Por María Magdalena*
Crédito de la foto la autora
3+1 poemas de Un invierno sin Emma (inédito),
basado en el disco For Emma, forever ago de Bon Iver
Flume
I move in water, shore to shore
I.
Quise escapar a las montañas,
traspasar el largo camino
de pinos, quitar la maleza,
un pie detrás del otro,
desviarme, perderme, guiarme
sólo por el canto de los
pájaros, el silbido del viento,
las profundidades de la luz.
No me alumbraron las noches
ni los días, no hubo hambre
ni sed, apenas la insistencia
del caminante que se abandona
en un exilio con la promesa
de regresar a algún lugar.
II.
Crucé de una orilla
hacia la otra, un nado
contra la corriente:
fue tu cuerpo
anunciándose
como faro.
III.
Me sumergí en el agua
con la convicción de quien
anticipa algún refugio
en el naufragio,
un modo propio de respirar
como supervivencia.
Del otro lado aguardabas,
con el corazón llagado y
tembloroso. Tengo el erizo
en la mano, dije. ¿Cómo
tocarte? Y me enseñaste
el camino, una peregrina
que conoce los desvíos
del amor.
IV.
Porque te toqué
como
si hallara un hogar
en tu cuerpo
advertí
tu belleza y peligrosidad.
The wolves (Act II)
What might have been lost
I.
Cruje el leño, el papel de la
partitura, los signos de los días
por venir, blancos y silentes.
Una casa deshabitada tiene el
olor de lo irreversible, su densidad.
Un continuo partir.
Prendí fuego la música para
conjurarnos, pero éramos
el canto de un pájaro sagrado,
tan frágiles como persistentes.
II.
Anhelaba la comodidad de los
gestos aprendidos, la calma
que trae lo familiar, eso que no
enciende ni atormenta. Un
lento apaciguarse para retornar
a la vida sosegada en la que
me hundía antes del esplendor.
Vislumbré ese otro hábitat
como un cobijo al que podría
aferrarme cuando todo se apague
definitivamente: una casa
en la ciudad, lejos del río y las
montañas, del dolor implacable
de la nieve, una esposa amable
a la que ya no sabré cómo
amar, la serenidad que otorga
la sucesión infinita de los
pequeños actos cotidianos
que llamamos familia.
III.
Sin embargo, aún te hablo.
Atesoro la lengua secreta
que nos guarecía del
miedo y de las tempestades,
del paso decidido de la muerte.
Pido por una ceremonia
que pueda detener lo indetenible.
Pido que me sea dado
renunciar a lo inútil del amor.
Te invoco para perderte.
IV.
Afuera se cubre de niebla,
los lobos regresan, sigilosos:
huelen la cobardía del hombre
que se dio por derrotado antes
de comenzar la batalla.
Acá estoy, decías en sueños,
pero ya no hay nada. Somos
una espuma antigua como
el mundo dejándonos llevar
hacia nuevas orillas.
Creature fear
So many foreign worlds
So relatively fucked
So ready for us
I.
Hemos sido cuerpos
voraces, el banquete secreto,
la última cena.
Criaturas primitivas
devorándose para no ser
devoradas, casi
un instinto de supervivencia.
II.
La amargura de tu boca
en una nuez.
III.
No hay bendición posible
para aquello que no busca
ser perdonado.
El pecado es siempre
una elección, un desvío
necesario, un fervor
religioso.
IV.
Yo avancé sobre tu cuerpo
para corromperlo.
Quise dejar una marca
en la carne límpida
con la precisión filosa
del hielo. Deseé
permanecer.
V.
Una memoria
de lo que ardió.
VI.
Caíste rendida.
Te sostuve con el hambre
de mis dedos entre
tus piernas. La cabeza apoyada
sobre mi pecho y el sonido
metálico de un corazón
a punto de ser despojado.
VII.
Fue mi rabia. La táctica
y el cálculo del animal
cazador que sabe
cómo atrapar a su presa
entre los dientes,
sin desgarrarla,
dejándola apenas viva.
VIII.
Un ciervo herido
a través del bosque.
IX.
El daño antes del
daño: cada vez
que se acercaba el alba
resplandecíamos.
Pero las heridas de
la guerra, a veces,
se parecen a las del amor.
Team
I.
Llevabas el río
dentro, como un modo
de conservar algo
de la belleza del mundo.
Son destellos, decías,
apenas un instante
con la apariencia de
lo efímero.
A eso te aferrabas:
lo que podría desvanecerse
y sin embargo persiste
contra todo pronóstico.
II.
Podías ser el corazón
de una tormenta,
la bravura del mar
o el vaivén suave
de las orillas.
Un barco oscilante
entre la ebriedad
y el deseo.
La quietud no cabía en
las constelaciones
feroces
de tu cuerpo.
III.
Quise navegar
en tus aguas
aun
sabiéndome derrotado.
Un hombre
a la deriva siempre
es peligroso.
IV.
Buscabas el núcleo
que desata las
tempestades,
el origen del temblor
y la furia, eso
que anida
en toda pasión.
V.
Acurrucada en el pliegue
de una melodía
respirabas el viento
y te dejabas agitar
como si el cuerpo
pudiera albergar alguna
levedad. Supiste ver
a través de la bruma
con la claridad que sólo
se obtiene en el fracaso.
Te estremecía
lo que había sido tocado
por la muerte, lo que
conservaba su huella: era
lo único sagrado, tu única
reverencia.
VI.
Y el reencuentro
con la belleza
era un suspenso,
un interludio
entre tu vida y la mía.
Contemplábamos
lo pequeño, lo inadvertido:
el árbol apenas
inclinado por el viento,
una luciérnaga a punto
de morir, el silbido
tenue de ciertos pájaros.
Todo eso
te deslumbraba como
a una niña
enmudecida frente
a lo inaudito.
*(Buenos Aires-Argentina, 1984). Poeta y escritora. Psicoanalista. Editora de Las furias. Ha publicado en poesía Spleen (2013), Los nombres del padre (2016), la plaquette artesanal La pequeña muerte (2015), Continente negro (2018; 2021) y Un invierno sin Emma (inédito); en ensayo La perfecta desnudez. Conversaciones desde Alejandra Pizarnik (2018) en coautoría con Javier Galarza y Leonardo Leibson y Diario de la errancia. Elogio del viaje (2020).