Viaje personal por la poesía venezolana

 

Selección de poemas

y crédito de la fotografía

por Aleyda Quevedo Rojas

 

 

Viaje personal por la

poesía venezolana

 

 

Belén Ojeda (Caracas, 1961)

 

El cielo es un caballete inalcanzable

Bájenlo

que voy a morir

Tráiganlo hasta mi lecho

Quiero pintar la selva que me habita

 

 

 

Un colibrí que vuele

desde el pecho

hasta la selva de mis cabellos

mientras el mono y el jaguar

vigilan la cruz

que atraviesa

mi espalda adolorida

 

 

 

Desde que los abuelos cruzaron

el río no ha dejado de crecer

arrastró nuestras pocas pertenencias

Quedaron

las nervaduras de las hojas

y las alas del alcaraván

sobre mis hombros descubiertos

 

Nada pesa tanto

como el olvido.

 

 

Jorge Rodríguez Gómez (Barquisimeto, 1965)

 

Los lagartos vigilan

la ausencia de vientos

 

Atienden un susurro

que viene del sueño

 

Un fragor de piedras

avanza en la noche

 

 

 

No pudimos ponerle nombre

a esta tierra

 

Huérfana de tormentas y de verde

nos despierta aún

 

con el río

en las manos

 

y el dolor a quemado

 

 

 

Esto no es un río

sino una serpiente de piedras encendidas

 

¿Cómo llamar a esta cicatriz,

a este lecho

donde habita el silencio?

 

 

Libeslay Bermúdez (Caracas, 1965)

 

Me voy

            Me voy con los lobos

 

Me voy otra vez a la montaña

 

A parir de noche en la tormenta…

 

 

 

El perfil rojo de lo que sigo siendo cuando estalla el mar

en el fondo de la oruga…

 

 

 

Reptil abierto en la memoria del agua

 

Despojado de luz de tu luciérnaga

Cadáver amargo que revienta

                               En mi sed

 

 

Esmeralda Torres (Venezuela, 1967)

 

Canción de la casa

 

Una casa nunca está vacía por completo

la habita para siempre el rumor del agua que la funda.

Una casa, aun en escombros,

contiene y proyecta la sombra de un alero,

el fluir de un aguacero en sus canales,

la música recorre sus pasillos.

La casa deshabitada entona su canción del olvido.

 

 

 

Besos en el pan

 

Este trozo de pan endurecido

es solo eso

un trozo de pan y unos días de sol.

 

 

 

Decir la casa

 

Ha llegado la hora del grillo

en el silencio de la casa

una luz se ha disipado por las paredes

y la casa se ilumina como un anfiteatro vacío

el grillo espera paciente el momento justo

mientras escucha su nervioso corazón latir.

 

Freddy Ñañez (Petare, 1976)

 

Afuera

 

El día es una imagen

Detenida

 

Sin estas montañas

no tendría un marco:

 

se habrían fugado

las formas,

 

no quedaría nada

en el pigmento

 

La noche sucede

cuando ya nadie

mira afuera.

 

 

 

Llover

 

Para recibirla

pongo las manos

lejos de mí

 

Aparto también

la mirada

 

Quiero estar lo más afuera,

 

Escucharla pasar, solamente

 

Y que me arrastre su marcha.

 

 

 

De todos los silencios el más mío

 

Reconozco el silencio

en este repliegue

de luz

 

Se mece la tierra

y parece que

va a llover

 

y sólo truena.

 

 

María Virginia Guevara (Mérida, 1974)

 

Llegas

te instalas en la diana del corazón

atemorizas sin razón

dispersas tempestades en cada hebra de mis venas

la lluvia inunda la templanza

se desbordan los miedos

se acerca la locura

                                  que tu dardo no me atine.

