escuela de Augusto Fernandes (Argentina). Se desempeña como profesora de inglés en la Universidad de Cuyo (Argentina). Reside entre Argentina y Países Bajos. Ha publicado en poesía Crónica de un Salto (2006), Vestal (2017), Un Abrigo Errante (2017), Primeros Fríos (2019) y El cruce (2024).