5 poemas de «Constela*ciones» (2022), de Leda Quintana Rondón

 

Por Leda Quintana Rondón*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Madrépora /

(der.) www.lacomparecenciainfinita.blogspot.com

 

 

5 poemas de Constela*ciones (2022),

de Leda Quintana Rondón

 

 

En lugar de un prólogo[1]

 

Soy la despeñada que no huye

Fiorella Terrazas

 

I

 

Acabas de llegar al hospital. Bajas a otro mundo. Madres, esposas, nietas, hermanas, sobrinas haciendo cola para ver al hijo, al esposo, al abuelo, al hermano, al tío, como en el texto que se llama «En lugar de un prólogo» de Réquiem de Anna Ajmátova, ¿recuerdas?

 

Una guerra engendra otra. Una noche de ceremonia de ayahuasca en Chazuta, una ancestra se me apareció en sueños y me preguntó mientras volaba: ¿Puedes dar cuenta de esto? Yo trepaba unas sogas, rezaba padrenuestros y avemarías sintiendo mi piel desprenderse de mi piel, arrancar capas profundas de lo vegetal, animal, mineral y humano que era yo & el aire espeso de la selva de Chazuta.

 

Mi ancestra vaticinó que iba a volar, aunque primero tendría que vomitar.

 

Vomité mientras gritaba el nombre de mi exesposo, luego el de mi padre y finalmente el nombre de mi hijo.

 

Escribí en el aire: «No puedo más».

 

Mis hermanas me abrazaron, abracé a mi madre y me eché de nuevo a andar hasta la carretera Central.

 

II

 

Este segundo año de pandemia, reemplazo a mi hermana Astrid en una clase de La Odisea para estudiantes de un colegio de San Juan de Lurigancho.

 

Si emprendes el viaje a Ítaca, escribe Kavafis.

 

«Si logras hospitalizar a un familiar enfermo en pandemia», replica el coro de mujeres en Emergencia del hospital… Las restricciones se han intensificado. Hay mujeres que hace dos meses no ven a sus familiares, algunas ni siquiera han logrado recibir los informes médicos.

 

Los tres días de visita a la semana todas las mujeres estamos atentas a la bolsa de la ropa sucia con el nombre de nuestros familiares, sacamos ropita por ropita, la olemos. Una de ellas se pelea con la enfermera que le estaba devolviendo ropa limpia en vez de ropa sucia. «¡No vengo de tan lejos para esto!», la mujer grita. Se quiebra. Nos quebramos todas con ella.

 

Podríamos mandar a un Glovo o a un Rappi a recoger del hospital la ropa sucia de nuestros seres queridos y entregar la ropa limpia, pero preferimos no hacerlo. Todas vamos con doble mascarilla, con la esperanza de verlos. Todas los abrazamos cuando respiramos la ropa sucia luego de ponerla en nuestras narices, bocas y pechos. Aspiramos el sudor, el humor, la energía de vida en las ropas de los seres amados hospitalizados. Es tan nítido esto ahora. También lo es el ritual andino de lavar la ropa del familiar muerto en la paccha.

 

Mi mamá me abraza, mis ancestras me hablan: «Ya enterraste a tu padre, velaste a tu exesposo, entraste al reino de la muerte a traer de vuelta a tu hijo».

 

III

 

Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):

—¿Y usted puede describir esto?

Y yo dije, sostenida por mis ancestras:

—Puedo.

 

 

Diario de lectura[2]

 

[Luego de leer los primeros poemarios de Dina Ananco, Gloria Alvitres, Karuraqmi Puririnay, Lisbeth Curay, Lourdes Aparición y Maggie Velarde]

 

Sigo leyendo poesía, abuelita. Muchas veces no es fulgor.

Es entrar a una casa umbría.

 

*

 

«¿Maypim purinki?,

¿dónde andarás?»

Me pregunto,

si allá en cielo

también purificas tu cuerpo en la laguna,

[…]

si sigues durmiendo sobre los truenos,

si te ocultas tras la niña que no sabe hablar.

—Canta Karuraqmi.

 

¿Qué silencios, palabras y cantos hermanan a nuestras abuelas?

Hay palabras que nunca fueron visibles: /casa mujer, familia, Perú, escribe Gloria, recordando a su abuela Santosa que a los doce años dejó el campo. Santosa es como nuestras ancestras. Abuelas eucaliptos, abuelas cenizas, abuelas de corazón de agua, que curan los dolores enterrados en el pecho.

