Vallejo & Co. presenta una breve selección de 4 poemas de La pérdida de las colonias de ultramar (inédito) +1 inédito, libro ganador del reciente Premio de Poesía de la Feria Internacional del Libro Latino en Tufts (2020).
Por Cristián Gómez Olivares*
Crédito de la foto www.lanacion.com.py
4 poemas de La pérdida de las colonias de ultramar + 1 inédito,
de Cristián Gómez Olivares
¿Has escuchado cantar a una ballena?
¿Has escuchado cantar a una ballena?
¿Has visto pasar a una estrella fugaz por el cielo
interrumpiendo alguna de esas conversaciones
que parecen perfectamente aderezadas con esas gotas
de astronomía ocasional?, ¿has logrado llegar adonde
termina un arcoíris, has podido identificar alguna
vez su comienzo?, ¿has escuchado el sonido de tu sangre
corriendo deliberadamente por tus venas al interior
de una cámara anecoica, esas donde lo único
que se puede oír son tus pulmones expandiéndose,
tu hígado reclamando tus excesos?, ¿has estado
sentado en la galería cuando un hincha
del otro equipo corre luciendo su ropa interior
para abrazar al único jugador que nunca
abrazarías?, ¿has leído los siete
tomos de En busca del tiempo perdido?,
¿has subido al cerro Ñielol en pos
de Teófilo Cid? Cualquiera
de estas preguntas podrías hacértela
mirando un camión de la basura
haciendo su diario recorrido
o delante de una barricada
en las calles de una ciudad que alguna
vez fue tuya y ahora lo vuelve a ser.
La poesía no está en la calle sino en las cunetas.
En los desagües tapados con hojas y colillas
de cigarrillos apagados como augurio de inundaciones
(¿recuerdan que se los dije, recuerdan que se los advertí
mientras se reían porque no podía mantenerme en pie
durante el único bautizo del sobrino que no tuve?)
y unas ganas locas de salir dando gritos al cruzar un puente
aunque eso sea una pintura que todos hayan visto.
La tragedia de nuestro tiempo no se soluciona
cambiando los muebles de lugar. Y sin embargo
la casa parece tan distinta con la tele encima
de la estufa. Y sin embargo un autorretrato
que se niegue a establecer las bases de un materialismo
auténticamente dialéctico no sé si a estas alturas
valdría o no la pena. ¿Viste que tenía
razón?, ¿viste que por lo menos me tendrían
que haber escuchado en esa reunión
donde se decidió que de ahora
en adelante, que de una vez
por todas, aunque no tuviéramos
el quorum? Dicen que hay algunos
que todavía están en la cordillera de Neltume.
Esperando órdenes. Un contacto.
Una forma de respirar
que no sea bajo el agua.
La pérdida de las colonias de ultramar
Las colonias exigen su independencia
y nosotros la libertad de Camilo Catrillanca,
el retorno de todos los exiliados y el fin del crédito fiscal,
la inmediata liberación de los obreros del salitre
y la abolición de todas las restricciones para escuchar
los ecos del bosque y luego ponerlos por escrito, la eliminación
de las diferencias entre una montaña con las alas extendidas
y una casa que reclama el derecho a decirlo todo,
el viento que nos permite hablar en otro idioma
también nos obliga a volar en parapente
porque los árboles no están despidiéndose
cada vez que sopla esa brisa de la que hablaban nuestros
profesores con el fin de impresionar a nuestras compañeras
(que se dejaran impresionar o no ya es otra cosa):
ni podríamos entender a los cerdos aunque los cerdos
aprendieran a bailar. Fue entonces que nos dimos cuenta
de que ya era demasiado tarde, de que la mesa estaba servida
y los comensales que ocupaban su lugar ocupaban también
el nuestro: fuimos capaces de ese tipo de iluminaciones
inútiles mientras no se demuestre lo contrario de las que aun así
nos sentíamos particularmente orgullosos lo suficiente
como para hacerlas pasar por algo interesante digno
de la atención de aquellos infelices súbditos de alguna
corona de la que desembarazarse resultaba una empresa
menos onerosa que leer simplemente ciertos nombres
acompañados de igual número de adjetivos:
eso era la poesía para nosotros nos dicen los que se limpiaban
con el mantel antes de sonreír ante la cámara, los mismos
porque siempre son los mismos que se reconocen
en los personajes de alguna novela aristocráticamente
venida a menos como su trama carente de intriga
y esos fundos de los que no se atreven a salir
carentes por completo de lenguaje: la épica
de los croupier jugando a la ruleta del sentido
y el tambor de una pistola girando hasta que caiga
algunas veces en el rojo, impajaritablemente otras en el negro.
Independencia es hablar el mismo idioma y no entenderlo.
Independencia es llegar demasiado tarde.
Y no pedir disculpas.
