3+1 poemas de «Roberto Miroquesada» (2023), de José Carlos Yrigoyen

 

Por José Carlos Yrigoyen*

Crédito de la foto (izq.) Máquina purísima Ed. /

(der.) www.larepublica.pe

 

 

3+1 poemas de Roberto Miroquesada (2023),

de José Carlos Yrigoyen

 

 

1

 

No merezco tomar prestada tu voz. Ambos provenimos de una época

donde cada crucifijo colgado era un comité de defensa, los comunistas

peruanos se dividían entre sí hasta parecer asustadas mitocondrias:

una época que ahora es un dolor que no va a ninguna parte. La comisión

de cultura del Partido no entiende qué tienes contra el mundo andino;

tú pretendes defenderte de esos infundios (E. Hoxha derrotó todos

los argumentos adversos oponiéndoles refugios nucleares en los amarillos

campos de su patria). No te gastes, no te comprenderán y la vida

se te acaba: ¿cómo haremos para entregarla al rito? Si la heroicidad

nace de la represión, digo que eres un héroe: mayor mérito todavía

si provienes de una clase que no cuenta con ninguno en sus filas.

 

Entonces escúchame: en algún lugar de estas ramas habitables, en algún

lugar de las luces nocturnas donde reposa esta primavera conservadora,

recibimos juntos en el auto los éxitos radiales de la condición humana.

Gran cosa si tenemos en cuenta que ahora eres parte de lo que se renueva

sin tener contacto con el mundo. Tu rostro perfeccionado en las portadas

de los libros, quisiera presentarme ante ti como el pariente joven y vigoroso,

pero ya no puedo, ya tengo la edad de los líderes –y sé que nos iguala

la misma búsqueda sombría. Recaudador de la técnica musical, rector

académico de las estrellas fugaces, déjame acogerte en este mi bosque

sintáctico. Fuiste el mejor de nosotros y no merezco tomar prestada tu voz:

porque huyo del prójimo que amabas y no puedo traducir tus escritos a mi experiencia.

 

Decidiste no emprender la lucha final por tu diferencia a favor

de la decisiva victoria de millones: reconozco que te he dispuesto

en una escena complicada -muy injusto de mi parte si pienso

ahora en tu sereno perfil, de quien estudia durante el día y espera

algo por la noche, eludiendo el miedo desmedido hacia la muerte,

a un albatros conformado por infundios y difamaciones,

la partitura de toda demagogia musical. Ninguno de mis alumnos

me pregunta por ti: los intelectuales tienen entre ellos el prestigio

de los psicópatas del motor y así la palabra carece de lugar

y la vida se ha llenado de artefactos inútiles, los puestos laborales

de nuestras pesadillas capitalistas están cubiertos por completo.

 

Pero recuerda que todo lo que requiere de numeración es peligroso:

para hablar de ti y de mí debemos alejarnos del mundo visible

y entonces sabré de los tangos y los yaravíes que tu madre

te cantaba antes de dormir, de la primera tarde que leíste a Vallejo

arrodillado ante el coloso de tu soledad o cómo te desgarrabas

en tu dormitorio de adolescente al enamorarte una y otra vez

o si sufrías en silencio. Con mis imágenes ya no cambiaré nada,

pero tus ideas tampoco lo harán: el socialismo hoy es apenas

la alucinación de quien atraviesa absorto las calles de su barrio,

sinceramente afligido por el dolor de los demás, transportando

dentro del Arca de la Alianza de su conciencia la noción de culpa

 

que viajó con los conquistadores a través de todo el océano,

hasta traerla aquí y soltarla como un ocelote hambriento en pleno

desierto del Sechura. Tengo ya la edad de los líderes y es necesario

sumarnos al movimiento de lo que duerme mal, al horror susurrado,

a la aniquilación y aurora de mi reprobable inventiva: inclino

mi rostro hasta el tuyo con la confianza de quien comparte

la posesión de una escolopendra, de un título parasitario,

y te vierto en el oído que es demasiado tarde para cambiar las cosas.