 

**

 

¿Qué restos de la degollada luz de nuestras ancestras nos alimentan? En una visión de ayahuasca mi abuela y mi abuelo me bañaban con el agua de la paccha de Huasta. Leo el final de poema en prosa de Lisbeth: Una estaba contenta de ver palabras con escamas.

 

***

 

¿Qué silencios & cantos nos hermanan?

 

Escribimos escondidas en la sangre de nuestras ancestras…

 

****

 

¿Con qué silencios, palabras, cantos, tejidos, comidas, plegarias de nuestras abuelas podremos unir, prender, sanar, amar?

 

Lisbeth, Tere y yo necesitamos invocar a Inger.

 

Lourdes y yo necesitamos citar juntas a Dida, a Gloria Mendoza Borda y a José María Arguedas.

 

Todas respiramos desde los cantos de nuestras abuelas… Cantando el anen tenías a tus hijos unidos, escribe Dina para su abuela Sanchiu. Con Miluska y Gloria respiramos el fuego del que aprendemos «a enternecer el pensamiento» como poetiza Carolina.

 

*****

 

Nuestras abuelas escribían en cada uno de sus tejidos, escribían en la tierra de los sembríos, en el agua de la paccha o en las acequias, en el fuego de la cocina a leña, en las piedras de las apachetas… ellas construyeron casas con sus cantos para respirar otro aire & no morir en vida… y cobijar a sus hijos, hijas, nietas, nietos, vivos o muertos.

 

******

 

Sentipensamos juntas que nuestras abuelas son nuestra patria.

 

Releo Apacheta, días después de la muerte del abuelo de Lourdes, un aniversario más de la muerte de nuestras abuelas.

 

 

 

¿Por qué será que mis manos siguen siendo de niña?

Una niña que te busca en las demás trenzas

en las demás polleras

en todas las tierras

que te escarba

te siembra

y te riega

para que vuelvas a nacer

aquí

adentro.

 

Sueño que retornamos

a una casa que estaba escrita en los libros

que escribimos.

 

Un coro es pues lo que somos.

Releo.

 

nuevas voces se unirán al apu

y nuevos serán los recintos

Susurra Maggie.

 

 

 

Yo soñaba de niña compartir el día entero

con muchas hermanas

 

Yo soñaba de niña compartir el día entero con muchas hermanas, pero solo tenía hermanos que rompían mis muñecas y me golpeaban. Yo también los herí mucho. Ellos no quieren recordarlo.

 

De adulta me enteré que tengo una hermana que se llama Cecilia y que de niña tuve una hermana que se llamó Magda Leonor. Yo era mayor que ella por más de dos años y no la recuerdo.

 

Descubrí una foto familiar en blanco y negro en la que todos están contentos, menos Magdita y yo… Mi mano coge el vestido materno. Mi madre carga a Magdita que mira a la casa de Huasta con tristeza y miedo. Nunca me habló mucho de mi hermana muerta. Tampoco pronunció el nombre de mi hermano mayor muerto antes que naciéramos nosotros.

 

«La memoria es cosa de mujeres», dicen mis hermanos mirando al vacío.[3]

 

 

 

Martín en Chayara

 

a mi abuela yauyina, Autbertha Chaupín García,

y a su hijo Martín, mi padre

 

El corazón de mi madre es una caverna

Allí nos guarecemos del frío

Mis hermanos y yo

Pétreo y celeste es el útero

Desde donde escribo este poema.

Madre remueve la tierra

Siembra en mí guijarros oscuros

Me riega con sus sudores

Quita mis malezas

Barbecha con cuidado mis surcos.

Yo crezco entre los molles

Con las voces de cedrones y retamas

Dibujo y abro ventanas en la cueva

Excavo túneles.

Me pierdo en los laberintos de Chayara

Allí queda la chacra de mis padres

Una cuesta de piedras donde escucho

Batallas de cerros, risas de acequias.

Allí empecé a leer mi tierra

Los silencios de mi cueva

Los abismos y sus constelaciones.

 

La poeta Leda Quintana Rondón

 

Arte de navegar[4]

 

Arroja tus deseos en lo hondo

Juan Ojeda

 

a Martín, mi padre, y a nuestro tayta José María Arguedas

 

Estoy acostumbrada al ahogo

ovillada en mi cama

cargo mis piedras.

