Sobre «Póster estilo punk rock sin enmarcar» (2024), de Serguéi Timoféev

 

Por Ángel Padilla*

Crédito de la foto (izq.) Ed. La Tortuga Búlgara /

(der.) Anna Andersone

 

 

Di adiós a los libros de autoayuda.

La nueva medicina: la imaginación

 

 

La editorial La Tortuga Búlgara editó en octubre de 2024 la obra poética Póster estilo punk rock sin enmarcar, de Serguéi Timoféev**, traducido del ruso por Antonio Sánchez Carnicero y Marco Vidal González, que sale en una sugestiva y bonita edición color azul marino muy “galáctico”, con los características conglomeraciones o hileras de placas y escamas de caparazón de tortuga “al agua” circulando en forma orgánica por la portada (en cada edición en forma distinta; esta es la línea editorial: un color que corresponda al tema —o no— y las “pinturas” de guerra o reposo del caparazón de la tortuga tratadas a cada libro que sale con un diseño particular y único).

La edición de esta obra, sin duda, es muy potente. Esta editorial está lanzando libros que valen mucho la pena, que rellenan un vacío y que complementan nutriciamente la literatura en castellano, además en ediciones muy cuidadas, con lo que tenemos un libro artefacto, como denominó sus creaciones desde La Tortuga en una entrevista el mismo Marco Vidal. Los diseños corren a cargo de María Vera Avellaneda, y, como digo, son elegantes, modernos y sorpresivos siempre (nunca te dejan indiferente), parecen los libros de La Tortuga Búlgara inofensivos, por bellos, y a un tiempo salvajes e indómitos cuando uno los examina bien, los aprehende bien. Son armas.

Lo que me vino al contemplar con el libro Póster estilo punk rock sin enmarcar en las manos por primera vez su portada fue “profundo”. Creo no me equivoqué al pensar que el fondo sería igual; pues más profundo aún.

Timoféev es un hombre más allá de lo moderno (entendiendo lo moderno, ya, en fin, como repetición de “lo antiguo moderno”, no olvidemos que Rimbaud se definió como moderno); se describe a sí mismo en la solapa de autor del libro así:

Cuando escribo, es como si caminara por una ciudad tangible, aunque a la vez semiespectral, abrazada por la niebla, y marco con cruces los lugares donde, creo, hay una puerta. Ahí hay otra. Y allí. Y “puerta”, claro, es más sensación que un concreto portal a otra dimensión”, a otros mundos que, en esencia, desconozco y a nadie puedo guiar.

Pero siento una cualidad singular en ciertas conjunciones de palabras. Una “fisicidad” un tanto diferente, un cambio a nivel molecular del lenguaje, una transición sutil en la que combinaciones ordinarias de palabras de repente se transmutan en poesía, irradian otros significados, se ondulan, se vuelven más densas, más abigarradas. Y ahí se abre la “puerta”.

 

Bien, en forma singular y prometedora el autor no hace más que hablar del entorno poético (lo que yo llamo “el Reino Poético”, Jesús Lizano llamaba el “Mundo Real Poético” y los antiguos conocían —entre otras advocaciones— como las musas —la reina de ellas, Calíope, la que da a los poetas las coronas de laureles—), del lugar al que cae quien medita profundo, o quien se abstrae, sin más; quien, sin necesariamente ser cantor lírico, ensueña mientras pasea o está sentado a la puerta de su casa tomando el cálido sol y se obnubila o apoyado en uno de los muros de la terraza del edificio admirando por un segundo el amplio y siempre distinto cielo o tumbado en su cama intentando no pensar, o pensando en demasiadas cosas como hormigueros cruzados. Soñar… Vivir… ¿Realidad, sueño? El viejo dilema. Qué es real y qué no. Y por qué lo que nos dicen que es real lo es y lo que dicen que imaginamos o soñamos es menos importante, porque (aparentemente) es menos físico.

El poeta es —o debería serlo— el gran rebelde contra la imposición del “esto es así porque es así”.