Soy la mitad de esta casa, odio el canto del gallo, la realidad

concede su lugar al silencio: vuelvo a tu lecho, introduzco

mis dedos en tus llagas y así creo un poco más en ti.

 

 

7

 

Es un buen sábado para combatir esa libertad que debemos conquistar,

aunque nos haga infelices. Para ello tuviste que sumergirte en polémicas

que ya creías superadas: dicen que el desarrollo exige sacrificios propiciatorios,

suprimir la honda noche del mundo arcaico de la cabeza de los campesinos

[o cambiárselas por una mejor], suprimir las luciérnagas que merodean

los ríos de las zonas industriales, eliminar cualquier mención a las ruinas

de nuestra época, celebrar la victoria de la sexualidad consumista,

la monstruosa androginia de nuestros jóvenes. Supongo que serías abierto

frente a todo esto, que como cualquier hombre pensante sacarías provecho

de tal confusión; pero recuerda que tú mismo escribiste que a una libertad

que se resiste a ser definida es imposible pedirle cuentas.

 

Por eso lamento a estos adolescentes de intimidad clausurada. Desconocen

la intransferible belleza de la represión, las raflesias y los helechos salvajes

que crecen en la conciencia cuando es una patria oprimida. De las ideas

solo me interesan las palabras que las conforman: únicamente de ese modo

puedo entender al cuerpo deseado. Quizá yo lo entiendo así con palabras

y tú lo hicieras con la música, no lo sé. Pero sé que hasta en el momento

más intenso de tu experiencia en el mundo gay de Chicago demandaste

alguna coherencia, cierto planteamiento estético-autobiográfico al que asirte.

Tu desaparición te ha privado de forjar una obra orgánica, pero también

te libró del panorama mental con que me acuesto y me levanto: la neurosis

que se apropia de nuestras mejores jóvenes de la clase media, quienes

 

se entregan mecánicamente en los campos de la periferia (ellas mismas

me lo han contado, como quien recita una tabla numérica) sin ningún

brillo en los ojos, donde la luna es un automóvil volcado del que se espera

un inminente incendio. Tantos chicos con cara-de-nada desfalleciendo

en mi clase, sin curiosidad de reconocer una sola de las constelaciones

ni con la imaginación suficiente para distinguirlas entre extraviados

artefactos meteorológicos, satélites espía duvalieristas, objetos puntiagudos 

inmiscuyéndose en la soledad de las partes siderales. Los he visto

a ustedes haciendo en masa el uso esperable de su libertad desequilibrada,

como quien viaja durante un día entero para deshacerse de un brazo ajeno

y de regreso piensa en todas las cosas que pudieron salir mal.

 

 

 

8

 

El mar contaminado de plumas y huesos. Encontramos en la orilla

varios cuerpos de lobos de mar pudriéndose envueltos en el alegato

sumario del calor malsano. Y conté en mi paseo al menos quince

aves muertas: gaviotas, pelícanos desarmados, ostreros devorados

por el viento, restos de encendedores chinos quebrados como la luz

atravesando el vitral bajo el que alguna vez hemos leído un salmo.

 

Luego llegamos al territorio de los hombres, donde lo que termina

ha sido radicalizado. Por aquí la hierba ya no brilla, el aire aturde,

no hay ninguna confianza en el viento que en un ataque imprevisto

arranca las ventanas de los edificios gubernamentales de su mismo

marco, vandaliza anómalo las señales de tránsito, destripa cabinas

telefónicas con saña, cuelga a perros de los postes del alumbrado

 

público, hace brotar círculos doctrinarios en los pueblos jóvenes,

libera a la gente retenida en las tinieblas de la dominación cultural,

diferencia infalible al amigo del enemigo, exterminará sin dudarlo

a los sirvientes grandes y pequeños, garantiza la ávida extracción

de los productos pesqueros, perdona a quienes le loan y le cantan

no poder mantener el esquema de rimas que nos enseñó cuando

 

