Por Jaquín Fabrellas*
Crédito de la foto (izq.) Chamán Eds. /
(der.) archivo del autor
1+1 cuentos de Blurb (2024),
de Joaquín Fabrellas
Gemelo heterópago
AuTóSITO y Parásito vivían una vida normal, siendo normal que el sujeto autósito presentara una formación desarrollada estándar, con la salvedad de que, en su cavidad torácica, le crecía desde dentro afuera otro ser, Parásito, que hundía debajo del corazón de Autósito, una minúscula cabeza envuelta en tejido sano del sujeto mayor; Parásito por su parte, había desarrollado unas extremidades alargadas fuera del abdomen de Autósito con un aspecto aviar, terminado en tejido ungular dividido en diferentes falanges. Presentaba asimismo unas piernas, o el nacimiento de ellas hasta las nalgas, con ano y escroto, puesto que Autósito estaba vivo pero no tenía órganos, solo forma y no función, que vampirizaba de su hermano, del que succionaba toda su mínima energía cabeza adentro en las internas circunvoluciones de tejido y de sangre.
Asemejaba Parásito un ser saliendo de otro ser. Una escena de terror antes de la invención del cine: […] los heterópagos se caracterizan por un sujeto con defectos graves o incompleto (parásito) unido a cualquier parte del cuerpo del autósito, incluso dentro del cuerpo (feto-in-fetu) y dependiente de su gemelo casi intacto (autósito). El parásito puede encontrarse unido al hipogastrio, región prepúbica epigastrio, cráneo, tórax anterior o sacro del autósito. Un reto mayor para el manejo de esta patología se debe a su relativa infrecuencia[…] La masa parásita estaba formada por dos extremidades inferiores carentes de contractilidad activa,enposición opuesta (imagen en espejo) a los miembros inferiores del autósito, en cada una se identificaron muslos, piernas y pies de configuración cercanos a lo normal, con estructuras óseas de sostén pero movilidad limitada de las articulaciones de rodillas y tobillos. En la cara inferior de la unión de las dos extremidades descritas emergía otra única hacia el extremo proximal pero separada en el extremo distal, con dos esbozos de manos con dedos rudimentarios que corresponderían a las extremidades superiores. En la parte ventral del pedículo de inserción de la masa se evidenció un rudimento de bolsa escrotal, sin gónada. Presentaban dipodiaipsilateral intraindividual, redundancias heterotópicas propias de estos casos tan infrecuentes en partos.
En Revista Repertorio de Medicina y Cirugía
No obstante, no puedo imaginar lo que Parásito vería toda su vida, 66 años, dentro de su hermano, si vería los pecados de su corazón, la inmensidad del alma del hombre, o si, tal vez, ellos comprobarían que Parásito estaba vivo, pues su existencia había sido siempre mínima, tan párvula, cuando Autósito murió y fue enterrado y aún veía que la bondad humana no estaba en ningún lugar.
Ambos dejaron cuatro semihijos normales.
La piedra del hambre
LA NOCHE que descubrieron a Telesforo Máquinas, tuvieron la incómoda sensación de que alguien había muerto, pero no pudieron determinar quién, y eso era justamente lo que les importunaba. Tampoco podían decir si estaba vivo o muerto con certeza, porque se movía, los ojos grisáceos con cataratas decían que sí, pero sus movimientos lentos casi a merced del viento, lo asimilaba a un difunto. Accedieron a santa María de Bogarre de noche, con luces de repuesto, la única guía era la luz de la luna llena y la borrosa sombra de la humilde torre, que durante más de 60 años, había desaparecido bajo las aguas del río Pardillas, tributario del Pisuerga del Guadalete, y que, aprovechando la confluencia, en los años del régimen, de las enormes inundaciones que se producían en el horcajo de los ríos, decidieron construir un pantano y deshabitar santa María con sus trescientos quince vecinos para dar agua a toda la región.
Telesforo no se fue. Estuvo dándole vueltas a la cabeza y remoloneó todo lo que pudo en el pueblo para llevar las cosas fuera en la urgente mudanza. Y se quedó. Al principio le pareció incómoda tanta agua, la humedad enorme de su nuevo hábitat, las grietas ablandándose, primero florecieron, y más tarde, con los meses, hicieron ceder la mampostería de los muros de las casas de sus vecinos, pero no daba abasto para tanto trabajo, además, iba muy lento debajo del agua sin escafandra, al principio, respiraba el aire mínimo de las botellas al revés y de los botijos y damajuanas que tapaba convenientemente con un poco de barro, o el aire atrapado de los techos de las casas mientras se inundaba el lugar. Tenía que respirar y llenarse mucho los pulmones de aire, casi hasta reventarlos, y dejó de hacerlo un día al salirle unas pequeñas branquias en los costados y unas vestigiales en los codos. Era el primer caso de adaptación casi instantánea (15 años llevaba ya allí bajo el agua), al nuevo medio, experimentada en un humano; desaprobó la idea de salir y contarlo en la pobre prensa nacional, que lo habrían tratado como a un bicho raro.
