Por Adriana Bermejo Lozano*
Crédito de la foto (izq.) ©Mara Saiz /
(der.) Ed. Valparaíso
Niñas secretas que secretan.
Sobre La nieve brota en cautiverio (2024),
de Iria Fariñas**
Abro el documento de Word para escribir estas líneas mientras en Spotify Charlie XCX canta: “Girl, it’s so confusing sometimes to be a girl”. Pienso que, efectivamente, es tremendamente confuso crecer siendo niña. Tienes a tu disposición el embrujo creador de la palabra, pero también el miedo, y también la curiosidad, y también tus rodillas hundidas en la grava, que deja tu piel estriada y hace que aparezca algún que otro puntito de sangre que recoges con el dedo y lames (te inquieta su sabor a hierro mezclado con la arenilla). Siendo niña, te acostumbras a crecer entre avisos y amenazas, pero también a adoptar esa sonrisa pilla y cargada de malicia cuando sabes estar transgrediéndolos: no te laves el pelo cuando tengas la regla, no te bañes mientras menstrúas, si entras a una bodega en tal estado, convertirás el vino en vinagre. En fin, eres mujer y eres un riesgo. Las niñas, pues, descubren su cuerpo desde el miedo a un castigo divino. Ante todo, han de reconocer que son impuras. Y esa será su condena. Pero ¿y si esas voces represoras no existiesen?, ¿y si el mundo comenzase con esas niñas listas e intuitivas que juegan a poblar el mundo?

En La nieve brota en cautiverio (2024), la poeta Iria Fariñas explora justamente la infancia desde la infancia misma: doce niñas curiosas, valientes y, por ello, rebeldes, que, desde una temporalidad primigenia habitan el mundo, lo tocan, lo descubren con el cuerpo, con las manos, con las rodillas. Llegan así a averiguar las limitaciones, los miedos, la amenaza inherente que es ser mujer y querer conocer siempre un poquito más de la realidad circundante; no le tienen miedo al cuerpo, sino que lo disfrutan y lo emplean como medio a favor y no como lastre. Con tono mítico, estas doce niñas, que son madres, niñas que son también brujas y al revés, dan cuenta de la fecundidad poética que implica ver nacer el mundo desde una epistemología femenina. Una forma de percibir que está atravesada por una ingenuidad repleta de ternura y osadía, pero también colmada de miedos, de llagas que escuecen y de deseos despiadados. Leí el otro día en un tuit: “Si tuvieseis q[ue] vivir 2 horas en la piel de una niña de trece años os daría un chungo” (dos mil retuits, veinte mil likes).
Esta docena de niñas marca estructural y formalmente el poemario de Fariñas. Es, por ello, un libro coral desde los diferentes dispositivos paratextuales hasta la configuración de las voces poéticas y del hilo argumental que se entreteje a través de los poemas. Frente al yo poético único y singular que caracteriza a la poesía desde la modernidad hasta nuestros días, Fariñas construye una voz lírica polifónica en diferentes sentidos: no solo cada niña/madre/hechicera enarbola su particular rezo/confesión/desobediencia/herejía, sino que hay poemas en los que todas esas voces confluyen y cantan colectivamente en mitos/génesis/rituales: “las doce bailamos en círculo […] aquí estamos a cara destapada/ hermanas-meteoritos/ expulsadas de la herida revuelta” (p.88). O dan lugar a diálogos en los que una niña le habla a otra:
pero
(se aleja)
para
(se detiene)
por favor
(se abrazan)
a qué renuncias
al amor no
al pecado no
a la esperanza (p.75).
En La nieve brota en cautiverio, hay una originalísima y variada exploración de modos de abordar la enunciación poética que consigue impregnarse y dar cuenta de la complejidad de trasladar el mundo de doce niñas que no son, en absoluto, homogéneas, sino que tienen sus propios secretos, anhelos, pasiones y miedos (la niña que solo tiene una costilla, la niña que llora barro, la que juega con las espinas del pescado…). Por eso mismo, cada voz tiene su forma de cantar y la página en blanco se vuelve un espacio de experimentación formal que juega con el ritmo de los poemas a través de la longitud de los versos, de los espacios en blanco, de las sangrías, de las alineaciones de las estrofas a la derecha o izquierda e incluso a través del silencio.
Dicha polifonía no solo la encontramos determinando la construcción retórica de los poemas, sino que articula todo el proyecto poético del libro como objeto artístico-ideológico desde la misma concepción del valor de los paratextos. Se arma, así, un poemario que es de Iria, pero es también un canto colectivo. Me estoy refiriendo al prólogo doble de Alejandra Banca y Paloma Chen, al epílogo de Aurora H. Camero y a las citas de poetas mujeres que encabezan todos y cada uno de los diez cantos. La voluntad creativa de Fariñas parece responder a las ideas que expresa en algunos de sus versos como “este testimonio pertenece a la amistad más absoluta” (p.93), de manera que el libro entero se vuelve una “fiesta maldita” (p.47).

