3 poemas de «La educación de los reyes» (inédito), de Néstor E. Rodríguez

 

Por Néstor E. Rodríguez*

Crédito de la foto Kerstin Oloff

 

 

3 poemas de La educación de los reyes (inédito),

de Néstor E. Rodríguez

 

 

Al llegar a la casa familiar

 

La casa sigue allí,

detenida ante el trajín de los comercios,

con su enrejado señorial

y el ojo de buey observando

las inevitables mutaciones del paisaje.

¿Es Diógenes el que se acerca

con los bidones del ordeño?

Viene en un rucio maltrecho

que luce menos cansado que él.

Flérida Dolores hierve la leche

en una olla inmensa a la que me asomo

para encontrar un fracaso de nata y espuma,

pero ni un solo dolor de los del nombre de Mamá.

En la acera se alinean los compradores.

Traen botellas que regresarán rebosantes

al sopor de todas las moradas.

Sí, alguien limpia una escopeta en medio del patio.

No le teman. Bajo esa aparente reciedumbre

hay un hombre compasivo.

La casa de entonces era un mundo apacible

pidiendo sin exigencias la palabra que lo habitara.

Ya resuena el jaleo del desayuno.

Carmen se acerca desde el jardín contiguo

para dar de una alegría que contagia

a sus hijos y a mi madre.

La mesa está servida,

a su alrededor gravitan todos los apegos.

 

(inédito)

 

 

La Montalva

 

No dijeron adiós.

En la cubierta del vapor

se contentaron con mirar

la placidez de la ensenada

hasta que el agua mudó a un azul hiriente

y anegó el espejismo de los pastos.

 

No hallaron apacible

el trajín de la caleta en la tierra de acogida,

el parque sin paseantes,

el compás acelerado del hablar. 

Pero insistieron en hacer de ese páramo

un origen. 

 

Jacinto murió ahogado

por la humareda de la caña.

Fueron diez los hijos de Ramona

contra todas las prevenciones

de su cuerpo diminuto.

La cuarta dio a luz a mi madre.

 

De esa raíz

queda el nombre de un barrio en Guánica,

la huella de los Montalvo en La Romana,

el poema que los eleva del olvido

bajo una luna turbia y estrellas que no se ven.

 

El poeta Néstor E. Rodríguez, leyendo Crédito de la foto: Herminio Rodríguez

 

Higüeral

 

La vieja tienda sigue en pie

ante el polvo de la plaza.

Máquinas y gente han consagrado

ese espacio con la gravedad de un ritual

que llamaré la vida.

 

No entendíamos la lengua

en que el viejo Guelo

discutía con el cliente.

Desde nuestra pequeña humanidad

el abuelo era un dios justiciero

al que todos amaban y temían.

Junto a él,

sujetando nuestras manos

sin decir palabra,

estaba la abuela.

Bastaba una mirada,

un simple gesto,

para volver las aguas

a su curso apacible.

 

Los abuelos se han ido

y el sitio de su descanso

ha de estar descuidado.

El arce que se deshoja

frente a mí

en la ciudad del invierno

es testigo de mil historias,

pero no me conoce.

Yo sigo siendo el niño

que sujeta la mano de la abuela

y mira el polvo de la plaza.

(de Limo)

 

 

 

 

 

*(La Romana-República Dominicana, 1971). Poeta. Licenciado en Literatura Comparada por la Universidad de Puerto Rico y doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad Emory (EE.UU.). Se desempeña como profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Toronto (Canadá), en donde además es director del programa de Estudios del Caribe. Ha publicado en poesía Animal pedestre (2004), El desasido (2009), Limo (2018) y Poesía reunida (2018).

 

 

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