Prólogo + poemas de «Gorriones rojos» (2025), de Ernesto Carriøn

 

El presente texto fue publicado por su autor como prólogo al poemario Gorriones rojos (2025), de Ernesto Carriøn, que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía Gabriela Mistral (Chile, 2024).

 

 

Por Miguel Ildefonso*

Crédito de la foto (izq.) Corporación Cultural

Municipal de Vicuña /

(der.) archivo del autor

 

 

Prólogo a Gorriones rojos (2025),

de Ernesto Carriøn**

 

“El arte es un refugio para el espíritu y una forma de darle sentido al caos” decía el escritor italiano Primo Levi; y es en el caos latinoamericano de hoy donde se encuentran las cantantes Iva Zanicchi y Vera Lynn para dar armonía y música de gorriones al mundo, a través de la memoria filial de la voz poética que nos conduce, en una suerte de setlist o un soundtrack personal, por la biografía trágica de una generación que nació en los 70.

70, 80, 90, 2000, son décadas de instauración de un nuevo capitalismo que ha ido trastocando instituciones afectivas como la familia, la arquitectura sólida de la ciudad, las bases ideológicas de un país; arrastrando hacia el consumismo exacerbado lo que era el sueño de la felicidad. Poco a poco lo global restó significados a los símbolos patrios o nacionales. Y la felicidad colectiva del buen vivir, en muchos casos, se convirtió en una nostalgia, en imágenes del recuerdo, de esos juegos infantiles cuando se aspiraba a construir con inocencia el futuro o una utopía.

“Nunca me veré libre de volver a recorrer en mi memoria/ esos pocos caminos donde lo incierto fue un néctar severo”, nos dice la voz poética ante la impostura del fracaso o la inevitable derrota de una épica en donde el tiempo, como un tirano, nos impone la ansiedad y la política de la libertad como una condena. Hay que liberarse de esta condena con la memoria, restituyéndola y reinterpretándola, entonces. Esto es lo que se colige _ una de sus lecturas _ de este potentísimo libro de poesía de Ernesto Carriøn.

Lo que nos presenta el poeta, en estos poemas coloquiales y narrativos, es un testimonio de diálogo tanto hacia adentro (su biografía, su familia, sus recuerdos del colegio, sus primeros amores…), así como externamente con el recuento sensible de la historia de nuestro continente que empieza desde el Río Bravo hacia abajo. Es un-otro diálogo global de desplazamientos geográficos que nos sitúa en Ecuador, México, Cuba, o Irlanda, y en los aeropuertos en donde el tiempo y el espacio entran en rompimiento de unidad.   

Y, también, es un-otro diálogo con aquellos aparatos de la tecnología o la Modernidad, en donde el arte se ha refugiado. La memoria está en la televisión, en la música popular, en el cine y en las redes del internet buscando recobrar su sentido. No obstante, no deja de ser un diálogo crítico con “esa tonta felicidad de los objetos”. Aquí el poeta cuestiona esta nueva identidad global que se difumina ante los deseos efímeros y la toxicidad del amor convertido en cosa. Es ahí que se anhela el resurgimiento desde las cenizas del arte, de la poesía, de la casa del lenguaje, para volver al hogar, a esa aura. Y ser “los jóvenes que aún somos diferentes, adultos distintos e inclasificables.”

Tal vez se trate de buscar la supervivencia de la especie, de salvaguardar algo de la inocencia, construir una nueva casa, una nueva esperanza para los que la han perdido. “Quien mira hace con su piel una cadena para animales sin esperanza”, nos dice uniéndolo todo finalmente, conciliando. Pues el futuro es ese hijo que nos enseña una nueva música, entre los lazos de la memoria, con viejas y nuevas notas musicales: “estas notas musicales, las suyas y las mías, sobrevivirán como películas mudas detrás de cada edad superada al mínimo corte”.

La poesía en español canta espléndidamente con estos gorriones rojos tanto para los lectores de hoy como para la memoria del futuro.

 

La Molina, verano de 2025

 

 

Contraportada de Gorriones rojos (2025)

 

