Por Ioana Alexandrescu*
Crédito de la foto la autora
3+1 poemas de Suite indigente,
de Ioana Alexandrescu
Nacimiento
El habitáculo,
cuadrado.
En medio,
la muchacha.
La nube le cubría el rostro
como un telón flotando más acá del techo.
¿Le dolía?
No sabría decirlo.
Tal vez haría falta sal para saberlo.
Pasaban por su rostro aleteos malva,
del techo ondulaban vigas negras,
la luna era un charco,
sobre los pilares
cordeles rojos tiritaban.
“Campanita de oro, torre de marfil”,
soplaba el viento.
“Hilo de sangre, ojo de venado”,
susurraba la luna.
Poco después, de ella,
salía el niño.
Azul
El niño corre sobre el azul
parturiente de las migas nones.
La verdad
susurra lo inaguantable.
Cementerios de pájaros
ahondan en agravios circulares
por el horizonte.
Pistilos dulces
suben la escalera del aliento,
fecundados por la sombra colmenar,
ciñendo el poder antiguamente dilatado
de la respiración del niño.
Vámonos a la escuela,
dijo él.
Vámonos, dijo su madre,
levantándose de los escombros del cielo.
Alternidad
Desconexión,
camita de cartón,
amor,
la vena cava,
clemente,
perro grande,
indigente,
el sol de noche,
orondo.
La valentía
de aquel que no se arrastra
me vale madres.
Desprendimiento
Decir que no como si hablaras
y la palabra fuera
destello lento del vapor.
Desvanecer el aire en tonalidades tiernas
de un poema dócil,
autófago,
o simple delimitación del sonido
en la vibración del horizonte,
perpetuamente blanco en plenilunio.
La virgen colonial de las virtudes
se viste de tehuana.
Su porte bello
destella el color del cuerpo extendido en el suelo.
El sintetizador descansa en onda pulso.
La muerte
espera
en el carrusel.
Las pantuflas de felpa esperan su turno
hora tras hora,
así mismo las gafas
y el mando a distancia.
Las nubes pastan
lazos de sol derramado,
tentáculos de luz en la subida sin retorno.
Los pies que suben,
las manos que suben
y los ojos,
magníficos,
buscando la luz,
rodando por paisajes glaciares,
frambuesas y lagunas.
No hay nadie que sea ignorante.
El cielo saluda al sintetizador que escuchas.
Puede decir que no como si hablara.
Las nubes marchan rectas,
tienen el pelo largo,
sus manos son peces en el aire.
Reconocerás a tu padre en el kínder,
serán compañeros de juego en la arena,
harán muchos viajes
a los lugares que no extrañaban,
como se va de visita,
o por si alguna cosa de verdad quisieron
sentir, hacer,
o continuar.
La luz rodea el color de tu sien
dormida en la acera,
de tus ojos abiertos
ante la lenta cristalización del aire.
La vastedad del universo
anuncia un despertar sereno.