El tiempo para él era un almanaque mojado con una lámina de la Virgen de Pardillas. Era siempre el mismo año. Lo más raro fue que nadie intentó buscarlo, su madre había muerto mucho antes de la inundación y sus hermanos se olvidaron pronto de él. La visión, de ser borrosa, llegó a especializarse y veía con total claridad bajo el agua. Pero había envejecido el doble que sus convecinos terrestres, el agua desgasta, le diría su madre muerta, y en los años bajo el agua, era como si ahora tuviese sesenta lustros, sin embargo, la vida de Telesforo Subacuático, se detuvo casi, no hacía nada, quizá recorrer el cerco del pueblo para ver que todo estaba bien y que las ruinas seguían intactas, las casas ya no existían, y se cobijaba dentro del sauce vacío de profunda sombra, que ahora, arrojaba tan solo infelicidad y una foto negra. Tardaba en dar una vuelta entera al pueblo lo que tarda la Tierra en completarla circunferencia en torno al sol, de alguna manera, Telesforo, se había convertido en su propio Dios y en el de todas las alimañas marinas que habitaban el pueblo de santa María de Bogarre, que ya no existía. Había bancos de peces en su salón, ovas de especies lacustres y de ríos lejanos. A veces pescaba pájaros que pasaban cerca de la superficie y se los comía crudos en el agua. Cuántas veces dudó de su existencia, cuántas veces dudó de que se hubiese convertido en hombre branquia, cuántas lágrimas derramó por su soledad insonora bajo el agua, dudoso, se decía que la marcha afuera no sería tan mala, pero nadie vino a buscarlo. Recordó, de vez en cuando, pescadores nocturnos se acercaban a la torre de la iglesia y metían su mano para depositar el cebo para peces transparentes, y él estuvo tentado de tocar el dorso humano con su frío dorso de escamas, pero prefirió no hacerlo, recordó el tacto humano y le dio asco su calidez mórbida, ante la posibilidadmanifiesta de que allímismo semontase un circo buscando algo que no existía, lo dejó pasar, para dejar de vivir tranquilo para siempre, si es que esa vida era una vida. Llegó a sospechar que estaba muerto y practicó entonces un nicho en el cementerio, junto a su madre, Águeda, la de brillante sonrisa, ahora sabía muy bien por qué, porque su esqueleto y sus dientes resplandecían bajo la luz de la luna en las noches de insomnio, y eso, a Telesforo, lo tranquilizaba, porque ya estaba muerto, o eso pensaba él, que pasaba las noches en el nicho vacío con la inmaculada sonrisa de su madre (como esas vírgenes que se iluminaban en la noche) que lo arropaba y lo cuidaba, y fue feliz, llegó a ser niño de nuevo y su madre lo persignaba cada noche como había hecho mientras estaba viva. Águeda, la de la brillante sonrisa, pero es que todo cobra sentido cuando estás muerto, y lo entiendes todo y lo recuerdas todo. Su madre le habló al oído y le dijo lo de la piedra del hambre, él ya se había olvidado de eso, pero los hombres practicaron una especie de letras siglos antes para marcar el volumen del agua del río, mucho antes de la construcción del infame pantano que había convertido a Telesforo en un sirviente de un mar de mentira, en un pastor de peces de laguna podrida, sirviente del triste recuerdo de su madre ahora viva. Se dirigió hacia allí de día, y descubrió que el pantano se había vaciado y que él hacía ya tiempo que no vivía bajo el agua y que sus branquias agonizaban de tanto aire, una parte de él estaba muerta, pero cómo no haberse dado cuenta de esto. ¿Habrían desviado el curso del río por el pueblo vecino?, ¿acaso se habría bebido el pantano la hueste antigua, las holoturias? Estaba en peligro. Se recostó en una piedra a descansar del sol que lo había dejado amoratado y seco, notaba los pliegues, tras él, el pueblo había vuelto a existir de nuevo: aéreo, vibrátil y comprendió que él entonces había cumplido una misión, volvió a su nicho subacuático y esperó a que lo viniesen a buscar. Los veía venir desde lejos con luces de repuesto, hablando a voces en la senda iluminada de la noche, se acercaban por el lavadero al río, ya estaban dentro de las ruinas circulares, se acercaban con extraños artefactos, dejó su nicho y fue a su casa, y allí se los encontró de frente, y les dijo:
Me llamó Telesforo Máquinas y he estado vivo todo este tiempo bajo el agua, ahora creo que estoy muerto, por favor díganmelo ustedes.
Tras el susto, uno de salud frágil no pudo soportar el impacto y cayó al suelo fulminado por un rayo sin luz.
*(España). Poeta y profesor de literatura. Escribe estudios críticos, traducciones y reseñas para las revistas La manzana poética y Paraíso, así como artículos en Viva Jaén y en el blog www.lobelloylodifícil.wordpress.com