5+1 poemas de «Canto de la ceniza» (2024), de GC Manuel

 

Por GC Manuel*

Crédito de la foto (izq.) DC Manuel Ed. /

(der.) archivo del autor

 

 

5+1 poemas de Canto de la ceniza (2024),

de GC Manuel

 

 

Diversa, mi sombra tú

 

Y en la calle Santomé (sombra tú),

Tatuada de luz apenas, la noche,

Como un temblor exacto,

Se llena de presagios y de olores

Que te retratan.

Una filosofía de aguaceros lúcidos

Se va estrechando entre dos aceras:

Los pasos, ven a ver, se transparentan:

En tiempos de mejor ver,

De esos que fluyen ahora

Por las escorrentías.

¿De qué sirve el universo, sombra tú,

Si es en lo diverso

Donde el uno y la una caben

En su unión más diáfana?

Mejor desparramados que olvidados,

Incluso más palmera que zaguán

O más noche oscura en Ciudad Nueva.

Pregúntales por esas páginas

Donde se nombra a la vida

Y emperrados, sí, y orejeando,

Se bailan a secas, como tragos

Quemándose ayer.

O siempre lobos,

Como zafios deseos que se zafan,

Como lunas desdosificadas,

Como principios que no cuentan,

Como sombras impares.

Y luego se desentierran

(¿Sombra tú?, preguntan)

La culpa y su raíz.

Cierto: desenterrarse

Es más estado que acción:

Perpetuidad de lo que surge

Sin llegar nunca a brotar.

La forma de la culpa

Expone su sentido.

Diversa es la emoción

Que siempre cabalga a ciegas:

Latiendo al caer la tarde,

O saliendo recién bañada,

Sombra tú, vestida de luz,

A poblar esta ciudad.

 

 

 

Ella, mi bello aerolito

 

Ella me cayó encima como un aguacero de gracia.

Me hizo ser el tal vez único muerto agradecido.

Ahora me sobreabundo en sondas y misterios míos.

Caminando por la Zona, despierto viejas andanzas.

Llegando al Parque Colón, por ejemplo, se intuyen

Marcas que circulan triángulos, tetragramas sin dueño

Y lánguidas palmeras cojas que esperan a sus pastores.

La oficina de este cielo está cerrada de noche:

Uno llega y se asoma por una ventana triste

Mas ni con grandes voces acierta a decir sus luces.

Se cuelan miedos en polvo, vinos que llevan brisa.

Nadie quiere pensarse en esas horas extrañas.

La Zona no es un lugar: es sólo un presentimiento.

Ella, mi bello aerolito, se deja caer callando

Los viejos discursos del agua, los gritos de amar

Profundo. Un gas no sería jamás tan secreto como Ella.

Sueños de urbes lejanas que circulan detenidas.

Tránsito de calles obtusas, oscuras y subterráneas.

Donde siempre se repercuten, chocan y se enrevesan

Crepitantes, tremebundos, insólitos transeúntes

Expertos en abrir arcanos con sólo hacer una pregunta

Humeante, caliginosa y capaz de romper el día.

Y uno que pasa apenas, como un gato, por la Zona.

Uno que acaso sopla, tal vez silba o tiembla o cruje,

Como una dentellada que se arrepiente de no ser café.

Uno que, sin gaviotas, pone un mar en otros ojos:

Se suelta, y sí, con lentas urgencias de vida o muerte.

En esta ciudad es frecuente la emboscada de la dicha.

A mí, por ejemplo, es Ella la que me llueve a solas,

Mi más bello aerolito, suelta como la piedra de toque,

Misiva de una sola sílaba, mi mágica misionera

Que me alcanza para toda la vida

Sin nada que me haga falta

Y sin que me haga falta más vida

Para que ella me alcance.

Es Ella, mi bello aerolito,

La que ahora mismo me habita.

 

(de Sombra tú, tatuada de luz, 2023)

 

El poeta GC Manuel

 

La facilidad ya no está aquí

 

Hay que seguir la fiesta.

Aunque nos duela el aire

El jardín que no tenemos

El país para el que no existimos.

Margarito Cuéllar

 

Háblame como anoche: con tu piel transificada,

Vuelta a empacar en ti, finamente entresacada,

Como el uno frente al cero.

Hoy que ya no tienes ni un pelo de quien fuiste,

Largas colas de ti misma

Te apresuran a largarte

Con el resto de tu vida

A otra parte.

Y como ya no funciona el semáforo de los sueños

Es posible que esta noche ocurra otro accidente:

Puede caerse algo en ese país que te olvida,

Un brote de felicidad que enloquezca a los banqueros.

Este será tal vez tu ser más ser, como se dice en lunes:

Hará más fácil hacer, sin cicatrices de ayer,

Esta mañana.

 

 

 

La transición también huele a marisco

 

Una noche me acosté contigo, Electricidad:

Estabas tan invertida que donde ponías tus polos

No volvía a crecer el pelo.

Después salimos a fumarnos el balcón,

Mientras la cama refrescaba su memoria

Con un abanico

Y yo desenterraba de tu cuerpo,

Cada una de mis partes (el Norte, el Mar Calvo,

El Extremo Urgente y los Pies Ponientes)

Se fueron congregando para luego manifestarse

En contra tuya:

“No sé que esperas para dejar a esa loca”, me decían;

“Terminarás teniendo la culpa del cuarto menguante,

De la marca país y del precio de la cerveza”

Y luego, como si Kant no hubiese existido,

Pretendieron criticarme por mi mal gusto

Como si este fuese una prueba de poca inteligencia.

