Por Renzo Porcile*
Crédito de la foto (izq.) Ed. AUB /
(der.) ©Silvana Tello
1 poema de El accidente y otros poemas (2022),
de Renzo Porcile
Concierto para Theremin
Lince / lo radial vuelve y todo es sin imagen.
Hay un teorema que resiste la demostración
y una orquesta invisible repasando su concertino
como una tos. Sucede entonces que apareces:
los dedos extendidos tocan el recuerdo de otros dedos
que se prolongan. Lo mismo que las luces de la fiesta
sumergen un jardín en sombras con flor encristalada:
las cosas no han variado, ha variado la luz que las define.
Las define ahora una luz distinta,
deja que las envuelva con sus interrogaciones.
La mano alzada sobre la otra mano en reposo forma
la caricatura del elefante y el sombrero derivados en aire.
Como una tautología, o mejor como un oxímoron,
depositados ante la reminiscencia nos sorprende
un genético horror al vacío. Nuestro horror es
a no llenar el vacío que nosotros hemos abierto.
Mentí. No hay un silencio contenido por la tos,
lo que hay es una necesidad. Mi hipótesis es que esa
es la forma en que haces andar las cosas; me explico.
El ejercicio visible de tus manos alcanzando la diagonal
que debiste imaginar ahí para poder tocar la pieza,
temerosa de acariciar el abismo casi pulsándolo,
nos entregó los mecanismos de un deseo.
Y todo deseo mira al vacío.
Existe también la posibilidad de que todo eso te divierta
y lo hicieras con el único propósito de hacer temblar el vacío.
No descarto esa posibilidad, pero me asusta
el espacio que se hizo entre lo que ha dejado de ser
y el césped amarillo que anuncia un desastre paralelo.
El desastre permanece afuera, pero el ciclo
se adelantó a la secuencia del anular como diciendo
ritmo hesicástico, podemos empezar.
La hesitación de tu mano derecha no impidió que
le encontraras una melodía a todo esto. Como tú haces,
las manos suspendidas, dejando palimpsestos
en lo nebuloso: tu creación tiene la gravedad de los peces.
Quiero, si es posible, que te encojas de risa con los sonidos
que tú misma hiciste, como esa vez en el propileos,
y que digas que esto ya posee una melodía. Lo juro,
yo te vi riendo, pero la música se la ha llevado el vacío.
Tu risa no comprende los objetos, pero las variaciones
a las que sometes el aire con tus manos sin duda los envuelve.
Es impresionante que no te inclines al instante de un gesto
con la mano imposible ya de ser redimido.
Sin saberlo, o tal vez sí, reprodujiste las cavilaciones del fuego
y refundaste su timidez en lo que ahora es tu propio instante
de ignición. Estás on fire, no lo dudo,
pero lo que arde contigo se lo ha llevado también el vacío.
La dilatación que se hizo entre tus ojos y el estilo
de tu antena de obsidiana representa el compás para la música
donde la música no tiene lugar. Pero nosotros quedamos fuera,
¿dentro? En cambio tenemos el lilium de tus manos
y la sinapsis de tu dedo pulgar con el batidor sonoro
que nos hace estremecer. Nuestra fundación fue sacudida
por un pasado parodiado en el presente,
y ahora nos atraviesa como un film.
Podemos ver el resultado: por primera vez
el sonido no ocurre en el aire. Su vibración
fue como un teatro de sombras, todo este tiempo
nos dejamos llevar por su oblicuidad y su trayecto
jurando que era indispensable para una correcta
lectura de los eventos. Las notas que alcanzaste dieron
la vuelta al mundo sin abandonar nunca la falange de tus dedos.
Lo que se desplazó fueron nuestras ganas de viajar con tus manos.
Un espacio sin ejes, la realidad que se pliega
sobre sí misma: es lo que llamamos un atardecer.
Intentamos acabar la idea pero somos sorprendidos
por su eterna modulación. Lo que queda de esa realidad
es la proyección de nuestros cuerpos sobre el ecran
que no es realmente visible. Lo contemplamos
y queremos hallarnos en él, prolongando el fracaso unos
segundos más. Y no lo que debería ser una permanencia.
¿Cómo escribes lo que haces en el theremin?
¿Qué notación tiene el vacío? No estoy bromeando.
El signo que introdujiste en el algoritmo, ese extraño lugar
de hibridación donde lo real no niega la perífrasis sino que la abraza,
quedó grabado en la esfera tornasolada del cuarto.
Pero el sonido viene con un delay semejante a un goce.
Es lo más parecido que he visto a una conferencia sobre nada.
Si lo tocas se apaga, ¿es una provocación?
