Viaje personal por la poesía dominicana (parte II)

 

Selección de poemas

y crédito de las fotografías

por Aleyda Quevedo Rojas

Crédito de la fotoportada www.bancsabadell.com 

 

 

Viaje personal por la

poesía dominicana (parte II)

 

 

Ángela Suazo (Santo Domingo, 1975)

 

a mí también se me ha abierto la tierra,

desnudando hasta el hueso

las raíces y los miedos.

se me han teñido de arrugas

el tronco y los sueños.

 

alzo mis brazos

mirando al ojo el huracán,

despidiendo un tiempo de guerra.

 

yo soy palmera,

como ella.

 

 

 

lot

 

siento la sal de la mujer de Lot

en mis pies,

yéndome y dándome vuelta a la vez,

cantando lo que canto cuando juego a cantar,

volando de espaldas al camino.

el regreso oculto,

en cada paso mudo que no logro dar,

siento la sal.

 

 

 

crisálida

 

en la cueva de mis mariposas

habita tu huella,

una que me siembra y me riega,

una que me inunda de alas

y rompe la pupa

en la que te de ti me escondo.

 

 

Basilio Belliard (Moca, 1966)

 

Sed del agua

 

¡Ah!

En éxtasis de espanto,

el agua sepulta la sed.

 

Sedienta lluvia,

sueña sed, y así,

palpita oculta en el olvido.

 

Huele a gota.

En penumbra,

la tarde airea la sombra,

salta de prisa, fría,

revelada hasta los ríos:

resuena en el sueño del mar.

 

Distante, en tornasol,

-¡cima del pájaro!,

en la clara distancia del aire.

Mas,

hasta el sol, sedienta

va el agua a cantar,

en volandas…

Hasta su historia.

 

 

 

Isla

 

Toda isla es una isla

dibujada por los pájaros

sumergida en el aire

                      de la noche.

Cantada en el espacio,

descubierta por el viento.

 

Una isla es un ala

alumbrada por el bosque

abierta como la espiral

                      de una mano.

 

 

 

Espejos acuáticos

 

Las olas espejeantes

ensombrecen los espejos acuáticos

En las noches de los sonámbulos

dejan el rocío como huella

sobre el pecho de los amantes.

 

 

Denisse Español (Salcedo, 1975)

 

El ave que asfixio a diario

 

El huevo de su existencia se rompe

entre mis dedos.

 

Allí se aloja

mansamente

guarecida entre los nidos de mi nombre

para no escapar por las hendijas

para no escurrirse

a lanzar sus gritos.

 

 

 

Frutos del exilio

 

La palabra matriz lacera mis oídos.

La vida común se restablece

justo antes de la estampida

antes de que la avalancha nos borre

la memoria del afecto.

 

Muerdo la tierra que sobra en el jardín

cavando a boca seca

el foso que dice mi nombre.

 

 

 

Divagaciones sobre el dolor

 

Duelen cosas

              ¿Qué está supuesto a doler en una vida

construida sobre soluciones anestésicas?

Aun así, aunque sea en secreto, con lo

aprendido a través de los años, disfrutamos en

silencio el dolorcito.

Otras veces duele el cuerpo.

 

Me pregunto si será cierto que esta compleja

máquina de carne que me acompaña se irá

desgastando antes de los ánimos por vivirlo y

romperlo con altura.

Pienso en una conversación directa frente al

espejo; oye cuerpo por qué hoy, qué sucede, la mente está

ganando en el deseo supremo de salir a respirar… ¿Cuerpo?

Y el dolor, que nos hace certeramente más

humanos, se amplifica y sonríe.

 

 

Plinio Chaín (Santo Domingo, 1959)

 

Anochecer, regreso a Ítaca. Comienzas por hilar gorriones invisibles. El sol estalla, después chorrea de sauces cada calle. Y ella huye de los elfos distraídos por su encanto. Ahora gimen con el viento que sopla desde el norte, sofocados bajo un palio, extintos.

 

 

 

Comienza a descansar mi cuerpo en el hechizo, se aleja de las cosas y alucina, libera las visiones más bizarras, voluptuosas. Mi cuerpo: fardo al borde de cada acantilado, crisálida de babas y deseos.

 

 

 

La tarde transcurrió en redondo, migrando en las ortigas del cabello. Del rostro un salto, de labios y rendijas, para cifrar la lluvia. Atado simple de deseos cómplices, mariposas que persisten. La piel bajo la palma se ahonda en su saudade, la pena de inmolar manos vacías. Sus dedos de otras eras me eclipsaban en contra de un cristal de contorsiones. Jamás regresaremos del concierto de fruición derramado en el plató de los amantes.

 

 

Ariadna Vásquez Germán (Santo Domingo, 1977)

 

Invisible

no armoniza nada

a su alrededor

el mundo es idéntico al mundo

de cerca irregular

nada nunca antes ha sido así

no es

cualquier palabra que nombres

se esfuma

no aporta o resta

no sostiene idea

pero el cuerpo quiere descifrar su signo

tan completo

prescindible

se mueve

como un sexo muerto

huele a piel chamuscada

está adentro

afuera adquiere palabra

se mimetiza

adentro aparece cuando no hay mirada

como una ola escondida en el océano

es demoníaca su contingencia

nada complementa

a nadie le falta

ninguno de nosotros lo posee.

 

 

 

Perder la palabra perder

en el agua

incluso hundirse la luz

y aquellos ojos

entre el espejo de humedad

que brilla y mece la marea

cuerpo adentro

solo flotar boca arriba

deriva de sí mismo

orillado a la palabra frágil

 

No tener nada

para perder

acaso una palabra ceniza

algún olor

un leve murmullo de lo que no sabe ahogarse

 

¿Habrá lo que no emerja

en este navegar lento?