En ese territorio se hunde y reaparece el autor de Póster estilo punk rock sin enmarcar, a través de los 41 poemas con que viajamos con Timoféev por sus vivencias, que son tan similares a las nuestras. Pero las suyas él las cuenta (ahí la importancia de la poesía, porque nos muestra los otros aspectos —que son infinitos— de la realidad) tanto en fondo como en forma con una sustancia a veces más concreta y otras, muy surreal, plástica, inasible como polvo de nube o como proyección de imagen en un muro. O… O… ¡Esta es la grandeza del libro: el abanico de posibilidades analíticas y descriptivas que emplea el autor de la vivencia! A través de su poesía Serguéi Timoféev no hace otra cosa, constantemente, que alertarnos de esto: ¡cuidado, la realidad es maleable, cambia! Y también nos dice (más importante aún): ¡atentos, si lo que os aflige lo consideráis real, a ver cuánto de real lo es y cuánto de imaginado!). Por eso creo que este libro es tan valioso, porque nos muestra a un “caminante” vivencial; a través de esos 41 poemas andamos en las visiones y recuerdos y momentos presentes del poeta por sus experiencias individuales, importante: cómo las vive, cómo las aprehende y cómo las “resuelve”. Hoy, que hay tantos libros de eso que llaman autoayuda y quien realiza esta reseña piensa que no valen más que para generar más vagos lectores y más vagos reflexionadores… el libro de Timoféev viene a traernos resultados de la psicología humana valiosísimos: Póster estilo punk rock sin enmarcar es una muestra de cómo podemos analizar nuestras vivencias, con nuestra imbatible e inabarcable imaginación, con ironía, con distancia o cercanía (si queremos una cosa u otra), cómo podemos alejarnos del momento o vivencia si queremos (el autor da muestra de cómo vive sus momentos, cuando quiere cercanos y cuando quiere tan lejano como si sobrevolase lo que describe desde una avioneta). Es un libro absolutamente imprescindible para entendernos, cómo pensamos, también “cómo nos hacen pensar”. Cómo malpensamos, cómo nos torturamos viviendo la vida desde una única —y seguramente equívoca— perspectiva.

 

El poeta Serguéi Timoféev.
Crédito de la foto Anna Andersone

 

Ciertos literatos dicen de Serguéi Timoféev que es un adelantado, un excéntrico hasta en la poesía (la poesía es la excéntrica de la familia de las letras), que anda en la vanguardia. Creo, personalmente, que es así.

De lo anotado antes sobre el análisis de la llamada realidad por Timoféev, Antonio Sánchez Carnicero nos dice en la contraportada del libro que “El tono, a veces melancólico, a veces lúdico, rebela a un Timoféev que intenta abrirnos puertas hacia nuevas realidades, universos paralelos a lo cotidiano o desdoblamientos orgánicos de una misma realidad” Voilá. Decía Manuel García-Viñó (uno de los más grandes novelistas en castellano, hoy casi olvidado, porque fue muy batallador —un buen grano en el culo de la oficialidad—, en concreto desde la impiadosa, divertida y ruda como el vaquero bandido más legendario —contra los malos autores de la globalización y de la literatura de entretenimiento penosa en su ejecución— La Fiera Literaria) que para las artes, para la literatura en concreto, el “descubrimiento” de la teoría de la relatividad marcó un antes y un después en la producción de la novelística, la poesía y la invención literaria mundial. En su ensayo Teoría de la novela (La Vieja Factoría), Viñó nos dice:

En la novela clásica, newtoniana, realidad es equivalente a consistencia y actualidad. En la novela relativista y quántica, el pasado y el futuro son tan reales y presentes como el presente propiamente dicho; y los sueños, los recuerdos, los deseos, tan reales como lo que acontece en el presente. Y el ser, tan real, como el debe ser.

 

En la poética de Timoféev pasado, presente, el ser y el debe ser se funden, o transforman, sencillamente, a capricho del autor, que es quien —como debe ser— examina y por tanto controla “la realidad”.

Yolanda Castaño en cuanto a la posición de Timoféev en la literatura contemporánea, dice que:

La auténtica vanguardia poética del norte de Europa está en Órbita, grupo experimental de hibridación artística. Y uno de sus miembros sin duda más dotados es este letón de expresión rusa capaz de tanta versatilidad expresiva como certero talento.