 

 

 

Cuando entré al laberinto de las entrañas

me encontré con un escarabajo

mi cara abajo

palpitó tu corazón

que era el mío

soy sin hilo

sin salida

 

 

 

La humanidad

tiene la capacidad de halar hilos de sangre

y enhebrarlos en pupilas encendidas

para apagarlas con la más dulce de las tristezas

Hoy sin alientos

el sol vendrá

inaugurará una nueva pena

 

 

Joanna Cadenas (Caracas, 1970)

 

Hermes

 

amanecemos fotosensibles

pensamos lento

tenemos los huesos molidos

la sonrisa prestada

no cruzamos palabra

 

el silencio bendice al vacío

 

 

 

Química vegetal

 

llevo rosas llevo espinas

amarillas blancas rojas

damascena de cien hojas de Alejandría

capullos de los vientos de las cuatro estaciones de montaña

limpias puntiagudas vibrantes

venenosas   clavadas  

recuesto mi cuerpo dorsal en extravío

crecen las costras

y las absorbo

 

germino

tersa

        antropofagia

 

 

 

El invierno cuida a sus suicidas

 

está nevando afuera

el vacío de mi alma

se congela

y mi alma

tan lejana

que no puedo escuchar

 

 

Leonardo Gustavo Ruiz (Barinas, 1959)

 

Sigues buscando

 

La profundidad, aquí.

Puedes cruzarla como un bajío.

 

No precisas la duda ni el lugar ni la hora.

Si las aves migratorias al bajar no hallan

el humedal, hemos perdido rumbo.

No te ignoran los pájaros.

Albergan el terror de los ancestros

en la orilla de morir. Cuál piel

arropa este planeta de diablos

-esta torre en su memoria salvaje-

lo ignorarás después.

 

 

 

Robadas verdades

 

Alguien sabe una verdad y no le importa a nadie,

sepultada a los pies de tres palmeras.

Es cosa relamida por el oleaje de estos siglos

el culto secreto del corsario colgado.

La verdad es importante si interesa.

Los tesoros perdidos perdonan al ladrón de olvidos.

El pirata de ahora, vía satélite,

sepulta latrocinios en sus criptas virtuales.

A alguien le da igual si la verdad la saben todos.

 

 

 

Vaguada

 

La nube de agua y la nube de tierra

se desprenden, se entrechocan.

A lo bajo y a lo alto,

sus lluvias no son indiferentes.

 

Unas veces el mismo instante

Me conmina a aguzar

el desolvido, este aroma volátil.

 

He recorrido unos campos

de minúsculas mesetas: pensamientos

o nubes entrecortadas, jadeos

en las cárcavas.

 

Otras veces traduce la poesía

cierto áureo destello excrementicio.

 

 

Isaura Duarte (Caracas, 1980)

 

Desiertos del ser

 

Los desiertos del Ser,

son abono de sangre,

ausencia,

bocanadas de soledad a la deriva.

La Tierra me dice que la cicatriz

también es ternura,

mientras las palmas de mis manos

beben las aguas de mi

escritura feroz.

Los vacíos, pesan.

Y…

Mis entrañas

gravitan.

 

 

 

Luna negra

 

Pálida arde la brisa

oculta en tu piel,

fuente de plegarias

en la memoria

de un río

flotante y

divino.

 

Descalzo

antojo

de

ti.

 

Ángel de negro nido.

 

 

 

(Des) habitados

 

Me recuerdo entre hojas,

sostenida tan solo por un cúmulo de tierra.

Desnuda en el aire,

Pecho de ventana abierta,

Los cristales habían sucumbido.

Al tiempo

ni se veían ni existían.

Quizás si escarbara encontraría algo…

pero me gusta esta apertura salvaje,

no verme ni ser reflejo de nadie,

yo y mis grietas perfectas sentadas

en la escalera.

 

Soy mancha, óxido, verdor,

descaro de savia

frente a la nada.

Escombros, teja impar,

Triángulo mis muñecas.

 

Desafío de Ser Ruina,

boscosidad erguida como el antojo

y su osadía.

 

Mariajosé Escobar (Caracas, 1986)

 

Estación La California

 

Escaleras mecánicas

 

Hormiguea Caracas

en los túneles del metro

Hormigas ciegas

sin saber a dónde ir

con el olfato cada una

buscando su miga de pan

rodándolo suave

cada una hacia su hormiguero

Hormigueantes ahí vamos a las 6am

hormigueantes de regreso a las 5pm

Por la mañana y la tarde

una escapadita de almuerzo

ahí van las hormigas

ciegas todas

escaleras arriba

escaleras abajo

Si una cae

las demás le pasan por encima.

 

 

 

Estación El Silencio

 

¿Quién?