éramos todavía niños y lo sorprendimos retozando en los caminos

arremolinando una torre de polvo y desperdicios, oficiando como

el tótem que enloquece de pronto y abre fuego contra Mercurio,

que arrebatado derriba las torres de electricidad y nos deja sin luz

cinco días seguidos y no puede más y le endilga dos balas de oro

a la sombra conceptual de Waldo de los Ríos. Sus canciones son

 

más simples de lo que la traducción -tus propios ensayos- podría

sugerir. Un himno interpretado en la función nocturna por hombres

a un costado del proscenio y las mujeres en otro interrumpe nuestro

diálogo: un himno de alabanza dedicado al cielo de la agricultura,

a este glorioso país donde el agua se persigue a sí misma. ¿Recuerdas

la derrota de tus defensas, la capitulación de tus leucocitos, la caída

 

de Lima, la movilización masiva hacia el campo? Nos confundimos

ahora con millones de hermanos y hermanas de sonrisas brillantes

y nos consagramos al revolucionario deber de aumentar la producción

y si el cansancio y la disentería golpean nuestros hombros y la muerte                             

hiere nuestro estómago, dejemos de pensar en oraciones y súplicas.

Confiemos entonces en el viento. Confiemos en la fuerza colectiva.

 

El poeta José Carlos Yrigoyen

 

10

 

Sensamilia. Me pregunto cuánto pudo ayudarte en el tramo

más difícil de todos los que atravesaste, ese rodadero donde

ya no hallaste las imágenes que necesitabas, si esta variedad,

o quizá el Oro de Acapulco traído de contrabando dentro

de la ropa interior de un purser habrían conseguido darte algo

de paz en aquellos últimos días, si hubieran aliviado el desasosiego

que modela tu rostro en las entrevistas testamentarias. Preguntas

insistentes como las réplicas de un sismo, a las que contestas

con la libertad de quien no tiene nada que perder (salvo un amor

cultivado durante dieciocho años de creciente creatividad,

de una felicidad que urdiste sin ningún blindaje, una felicidad

que fue tu solitaria conquista revolucionaria junto a esa tienda

 

de vinilos importados de música culta que instalaste en tu casa,

vinilos inhallables en la Lima sitiada por enloquecidos aranceles,

de casetes grabados en una ciudad donde es más difícil escuchar

a Villa-Lobos que en Harare o en Managua). Libertad de quien

ya nada tiene que perder y sin que te tiemble el bigote de joven

oficinista lo dices cincelando cada sílaba: la cultura andina

está condenada a desaparecer y la enterrarán, entre nuevos ritmos

electrónicos, sus mismos hijos. Solo aceptando esa realidad

podremos hablar y definir el origen de tanto terror: un renacimiento

cultural provendrá de los barrios pobres de Lima, un lenguaje

que carece de sustantivos abstractos contribuirá a una expresión

desarreglada, pero por ello misma auténtica, como un fuego

 

inexplicable en la lista de cosas que nos faltan. Sensamilia,

sensitivo erario del sonambulismo: uno despierta cuando ya

no puede contener más los sueños y estos por fin se entremezclan

con el aire, fijados por el deseo, notorios en su interposición:

sueños documentales y sueños de ficción enlazados por la tolerancia

del sol, por el mazo de nuestra respiración, por la urgencia

de aprovechar el poco tiempo que queda lo máximo posible.

Puede que me equivoque. Tantas veces me he equivocado,

cierras así tu intercambio con dos reporteros locales, como

las puertas metálicas de los negocios del centro a las once de la noche. 

Cuando más tarde estés solo te desharás de cualquier limpieza

y probarás lo mejor que tu propio cuerpo tiene para ofrecer.

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1976). Poeta, narrador y ensayista. Ha publicado libros de narrativa, otros documentales. También ha escrito seis libros de poesía; el último de ellos es Roberto Miró Quesada (2023). Prepara la publicación de otro poema llamado Rhodesia.