 

Ojo, que esto lo dice Yolanda Castaño, poeta a la que admiro por estar, y desde hace muchos años, en la más pura vanguardia. Yolanda Castaño nació en la vanguardia, la supera. Tanto en su poesía como en la “escenificación” de ésta en lecturas poéticas y videoclips. Timoféev ha recibido desde este lugar un gran elogio y de alguien bastante relevante en nuestra poesía. Con buen pie bajó del “avión” de la traducción este mago letón rusohablante de la palabra y del pensamiento lateral.

Algunos ejemplos de cómo Serguéi “juega” con la realidad (en lugar de la realidad jugar con él como individuo) están en poemas como “¿Sabías qué, amigo?”, donde el sujeto cuenta cómo el empleado de un bar le dice cómo meneando de determinada manera una botella de Coca-Cola, en su interior se formarán figuritas, un jeep militar americano, un hombre y una mujer con uniforme militar…; el tipo del bar tiene una colección de esos “hallazgos”, que al final del poema, tal hombre, le da la vuelta a una de esas figuritas que nacen al agitar durante unos minutos la Coca Cola y “se forma un remolino gris,/ que, conforme vas parando de remover,/ se transforma en la figurita de plástico…”, y en su base tal figurita tiene la etiqueta de “Made in China”.

La risa lúgubre y alargada del que sabe que tiene todo que perder y nada que ganar, o a la inversa, que todo lo que ha ganado le es suficiente y aún puede ganar más, con el humor y el sarcasmo (buenos baúles donde encontrar cosas raras y edificantes). Esa risa, que no es hostil sino abrazante como el interés de un amigo en que nos sintamos bien esa tarde, abarca todo el libro. Esa tarde en la que necesitábamos una voz.

Ironía, broma, mofa de todo lo serio, al menos de lo que se considera serio, rebeldía, en suma, la de este poeta contra lo impuesto como “mundo”. No obstante, el bardo sabe ponerse serio cuando toca y no evita sino que enfrenta lo romántico, porque al final todo es una pose. Pose como la del capitán del barco, de pie en mitad de la feroz tormenta dando ánimo a los marineros cuando piensa que una de las caras de la moneda que está cayendo dicta que podrían morir todos (recomiendo la lectura del relato “La semilla de MacCoy”, del compendio Cuentos de los mares del sur, de Jack London, Navona editorial, como ejemplo de parsimonia musculosa de un personaje vivenciando una realidad hostil como si no le tocase, transformándola y venciéndola “sin creérsela”); la de la madre sin nada en las manos en la mañana diciéndole a sus hijos que comerán, creyéndolo ella porque lo visualiza, invitando a jugar a sus hijos con hambre. No por nada se dice que el humor es la cosa más seria. Este poeta letón sabe de las cárceles maravillosas, sabe de la mentira y los desagravios y trampas de este sistema, y nos la presenta con maquinaria de humor abultado por ejemplo en poemas como “Días angelicales”, donde nos explica cómo viven los ángeles a quienes describe como “Los ángeles son unos chavales muy pausados,/ que a hurtadillas fuman unos/ cigarrillos de chocolate”. Las nubes donde habitan “huelen a vainilla” y allí todo está tan pulcro y bien cuidado “como el desayuno en un avión”. Cuenta que a veces esos ángeles ven “películas de acción en una tele/ de dimensiones celestiales”, no sin anotar que esos mismos ángeles que “Llegan a un paraje y resulta que es un jardín,/ caminan bajo manzanos, recogen/ frutos del árbol del conocimiento del bien/ y del mal. Prueban un bocado. Mastican. Para ellos/ son inofensivos, como todo”; esos angelitos después de ver películas de acción “se les ocurre que también podrían…” (esos puntos suspensivos se dejan a la imaginación del lector pero significan mucho). Esos ángeles quizá seamos todos (no como seres con poderes y paz sino cegados en un infantilismo que no se opone y favorece la cada vez más alta marcha de los generales oscuros del Poder rompecielos), y en este poema quizá se resuma la visión sobre la vida de este autor, donde podemos alucinar cuanto queramos, pero podemos marcharnos de esa alucinación, terrorífica o maravillosa, hacia otro estado mental donde “también podríamos…”. No me resisto a abundar en este poema, en una palabra de él: el verso ya nombrado “Llegan a un paraje y resulta que es un jardín”, ese “resulta”, tan gracioso, encierra toda la tramoya, todo el conocimiento de la tramoya montada por “externos” o por uno mismo con nuestras voces intrusivas y nuestra, tantas veces, incapacidad para hallar perspectiva. Este libro está lleno de joyas de este tipo, el lector deberá hallarlas. Yo en su tercera lectura no paro de encontrarlas, cuando creo que una parte de un poema hablaba de esto, “resulta” que…