¿otro lado del agua

donde no llegue la falta

a su naufragio?

 

Algo como no susurrar desde la playa

oh…esas pequeñas barcas que se alejan

 

 

 

Poco sabe nadie

 

Somos tomados por el amor

abandonados por el amor

 

Poco sabe nadie

cómo alejarse de aquello que le atormenta

mucho menos los cuerpos

 

Lo que invade es mas la casa

que la casa

destinada a perseguirme en sus cenizas

 

Amar supone un desvanecimiento

acaecer en vano

o un arribar al vacío

siempre detrás del hallazgo o la idea

o queda a veces la idea

la aparición cercana

 

A veces

el deseo busca

como una luz

aquella imagen o escena donde el amor anida

 

No se pregunta nunca

si será posible una superficie semejante

o cómo habría de construirse una casa así

 

El amor si toma

estalla

consume

si estuvo

no deja o deja entonces

una sobrevivencia casi desengañada

 

No se deja de amar

el amor no deja

no es sutil la diferencia

 

 

José Acosta (Santiago de los Caballeros, 1964)

 

El silencio me deja solo en el mundo,

me encierra en su aroma,

me acorrala contra sí mismo hasta fundirme con mis temores.

Amada al callar dialoga con su sueño.

El silencio la aleja de mí, la evapora,

la hunde en la región donde solo penetra la nostalgia.

El silencio es el olor de las palabras que ya se han

dicho o de las que jamás se pronunciarán.

Si gritara, me digo, dejaría en el aire un revoloteo sombrío.

Espero la mañana como se espera el porvenir.

Un resplandor piadoso vela mi frente,

aguzo los sentidos y al final de mi duda renace Amada.

Su voz me alcanza como un derrumbe;

Cuando ella me toca presiento un jardín.

Amada dice: cuando se enciendan las cosas verdaderas

comprenderás la oscuridad.

 

 

 

Soy quien escucha el mundo

detrás de la puerta del amanecer.

La voz de Amada se tiende a mis pies como un sendero.

Su abrazo es un fuego que se bebe la noche.

Le pregunto por el olvido y ella responde:

El olvido es una ciudad lluviosa

donde el ser que fuimos aún nos busca.

Amada es un pájaro dormido en el pecho de otro pájaro.

En su boca mi risa se refugia.

La túnica que la envuelve

se desprendió del alto tejado de un siglo.

Subimos juntos la escalera de la tarde

hasta apagar la bombilla del sol.

Invadimos, ciegos, la oscuridad

como un gusano del reino de una manzana.

 

 

 

Volver la mirada

 

A veces tengo miedo de que esto se acabe,

de que tras pestañear de repente aparezca el lado oculto, terrible,

de lo que soy en realidad.

Que tenga que vérmelas conmigo mismo en el jardín iluminado,

solo, en silencio, sin escapatoria.

Destejer las maldades como un lirio,

a dentelladas, de rodillas, ante un espejo.

Y ver por fin más allá mi vida,

el sendero que me ha traído hasta aquí.

 

 

Bileysi Reyes (San Pedro de Macorís, 1993)

 

Porque tu nombre, en la medida de mi nombre,

entreteje el sentido de tus huellas

 

Conmigo delira la hoja que fluctúa.

Miro mis pies:

mi sello en la grafía de tu nombre

mi sello en la grafía de tu frente.

Me recorre un pensamiento errante.

Si sabes cómo enmascarar a la máscara remuérdeme en silencio.

Los dedos están inmiscuidos en robustos tentáculos;

Arrancados en tierra firme.

 

 

 

Es una idea peligrosa esto de la perpetuidad

 

Yo no rompo los cristales, ni vuelvo trizas las mañanas. Me gusta el

amarillo frescor del ámbar y la veraniega mañana de agosto, ¿no es

agosto un reguero tácito de vértebras? Hace plañideras las merecidas

fortunas y relampaguean al encontrar en sus racimos la fórmula de

la cremación que cuece crepitante.

 

Rodeo las sierras, las bordo, las convierto en esferas de verbos que

no quieren ser esa barbarie en la cuenca del ojo.

 

 

 

Son como bestias consumidas en el eje

 

Me arrastro hervida en un cristal

con la quijada en el rellano

la cabeza repleta de humo

el corazón remilgado

fuerte y tajantemente se inclina

a la esfera primordial de una cuenca.

Juego con los soles

me preño de tubérculos

y no puedo escuchar más

el ruido del silencio.

 

 

Mateo Morrison (Santo Domingo, 1946)

 

La herida que comenzó en el meñique

se extiende hasta el otro extremo.

Ahora son diluvios de sangre.

No detendré este flujo porque los cuerpos

como ríos necesitan desbordarse

e inundar la tierra cada cierto tiempo.

La herida que inició en el aire

tiene vocación de mares.

 

 

 

Sentado en una nube

Lustro

Mis

Zapatos.

Aprovecho

Que duermen

La siesta

Los violentos.

 

 

 

Un arroyo del bosque, la muerte de un poeta.

John Keats

 

Qué piedras buscar para convertirlas en un lugar donde

                                                                             [habite un poeta.

Qué vidrieras transgredir para mostrar su cuerpo.

La ciudad lo veía pasar arrastrando su humanidad

y exhibiéndola en cada esquina.

Dónde llevarle girasoles para que descifre sus percepciones

                                                                                   [de erotismo.

A qué alta realidad recurriremos para que descanse

sin reprobar a Jesús.

Un grupo de escolares tiene ahora

el Canto a Proserpina.

Anochece, el poeta reposa.

El poema retorna contrariando la muerte.

 

 

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