Vallejo & Co. publica esta compilación mínima de textos de Juan Larrea, realizada por Benito del Pliego y que fue publicada originalmente en la revista Tse Tse, bajo la edición de Reynaldo Jiménez.
Por Juan Larrea*
Compilación de textos por Benito del Pliego**
Crédito de la foto www.seminariojuanlarrea.blogspot.pe
3 fragmentos para una autobiografía,
por Juan Larrea
Primera lectura de Vicente Huidobro
Gerardo [Diego] había pasado unos meses en Madrid preparándose paras sus oposiciones. Y al regresar a su casa de Santander, se detuvo veinticuatro horas en Bilbao. Era el 2 de mayo [de 1919] precisamente. Traía novedades. Se había enterado en el Ateneo de Madrid por Eugenio Montes, uno de sus compañeros, de que acababa de surgir un movimiento moderno y revolucionario en poesía, el Ultraísmo. Traía consigo un ejemplar de la revista Sevillana Grecia, núcleo focal del movimiento. Y también traía escritos a mano tres poemas de Vicente Huidobro, que acababa de copiar del libro Poemas árticos, que le había prestado Montes.
Me impresionó la novedad en tal forma que a partir de ese día empecé a sentirme otro. El contenido de Grecia era interesante por su información nacional e internacional y en cuanto a los fines que perseguía. Y hasta a veces era chistoso. Pero los poemas de Huidobro me resultaron decisivos. […]
Aunque hoy pueda parecer extraño, el poemita «luna» me conmovió. […]
Su lectura me sumió en una atmósfera de ultramundo. Sentía su realidad como de extrema lejanía, coincidente sin duda con mi estado psíquico y quizá por ello no del todo ajeno a mi conciencia personal. No se describía en esos versos una situación fuera de lo común, sino que se la plantaba vívidamente, aquí no más, de golpe, mediante un plural que en algún modo parecía concernirnos. la luna suena como un reloj. Produjo en mí esta sentencia algo así como una traumatismo poético. Se construía la frase sobre un adverbio de modo, como un símil cualquiera, pero dentro de un ámbito como de campana neumática, sin tiempo ni lugar, que presuponía otra especie de existencia humana. No se trataba, sin embargo de un estado mental, literariamente abstracto, sino de un hecho correspondiente al mundo concreto de nuestros sentidos biológicos. […] Lo sustantivo era que la luna, lo absolutamente silencioso, sonase como con tiempo y vida propios, cosa que implicaba una transfiguración, distanciando el fenómeno de nuestra realidad de seres humanos proyectándonos a otra vivencia del cosmos. […]
Se abismaba uno en un gran misterio parapsicológico. No se entendía racionalmente la situación, pero se sentía su profundidad vegetal, animal y sobrehumana. Era como haber pasado del anverso al reverso de la existencia.
de «Vicente Huidobro en Vanguardia» (1978)
Estancia en Perú
[E]n febrero de 1930 [quien esto escribe] llegó al Perú embarcado, como “aventurero del Espíritu”, en un destino en el que la poesía, identificada con el concepto real y enteléquico de Vida y dotada con la plenitud de libertades y ambiciones presupuestas por el arte moderno de compromiso o pundonor más extremado, había asumido vigencias absolutas. Su meta era Juli, a orillas del lago Titicaca. Pero los acontecimientos opinaron diversamente, remitiéndolo desde Arequipa, excelsa cuna donde nacer —donde nació su hija—, y tras meses de altiplanicie, al Cuzco.
Allí fue requerido por las palpitaciones indecibles de esa ciudad cuyas calidades mestizas había amado previamente en la persona fraterna de César Vallejo. No supo resistir en Cuzco a la tenacidad de su atmósfera enajenatoria. Se sintió subyugado, como hipnotizado por una ausencia discernible en el ensimismamiento de sus piedras duras. Los restos arqueológicos complementarios, las cerámicas, los metales, las maderas de origen precolombino, del todo ignorada por él hasta entonces, ejercían sobre su personalidad un género de seducción difícilmente explicable. En virtud de un trenzado peripécico de circunstancias tan misterioso y fuera de lógica natural en su configuración como algunos muros cuzqueños, al cabo de un par de meses —y a la vez que recorría el Huilcamayu desde su nacimiento hasta más allá de Quillabamba de la Limpia Concepción— resultó haber canjeado por antigüedades incaicas las especies de una herencia familiar recibida entonces. Trocó un valor metálico por otro tipo más poético de valor. Se vio así inesperadamente en posesión de un caudal nada común de objetos por él escogidos de entre las piezas arqueológicas que, con miras a su compra por el Estado, venían seleccionando a su vez, diversos anticuarios locales, algunos desde hacía un cuarto de siglo. Hubo entonces revolución en el Perú —clamoreó en el Cuzco la María Angola—. Suspendió pagos uno de los Bancos emisores. A rogativa ajena, como desde el principio, la colección creció, con el refuerzo de cuarenta personajes en turquesa, cualitativamente. De entre los subcimientos de la iglesia de la Compañía surgió al poco, por circunstancias sólo una vez posibles y mientras se esperaba un giro demorado, una cabeza de piedra, singular en extremo. Con ella adquirió la colección el vértice de su figura excepcional. Quedó, como una obra de arte, concluida.