 

 

En fin. Y ese “también podrían…” de los ángeles, donde se supone lo tienen todo, es culminante. Ahí tenemos una puerta de las que el autor habla, una puerta para todos.

Recuerdo en una entrevista que me hicieron hace poco en TEVE4 donde dije al entrevistador que como poeta les digo a mis amigas/os que nunca se paralicen con situación alguna, porque hay puertas, yo las veo, que salen a los valles y cielo abierto, en todas partes las hay, hasta en los lugares más carcelarios y cerrados. ¿Los lectores de esta reseña han visto la película La vida es bella? Estoy seguro de que sí, y si no lo han hecho, véanla, por favor, al mismo tiempo que leen este libro tan esperanzador en inteligencia no ya adaptativa sino, superior a esa, superadora de lo común —rebelde y listo como un caballo verde—, donde podemos ser más altos que cualquier muro y más listos que todo carcelero y más aviesos y letales que la más cerrada sombra.

En el poema “Se dice que” Serguéi, en modo 1984, explica cómo de penitenciaría gigante es la Unión Soviética y cómo todo está controlado milimétricamente con

seis servicios de inteligencia./ Uno vigila el futuro, el segundo el pasado./ El tercero nos vigilaba a todos,/ El cuarto a los elegidos./ El quinto definía la magnitud de lo oculto,/ El sexto cuestionaba la veracidad de las descripciones […]

 

Imagine el lector la opresión vital del autor como habitante de un lugar así, de ahí se entiende que emplee su imaginación con una mayor potencialidad que alguien que vive libre y sin ser controlado ni manipulado burdamente. (¿Pero existe un lugar sin opresión? Lo dudo mucho, para desdicha y preocupación de todos. Ah… tantos ángeles juguetones…)

Se burla de la realidad, ruda y crudamente muchas veces, y está bien, cínico y combativo, como en el poema “Septiembre”:

Aparatos del tiempo apacible

al máximo. Árboles

dispuestos en posición.

Entidad móvil felina

reposa sobre la hierba.

Todo bien, mucha fuerza,

gran verismo.

 

Todo ese descrédito a “lo que aparenta ser algo”, cuestionándolo no vaya a ser otra cosa, se explica con las vivencias descritas en poemas como “El viejo mundo”, “Amanecer en el país de los introvertidos” o el desolador “Katia”, donde no se pueden cumplir los más mínimos sueños en un lugar detenido en todo, donde pasan los años como segundos y a la inversa, y uno se hace viejo y muere intentando hacer algo que se le niega de todas las formas.

El espíritu combativo y vencedor de Timoféev recuerda al de Blancanieves en el inicio del bello y fatídico cuento, donde la princesa es condenada por su madrastra a los dormitorios comunes que comparten los criados, oscuros, húmedos y mal ventilados, donde duerme sobre un montón de paja entre pulgas y ratas. Timoféev no se resigna a la tiranía “del castillo”; Blancanieves en sus rutinas maratonianas de trabajo impuesto por la madrastra —trabaja las mismas horas que la servidumbre, incluso a veces más, a fin de embrutecerla y envejecerla y hacerla menos bella—, habla y canta con las palomas, roedores, insectos, se hace amiga de los demás sirvientes y saca el mejor partido de la situación dándole la vuelta a la realidad donde se le ha encajado, cual bonsái, contagiando a los demás con la fuerza de su espíritu bello y alegre, abarcador y capaz de sobrevolar (pues Blancanieves canta, y cantando es como atrae a su pareja de vida, que la escucha desde muy lejos).

