Por Olvido Andújar*
Selección por Marco Vidal González
Crédito de la foto (izq.) archivo de la autora /
(der.) Ed. Lastura
3+1 poemas de Érase que se es (2023),
de Olvido Andújar
Pensamos que no tendría consecuencias…
Pensamos que no tendría consecuencias,
aquella falta de sol tan de repente,
aquel olor a cuerno quemado y tanto frío,
que daría igual la desaparición de los dinosaurios,
que no nos reconoceríamos en sus fósiles,
ni recordaríamos que un día fuimos reptiles vertebrados.
Creímos que no pasaría nada grave
porque los dragones abandonaran los cuentos
para sustituir a nuestros bisabuelos ovíparos,
que su aleteo furioso no traería cataclismos.
No vimos la relación entre domesticar al lobo
y llenar el caudal de los ríos con petróleo.
Lo arreglamos todo mirando al cielo
y buscando de reojo nuestro ombligo.
Pensamos que no tendría consecuencias,
pero las garzas ya sobrevuelan ciudades grises
que han cogido un extraño olor a ceniza y polvo.
Dicen que cada vez nacen menos niños.
Tampoco se reconocerán mañana en nuestros fósiles.
La rana y el escorpión
Nos lo advirtió Esopo unos seiscientos años antes
de que empezáramos a celebrar las navidades.
Si la rana da cobijo al escorpión en su regazo
acabará siendo asesinada.
No morirá de muerte natural,
la matará con su aguijón,
quemándola viva,
tirándola por un barranco
o de trescientas puñaladas.
Poco importarán las promesas,
los «parecía un tipo normal»,
que no levantara nunca la voz,
que fuera un buen vecino.
Después de la sorpresa habrá un entierro.
Alguien pronunciará unas palabras.
La llorarán otras mujeres,
que se ofrecerán al cuidado de sus crías.
Esopo no nos dijo nunca que la custodia
pasaría al asesino de su madre.
Los jueces no han descifrado
la moraleja de la fábula
y creen todavía que son padres
antes que escorpiones.
De hormigas y cigarras
Siempre habrá una hormiga
o un ejército de ellas,
que considere su trabajo el prioritario,
el legítimo, el prestigioso, el imprescindible.
Ellas son quienes levantan con sus brazos,
su cerebro y sus minúsculas espaldas,
una sociedad que sin su existencia
estaría condenada al fracaso.
Para hacer su misión más soportable
de vez en cuando paran la maquinaria
y escuchan cantar a las cigarras.
Incluso bailan y tararean los estribillos.
Contar cuentos en las plazas
es una diversión que entusiasma a las chicharras.
Ni comparación tiene la seria labor de unas
con las aficiones y disfrute de las otras.
No es equiparable al trabajo de una hormiga,
la responsabilidad, el esfuerzo, la formación.
La construcción de un hormiguero,
el diseño de la logística de la obra,
crear las herramientas más útiles
planificar las comidas de la semana,
llenar la despensa cada día,
tomar las decisiones por todo el grupo,
organizar los eventos de la hormiga líder,
no es –no puede ser de ninguna forma–
igual que tumbarse al sol
y recitar un poema de memoria.
No vale igual el minuto de una cigarra
que el de una intrépida hormiga.
No tributan a la sociedad de la misma forma.
Por eso, cuando haga frío,
cuando llegue el hambre,
cuando se haga de noche,
cuando venga la enfermedad,
las hormigas cerrarán las murallas,
darán aviso a la policía,
ordenarán los desahucios,
encarcelarán a las cigarras si es preciso,
les taparán la boca para no oír sus súplicas
en la misma entonación
y con la misma melodía
con las que bailaron felices
mientras construían su imperio.
Un fémur fracturado
No fueron las pirámides de Egipto,
ni las cariátides de Atenas.
Tampoco el relato en cuneiforme
de Gilgamesh y su amigo Enkidu.
Nuestro momento más brillante
no estuvo en la rueda o la palanca.
No se lo debemos al fuego,
ni a la cerámica, ni al bronce.
No fue darnos cuenta de la harina,
del vino o de las nueces.
No estuvo en manipular el hierro
hasta obtener un arma puntiaguda,
ni un hacha para cortar árboles
o la cabeza de un venado.
Tampoco acuñar ningún tipo de moneda,
jerarquizar el género o inventar los dioses.
El momento cumbre de la civilización
fue el tropiezo de una criatura.
A saber qué estaría haciendo,
cuando cayó contra unas rocas
y sintió el mordisco de una bestia.
Ya había pasado otras veces.
Y todas dejaron atrás el augurio del desastre.
La herida de un miembro de la manada
ponía en peligro a todo el grupo.
Pero esta vez fue diferente.
No sabemos por qué lo hicieron,
pero se pararon al borde del camino.
Encendieron unos troncos,
cubrieron la tierra con las pieles
y cuidaron del fémur fracturado.
Quizá hasta le contaron cuentos
de bisontes que huían de las flechas.
El hueso sanó y retomaron el viaje.
No hubo antes otro momento
en el que fuéramos más fuertes,
más invencibles, más personas,
que cuando detuvimos la marcha
para cuidar de nuestra gente[i].
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[i] Para la antropóloga y poeta Margaret Mead (1901-1978) el primer indicio de la civilización humana se encuentra en el hallazgo de un fémur humano que se soldó tras haber sido fracturado. Esto significaba que alguien cuidó de esa persona mientras estaba convaleciente, mostrando una solidaridad revolucionaria.
*(España). Poeta. Se desempeña como profesora de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid (España). Colabora en Pikara Magazine y es miembro de los colectivos feministas de poetas Sororidades y Genialogías. Tiene un perro llamado Ñascu, que es el lobo más bueno del cuento y cree que la palabra es el mejor patrimonio de la humanidad. Ha publicado en poesía En clave de jazz (2020) y Érase que se es (2023), y ha participado en libros colectivos como La satisfacción del deber cumplido (2023) o Discípulas de Gea 2 (2018).