5 poemas de «Layqa: nativa de la oscuridad» (2021), de Karuraqmi Puririnay

 

Por Karuraqmi Puririnay*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Lliu Yawar /

(der.) ©Emilia Chávez Santos

 

 

5 poemas de Layqa: nativa de la oscuridad (2021),

de Karuraqmi Puririnay

 

 

Warmi

 

Me da orgullo decirlo:

mujer agraria soy,

serrana de la puna soy,

no me avergüenza cargar mi manta en forma de kipi

ni modelar mi falda mil rayas

mi fustán de colores

y mi pantaloncito de lana.

 

Me gusta lucir mis dos trenzas con cintas coloradas,

mi collar de pepas de eucalipto,

mostrar mis dientes verdes de coca,

hablarle a mi hijito en quechua.

bailar mi carnaval,

tumbarme el cortamonte de un solo golpe con el hacha

y terminar sinka sinka warmicha.

 

Mi sangre canta,

mi voz es el eco de los árboles y las viejas flores,

me salen ríos por los ojos en invierno,

mis senos son dos paisajes celestes en los días de enero,

mis manos son dos niñas alfareras jugando con la tierra;

mis pies, gorriones que de salto en salto vuelan sobre la

chala del maíz.

 

Soy piedra blanca,

tengo todas las edades,

soy de todos los tiempos,

mujer que se parece al cielo,

mujer sin querencia ni manada,

mujer que le pertenece a la tierra.

 

 

Layqa

 

Nací bruja,

reconocí mi reflejo negro

en una gota de lluvia

y desde entonces

lo supe…

 

A los tres años

me descubrí hechicera.

 

Alumbré muñecos vudús

con rostros ajenos;

tuertos,

mancos

y sordos.

 

Supe cuándo mi padre moriría

y cuándo mi madre quedaría ciega.

La bondad nunca fue lo mío,

podía amanecer a la noche,

oscurecer al sol,

ver el humo azul de las almas deambulando,

mudarme a cuerpos que no eran míos,

confundirlos y hacerlos levitar.

 

Así, dejé de ser humana

y me convertí completamente en bruja,

salvaje de absenta pura,

gato negro que en las noches husmea los sueños.

Me acusan de terrorismo

por quemar un bosque de hombres,

por invadir de insomnios las pupilas de los niños sin

madre,

 

por robarle la piel a las azucenas,

por hacer parir duendes a los árboles,

por dejar caer del tiempo a los ancianos,

por multiplicar mi imagen en los espejos,

por santificar la parte oscura e inverosímil de mi ser,

por degustar la tristeza y el hastío,

por mi mirada pérfida,

por mi posesión vil sin santuario,

por fermentar en alcohol el rostro del poema.

 

Sí,

por todo eso

soy culpable.

 

 

 

Supaykuna

 

Allinmi mama Kata.

 

                    Allinmi papay.

 

Es hora de cuajar mi alma, mamay,

de beber el zumo de flores

si no he de perderme a mí mismo

este domingo imposible.

 

Tiendo mi cuerpo ante tu tacto milagroso,

mi estupor y miedo

ante tu saliva.

 

Así es, papay,

si no te curo

te harás aire

o nada.

 

Los demonios

harán explotar en tu pecho las lágrimas,

los condenados

dormirán en tus pupilas,

harán tu cuerpo temblar

hasta levitarlo.

 

Ahora voy a entrar

-entre palabras y rezos a

tus vísceras,

a tu sangre,

a tus huesos.

 

¿Qué ve, mama Kata?

¿Acaso he de morir?

 

Muchacho,

la muerte es lo único incurable,

deja de hablar

que espantarás al espíritu de esa

oscuridad

alojada en tu hígado y tu pecho.

 

Se han incrustado a tu cuerpo

seres con tentáculos y cabellos enredados,

amarguras de cartón,

rencores de agua salada,

dolores y sustos de plástico.

 

Disolveremos esas sombras.

¿Trajiste el cuycito negro,

clavel-wayta,

mielcita de campo?

 

Tu ofrenda,

mamacoca,

cañita

y el cigarrucha.

¿Maypin kachkan?

 

Apura, papay,

antes que el día se vaya.

 

La poeta Karuraqmi Puririnay

 

Tejida y destejida

 

De tanto ver a mi madre tejer chompas y medias, me hice hilo para estar siempre entre sus manos, en ellas me extendía infinitamente como puente hasta el cielo.

Los lunes me hacía ovillo y rodaba por las inmensas chacras hasta llegar al Huaytapallana, ahí, sumergía una hilacha de mí en lo profundo de la laguna, entonces la sirena lo tomaba y amarraba con ella su larga cabellera, evitando que el cabello caído termine en el puchero de la comunidad.

Los domingos por la madrugada, mientras dormía, cogía las madejas enmarañadas de mi corazón, las desenredaba y me tejía un muñeco con el rostro de algún padre solo para acompañar mi incertidumbre, después por las noches lo destejía.

Tantas veces fui hilada y deshilada, que aprendí a tejerme a mí misma.

 

 

 

Ser animal

 

Un lobo feroz gruñe en mi arteria,

sostengo sus múltiples extremidades,

su piel de selva,

el universo de sus ojos,

después me pierdo en el mapa de su sangre

buscando mi manada.

Tardo otra vez en reconocerme,

balo como carnero moribundo,

maúllo como gata en celo,

me disperso al cielo

como si fuera un ave de nube

o de humo.

 

Huérfano soy,

no tengo raíz

ni ramas,

no tengo padre,

no tengo madre.

 

A mí me extrajeron del río,

me sacaron a fuerza de un útero vencido,

como pez,

como piedra blanca.

 

Ahora

atemporalmente soy

                un lobo,

                un carnero,

                una gata,

                un jilguero,

                a veces

                un insecto.

 

 

 

 

 

*(Huancayo-Perú, 1991). Poeta. Pseudónimo de Emilia Chávez. Fundadora del colectivo literario “La subversiva” (Huancayo). Obtuvo el primer puesto en LETRARMA – Combate de poetas (2022) y Premio Heroínas Toledo (Municipalidad Provincial de Huancayo, 2023). Ha publicado en poesía Layqa, nativa de la oscuridad (2021).

 

 

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