En Gorriones rojos, libro que consta de un primer vuelo cotidiano, tres secciones cronológicas y un vuelo de sustracción final, Ernesto Carriøn (Guayaquil, 1977) explora y explota los itinerarios del arte de la memoria. Aquí el autor hace inventario de imágenes y emociones ordenadas y estructuradas con una gran voluntad poética y textual, un viaje que ausculta y remece la enfática prueba de la violencia y la fragilidad de la vida. El método elegido es el homenaje que despoja y desnuda, mientras se ponen en acción las referencias musicales y culturales de dos o tres generaciones. Indagación, revelación y estupefacción centrifugan la tarea del poeta que destila y recuerda encuentros y experiencias. Mientras el autor repasa la lista vital de estos veinticuatro poemas, la poesía es rescatada y expulsada de los sucesos e, inevitablemente, las imágenes se suceden con la cadencia y el rigor de un urgente repertorio que, en su rotundo y contingente final, aventura la crítica idea de que la paz quizá sea huidiza o esté irremisiblemente enquistada en un ominoso y doloroso camino. Aquí la música y sus nominativas e iterativas canciones inspiran a la memoria (“… tiempo inclemente, deja que la memoria siga siendo un asunto de muchísimas personas”) e, insistente, alimenta el corpus de la poesía y acompaña su peculiar tempo, abrazando los transformadores ritos de una voz que, nostálgica y afanosa, se sumerge en las fascinaciones y fantasmagorías del lenguaje (“raros fantasmas que insisten en preservar el sueño de este mundo”). Por todo ello y, por último, parafraseamos al poeta: El poema se hace canción y se transforma en accidente lírico, para luego devenir una forma del amor donde el azar se hace pura vida. Al fin y al cabo, alguien que baila en la oscuridad consigo mismo y que, para comprender el sentido del viaje, sigue vivo y escribe.

 

Bruno Montané Krebs

Desde sus novelas hasta su poesía, y este libro, Gorriones rojos, es una muestra destacadísima de ello, Ernesto Carrión ha venido ensayando una escritura de amplio espectro que va desde la belleza extrema hasta el horror de un vislumbre, desde los vivencial y desolado, hasta lo fulgurante, y cuya fuerza radica en el empeño de empujar la totalidad del lenguaje hacia una nueva frontera. Un trabajo fascinante.

Raúl Zurita

 

El poeta Ernesto Carriøn en el MACBA (Argentina, 2024).

 

3 poemas de Gorriones rojos (2025),

de Ernesto Carriøn

 

Café y petróleo

 

Tras las acampanadas bastas de los pantalones de mis padres miraba el mundo.

 

Perseguía la fijeza en el esmalte desprendido de unas uñas.

 

Había gorriones rojos detenidos sobre los sauces llorones.

 

Gafas polarizadas, barbas sobre pechos desnudos, altos tacones

y cigarrillos por todas partes.

 

Los autobuses llevaban una raya en el medio moviéndose despacio

como algún tipo de buque al fondo del mar.

 

En los juzgados penales se sumergían guerrilleros y criminales

que eran amigos de los jueces y los fiscales distraídos.

 

Había rocolas en las cantinas de mala y buena estampa.

 

Los hombres aún se escondían para llorar.

 

Había whiskey en las oficinas de los publicistas y los arquitectos:

gargantas abiertas a la cháchara soplando dinero dentro de la nieve.

 

El teatro de la vida estaba en la calle:

chicos y chicas actuaban en los parques abiertos y forrados de iguanas,

bajo la bola demoledora de un sol sudamericano.

 

Los policías, zigzagueando como ratas al nivel del suelo,

rastreaban ciudadanos a los que atormentaban

hasta extraerles unas monedas a la hora del lunch.

 

Café y Petróleo, gritaba mi madre.

Café y Petróleo, respondía mi padre.

¡Muerte a la Coffee Petroleum Company que arrasa y nos desangra

usurpándolo todo!

 

Por el aire había ceniza enredándose entre mis cabellos infantiles.

Fiebres en las noches como señales de agua.

 

Yo perseguía la fijeza en las falsas luminarias de los nuevos cines fastuosos.

 

Cónchale, vale. ¿A cuánto el barril? ¿A cuánto el litro de leche?

¿A cuánto la pensión de la escuela? ¿A cuánto el periódico?

¿A cuánto la libra de arroz? ¿A cuánto el pan?

¿A cuánto la entrada a la función del cine?

 

Así empezaba a delimitarse la realidad frente a mis ojos.

La desdicha devoraba todo aquello que no cabía en los bolsillos.

Obligándonos a continuar existiendo con las manos ansiosas. 

 

Qué es el capitalismo, sino ese modo

en que vamos rodando por una escalera espiral

donde hay caídas cabezas turcas pintándose el deterioro.

 

Simón Bolívar era un pedazo de hule.

Una moneda.

Un cromo a colores pegado con oficio en mi cuaderno de Historia.

 

Cónchale, vale. Vendo, vendo, vendo. Compro, compro, compro.

La vida como un ansioso retrato de adultos alterados por el comercio.

 

Recuerdo la soledad

y el cansancio rasgando las medias nylon color carne de mi madre,

cuando volvía del trabajo.

 

Recuerdo la cobardía

y el pecado engordando las venas ebrias en los ojos negros de mi padre,

cuando volvía del bar.

 

Porque no importa dónde se nace ni dónde se muere, gritaba mi madre.

Porque lo único que importa es dónde se lucha, respondía mi padre.

 

Entonces, ya empezaba a llover

cuando yo perseguía la fijeza del mundo

en la pobreza del mundo.