Blancanieves “ve más allá” de lo que cercanamente le rodea, como Timoféev, quien en el poema “Descalza” muestra su tierno corazón al recordar a una de las compañeras con la que trabajó en un lugar desordenado, hosco y rutinario en un trabajo bastante pesado y surreal, pero él se acuerda de lo humano, ahí triunfa; de todo ese tiempo de trabajo obsceno para una empresa hija y una máquina más del capitalismo, él se acuerda de unos pies descalzos, los de esa compañera que iba de un lado a otro de la oficina —donde por fortuna había alfombra— descalza; eso es hermoso. Eso es recordar. Permitiendo pernoctar a sólo lo bueno en el cimiento de nuestra alma como resultado de toda operación aritmética vivencial por la que transitemos.

En “Petróleo” describe a alguien con una extraña afección “muy moderna”, que chorrea petróleo por el cuerpo y ha de estar lavando la ropa constantemente y usando compresas. Al final de este poema el poeta —después de decir de aquella persona que “en su vida tiene petróleo”— nos interpela: “Y vosotros, ¿qué?”.

En el poema “Fantasías” hay humor dentro del humor, pues el gran bufón que es Serguéi anota que “No me gusta el género fantástico, pero no es raro que lo lea”. Habla de “los partisanos de lo banal”, que “han quedado fascinados bajo los horizontes de la fantasía” y “ven lo no visto”. “Tan incrédulos ante todo, meten el dedo/ en las paredes. Y a veces de gelatina resultan en realidad”. Tremendo. Se troncha de sí mismo y de los demás. El humor debe ser así. Uno en primer lugar debe humildemente carcajearse de su propia situación, sea cual sea, y luego lanzarse al mundo con la redonda nariz roja.

La última gran carcajada de Timoféev en este libro la echa con el poema “Primera foto de un agujero negro”, donde al verlo “millones de personas se alegran”, “se ve nítido/ el agujero negro”. Luego culmina con un “Saludos desde la ventana./ Cruce de miradas./ Y a seguir adelante.”

En el mismo poema desternillante, serio como un funeral, lo uno y lo contrario a la vez, dice:

El vecino fumando en el balcón

es un vecino que fuma

en el balcón

 

En conclusión, me recuerda su darle la vuelta a todo o exponer la realidad en sus formas más grotescas o risibles, a Eliot. En el “recoger” la realidad en sus formas más banales y extravagantes, tomando de aquí y de allá como un crisol lo que uno quiere, libremente. Insisto, libremente.

Pero un Eliot con una carga de presente, claro, más acentuada porque Timoféev es hijo de nuestra época, una época impositiva y que busca tornarnos locos de atar, para utilizarnos aún más, para tumbar del todo la poca resistencia que todavía existe en nosotros contra las prácticas biocidas del capitalismo actual cada vez más ciegamente destructivo. Y en Póster estilo punk rock sin enmarcar Serguéi Timoféev —yo así lo he visto— nos da algunas claves para cambiar las tornas y volverlos locos a los demás, “al enemigo”, al narrador o narradores que ‘desde lo alto’ cuentan el mundo. Que salgamos del teatro. Y les plantemos cara. Que nuestra visión imaginada les confunda. Y pierdan pie los malos. Y nosotros tornemos al poema, quiero decir, al camino. Con los zapatones de Charlot, si queremos, o con las patas ligeras de un pájaro.

 

 

 

 

 

*(Valencia-España, 1970). Poeta, novelista, dramaturgo y activista animalista. Ha obtenido el Premio Ignotus a la mejor novela corta (2008), el Certamen Internacional de Poesía Joven La Grúa, el Certamen de Lecturas Poesía en Abastos (Ayuntamiento de Valencia), el Certamen de relatos SOS Racismo Madrid, entre otros. Algunas de sus obras de teatro han sido representadas en España y Sudamérica. Sus últimas publicaciones son La bella revoluciónLos hijos de Romeo y JulietaHumanzee, entre otros.

 

 

 

**(Letonia). Poeta. Escribe en lengua rusa.

 

 

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