Por Galo Ghigliotto*
Crédito de la foto (izq.) www.eternacadencia.com.ar /
(der.) Ed. Cuneta
5 poemas de Valdivia (reed. 2025),
de Galo Ghigliotto
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el viejo pascuero ha vaciado su saco
y lo ha llenado de niños muertos
los recoge del río y son miles
alrededor en los árboles
los pájaros de rostros humanos observan
esperan que haya tripas flotando sobre el río
para ir a comer
pero el viejo pascuero se ha convertido
en un monstruo más grande
y su mirada expele rayos
con los que alumbra sobre el río
se ven brazos y caras caídas solas al agua
caras que flotan con gesto de infinito sobre la
superficie
su bolsa transpira sangre
el agua choca en las rocas lentamente
y los pájaros ríen en los árboles cada cierto tiempo
ríen de rabia ríen de pena
ríen de hambre ríen de envidia
uno trata de acercarse pero doce venados
de gigantes colmillos blancos ojos y cuernos en
llamas
vuelan hasta atraparlo en el aire y lo despedazan
su cara humana se convierte en un niño
que cae al río
esta noche
la luna babea en cielo
pequeñas gotas plateadas
la cosecha parece nunca acabar
si alguno ha quedado vivo
muere asfixiado por la pestilencia
que expele el traje del viejo pascuero
un traje de sangre y piel de conejo
un aroma de anestésico dental
desde el fondo del río
hago subir la marea con mi pena
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en el fondo de la villa Rucahue
había un sitio cubierto de girasoles
que me sobrepasaban en altura
a veces jugábamos a las escondidas
y me perdía entre los tallos
atraído por el ruido del río
desde el que a veces
salían otros niños a visitarme
niños cuyos nombres no conocía
niños de piel muy blanca
de melenas cortas y blancas
y los invitaba a jugar a las escondidas
a veces los encontraba
entre los tallos de los girasoles
a veces no
aparecían y desaparecían
y mis amigos me preguntaban con quién hablaba
y les decía que con los niños que salían del río
pero me tiraban piedras
no sé por qué
se iban corriendo a sus casas
y a veces sólo a veces me volteaba a llorar
hacia el río y mientras lo hacía
a veces sólo a veces podía ver los ojos
de los niños
hundidos en el río
mirándome desde pequeños destellos
sobre la superficie del agua
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cruces sobre el río Cruces
son mis yo muertos antes de nacer
mi cara de ojos dormidos pegada la piel
a la superficie del agua
el cauce es doloroso el nacer
el caer de una montaña al rito del dolor cotidiano
elegí Valdivia elegí estos ríos para
venir a nacer
elegí las cosas que he visto
desde otro paraje lo he elegido todo
vi los techos de las casas y quise caer
vi las cruces sobre el río
vi la procesión de vestidos blancos
vi los ojos de mi madre
vi la boca de mi padre
y quise salir
resbalándome por su lengua

Crédito de la foto: Antonia Lara
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en una laguna del Parque Saval
flotan las hojas de loto en cuyo envés
nadie sabe
están escritas las vidas de la gente de Valdivia
son los secretos que susurraron los extintos
desde el fondo del río
es cosa de saber leer suspiros en las nervaduras
nadie lo sabe a mí me lo dijo ella
mientras tirábamos al río
las piedras que los muertos escupirían
en la noche a ser estrellas
me lo dijo con ojos que ya no estaban
donde nadie podía meterse porque
no eran ya de cristal
aunque destellaban como el sol sobre el río
mientras la tarde era un ruido de pastos secos
agitándose en la pradera
mientras la ciudad de Valdivia
se olvidaba de un niño y una niña muerta
que sellaban el pacto de escribirse en las hojas de loto
del parque Saval
los secretos que a alguna hora
tendrían tiempo de contarse
en otro lugar bajo otro sol
sobre otro suelo frente a otro río
sobre otro destino
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puedo reconocer a la sombra que matará a mis padres
cae sobre la cortina del dormitorio principal
de una casa en la villa Rucahue
los incrédulos dicen que es la sombra de un árbol
pero yo sé
que es un espíritu hambriento
de hacerse carne a través de la sangre
nadie cree lo que digo porque tengo pocos años
la gente subvalora la infancia porque olvidan
que los niños todavía estamos conectados
a nuestras vidas en el agua
puede diferenciar entre una gárgola buena y una mala
como si estuviera loco
mi corazón deviene gárgola muchas veces
y al menos distingo
cuándo es bueno y cuándo es malo puedo
reconocer
a la sombra que matará a mis padres nadie
salvo Carmen me cree
porque ella también ha visto
a los pájaros negros de rostros humanos
sobrevuelan el campo y dejan caer agujeros de muerte
que suenan como piedras en el techo de nuestra casa
ella también ha visto
las figuras que la noche dibuja cuando tiene hambre
quienes llevan tiempo sobre la ciudad de Valdivia
saben leer las sombras como oráculos
el pecado de mis padres fue ser ajenos a esta tierra
y no saber que mucho antes que ellos
han llegado
otras gentes a esta misma casa
y se pasean por dentro
y por fuera de mis sueños
porque los que no están vivos
y tampoco han terminado de morir
tienen las llaves de todas las habitaciones
incluso de las puertas oníricas
de las puertas de mi armario
donde guardan los animales que dejarán la estampida
puedo reconocer a la sombra que matará a mis padres
porque cae sobre nosotros en esta cama de dos plazas
donde ellos duermen a mis costados
mientras estoy despierto al cuidado del miedo
tratando de alejar a los espíritus
con el único conjuro que conozco:
padre nuestro que estás en el cielo
*(Valdivia-Chile, 1977). Poeta, narrador y editor. Ha publicado en poesía Valdivia (2006; 2025; traducido al francés por Anne-Claire Huby en 2012 y al inglés por Daniel Borzutzky en 2016, Bonnie&Clyde (2007), Aeropuerto (2009) y Monosúper (2016); en narrativa, A cada rato el fin del mundo (2013), y las novelas Matar al Mandinga (2016) y El museo de la bruma (2019).