Por: León Félix Batista
Crédito de la foto: Ed. Libros de viento y borra
5 poemas de Duro de leer (2016),
de León Félix Batista
conversación en tiempo de bolero
Traspones el umbral mesándote una sien y por
tercera acción elogiar el arabesco de
su bata de batista. Descifras allá atrás aquel bolero rancio
como supervivencia del abismo medieval. Inestable
de ver negro, su debacle de matices, mixturas en un
vaso quebraduras de agua helada y espesor de un
carburante; reclinas la cabeza. La observas
prolongando a brochazos el fulgor: la quemazón
del bosque, la desaparición (extraña) del sentido en
favor del sinsentido y en gruesos astillones, por
afán calefactor.
es la última farra de mi vida
Supón que lo aniquilan registros de saudades, y que
puede (con un disco) remediarlas (en cierto bar de
Brooklyn en pino de Oklahoma): esferas como
aquella mixtura la ciudad, materia de un orate y
extravío. Y que ves cómo resalta (el resorte que tú
eres) contra el cielo raso recto, por sus tonos
intangibles; y que luego se rasura, solicita su
calzado, tantea las urdimbres y radio de su
miembro. Entonces dale elipsis, describe su
derrumbe. Habrá quien paute el coágulo que deje.
casi casi salaz
Una noche tumultuosa. Callejón de bajos
fondos. Como al raspar los líquenes frenéticos
de un muro las fachadas de la historia toman
cuerpo en el estrago. Lo claro se degrada y (en
tránsito) va urdiendo interminables caracteres.
Resulta que es otoño, aquí, en terreno nulo, y
del riego labio a labio no restan incidentes
(salvo el éxtasis que, rápido, amenaza
derramar). La extremidad se esboza como
plástico artificio eslabonando el cuello. Vocablo
impenetrable, asociación verbal obscena: sin
pensar invento bálsamos –su fundamentación–
que mi víctima desmiente uno por uno. Pero
todo se derrama podrido entre el marasmo y
aceptado en su fermento. Atravieso inanimado
(hematoma) por la anécdota, como residuo
sólido en su río a la cloaca.
libamen
Ingieres ligereza con tus zapatos suecos. El tiempo
desmantelas entre lo indeterminado. Tu vínculo al
instinto, con otra latitud, lo debes a la yerba y al
núcleo de un temblor. El tramo de la recta (lo
“siempre indefinido”) conjura tu vacío con signos
diminutos: cocuyos, anatemas, y rachas de
automóviles a cuyo raudo fósforo estiras hasta el
fondo los cantos del vestido. Lomo a lomo contra
el árbol extirpas un espejo, después el ademán
retrógrado de un lápiz engendra los eclipses –el
rímel se agostó. Por enésima ocasión la vulgar
anacronía y tu asfixia con la baba: qué denso el
pensamiento. La sombra de un cliente, la mano con
puñal, deslíen tu monólogo. La vida es malabar en
el aro de un esfínter.
Para Plinio Chahín, que me ha dado el personaje
en mis días de quimera
Escucho bocanadas, misivas de Albanyá: materia
prima enferma y hasta en código aberrante.
Repaso, silbo sílabas: regreso de leer, y así padezco
el golpe que me decapitara. Todo tiempo es
esqueleto, repite, putrefacto, como descarga ruda
de yeso de las vísceras: que liquen era el viento
profano de noviembre tratando de incendiar con
droga los retablos. Otorgo la razón: ya no se
reproduce la carne-maniquí. Y aquí su umbral
descansa.