Por Willy Gómez Migliaro*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Ícata /
(der.) Estefanía P. Lanfranco
3 poemas de Manantiales (2021),
de Willy Gómez Migliaro
La llegada
En un pueblo se une mi torre de pájaros.
Si lo entiendes mejoraría esa escritura
que felizmente no dice nada.
Estamos impacientes si alzamos la vista desde la presencia
de una vida nueva donde proclamas la búsqueda
del escenario que presume nuestro hogar en el campo.
Como sea que se viva
hay una tradición de revolución futura:
el cuadro de arcángeles desde la sala,
al frente los duraznos
y una prefiguración
como si hubiéramos iniciado cierta batalla de siembra y cosecha.
Fijación de una creciente si intentas el regreso del campo
o si las manzanas de lado donde trasplanto tunas
esparcen línea y conocimiento de tu cuerpo.
Deseo en las prisiones de uno.
Cuando la línea del sexo levanta frazadas
se hace evidente el sonido
de los hombres felices en nuestras latitudes.
Nos llaman. Ahí está
el resto del provecho y debo mi ausencia
en la cocina con picado de queso y pan.
Algo sencillo prefiere la confianza de ser otro.
Lo llamas durante horas en una sumersión
contradiciendo ese lenguaje
del cuerpo ante la llegada. Se siente –dices
un paisaje de locura y no coordina contigo sino con él.
Me ha traído pan con aceitunas
y una construcción volviéndose río.
Casi siempre mueves la línea de la expresión oral
como fábula moderna sin religión que rebate
el alimento europeo.
En este pueblo alimentamos a los perros
y avistamos brisas contagiantes.
El televisor prendido deja constancia del riesgo
de ese lenguaje respecto a ti
y en esa misma dirección de exclusión de paisajes viejos.
Ya hemos visto un arte en verdad silencioso
y conviene a nuestro entendimiento
o saber de un curso
la realidad medio confusa.
El sello de las avispas
La acción renace espacial desde lo real
no esa magia de cuerpos o lagunas juntas, sino
de un nudo en la impureza.
Dimensiona la azucena y su roce.
Los puntos negros sorprenden desde tu doblez.
El jardín flota
negra, desea, llama
en el empuje de rama en rama en tu cuerpo
de codo a codo sin la fuerza
del vuelo que aquejaba un despertar.
Hasta la voltereta tiene espacio y ventila
sus animales. La abeja, por no decir
seres que zumban y se cruzan en un día de sol.
¿Cuál es el punto?
¿Cuál es la dependencia?
¿Qué la separa?
El campo amarillo, creo, y luego un grano de maíz.
Así la impresión
paraliza sensaciones de zumbido
y permite habitaciones o señales
de estación y convivencia.
Acciones de rotura
en el espacio de la intervención.
Habías hecho ese primer punto negro de entrada
y de reconocimiento en la noche de los tiempos.
Tal vez abrimos nuestras interpretaciones sobre los alfalfares.
Desde arriba, decías, otra vuelta
desde el vientre cuando se prenda la luz. Así mejor
avispas
mientras no sea dolor o simplemente
borrachera y lujo ese valle del que tanto hablan.
Hay contención en el espacio.
Se detiene la montaña en una escena
de cambio de cielo, de árbol hecho en su espera
y la probabilidad de descubrir
dependencias.
Ya no viene el zorro
De nuevo el viento.
Esta vez no es nada contra ti. Se trata
de un cruce por donde vine.
No creerás, pero un tiempo
inundaba el lago que no era mío cuando lo partí.
Era el viento en una pared
y una mirada satisfecha de quienes creemos girar jaulas
aunque no podamos con las detenciones.
Sujetos de otro animal me traen un sollozo.
El zorro ya no completa la huida
o la intención de abrir la caza
y las dos ventanas hacia los cerros.
Se detiene alguien en la cocina del patio
o es el cruce
o la bestia de la carne y de la ira
que junta los estacionamientos
y van de los pocillos del asombro
a las páginas del libro.
Un círculo de detenciones.
Se cae una claridad de las huellas del reclamo en otro exterior.
De nuevo el hedor brillante del zorro en el cruce de una chacra.
Se esconde entre los tablones del camión
y se busca sabrosamente.
Es una organización?
Es la helada y sus estruendos en el pararrayos?
Nada, dice el mascarero, todo esto es la indolencia del mono
que viene de allá cada vez en un alrededor.
Tiempo de pacaes, querido, el zorro no debe volver.
Cada vez de tus visitas estás convirtiendo el hedor de la siembra
en una carga de interpretaciones.
Esto es la claridad de un animal
que te devora en la multitud de una mancha,
No habrá entradas de buen morir.
Nacen los punzones
en las manos de nuestras alumnas,
traen tubos de plástico y abren mitades
por donde nacerán las lechugas hidropónicas.
No habrá tiempo para el gusano
abajo en su verdor de plano sombra para las ranas
si llegara el tiempo de la lluvia.
Una vez, regresaba a casa y los sucesos
de un pueblo tenían un espiral de historias tardías
en las peluquerías donde un comentario
de cortes e injertos de manzanas
tenían como personaje al zorro.
Hubiera querido bajar la atmósfera
de un género hacia canto del otro que muere.
Se trataba del pueblo de los pacaes y de las manzanas,
tal vez celebración de Paucartambos.
Las autoridades del municipio
prefirieron imitar silencios de uno
y la ferocidad en el discurso
del signo capital del zorro
escondiéndose en sus trampas.
*(Lima-Perú, 1968). Poeta y docente. Dirigió las revistas de poesía Polvo enamorado (1990-1992) y Tokapus (1993-1996). Obtuvo el Premio del Festival Internacional de la Lira en Cuenca-Ecuador (2015). En la actualidad se desempeña como profesor de Literatura y consultor en Educación. Ha publicado en Poesía Etérea (2002), Nada como los campos (2003), La breve eternidad de Raymundo Nóvak (2005), Moridor (2010), Construcción Civil (2013), Nuevas Batallas (2014), Lírico Puro (2017) y Manantiales (2021).