Por Alfredo Coello*
Crédito de la foto el autor
5 poemas de De ciudad en ciudad surgen habitaciones (inédito),
de Alfredo Coello
Dentro de la ciudad hay otra ciudad. Un cajón de comercio amarillento que viaja a diario con su canto fúnebre y lo estremece todo. Y empolvado, corre como Darin en nueve reinas. –Donde están las estampillas de mi abuelo cosidas en varios cuadernos– Y en el fondo, de ese registró filatélico, hay otra ciudad. Una donde las cuentas de la semana postulan dentro de un campo de batalla. Y en el fondo, el miedo, de esa otra ciudad. La póstuma. Estampitas de cadáveres en las manos, pasaportes que no existen en los reportes médicos. Dentro de la ciudad, llena de recortes de periódico. Tú voz habita, en una tarde cualquiera que pongo en orden mis inútiles años de vida, un apetito.
Hubo un tiempo que, extraviado tras los biombos que ocultan lo sagrado, me aleje de ti, se me olvidaron las llaves en el platón verde Judea, los aromas de tu cabello, las mañanas en tus palabras –he plantado distancias en tu interior– en mi mesita de noche deje una isla desierta, un océano durmiéndose bajo un pincel de Picasso, un mechón de pelo de mi ciudad no- natal, un retazo de Ginsberg, diciéndome:
Son tus miedos parques inagotables. Veneno amargo. Tibio desaliento en la carne. Muelle contra el viento. Tu.
Ahora veo la ciudad más grande. Después de tanta emigración, aún no he dado con ninguna de tus formas. Hay un signo de interrogación en esta protohistoria, es sorprendente a donde te puede llevar la tentación, intraducible.
La Campana anuncia que el tren se marcha, de aquella ciudad abandonada por dios, donde los arboles aprendieron a hablar con conjuros. Contemplo el humo desvanecerse a los lejos, deshoras y esta marca en mi sien, la locura tiene algo de verdad –las noches son irrespirables en los senderos del recuerdo– tardes atiborradas de risas en los muros del malecón de cemento, noches en la cruz de tus labios, horizontes y anhelos. Y el muchacho inmóvil que columpiaba escondido entre versos, construyo una ecuación, mientras en la ciudad ladraban camaleones, drogas y antidepresivos.
Siempre sentí que rendirse, es escapar de ti, con un tonto cuerpo que, aunque llueva, jamás borrara esa infame ciudad que estás obligado a llevar.