El movimiento de esas insinuaciones metamorfoseadas en sonido
puede interpolar el rigor del clavadista o la doble naturaleza
del insulto que lanzaste al maestresala entrando en la fiesta.
Cae con la velocidad de un rayo disparado desde un combo
de luces, incluso antes de que la luz te atraviese
con suavidad y nos amonestes con el silencio.
Solo entonces el concierto tiene lugar (usas dos theremines),
pero el ejercicio sigue siendo el mismo: la órbita, el asedio.
Si el aire no tuviera la volatilidad de tu música
diferenciarlos sería lo mismo que presenciar un acto inútil.
La geometría del instante abigarrado que nos ofrece tu imagen
fue suficiente para torcer la vertical sobre la que giran tus manos,
y con ellas el deseo de que, en efecto, tus dedos tomen la antena
por lo que es y no lo que quisiéramos que sea.
La operación nunca está completa. Lo que suena no es lo que jamás
hizo contacto, sino la forma primitiva de lo que ha sido removido.
No alcanzamos a percibir la magnitud de esa ausencia
pero la estructura ha sufrido un resquebrajamiento.
No era el eje y lo que rechazaba el botón de tu mano,
era la superficie escindida de un valle interior proliferante,
solo de naturaleza muerta entre los espejismos:
insistimos en darles vida a esos objetos y ellos nos devuelven
un lenguaje de nosotros mismos. Ese lenguaje tiene
las declinaciones de tu voz oculta entre los intervalos.
La bobina de cobre que tiene el bucle de tu voz
sigue la misma trayectoria de una gota de lluvia,
con la diferencia de que su caída no anunciaba nada,
sino que fue interceptada por el trapecio de tus manos
antes de tocar la punta del theremin y hacernos reconocibles.
Alguien desde el traspatio gritó que te calles,
pero el silencio ya no fue suficiente, y sin saberlo
tus manos abrieron otro abismo en algún punto de la sala.
Las sombras que vimos desfilar por la puerta mientras
organizabas la superficie azul de tu amatista
no comprendieron que no es posible salir dos veces
al exterior. No existe realmente un afuera fuera de todo esto,
tus hilos de estaño maternal no pueden tocarnos dos veces.
La singularidad que se hizo de tus manos al acecho
de la antena del theremin los desvió hacia otro espacio de espesura,
y ya nada pudo dividir la escena y desatar un último escalofrío.
Todo esto lo hiciste, y ahora vuelve estelar y fugitivo,
habilmente colocado en cruz. Su presencia nos incomoda,
pero nos resistimos a la generosidad de dejarnos descifrar
el ángulo formado por tus manos. Tratamos de asignarle
un color oculto y obtuvimos un claroscuro. Esto es
quisimos darle un nombre pero solo quedaron señales.
No hubo transiciones claras, solo movernos de un lugar a otro
con la violencia de una ceremonia del té.
Creo entenderte. Te restringes de contemplar los resultados
en la esfera de lo material. El hecho paradójico de tu música
nos coloca ante un absurdo (el de tender la cama, por ejemplo),
y presenciamos el hecho con esa naturalidad que nos conmueve.
De ahí que cada tema sea una abstracción y elijas nombres
como averno, espectro, paisaje, materia desfilando en la irrealidad
con su pequeño cosmos sin relieve impreso en AgNO3
mientras tú no nos juzgas, es cierto, pero sí nos vigilas.
No, nada de esto comienza sino que mira su ombligo.
La calidad autotélica de tu imagen disparando contra el vacío
tiene las manifestaciones de una heroica equivocación.
Las flores que tus brazos dejaron finalmente, esas señales
a un tiempo ligero, pudieron hacernos dormir sumergidos
en la parálisis de todo lo que nos rodea, solo que retirado.
Con la diferencia de tu música pulsando en la gravedad
de la noche: casi un misterio, un acertijo y un androide.
Tú insistes con nosotros, imposible de abarcar
el vacío. Como el fondo del espejo, tus manos
reúnen la confesión simultánea de todas las cosas.
Este concierto que tocaste en algún distrito aplanado
por la niebla, antes de que todo fuera lo que en efecto fue
un jardín ya de día, lo escribí para ti revisitando esas
extrañas pulsaciones. Y yo quise ponerlo en palabras,
y que entiendas que no solo llegaste, tocaste y te fuiste.
*(Lima-Perú, 1991). Poeta y editor. Como editor ha publicado rescates de la obra de Óscar Málaga (Canciones desentonadas y alegres aterrizajes para evitar el suicidio 1969-1973) junto a José Carlos Yrigoyen, y de Enrique Verástegui (Bodegón. Poemas recuperados 1973-1976). Ha publicado en poesía El accidente y otros poemas (2022).