 

 

 

Bailarina en la oscuridad

 

Allí donde los pintores impresionistas fueron a buscar la luz,

yo fui a buscar la oscuridad.

 

Vi la frialdad en los rostros de los franceses.

 

Perseguí rápidamente el vino en las noches que se me ofrecían

como un ramo de flores muertas.

 

No podría decir con certeza que deseaba morirme.

 

Una parte de mí, seguramente, había llegado muerta desde el otro lado del océano.

 

Mi destrucción no reconocía los acentos ni los hechos crueles.

 

Había llegado a la Cote d’Azur movido por el deseo de empujar mi tristeza

fuera de mi patria.

 

Otra parte de mí, afónica, desnuda y con los ojos graves,

apetecía clavarse en la realidad de los árboles borrachos.

 

Vi la humedad en los vitrales de los yates de lujo.

 

Y en el interior de una cantina irlandesa libé con un americano triste

que, después de muchísimas copas, me habló de su novia muerta.

 

Había estado a punto de casarse.

 

Ahora no podía decirme con certeza si había llegado hasta la Costa Azul

para pegarse un tiro.

 

Quizás, igual que yo, lo que buscaba era documentar la calamidad

desafiando su rostro sobre los inodoros negros.

 

De repente la voz de Björk flotó de las bocinas del bar

chispeando bajo nuestra sangre

sin brindarnos el derecho a defendernos.

 

Brotó como un trozo de hielo sembrado en la mitad de un almacén totalmente vacío.

 

Y comprendí que alguien más había llegado hasta el lugar

donde los pintores impresionistas buscaron la luz,

para ocultarse.

 

Alguien que bailaba en la oscuridad consigo mismo.

 

Alguien que seguía vivo sin entenderlo.

 

 

 

Paseo con mi hijo en auto mientras escucha Kanye West

 

Mi hijo ya no mira el mundo detrás de mis lentes azules. Al principio, cuando era más pequeño, oía mi música: The Beatles, The Clash, Nirvana. Ahora es él quien me enseña los ritmos de un rapero bipolar, llamado Kanye, en ese atrapasueños que es TikTok. Es el guía de las hormigas repitiendo contra la espuma del silencio ese adánico nombre. Desafía con su mano por el aire la marea de las temperaturas. Examina la escalera de la lluvia, rodeado de palmeras, para sentarse junto a mí con esos ritmos peligrosos. Aún hay lobos instalados en el paraíso eterno. Túnicas del Este que se encadenan a los pies de las estatuas. Entiendo, balanceándome ligeramente por las nebulosas de aquella armonía diferente, que la música es el consuelo por todo lo que hemos perdido. Y que las olas continuarán vaciándose mientras nuestra casa, a lo lejos, suelte las fibras de una luna que chilla hipnotizada por su naufragio. Dejándose ir con otra mano aferrándose a la nada. Y que estas notas musicales, las suyas y las mías, sobrevivirán como películas mudas detrás de cada edad superada al mínimo corte. Solo para trazar las huellas nostálgicas de lo que fuimos.

 

 

 

 

 

*(Perú). Poeta.

 

 

 

**(Ecuador, 1977). Narrador, guionista y poeta. Obtuvo el Premio César Dávila Andrade (2002), el Premio Jorge Carrera Andrade (2008 y 2013), el Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín del Festival Internacional de Poesía de Medellín, el Premio Casa de las Américas (2017) y el Premio Lipp (versión hispana de Le Prix Cazes de París) de Novela (2017); así como la beca para creadores de Iberoamérica y Haití en México (2009), la Beca Gonzalo Rojas y la Residencia de Escritores Malba (Argentina). Ha publicado en poesía el tratado lírico titulado Ø; que comprende trece poemarios divididos en tres tomos. I. La muerte de Caín: El libro de la desobediencia, Carni vale, Labor del Extraviado y La bestia vencida. II. Los duelos de una cabeza sin mundo: Fundación de la niebla, Demonia factory, Monsieur Monstruo, Los diarios sumergidos de Calibán y Viaje de gorilas. III. 18 Scorpii: El cielo cero, Novela de dios, Verbo (bordado original) y Manual de ruido. Sus novelas son: Cementerio en la luna, Un hombre futuro, Cursos de francés, Incendiamos las yeguas en la madrugada, El día en que me faltes, El vuelo de la tortuga, La carnada, Ulises y los juguetes rotos, Partes privadas y Catálogo de aves muertas. “Triángulo Fúser” es una trilogía que reúne: Tríptico de una ciudad, Ciudad Pretexto y Ciudad de fondo.

 

 

Vallejo & Co. | Revista Cultural - POESÍA - FOTOGRAFÍA - NARRATIVA - CINE - MÚSICA - TEATRO - ARTES - PLÁSTICAS - CREACIÓN - CAJÓN DE SASTRE