3 poemas de «Nadie dirá que estuvimos aquí» (2023), de Alicia Louzao

 

Los poemas que mostramos a continuación, pertenecen al poemario Nadie dirá que estuvimos aquí (2023), de Alicia Louzao, el mismo que obtuvo este año el V Premio de Poesía Centrifugados / Pueblo de San Gil.

 

 

Por Alicia Louzao*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Liliputienses /

(der.) archivo de la autora

 

 

3 poemas de Nadie dirá que estuvimos aquí (2023),

de Alicia Louzao

 

 

La reina de la noche

 

«Todos los peligros que encierra el mar, todos los de la tierra»

Ovidio

 

La reina de la noche y el dedo en el mapa 

que mueve sobre la hoja y despierta el agua que surge de la tierra 

y abre los dedos en una especie de camino por donde circulan los desaparecidos. Con una bolsa de patatas fritas, un reloj de bolsillo y la mochila de aquellos que llevan todo lo que tienen como un clavo en el ojo. 

La reina de la noche y el dedo en el mapa 

que mueve en la mesa y tuerce y arruga hasta el punto en el que las venas se llenan de peces de plata y escamas en la piedra. 

Y escamas en la piedra. 

Y los caminantes que cruzan el agua que surge de la tierra y la reina que mueve los dedos como si sostuviera todas las razones entre los dedos. 

El dedo en el mapa. 

Pero estas cosas no las sabe nadie. 

Porque la reina de la noche se oculta en un pequeño apartamento de cortinas blancas y azulejo en el suelo. Lleva los pies descalzos. La arruga en la frente. El dedo en el bolsillo del pantalón vaquero apunta el mapa encima de la mesa 

que despierta el agua. 

La reina guarda todos los países en un mueble de Ikea. Y guarda todos los mundos. Y guarda todas las flores. 

Cuando está triste, 

agita el mapa como una tela fina sobre los cuerpos, 

como si el río cruzase la garganta,

agita el mapa y los caminantes pierden el equilibrio y comprueba la hora en sus relojes de acero inoxidable. 

Todavía las cuatro de la tarde. La hora imprecisa y toda la melancolía. 

Cuando la reina tiene sueño se dobla sobre el mapa y los caminantes sienten el peso de la noche sobre sus cabezas. 

Porque el pelo negro. 

Porque los rizos. 

Porque la reina descansa sobre todos ellos y ellos abandonan los caminos y buscan el ojo de la luna para que no apague: 

la lumbre en la mano 

y la bolsa de patatas que nunca se acaba cuando se tiene hambre. Los dedos llegan hasta donde la reina duerme 

con la cabeza como el mundo sobre el otro mundo de los caminantes. 

Y cuando está triste la noche sube hasta la garganta y de las venas del mapa salpican los peces y llegan hasta los cuerpos de los caminantes. 

La reina con el dedo en el mapa. 

Pero esto nadie lo sabe. 

Nadie sabe que el día largo con las horas arrastradas comienzan cuando ella no encuentra la bolsita de té negro, la cuchara de azúcar, el pan, la mantequilla, el pájaro en los ojos que la avisa de que son ya las dos de la tarde y los caminantes se mueven en la tierra 

y el mapa se arruga en la mano de la reina de la noche 

divorciada, metro setenta, piscis ortopédico, caja de galletas con dibujos dorados, alergia al polen porque es la reina de la noche y con estas cosas ella lo recuerda. 

Mueve el dedo la reina y se mueve el agua. 

En el cajón del mueble de Ikea guarda el mapa de todos los ríos y todos los países y todas las ciudades antes de que desaparecieran. No ve a los caminantes pero ellos la ven un poco a ella cuando llueve finito sobre los cuerpos. 

Y los ríos de plata.

Cruzando la tierra llenos de agua y llenos de peces que la reina de la noche cuenta con las puntas de los dedos no sean que se despierten. 

Y con el dedo en el mapa desordena las piedras y los insectos. 

La reina busca el desayuno o duerme o simplemente se seca el pelo dentro del baño de azul y de niebla. El mapa de los países dentro del cajón y los caminantes que pasan frío cuando la reina se olvida de ellos o busca el desayuno o simplemente se seca el pelo. 

Solo la ven un poco llueve finito. 

El mapa se arruga sobre los dedos y se mueve el agua. 

La lumbre en la mano. 

Pero esto nadie lo sabe. 

 

 

El viaje

 

«¡Te atreviste (…) a sacrificar a tantos héroes con ayuda de un solo hombre!»

Ovidio

 

Cinco chicos como cinco torres y sus cinco maletas con cinco chicos dentro.

Larga es la noche.

Yo los miré con el cristal en los ojos. Con las manos en el pecho. Con la oración en los labios. La luna como una amenaza sobre los cinco chicos como cinco torres. La luna como un espejo de la luna que los miraba.

