Por Fernando García Moggia*
Crédito de la foto (izq.) Eds. Rialp /
(der.) archivo del autor
5 poemas de Cuídate del agua mansa (2022),
de Fernando García Moggia
Entrada al subsuelo
Hay una puerta aquí donde está escrito puerta
que bien podrás cruzar surcando el nombre.
Hay un paisaje en blanco tras el umbral
un curso de agua que delinea un camino
un rumor de piedras arrastradas, una voz remota
una ronda de niños alrededor de una serpiente.
Hay un pozo que se seca apenas lo miras
cuyo lodo forma rostros que te miran.
Hay montañas surgiendo de un hilo de arena
un mar desbordándose en un cántaro.
Hay una región entera que creerás interior
de geografía innominada y geometría imposible
podrás llamarla como quieras, decir
esto es mi territorio a la deriva: poema.
Hay un refugio en llamas al que podrás entrar
como un jugador que vuelve a la partida.
Hábitat
Para hacer propia una casa se necesita luz y sombra
más un poco de suerte, claro
por ejemplo que se vayan sin que las eches
todas esas presencias enquistadas
(inquilinos odiosos, abonados del Cáncer: hernias
en la espina dorsal del ánimo)
y que las cosas caigan por su propio peso
como caen repisas por ejemplo
aunque también es cierto que un golpe táctico
puntual y fuerza exacta, ayuda.
Para hacer propia una casa no se necesita demasiada paciencia
suerte sí –insisto–
y sobre todo ambiente, un mundo circundante
donde como la famosa garrapata cumplir tus dos o tres funciones vitales
(oler, saltar, chupar)
aunque para ello no sean indispensables geranios
ni bares en la cuadra, pero ayudan.
Para hacer propia una casa se necesita
lápices, cuadernos, un plano no cuadriculado
una mesa y una lámpara tipo espiga que arroje cálida luz vertical
un refrigerador mínimo de contenido barroco
una pequeña ventana en donde muro y cielo se combinen.
Nada espectacular: plantas, música, Schopenhauer,
buenas conversaciones, algún orgasmo
suyo o tuyo o mío por la noche
despejado el pasillo hacia el sueño y visibles las plumas
del edredón.
Para hacer propia una casa no se necesita en absoluto una casa propia.
Visión del puerto
Laten lentas grúas en nuestras cabezas
con la memoria hecha un tetris de contenedores
rojos, azules y amarillos.
Hablas del movimiento de los barcos anclados
del deseo de partir sin dar un paso
a lo más ir al balcón, sentarse
rellenar de a poco el papel
inhalar hasta el fondo escuchando el canto de gorriones medievales
el súbito grito de una vieja que advierte:
¡agua va!
rociado el callejón de antiguas voces.
La orquesta de metal es instructiva, con el favor del eco: claves y timbres
y chirridos, la partitura de un vaivén sin destino aparente.
La vista desde el cerro: una fortaleza donde buscamos
un lugar oculto, indocumentado, de contrabando
para hacer, al fin, nada.
Piensas en el cabeceo de los agaves floridos frente al mar
las piernas de jamón que cuelgan en las charcuterías
el baile de reflejos en la fuente, hermanándose, rechazándose,
los giros de las grúas que se arriman, el jadeo
quebradizo, al agarrar.
Cuídate del agua mansa
Rompe en esta ola la memoria
tuya, mía, el mar ausente
en esta ola que no es ola
en este mar que es mar dormido
agua mansa, estela de veleros
en este mar testigo del tercer día
rompe la ola que no es ola
rompe lentamente, sin espuma
quieta, y solo rompe
en la memoria, al otro lado.
Rompe en un abrazo aquí
acariciando los tobillos
esta lenta lonja de agua
con piedrecillas de colores
sube la marea en la memoria
mía, tuya, el mar que vuelve
olas que son pliegos que son velos
que esconden una escena cautiva
que brillan de sol en retirada
que callan de foco a medio cielo.
Rompe en el azul y son de plata
como una moneda intercambiable
ni mía, ni tuya, ni nuestra
de ellos, mar, tú mismo ¿tuyo?
bien quisiera yo sumergirme
como un buzo táctico en la hondura
silencioso, resonando
a negro la visión, con solo el pulso
tras un relámpago imprevisto
nube, ni tuyo ni mío, del mar.
Piedras de fondo
I
La espera, tal vez, o tal vez el ansia
una acción que desemboca en el principio
un eje afirmado a sus bordes y otro injerto
ya cortado de cuajo, aunque brotando
insistiendo a la luz de una mañana cualquiera
o bajo la niebla de una zona fronteriza.
II
El tiempo es lo que el tiempo hace de nosotros:
la piedra que golpea la corriente
el fruto que cae sin ser oído
un niño que despierta a los treinta años.
III
Soy lo que fui, lo que seré
y lo que fui, lo que seré
solo son una posibilidad
entre las infinitas formas
de una imagen difusa.
Solo abajo duerme el barro.
IV
La piedra intimó con la noche
mi sombra escapó de mí
y al sentir un súbito temor
me dije, señalando un camino
«hacia allá, allá, estoy seguro».
Ahí encontré a un niño
de rodillas ante a un cadáver.
V
… en el centro de la imagen se disputan
el germinar de la semilla, la dispersión
de la ceniza, pero no hay centro ya…
VI
Esto que está, que soy
es la orilla, la superficie y el fondo
de lo que habito.
Pero no tengo dominio del agua.
VII
Esta piedra oscura de forma irregular
se resiste a ser partida
anda quieta, rueda
dibujando una historia
serena como foto en movimiento
esta piedra carga una derrota
y una victoria a la par
esta piedra es un monje impaciente
esta piedra tiene grito contenido
en esta piedra de fondo estoy.
*(Viña del Mar-Chile, 1990). Poeta, ensayista y traductor. Reside desde 2018 en Barcelona (España). Traduce al español del inglés y del ruso para distintos medios impresos y digitales de Chile y España. Obtuvo la mención en el Premio de poesía Roberto Bolaño (Chile, 2016), fue becario del Fondo del Libro (Chile, 2020 y 2022) y el Premio Internacional de Poesía “Alegría” (Adonáis, 2022). Se desempeña como asistente editorial en Mundana Ediciones y es coeditor de la revista digital Saranchá. Ha publicado en poesía Cuídate del agua mansa (2022).