 

La mía

lengua alacranada

¿quién siembra de ponzoña mi canto?

¿quién?

ese que responde

                    el eco

que se cuela entre la gente del vagón

entre apretujamientos

de escaleras mecánicas

ese que suena entre los circuitos de goma

del piso del metro

y se repite luego

entre asientos amarillos

y puertas

Ese que me hace salir en desbandada

al ver mi reflejo insinuarse

en el vidrio

el eco

 

 

 

Estación Nuevo Circo

 

Ellos

nosotros

en este diario estarse en esa ciudad debajo de la

ciudad

Ellos nosotros

qué de nosotros

en esta maraña llamada Caracas

tejedora de vientos alisios

Ellos nosotros

atrapados en el tráfico

mirando el Ávila

deambulando todos en este Abra

esta ciudad de ríos oscuros

de árboles

pájaros y guacamayas

 

 

Ana María Oviedo Palomares (Trujillo, 1964)

 

Cuarentena en un patio con pájaros

 

Siembro tréboles para que no me alcance la suerte de los mortales.

Por fortuna no ha crecido nunca en mi huerta alguno de 4 hojas

 

A veces de ellos nacen pequeñas flores rosadas

como perlas de un sueño.

 

Es mi único lujo, porque

entonces llegan pájaros que acaban con el brote de luz,

Y se marchan,

cruzando con su vuelo encendido, la tarde.

 

 

 

Prohibido

 

Subí al árbol.

Llegué a la rama más alta.

Era un árbol común y corriente

-tanto como pueden serlo los árboles-.

 

No había frutos.

 

Pero al bajar

no fui la misma,

como si me hubiera rozado el fulgor,

la claridad incesante.

 

 

 

Empeñarnos

en hacer

más vasto el dominio oscuro,

como si fuera poca la alegría

en el instante del fuego,

cuando logramos olvidar,

rehacernos en silencio.

 

 

José Gregorio Vásquez (Táchira, 1973)

 

Mi alma enferma con los días

Se me va yendo

           entre las manos

Y entonces

              siento el sofocante abismo

              que me llama

                          que se hunde en mi piel vencida

                                          quebrándome

                                           soslayándome incansable

Vulnerado

solo puedo regresar

bajo alguna forma del olvido

Deshabitado

              sin palabra en la palabra

              sin sangre en la comisura distante

                                  de mi cuerpo roto

                         emprendo un lento viaje

                         hacia mi condena

Es la casa resquebrajada

la que vuelve a sostenerme

Impaciente

                  Impasible

Espero con cautela allí

                       mi nuevo y constante fracaso

 

 

 

Te busco en la sonoridad

apacible

               de otro instante

y solo veo la piel hendida

que te habita

Siempre me extravío

Sé que no estás allí

Infatigable me instalo en la condena

En el temblor oculto de esta noche

 

 

 

Decir es ya una condena

Lucho por traspasar este umbral

por lograr un espacio

                   fuera de la intemperie

Vano es callar

               soñar

               morir

sin la verdadera soledad

 

 

Ximena Benítez (Caracas, 1974)

 

A Reynaldo Pérez So

 

No hay    no

hay

sentido

no hay definitiva luna

solitario pañuelo del anhelo

anhelar es venerar lo que no existe

 

no

cansancio asustado del desvío

 

 

 

La zanahoria tiene espinas en los ojos

tiene tuertos los huesos

las manos cortadas

la cara rota

vieja la tela de sus vestidos

el pelo muerto

 

La zanahoria tiene vivos los callos

ha sido pisada por todos los pies

la zanahoria tiene la raíz del tamaño de la indiferencia

la tontería del bautizo con fuego

la pobre raicilla desconcierta

la pobre risa

la sombra erecta

la luna rota del aire

es la maldecida la malcabida la marinada hueca de los pasos

 

Zanahoria cortante sombra yerta

 

 

 

El abre-pluma del tijeretear

la paranoia incluida

triste el descongelo del asfalto

ata atadito de espuma

verificar si es cierto

hacerte el aprendido

hacerte el pendejo después de todo

clavar el hacha

maldecir ser maldito

y aburrirse del cacarear involuntario

de tanto chismosísimo asombro

 

 

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