De los paratextos antedichos, quizás el que más ilumina la posición poética y política de Fariñas sean las citas que abren cada canto, pues enfrentan fragmentos de diferentes textos religiosos con una carga profundamente misógina a citas de escritoras mujeres contemporáneas que, de una forma u otra, confrontan lo expresado en el discurso religioso (Anne Sexton, Sylvia Plath, Mónica Ojeda o Ana Ajmátova, entre otras). En este diálogo explícitamente feminista contra el discurso religioso a propósito de la mujer, hay una actitud lúdica (y quizás por ello es mucho más inteligente) que, de manera subversiva, altera los significados originales, les busca la burla y, por ello, es profundamente ideológica. Esto mismo subyace a los títulos de los propios cantos, que son una reinterpretación personal de los diez mandamientos del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el canto V: “Descubrirás la impureza” (frente al quinto mandamiento “No matarás”), con lo que continúa esa construcción mítica de un mundo femenino.
Es justamente la noción de “impureza” que da título al canto quinto la que jalona el libro en dos mitades. Quedan, en la primera mitad, las niñas inquietas que descubren su deseo, aprenden a interactuar con el mundo natural, conocen sus afectos: “pero ser niña es algo cuyo fin es el abandono” (p.30). Y, en la segunda, aparecen ya las hechiceras que purgan dichos temores y dolores infantiles, mientras festejan su existencia sucia, obscena y brutal: “vinimos a romper/ la delicadeza de la palabra/ elevarse con los dientes/ y decir al final// túnel directo al núcleo/ he ahí la ascensión” (p.106). La asunción celebratoria de la impureza es el motor que transforma a esas niñas intuitivas en brujas sabias, pues en el ejercicio comunitario de la feminidad desaprenden “el asco// allí donde alguna vez/ todas las mujeres/ desfilamos” (p.63).
A este respecto, la lengua poética construida por Fariñas a lo largo del poemario está fundada en la dimensión física, sensorial y corporal de la palabra. Por eso, abundan las mutilaciones del cuerpo (las llagas, la niña sin párpados, las niñas agujereadas, la expulsión de los órganos), los procesos fisiológicos (el escupitajo, el hambre, la sed) o los humores del organismo (como las lágrimas, el sudor, la sangre). Una lengua poética que insiste en el juego creando una temporalidad atávica, un tiempo sin tiempo que, en ocasiones, se trastoca insertando referentes contemporáneos y da lugar a una suerte de lectura alucinada e irónica: “cuando hablamos de entrada hablamos de calabozo:/ decorado con muebles de segunda mano/ en el que proyectar un piso feo pero estable” (p.77).

Crédito de la foto: Melina Bolopá
Ello me permite hablar de la variedad de tonos que convergen en el poemario, desde la desesperación desquiciada en versos como “Madre escucha si me encuentras/ entiérrame en algún suelo prohibido/ llámame loca mátame al fin descuelga” (p.29), pasando por las leves notas irónicas, hasta llegar a la celebración dionisíaca de los excesos de los cuerpos impuros: “devoraré el corazón/ tierno de mis hermanas/ beberé su sangre tibia/ hasta que su guerra/ encuentre hogar en la mía” (p.98). Se resuelve toda la tensión afectiva construida a lo largo del libro mediante una serie de poemas en los que los diferentes yoes líricos se reconcilian con la infancia como tiempo hermoso y terrible, vulnerable y malicioso, temeroso e incauto, anhelando que “quizás nuestras hijas puedan/ codearse las unas con las otras hasta beber aguardiente/ sin necesitar la suerte ni la defensa” (p.113).
En definitiva, en La nieve brota en cautiverio de Iria Fariñas surge ante nosotras la realidad ignota de doce niñas que crecen en un mundo mítico a cuyo resquebrajamiento asistimos a medida que va emergiendo la violencia machista y el sistema patriarcal. Doce niñas secretas que, de manera juguetona y perversa, exploran y muestran su cuerpo impuro, lo emplean como medio de conocimiento y exorcizan las culpas, las vergüenzas y los temores a través del diálogo y del canto poéticos, en una comunión de voces y cuerpos que les permite comprender la violencia desde lo individual hasta lo colectivo y lo sistemático.
Todo ello hilvanado a través de una palabra poética que crea imágenes que invitan al lector a relacionarse con el texto desde el cuerpo y lo sensual, desde su propia implicación corporal en el poema, con interrogantes y modos de enunciar la realidad que ponen en primer plano ese mundo apasionante y terrible de las niñas-madres-brujas que en estos poemas se abren en canal y nos muestran sin pudor sus vísceras y entrañas en movimiento.
*(Alicante-España, 1999). Investigadora literaria. Filóloga hispánica y magíster en Estudios Literarios por la Universidad de Alicante (España). En la actualidad, es investigadora de doctorado por la Universidad de Alicante (España) y desarrolla un proyecto de tesis sobre poesía peruana financiado por el Ministerio de Universidades de España. Sus ensayos de crítica literaria han aparecido en revistas académicas como la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Mitologías hoy o Archivo Vallejo. Asimismo coordina, junto con Ferran Riesgo, el ciclo «Jóvenes poetas jóvenes» (2024-2025) del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti.
**(España, 1996). Poeta. Escribe, performa y estudia Filosofía. Obtuvo el Premio Incendiario de Poesía y el Premio de Literatura Breve de Mislata (2023). Con su performance gota espejo bisagra obtuvo el concurso de proyectos escénicos “Alacant a escena”. Ha publicado en poesía y relato La nieve brota en cautiverio, Ruido de cicatriz, Formas de quedarse en el borde y quién extrajo el hueso.