Por Denisse Vega Farfán*
Crédito de la foto (izq.) Alastor Eds. /
(der.) Lidia Farfán
3 poemas de Fiesta (2021),
de Denisse Vega Farfán
Colinas de cuerpos, cementerios de terracota.
Entre ellos crecimos, elevamos nuestras ciudades, nuestro deseo,
nuestra forma de caminar hacia la muerte.
Cementerios de aire -¿como el de las palabras?-,
cementerios de papel brillante y voluntades de helio.
¿Bailaron lo mejor que pudieron?
¿Bailamos lo mejor que podemos?
En cuanto más sencillo el paso; mayor el margen de error.
Bailar mirando hacia abajo para no tropezar,
a los costados para evitar ser derribado.
Moverse defensivamente: no bailar.
Bailar pisando al otro, apoyado en el otro,
depositar el cansancio de los que no alcanzamos a sospechar
en nuestro bucle incalculable.
Bailar con sincronías que no podemos explicar
-un ritmo antiguo para la supervivencia-.
Traer en estos giros a los desconocidos
que heredamos y parimos a cada hora,
que resistimos y violentamente apagamos.
Ser un vacío engrasado entre ellos,
un dial que capta toda su aluvial música.
Nacimiento
Luces de colores: perseas, líridas, desciendan sobre mí.
Chorro estelar, eyaculatorio: no soy aún una posibilidad.
Las milicias paternas persiguen el sol de mi madre
que se posiciona central, en el dínamo de una negra galaxia
que apaciblemente ignora.
Solo una duda, la que ella califique menos peligrosa, alcanzará su núcleo
y la multiplicará hasta hacerla crecer como un bulto carmesí en sus entrañas
que, luego de madurar lo suficiente para enfrentar los duros climas del orbe,
habrá de expulsar evitando que la mate.
Luces de colores: me alimento de sus mejores zumos;
abandono mi gelatinosa condición de mancha en la intermitencia inaugural.
El raudal de silenciosos sismos que preceden al nacimiento
o una mejorada versión de saurio –eso se pretende-
hace su nicho en el hangar de mis células.
¿Y el órgano de Poesía?: indetectable al transductor.
¿Desde qué cálculo audaz de esta ingeniería
-que me talla el mural de mis predecesores-
viene replicándose esa invisible molleja de fauces y palabras,
que me resumen escribiendo aquí ahora?
Madre acaricia la redonda superficie de su anhelo,
la luz del mundo golpea su techo prolijamente cableado,
por donde la vida insiste con su lenguaje de ostra.
Es hora de salir, dice la luz, con suavidad, a veces con violencia.
Pero yo duermo.
Luces adentro abrazo la incertidumbre de no saber qué soy:
¿un meteorito, una tumoración?
¿Será por eso que no salgo y su lecho pélvico me envuelve más y más
como una reserva de proteínas contra la hambruna?
Esas puertas por las que pasó pitando el deseo
no ceden paso a su última transformación que soy yo.
Un delgadísimo corte, ojo de lince previo al zarpazo, me asoma.
Luces de quirófano: el mundo intenta controlar su hemorragia
desde que fue mundo,
se coloca guantes de polietileno para simular asepsia
y no dejar rastro del zarpazo que me despierta
a su celada.
*
Lo que retorne el mar no será la misma criatura.
Como en la vida, me adentro sin saber nadar.
Camino, pesadamente, hasta que toda visión de mí es una cabeza,
una boya que no orienta los barcos hacia los grandes cardúmenes
pero advierte del hundimiento de un artefacto de circuitos misteriosos
que es mejor evitar.
Me sumerjo, corroboro la complicidad de mis pulmones
cascados por un asma infantil.
Aun así, los conmino a retener la porción necesaria de aire
más un excedente de contingencia.
Pierdo peso -ligerísima alga-.
El agua bloquea el monologante bullicio
de la máquina que allá afuera nos galopa.
Toda lucha se reduce a que mis alvéolos
-ya casi violáceos por retener el dióxido-
no cedan a la tentación de la entrega.
Floto por el prodigio del líquido amniótico
que me nutre y asiste hasta el fin de mi desarrollo fetal.
Si abuso de su benevolencia; se volverá contra mí.
Reconozco mi finitud.
Exploro los límites de la percusión de mi cuerpo,
el llamado de mis latidos que acuden
en contundentes golpes contra mi tórax
recordándome que aquí sigo,
que el ser humano podría ser, si se empeña,
una especie de hydra a su mamífero modo
luego de haber sido innúmeras veces desmembrado.
En un esfuerzo, abro los ojos, la isla me muestra su perfil escondido
aguardando el acallamiento de las naves.
¿Soy una nave que te estorba?, fabulo interrogarla.
No, pero tu tiempo aquí se ha terminado,
regresa a la superficie con los de tu especie.
Asciendo, y mientras lo hago con la aorta al borde del estallido,
un sedimento se desprende de alguna parte de esta otra isla
que secretamente llevo, flotante, en una estupefacción primordial,
para adherirse a su ínsula mayor.
(fragmento del poema “Isla Blanca”)
*(Trujillo-Perú, 1986). Poeta. Obtuvo el Premio Poesía Joven del Perú Ha publicado en poesía Una morada tras los reinos (2008) y El primer asombro (2014 y 2019), la plaquette Hippocampus (2010), en francés Une demeure après les règnes (2013) y Fiesta (2021).