Los detalles externos de la aventura, lo mismo los acaecidos hasta allí que los subsiguientes, fueron de índole tan subversiva en lo racional como para socavar los cimientos de la conciencia individuada de ser. Una especie de dimensión absoluta parecía ordenar los acontecimientos en torno de quien esto escribe. Fue, permítaseme la expresión, como si se hubiese descompuesto el cuentagotas que administra el surtido natural de los azares históricos, a la vez que rota la barrera que separa los ámbitos de sujeto y objeto. Los fenómenos fortuitos, impregnados con sentido de finalidad orgánica, se sucedían en lo objetivo y en armonía —y hasta en complicidad— con lo subjetivo, a ritmo creciente. El contenido del tiempo o producto de las actuaciones y sucesos circunstanciales en sus planos más complejos, parecía ser materia sabia e inexplicablemente intencionada. […]
Lo vivido con sentido evidente, cada vez tenía menos cabida dentro de la noción inorgánica del tiempo humano. Y al aplicar, por urgencia psicológica y conforme a su saber de poesía, las pautas estructurales de este orden vivido al examen del horizonte histórico, empezaron a deshacerse perspectivas diferentes a las que aprecia la llamada sabiduría de las naciones. Las raíces del Nuevo Mundo aparecían, a chispazos persuasivos para la imaginación, en el fuero subconsciente o reverso de la historia. Los símbolos portadores de sentido se asociaban objetivamente en combinaciones autónomas que paulatinamente fueron descubriendo en el pasado histórico la existencia ignorada de un como lenguaje imaginario en el que parecían adquirir significación algunos fenómenos “casuales” de la cultura. Lo individual se veía anegado o al menos trascendido por un espíritu de naturaleza por lo pronto colectiva del que participaban todos sus miembros mediante sus inconsciencias compartimentadas y particulares.
de «Reconocimiento al Perú» (1956)
Establecimiento en Córdoba
He aquí en sus grandes rasgos la situación de conciencia en que, con toda la masa cultural de su contorno, me encontraba personalmente en 1956 cuando recibí un buen día la carta del Decano Interventor, Prof. Víctor Massuh, invitándome a incorporarme a esta Universidad de Córdoba. El ofrecimiento no podía menos de despertar mi interés. Venía espontáneamente y con desconocimiento del género de averiguaciones en que me hallaba comprometido. Tras siete años de riguroso aislamiento en Norteamérica me estaba apeteciendo trasladarme al Sur, donde un cuarto de siglo antes se había iniciado mi trasformación extrovertida, puesto que este era el punto a que se proyectaba, con todas sus promesas, el sistema teleológico descubierto. De otro lado, me parecía conveniente desprenderme del océano de libros que, con su oleaje interminable y constantemente renovado, amenazaba mediatizar mis actividades para siempre. Ya tenía además recogidos los datos indispensables para elaborar y exponer en otro lugar para mí menos eremítico, el resultado de mis estudios. La Argentina acababa de salir de una situación de dictadura culturalmente reaccionaria y parecía por ello sitio muy adecuado para la presentación de los valores novísimos. Córdoba, ciudad de tierra adentro, era menos occidentalista que Buenos Aires, y más equidistante de otros varios países del hemisferio Sur. Y hasta poseía el prestigio de ser la ciudad universitaria más antigua del país y aquella donde se había originado el movimiento de Reforma. Hablaba a mi juicio a favor de su voluntad innovadora el hecho anómalo de que se hubieran interesado en aquel momento por una persona de ideas tan especiales como hasta cierto punto sabían que eran las mías. Por todo ello, evité cerrar por completo la puerta al inesperado ofrecimiento del Prof. Massuh. Ahí están mis cartas.
Sin embargo sólo acepté trasladarme a la Argentina cuando se me ofreció la oportunidad de continuar aquí las actividades específicas a que vivía consagrado. Pensé que las nuevas culturales de que era portador despertarían en estas latitudes al menos curiosidad profunda. Hoy, al cabo de ocho años, no puedo decir que se hayan cumplido en este aspecto mis presunciones. Quizá esas nuevas pertenecen demasiado al porvenir y pugnan con los intereses, no siempre culturales en el alto sentido, tanto de los fisiológicamente jóvenes como de los que han dejado de serlo. El “llegué, vi, vencí” no es pauta que deban necesariamente acatar los fenómenos decisivos de la Historia.
de Teleología de la Cultura (1965)
*(Bilbao-España, 1895 – Córdoba-Argentina, 1980). Poeta, ensayista y estudioso de las culturas prehispánicas sudamericanas español. Fue miembro de la Generación del 27 y uno de los mayores exponentes de la Vanguardia poética española. Fue coeditor (junto a César Vallejo) de la revista literaria Favorables París Poema. Fundó y dirigió la conocida Aula Vallejo, con la que inició una serie de estudios de primer nivel sobre la obra del poeta peruano. A la par, mientras vivió en Perú, inició una impresionante colección de 562 piezas incas muy completa e interesante en lo artístico y antropológico, que se expuso en París, Madrid y Sevilla, y la que donó en 1937 al Museo Arqueológico Nacional y que pasó al Museo de América. Es la colección más importante de piezas incas fuera de América. Publicó en poesía Oscuro dominio (1934) y Versión celeste (1970); y en ensayo Arte Peruano (1935), Rendición de Espíritu (1943), El Surrealismo entre Viejo y Nuevo mundo (1944), The Vision of the «Guernica» (1947), La Religión del Lenguaje Español (1951), La Espada de la Paloma (1956), Razón de Ser (1956), César Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su Razón (1958), Teleología de la cultura (1965), Del surrealismo a Machu Picchu (1967), Guernica (1977), Cara y cruz de la República (1980), Al amor de Vallejo (1980) y Rubén Darío y la Nueva Cultura Americana (1987).