El presente texto fue leída por su autora en la presentación de Valdivia (2025), de Galo Ghigliotto, en la Feria Caudal de Valdivia (Chile), este 2025.
Por Gabriela Balbontín
Crédito de la foto (izq.) Ed. Cuneta /
(der.) Antonia Lara
Presentación de Valdivia (2025),
de Galo Ghigliotto*
Valdivia de Galo Ghigliotto es su primer libro. La primera vez que vio la luz fue en 2006, y hoy este niño Valdivia acaba de cumplir la mayoría de edad. Entiendo que esta es la primera vez que el autor presenta Valdivia en Valdivia. Y que regresa a su ciudad de origen luego de 12 años. Bienvenido, Galo.
Le agradezco a Galo la invitación a presentar su libro Valdivia, que me obliga ―en el mejor sentido de la palabra― a detenerme luego de algunos años de residente en esta ciudad (aunque nunca he cambiado mi lugar de votación en Osorno) a pensar sobre Valdivia y la poesía, sobre la historia, su mistificación, la naturaleza y la sangre, y esos pájaros con caras humanas con quienes compartimos el mismo espacio, nuestro hábitat.
Pocas veces me he encontrado con un poemario tan narrativo, con un argumento, como de novela o película. Para aquellas personas que suelen decir que la poesía no es lo suyo, que la poesía no se “les abre”, este libro podría funcionar, podría ser un punto de partida. Cabe mencionar que Galo también es guionista y se vale de algunos recursos y formatos de este género en su libro. El guion tiene el hermoso desafío de no explicar, de funcionar a través de acciones, imágenes y diálogos. En eso se emparenta con la poesía. La poesía no nos quiere explicar nada. La poesía sucede.

Crédito de la foto: Antonia Lara
Entonces tenemos una historia, un argumento: un hombre enajenado persigue a su mujer recién parida con su guagua, que huyen y se accidentan cayendo del puente Valdivia al río Calle-Calle. Ese sitio que los valdivianos solemos atravesar cotidianamente, que nos regala una perspectiva de pájaro para ver a los lobos marinos de guata al sol o a la lluvia, el mercado fluvial, la costanera, los jotes al acecho en los picos de los árboles, la casa Prochelle, el agua. Parece que el sujeto lírico y su madre mueren en esa caída. De allí, acontece la pausa, la contemplación, imágenes que a golpe se suceden. Y a pesar de que la poesía se instala en la voz de la muerte, los versos están cargados de acontecimiento, de violencia, de leyendas, de juegos con otros espíritus de niños errantes en los juncales de la ciudad. La voz poética se instala en un lugar imposible de contar: la muerte.
Y lo logra. El tué-tué sobrevuela cada una de las páginas de este libro que parecen quemarse a medida que las leo, como las casas sureñas que se incendian y se apagan y vuelven a incendiarse.
Galo es heredero de la poesía de Raúl Zurita, quien también toma la voz de los que no pueden hablar, en su caso, de los desaparecidos en dictadura. Pero Galo indaga en la posibilidad de su propio niño muerto. ¿Y qué mira un niño muerto a través del fangoso fondo de nuestros ríos? ¿Puede la voz de un niño muerto ser ingenua como la de un niño vivo?
En este verano valdiviano, cuando quienes vivimos las inclemencias climáticas, la falta de luz, de calor, durante gran parte del año, cuando empezamos a florecer, a primaverizarnos, por qué no decirlo también, a padecer de alguna manera el turismo, Galo regresa con la cuarta reedición de Valdivia a mostrarnos ese negativo del sur. La contracara de Valdivia, la linda, la coqueta.
Este libro funciona como un conjuro. Son los juegos de un niño detenido en el tiempo, también es la carta al padre. Pienso en la carta al padre de Kafka, que cuando la escribió él sabía que quizás su padre nunca la leería, pero necesitaba conjurar una imposible conversación, solo posible en la ficción, en la palabra escrita. La poética de la carta al padre tiene una paradoja dolorosa y terrible. Se escribe sabiendo que su destinatario nunca la leerá. El conjuro consiste en reponer la conversación imaginada con el padre imaginado. Un padre que tendría la cualidad de escuchar y comprender. Recuerdo haber encontrado una carta que mi padre le escribió a mi abuelo. En esa carta le explicaba las razones de su regreso a Santiago, y por qué no permanecía en la empresa de la familia, una compra y venta de autos, por qué no permanecía con nosotras, su mujer y sus hijas. Esa carta nunca llegó a su destinatario. Mi padre la concluyó y en vez de enviarla de Santiago a Osorno, la envió a Malmö, Suecia, donde vivía su hermana Cecilia. Mi abuelo nunca la leyó, nosotras la leímos después de la muerte mi padre.
No importa, el conjuro ya estaba hecho.
El poemario Valdivia esta vez hace el camino inverso. De Santiago ―ese enano parado/ al costado de una plaza atestada de gente― a Valdivia, la ciudad de la cual el sujeto poético huye a lo largo de todos los poemas del libro. Como el regreso del hijo pródigo a la ciudad que antes lo expulsó. Hay que irse primero para luego querer volver.
*(Valdivia-Chile, 1977). Poeta, narrador y editor. Ha publicado en poesía Valdivia (2006; 2025; traducido al francés por Anne-Claire Huby en 2012 y al inglés por Daniel Borzutzky en 2016, Bonnie&Clyde (2007), Aeropuerto (2009) y Monosúper (2016); en narrativa, A cada rato el fin del mundo (2013), y las novelas Matar al Mandinga (2016) y El museo de la bruma (2019).