3 fragmentos de «Plasticman» (2022), de Ximo Rochera

 

Por Ximo Rochera*

Crédito de la foto (izq.) Eolas Eds. /

(der.) archivo del autor

 

 

3 fragmentos de Plasticman (2022),

de Ximo Rochera

 

 

(…)

M, de alguna forma, lo sabía. Fue como el crujir de un trueno que desgarró el silencio de nuestras noches e hizo aullar a los perros quejándose de nuestra herida. Que ya no podía ser curada. Ni lo intenté. Estaba demasiado ocupado pensando en mí. Cada día el sol alargaba un poco más la sombra de nuestra separación. Era evidente que no podíamos continuar juntos. Lo hice yo como podía haberlo hecho ella. Le dije simplemente que no podíamos estar juntos. No le argumenté mucho más ni ella me lo pidió. Sobraban las palabras. No esperé a que saliese del hospital ni a que estuviese recuperada. Recogí las cosas de casa y me marché. Necesitaba irme y así lo hice.

Que no podíamos estar juntos.

 

El escritor Ximo Rochera

 

(…)

El mar es una enorme manta de metal negro, una masa de fluido denso y frío que me mantiene rodeado y protegido, cuidado como el bebé que nunca fui. Siempre me ha resultado más sencillo sentir afecto por los objetos o animales que por las personas. Incluso por cosas abstractas: sentir afecto por la creatividad, o por la ingravidez. Me apasiona el espacio: imaginarme con un traje de astronauta orbitando sobre la Tierra divisando cómo todo se seca y se destruye. Estar rodeado, como ahora, por un todo inmensamente grandioso, un vacío palpable y con presencia física, con masa y densidad, un vacío tixotrópico que puedo manejar a mi antojo. Un baño de mercurio.

Orbitar.

 

Dar vueltas a una velocidad quasi-constante, elípticamente, como un electrón alrededor del núcleo de un átomo. Viajar a una velocidad inimaginable, inabarcable por la mente, una velocidad cósmica que me convierte en algo más que un ser humano. Una velocidad que me diferencia de todos vosotros. Algo así como un tren bala japonés multiplicado por diez o por cien mil. Sentirme como una partícula subatómica dando vueltas como un animal enjaulado por ese círculo de los dioses que es el CERN. Ser como un cuanto de luz y experimentar con todo su peso la magia einsteniana –empequeñecermeyeternizarme– dando vueltas y más vueltas sobre vosotros, sobre esos trozos de plástico que formarán un manto impermeable que recubrirá toda la superficie de la Tierra ahogándola, quitándole la vida. Es duro ver cómo una vida se apaga, el sufrimiento asociado a algo tan natural como la muerte: Cuando tenía diez años quise quedarme un perro que había encontrado por la calle. J, un amigo del barrio, y yo elaboramos un plan: Ataríamos al cachorro a un árbol del parque, cada mañana le bajaríamos comida y agua. Pasaríamos las tardes con el animal. La primera noche, desde el balcón de J, le oíamos aullar. Lloraba a su manera. Intentamos convencer a su madre para que nos dejara subirlo. No nos esperábamos su respuesta: «Lo soltáis ahora mismo, que se marche, o bajará tu padre y le pegará un tiro». El padre de J tenía una escopeta con la que iba a cazar los fines de semana. J y yo nunca pensamos que los conejos y perdices que traía habían sido matados por él. Hasta ese día. En realidad, su padre no bajó a matarlo, simplemente soltó al cachorro y le dio una patada cuando intentó seguirle. Pero para nosotros era como si lo hubiese hecho. J y yo planeamos matar a su padre: con la escopeta. Yo estaba dispuesto a hacerlo, a apretar el gatillo, por si mi amigo se echaba para atrás. Una mañana, cuando pasé a recogerle por su casa para ir al colegio, estaba la policía. No me dejaron pasar. Decenas de ellos interrumpían el paso con sus cuerpos fornidos haciendo las veces de parapeto o barricada. Me fui solo al colegio. J no llegó esa mañana ni tampoco al día siguiente ni al otro. No le vi más. Unos decían que su padre le había dado una paliza a su madre y J le había matado con una escopeta y por eso le habían encerrado en un reformatorio, otros que J había matado a sus padres y se lo habían llevado a un reformatorio. Algunos menos chismosos, entre los que no se encontraban los maestros, que simplemente estaba en el reformatorio. En el colegio yo era su único amigo. Nadie le echó de menos y pronto dejaron de hablar del caso. Yo tampoco le eché de menos; en cierto modo estaba cabreado con él por haber ejecutado el plan sin contar conmigo.

 

 

(…)

Una humanidad que no se echará de menos. Somos insignificantes microsegundos cósmicos. Hasta nuestros restos –esas construcciones de acero y cemento– serán engullidos por los nanosegundos futuros y solo una huella como de aragonosaurio quedará en el horizonte. Siempre creísteis que estabais aquí para perdurar, para escribir una historia infinita. Ni tan siquiera sabéis de dónde venimos: ¿de una enorme bola de energía? ¿De verdad creéis que simplificarlo todo en la energía os dará algún tipo de paz? Me refiero a una especie de tranquilidad filosófica o física. En verdad, ¿es la Energia el nuevo dios que os acoge en su seno con los brazos abiertos? Un dios con mayúsculas que domina todo el universo. El Dios único al que ningún superhéroe podría derrotar. Una gran masa con un continente infinito –especie de botella magnética– frente al que todos os postráis. ¿Quién lo hubiera dicho? No hacía falta una figura sino todo lo contrario. No era necesario un Alguien sino un Algo. Sin embargo, también este Algo se os va a escurrir entre los dedos hasta que no quedará nada. Y tampoco quedará nadie. Como un final catastrófico en forma de reloj de arena de una belleza magnética que no permite dejar de observar cómo todo desaparece… Erais más interesantes cuando adorabais a vuestros dioses. Miles de años buscando el origen y encontrándolo en las metáforas y la poesía para, al final, mandarlo todo a la mierda:

los unos y los ceros se comieron a los dioses,

no hubiera hecho falta el comunismo y la quema de iglesias.

No fue necesario nada de eso, simples números cargándose regímenes, sistemas y sociedades, poniendo y quitando gobernantes, comenzando y finalizando guerras, marcando modas y tendencias, enfermando y sanando, vigilando y sacrificando, inventando, destruyendo y arrasando. Unos como espadas o fusiles, ceros como bombas atómicas. Hiroshima no fue nada. ¿Qué hubiera pasado si esas bombas no hubiesen explotado, si no se hubiese llegado a inventar la bomba atómica? ¿Qué hubiese pasado si Hitler hubiese ganado la guerra, si Japón hubiese sido su aliada en esa victoria histórica?

Philip K. Dick

                                                                                                                                      Leed, leed mientras podáis. Es la única forma de entender qué está pasando, qué va a ocurrir. Leer no os dará una salida, pero sí una explicación.

 

 

 

 

 

*(Castellón de la Plana-Valencia, 1968). Poeta y narrador. Profesor de química y editor. Colabora en diferentes publicaciones, dirige la editorial Libros del Baal y edita la revista Canibaal. Ha publicado la novela Donde tú estabas (2010), el libro de relatos Semillas de amapola (2010) y La entropía de los relojes rotos (2018) y el poemario Nacimiento, vida y muerte del pájaro-apóstol (2019).

 

 

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