Quiero cerrar de una vez el poema que vivo

Y no puedo.

 

Esbozo con lágrimas que nadie ve

Laberintos y caminos

Sin norte

Yo ahora escribo sin puntos cardinales.

 

Canto desde el corazón de la piedra oscura que cargo

allá arriba en Shilpash o en Chayara.

Yo uno mi sueño con su sueño

viajo hasta los pulmones de mi padre

para llevarle el aire puro de Yauyos

 

«Yo quiero comprender»

Decía el adolescente yauyino recién llegado a Lima

con fiebre y a punto de ahogarse.

 

Su padre reaparece

Le regala un reloj y una brújula.

 

Mi otro abuelo es Wamani

hace cantar al viento

para curar al hijo enfermo

 

Ñoqam lluksichisaq sinchi kanchariyta

 

Mi abuela vende su única plancha

intenta calmar la tormenta

cocina para su hijo con el calor de su sangre

le lleva libros y mapas.

 

Mi padre

Lee

Viaja

Respira

Escribe

Entierra

Construye

Destruye

Navega

 

Mi padre

siembra la luz

que prende esta mañana mi hijo

el mismo fuego ancestral

 

PARA INCENDIAR

TODAS LAS CASAS UMBRÍAS

 

El mismo fuego

que abraza hoy su antigua niña

Un nuevo Arte de Navegar.

 

 

 

———————————————–

[1] Este poema en prosa dialoga con el texto del mismo nombre, de Réquiem, de Anna Ajmátova. Las cursivas del párrafo final corresponden a una parte del inicio del libro citado de la poeta rusa.

[2] Este texto-collage en su integridad, dialoga con los primeros poemarios de mis hermanas poetas peruanas que fueron publicados en 2021: Dina Ananco (Sanchiu), Gloria Alvitres (Canción y vuelo de Santosa), Karuraqmi Puririnay (Layqa, nativa de la oscuridad), Lisbeth Curay (Zoa), Lourdes Aparición (Apacheta) y Maggie Velarde (El apu descalzo). «Siento que nuestras abuelas son nuestra patria» es una recreación de Mi abuela, mi patria, título de un poemario de la poeta puneña Gloria Mendoza Borda. La cita «Un coro es lo que somos» es un verso del libro Fiesta de la paz (Friedensfeier) de Friedrich Hölderlin. También se alude y parafrasea el verso de Carolina O. Fernández «Del fuego aprendí a enternecer el pensamiento». En el tercer párrafo del poema, va en cursivas la imagen «degollada luz» de Blanca Varela; esta mención es en homenaje a ella. En este texto también aparecen nombradas y tejidas Inger Christensen, Teresa Orbegoso y Miluska Benavides.

[3] Dida Aguirre responde: Maylawpi / Sapiyki / Yachaptikipa / Manam qonqerinpalla / Yachawaqchu («Si tú / Supieras / En qué lado está tu raíz / no vivirías / Solo arrodillado»).

[4] El título de este poema es un homenaje al poeta Juan Ojeda y a su poemario del mismo nombre. Las cursivas en quechua, en traducción: «Yo haré salir un poderoso resplandor» son del escritor Isaac Huamán Manrique.

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú). Educadora, poeta y mediadora de lectura. Ha trabajado como formadora docente en varios proyectos de lectura y escritura en el ámbito escolar peruano. Realizó una pasantía artística de talleres de poesía en la escuela rural Los Pinos de la isla Lin Lin en Chiloé en el marco del congreso de Educación Artística: “Pensar lo invisible” (Universidad de Los Lagos, Universidad de Magallanes-Red Patagonia. Chile, 2022). Como poeta, ha participado en festivales de poesía como Chepén Chepén (2016), Caravana de la Poesía (2017, 2019) y Jauría de Palabras (Santa Cruz-Bolivia, 2021, 2022). Ha coordinado una muestra de poesía escrita por poetas peruanas de las últimas generaciones para la revista peruana de literatura y cultura Ínsula Barataria. Ha elaborado y publicado diversos materiales educativos. En poesía, ha publicado Constela*ciones** (2022) y La casa umbría (2021).

 

 

 

**La mayoría de poemas de Constela*ciones aparecieron en versiones anteriores en la tercera sección del libro La casa umbría, publicado por Contraeditorial Astronómica, en 2021, bajo la dirección de Nicolás López- Pérez, en Rancagua, Chile.

 

 

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