Ella también hubiera bajado. Con las manos en el pecho. Con el cristal en los ojos. Con la oración en los labios.

Y el frío que brotaba como vapor de agua en el autobús a Coruña. Diez de la noche. Andén de llegadas. Cinco chicos como cinco serpientes con cazadora negra y cinco maletas con cinco chicos dentro. Una lámpara para el baño. Una bolsa con galletas. Unas piernas que se abrían en la noche y cruzaron la carretera mientras yo continuaba con las manos en los labios. Con la oración en los ojos. Con el cristal en el pecho.

Tenía que suceder algo malo.

Algo así como que los cinco chicos atravesaron la luna y la descolgaron de donde nadie se atreve a llegar. Algo así como que los cinco chicos robaron carteras o se llevaron mis manos.

Podría haber sucedido lo que cuento.

Tú esto no lo viste.

Larga es la noche.

Sus cabezas oscuras y sus pantalones vaqueros. Gomina de carnaval. La fuerza de los héroes clásicos. Tabaco. Y yo que pensaba que tenía que suceder algo malo porque cómo va a ser de otro modo.

Tú esto no entiendes.

Larga es la noche.

Y en mi gabardina oculté los ojos y oculté las manos y oculté la oración en la que yo nombraba a los cinco chicos extraños. Cinco chicos que vinieron de lejos. Cinco chicos cargando maletas.

Y los chicos se volvían de oro.

Se agarraban a mi cuello.

Se quedaban aquí y no llegaban a sus casas de plástico y puertas de madera. No se sonarían los mocos. Tampoco dormirían para siempre. El frío que llegaba a mis manos. A mi pecho. A mis ojos. Y ellos fuera y las cruces sobre la boca.

Tú esto no lo sabes.

Larga es la noche.

 

La poeta Alicia Louzao

 

El punto impreciso 

 

La niña en el viento y las manos en los cables. 

No fue fácil. 

Los ojos que temblaban ante las primeras horas. Y tú con todas las flores en la garganta.  No fue el ejercicio de matemáticas del obispo, 

que espera que limpien con cuidado su silla de bronce. 

Y pide la de otro con los puños cerrados. 

La niña en el viento y las manos en los cables. 

Y la cara que contempla la puerta de vidrio que no permite el paso.  Una cena en el otro lado. 

En el que no es el nuestro. 

Las luces encendidas de los intrusos que saben tanto. 

La niña en el viento buscando cobijo, 

como si los fenómenos atmosféricos solucionaran el estómago vacío. La falta de verduras. La bolsa de plátanos. Las seis horas de siesta un martes por la tarde. 

Las manos en los cables. 

Y ese punto impreciso en el que los dedos son materia de plomo y son peligro. Ese punto impreciso en el que los dedos despiertan las agujas. 

No fue fácil.

 

La niña en el viento. 

Las manos en los cables. 

Todo lo que consiguió la cara que se asoma a la puerta y que no busca el paso sino el plato de la cena. 

Todo dentro de una caja y todo perdido. 

Los otros con las luces encendidas. 

La espera. 

Porque la espera es la barca que se queda prendida en una ola 

que no llega 

que no llega 

pero que tampoco se olvida. 

La niña en el viento. Sobre el punto impreciso. 

Las manos en los cables. Que pesan como diez kilos de nueces que no saben que nacieron para volverse batido de especias, cereales con leche, motivo de muerte por asfixia. 

Todo dentro de una caja y todo perdido. 

Las manos en los cables. 

Y el punto impreciso. 

 

 

 

 

 

*(Ferrol-España, 1987). Poeta y narradora. Doctora en Filología hispánica por la Universidad de Salamanca (España), licenciada en Filología hispánica por la Universidade da Coruña (España) y licenciada en Filología inglesa por la Universidad Complutense de Madrid (España). Se desempeñó como profesora en dicha Universidad y como correctora editorial. En la actualidad, es profesora de Lengua y literatura en un instituto público. Obtuvo el VIII Premio Internacional de poesía Jovellanos y el V Premio de Poesía Centrifugados/Pueblo de San Gil, así como una mención de honor en el I Premio Internacional de poesía Asterión, una mención especial del jurado en el XI Premio Internacional de poesía Yolanda Sáenz de Tejada y fue finalista del 76º Premio de Poesía Adonáis. Ha publicado en poesía Manual para la comprensión del insomnio (2019), El circo volador (2020), Las niñas que no queríamos ir a la escuela (2021), Babilonia dream (2021), Diarios del año de las moscas (2022) y Nadie dirá que estuvimos aquí (2023); ha participado en las antologías de poesía Naturaleza poética (2022) y Lo que debería haber dicho a mis ex (y nunca les dije) (2022); y de relato El dolor de las abejas (2021).

 

 

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