Cuando hace falta ficción,

Hasta un cepillo puede ser buena compañía:

Un pequeño paso, sombras que calculan

De qué lado de la nada ponerse.

Por eso, entre el mar y tú, me quedo con el sábado,

Pues lo que importa es el ritmo,

Las fofas lápidas y las lágrimas de sopa boba.

Te vi volverte una fiera cuando te enteraste,

Electricidad. Dijiste: “La luna,

Con tal de no ser pobre,

Es capaz de salir de día”.

 

Debe haber sido entonces

Cuando tus fichas me bloquearon:

Quedé como invierno enano en boca de patinador.

Desde entonces, las aguas negras

Pescan por mí cada noche:

Me alejo cubierto de hule,

Regreso hecho un espanto:

Me saludan los aguaceros

Que cantan mis cataclismos:

No espero ni quiero ni tengo nada

Que valga la pena robarme.

 

(de Los trabajos de la nada, 2017)

 

 

Teoría de la cremación

 

No pasa lo que pasó si no se quema: a diario

Pasan las horas cargando sus dromedarios

Y luego los desparrama un soplo de sal de azar

Tanto sobre el ayer como sobre el más doblado

Mañana: tales cosas suceden, pero no pasan,

Como tampoco el desastre que es la espera

Del desastre, el intenso minuto de agonizar

Que siempre llega demasiado tarde, aunque

Tampoco pase. Uno debe quemarse en vida,

Si es posible. Hacer ceniza todo lo suyo,

Sin dejar huellas de que hubo dudas, ascos,

Sueños y desconciertos. Desemparedarse

Es un acto que requiere un rojo brutal,

Un tambor de rifirrafe, cuatro partes de sodio

Cuatro de fósforo y cuatro de magnesio.

Hay zapatos que miran siempre para otra parte;

Pies que no se van, plantas de poco aguante;

Cuerpos que sólo conocen el idioma del desastre;

Errores por cometer en noches de pocos quilates.

Se estira cada rincón de un horno muy interesante

En el simpático arder de los cuerpos copulantes.

La vida se queda sin gomas sin que nadie la retuerce:

Comienza a ser letra muerta

Cuando la llama envuelve.

Si la llaman, y entonces pasa, no como la idea

Incendiaria que no inflama ni gas ni aceite,

Sino como la brisa que viene y se va, suelta su rabia

Y sigue en sus trece, sin que nada pase,

Sin que nada se quede.

Ni la ola pasa si nadie la quema, ni la uva pasa

Si en el horno no encuentra su mejor arma.

Prueba de que algo pasó es su ceniza, la tiza

Que tacha con ceros la trágica escritura

De una vida completa. Es falsa esta brisa

Si nada la quema, y no pasa, como el viento,

Siempre regresa. Nada como el fuego

Revierte la prueba, borra la pizarra,

Y salta la cerca entre hacer y pasar:

No ha pasado lo que pasó si nadie lo quema.

 

 

 

Cenizas negras

 

De un tren a otro se trasiega el entendimiento,

La lámpara muerde mejor su propia lamprea,

Y esa electricidad en gotas que nos faltaría

Si no fuésemos tan frágiles como copas de luz,

Como secos sacos de llantos traficados,

Bastaría para levantar al día de su tumba.

Así se perderá esta batalla de horas contra el tiempo:

Un día mostrenco engendró esta vida de ceniza,

Una rueda rota nos trajo de regreso a este recuerdo

Que se amarra a la memoria con largos trapos

Alados, y otro sí rastrero se atrasará con rudos

Golpes de negro en su propio cielo, mañana.

Pero antes, vibrantes, como manchas que piensan,

Nos armarán otro instante aquellos que deciden

Quién enciende y quién se quema esta noche:

Difícilmente ganará la brisa su cabal cretona,

Mientras el mastuerzo muerda su báculo usurpado.

No ceja, sin embargo, el cejijunto en su empeño.

Tampoco se deriva de consejas que cosechan

Asquientos catafalcos para repartir honores:

Por más que la escupas, no, negro no es una palabra

Tampoco es tu madre sentada en la otra orilla:

Negro es el carro en el que viaja esta vida

De campos a proezas, de sueños a saltos, de cantos

A grandezas, como la santa ceniza que a todos

Nos espera, como esa marcha antigua que masticaba

Corazones en súbitas devoraciones, gordos alcanfores

Dedicados a envolver sustos y cheques al portador.

Negro es el pulposo y medusario pálpito de la dicha,

Su lado más alzado, su más desalambradora prisa.

Negro es el eterno derretimiento del tiempo

Sobre el mundo, el lado eterno de la luz.

Negro es el relámpago de los mundos libres,

Donde la verdad no es una planta que sólo crece

A puerta cerrada, con calculosas filas de nombres

Que le ensortijan los dedos, sino en cada lugar

Donde la sangre fija su residencia y se sienta

A conversar con el tiempo cara a cara.

Negro es, pues, el número que el ser marca para ser.

¿Oyes lo que calla el cuerno azul de esta noche?

 

(de Los cantos de la ceniza, 2024)

 

 

 

 

 

*(Santo Domingo-República Dominicana, 1961). Escritor y editor. Pseudónimo de Manuel García-Cartagena. Doctor en Letras Francesas Modernas por la Universidad François Rabelais (Francia). Ha traducido al español la versión en inglesa del poema de Yevguéni Evtuschenko Fukú (1984) y organizó la antología Indómita y brava, poesía dominicana 1960-2010 (2018). En 2011, el Teatro Guloya puso en escena su pieza titulada Siete días antes del tsunami. Dirige la revista digital de arte y literatura ¿Cómo así? Ha publicado diversos libros en géneros literarios así como de crítica literaria.

 

 

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