Un epígrafe
Aprendo inglés escuchando el ruido el motor.
Resucito cada vez que la lluvia cae sobre las frutas
que el toldo no cubre. Mi única epifanía es conversar
con los paquistaníes que trabajan en la tienda
como si tuvieran que estar agradecidos
de no haber muerto en el último bombardeo
de la aldea. El golpe de Estado fue mi primera comunión,
solía decir Germán Marín, el mismo que fue alumno del perro
y jugaba una mesa de pool como quien se unta los labios
con la sangre del cordero, colgando como un racimo
entre los frutos del parrón. Había un restaurant con ese nombre.
¿Se acordará de esto algún epígrafe escrito por Guillermo Valenzuela?
La tienda de los pakistaníes estaba a las afueras de un museo
al que nunca pude entrar. Sus pomelos bañados por la lluvia
son lo único que recuerdo de esa calle. Los pomelos
que me hicieron resucitar y el río a los pies de la colina.
El premio mayor es para aquel que adivine el nombre de esa urbe.
Lotería donde el círculo descrito por una rueda puede ser
o no ser el de la fortuna. Dependerá de cuál novela del mejor alumno
hayan leído. Dependerá de cuántas veces hayan echado la bola ocho
primero que las demás. Las mujeres que juegan con escote
son las mejores contrincantes. Los paquistaníes hablaban una
mezcla de agradecimiento y orgullo que nunca había visto
entre las últimas botellas de cristal todavía a mitad de precio.
El castillo de la pureza no siempre es el castillo de un vampiro.
Las llamas del Reichstag también llegaron hasta aquí.
El viento más tranquilo de todo el continente.
Pudoroso esconde sus cenizas.
A la memoria de Venzano Torres, más
una cita de Antonio Cisneros
Los náufragos tendrán libre acceso a las playas
Sirvió calzones rotos para la once y nos mostró
una primera edición de John Keats que había
encontrado a precio de huevo en San Diego.
Habían dos ejemplares del Contradiccionario
encima de una mesa. Toda la casa era de un roble
traído del sur. Eso se notaba en la forma en que
los muebles estaban repartidos en el comedor.
Eso se notaba en la forma en que la gente se sentaba
a la mesa y te pedían que les alcanzaras la mantequilla
guardada en un frasco de los abuelos de sus abuelos.
Nos habló de Luis Oyarzún y de lo poco que le pagaban
las editoriales españolas por los últimos libros publicados.
Saquen la cuenta de las horas de trabajo invertidas,
nos dijo mientras esparcía mermelada
sobre una marraqueta recién salida del horno.
Los náufragos tendrán libre acceso a las playas,
escribió alguna vez Andrés Bello, sin saber
que esas palabras terminarían siendo proféticas.
Después nos habló de Shakespeare –y el verso blanco
practicado por los poetas isabelinos. Quería leer
a Eliot y le prestamos libros de Eliot. Nunca
más lo volvimos a ver, pero habíamos alcanzado
aquellas playas donde no podrían negarnos el acceso.
Desde entonces vivimos aquí soñando con volver.
El Código Civil es nuestro guía. La silva a la agricultura
de la zona tórrida un mensaje arrojado al mar
al interior de una botella.
Véanla flotar acercándose hacia ustedes.
Leer a Rilke en estos tiempos
Leer a Rilke en estos tiempos es la frase
más reaccionaria que podríamos escuchar en boca
de un hombre de casi cincuenta años, encerrado detrás
de esa nieve real e imaginaria que cae junto a los rayos
del sol (no siempre está nublado cuando nos sentamos
a leer a Rilke y sus torsos carentes de lacrimógenas:
faltas a la verdad si no recuerdas que el sol también caía
sobre uno de esos cerros de Valparaíso cuyo nombre
desconoces, pero a quién le importa: no había
nubes, pero sí comida, había viento, pero estábamos
hablando de la distancia que media entre los cargueros
en la bahía y esa tropa de comensales dedicados intensamente
a precisar su tamaño, leer a un poeta alemán del siglo veinte
embelesado por todo lo que todavía nos embelesa
no puede ser retorno sino patadas en la boca
del estómago, no puede ser un error
sino un pedazo de pan todavía
sobre la mesa: pásamelo
porque las formas de compartirlo
son de mármol, dámelo porque todavía
tengo hambre y las empanadas no han salido
del horno y el plural de esa palabra en Alemania
es la única fotografía que no debiéramos
tomar.
(inédito)
Nota:
Todos los poemas pertenecen al libro La pérdida de las colonias de ultramar, recientemente premiado con el 1er Premio de la Feria Internacional del Libro Latino y Latinoamericano de Tufts (Boston, Massachusetts), que será publicado por editorial Axaria. El último poema, sin embargo, pertenece a otro conjunto aún en preparación, titulado provisoriamente como La enmienda Platt/Las alturas del Golán.