5 poemas de «El libro rojo» (2022) + 1 poema inédito, de Cristian Gómez Olivares

 

Nota de autor: todos los poemas, salvo el último, que es inédito, pertenecen a El libro rojo (2022).

 

 

Por Cristian Gómez Olivares*

Crédito de la foto (izq.) www.artsci.case.edu /

(der.) Ed. Aparte

 

 

5 poemas de El libro rojo (2022) + 1 poema inédito,

de Cristian Gómez Olivares

 

 

El libro rojo

 

Hay quienes comparan su salud con la de un roble.

Pero un roble es un árbol septentrional de hoja

sinuosa, caduca o marcescente, a veces visible

 

en un clima mediterráneo, apto sin embargo

para crecer en ese frío que obliga a las parejas

a casarse debajo de sus ramas: cargar consigo

 

una bellota es un símbolo de fertilidad, su madera

se utiliza para tratar la disentería y la diarrea

crónica y en torno a ellos las ardillas se empachan

 

con los frutos que acumulan para pasar el invierno.

Yo prefiero comparar mi salud con la del pasto

donde los estudiantes fraguan todavía

 

sus próximas protestas: los libros desparramados

por el suelo no son una metáfora del aprendizaje

ni tampoco un ancla en el pasado: son papeles

 

manchados de tinta, acertijos para ser

interpretados horizontalmente, manifiestos

vanguardistas en bond de 80 gramos,

 

proclamas que uno quisiera haber escrito

para leerlas enfrente de una audiencia

que no tiene por qué saber la verdad:

 

dame un par de nombres propios

para que el nombre científico de los robles

guarde algún sustento y tenga una mínima

 

relación con aquello que estamos por

definir: una silvicultura maoísta, que avance

desde los campos hacia las ciudades

 

y explote los recursos que nos

quedan como un fotógrafo se

detiene a que pase por delante

 

de su objetivo un ciclista al pie

de una escalera: ciertas escuelas

de poesía enfatizan el espiral

 

y la baranda. Para otras

que no se consideran

a sí mismas una escuela

 

lo importante es la identidad

del ciclista, su sombra reflejada

en el pavimento que cobra

 

su cuota de protagonismo

en la fotografía enmarcada

en el museo que estamos

 

contemplando. Dame un par de

entradas para que nosotros

también podamos verla:

 

antes de volarse la tapa de los sesos,

De Rokha decía que estaba enfermo de salud.

Árbol de hoja perenne, lejos de todo bosque:

 

me resigno a escarbar en la basura,

como un zorrillo con sus crías.

 

El poeta Cristian Gómez Olivares

 

Una estación de buses en cualquier

lugar de España

 

Un señuelo para ver si pican.

El pescador se puede pasar horas

 

(días si las contamos juntas)

a la espera de alguna señal.

 

Los ve pasar delante suyo

y piensa que ya están casi

 

listos. Sabe, en su interior,

que algo va a ocurrir, no está

 

del todo seguro si van a picar

con fuerza como para recoger

 

la liza a todo lo que den sus brazos

o si tendrá que ser paciente

 

hasta que el anzuelo esté en lo más

profundo. Ya ha pasado por lo mismo

 

y la decisión es el instinto. La piel

es la que manda. Ni tiene una idea

 

muy clara del tamaño de los que están

nadando. Sabe, claro, cómo son

 

los peces de este río. Sabe la época

del año en que ya están gordos.

 

Deja vagar la mente y sigue atento.

Mira a la distancia sin sacarle

 

la vista al agua. En ese momento

llega un bus y se bajan todos

 

los pasajeros.

 

            Es la hora.

 

 

 

Gleba

 

En este pueblo he sido feliz.

Aunque ubicarlo en el mapa

 

ofrezca tanto trabajo como dormir

con una mujer que tenga los ojos cerrados

 

para llamarla una bella durmiente y uno pague

por dormir en ese lecho. En este pueblo

 

donde hay más bares que iglesias. Y más peluquerías

 

que museos dedicados a los jóvenes que parten

y otro a los jóvenes que todavía no regresan.

 

En este pueblo he sido feliz porque los puentes

se levantan y se destruyen con la misma frecuencia

 

con que un bando se toma la ciudad y la declara

nuevamente liberada. Y hay fuegos artificiales y

 

ebrios en la calle y predicadores que anticipan

el fin del mundo. Alguna vez la vida dependió

 

de que sonaran las campanas: yo he sido feliz

escuchándolas. Los payeses vienen contentos

 

de pagarle a sus señores: el redoble les permite

salir de esa tierra que les pide pero nunca

 

les devuelve. En este pueblo las murallas

son mucho más antiguas que la ciudad,

 

no hay un centímetro que no esté rodeado por ellas.

El río es una muralla que la cruza para que podamos

 

ser felices. Parece que todas las batallas

estuvieran al acecho en la puerta del honor.

 

Todas las tiendas están cerrando

en el centro de esta ciudad. Y sin

 

embargo se hace tarde como en otros pueblos

que viven con la luz prendida.

 

Aquí pernoctaron los reyes. Y también

fueron asesinados, como parte de un ritual

 

que cada tanto se repite. Y cada tanto se le olvida

a los que claman las bondades de olvidar.

 

Tal vez no sea el lugar donde habite el olvido.

Pero las piedras que se acumulan sobre sí mismas.

 

Y las cigüeñas que al parecer no tienen adonde ir.

Y las cigüeñas que al parecer no tienen adonde ir.

 

 

Conversación en un peruano

 

Hay que entender que la dictadura de Velasco

no puede convertirse en el Vietnam de Los Andes

 

            (dicho sin levantar los ojos de la mesa).

Porque una vez que visites el Perú

vas a entender primero

 

             1) cómo se distribuyen las casas

de acuerdo a una ley de la oferta

grabada en lo más profundo

 

de nuestros espíritus barrocos

 

y

 

             por qué ciertas novelas

             se escribieron antes, mucho antes

 

             de que sus protagonistas hubieran terminado de madurar

                         para hacerse cargo del país.

 

Toma, por ejemplo, el caso de Dante

Hinostroza: lo tenía todo, la lucidez

para leer en la palma de la mano

 

de la primera chiquilla que encontrara a la salida

del colegio el futuro de toda una clase social

que se distingue por la forma en que llevan

 

los chalecos amarrados a la cintura.

 

            Y, después de que el camarero

 

nos ofreciera infusiones que corrían por cuenta

de la casa, no te apures con el pisco pues,

 

dejarme en claro que todo esto lo decía

porque finalmente había entendido

que los conflictos limítrofes le habían dado la oportunidad

 

            (me refiero, claro, al Perú)

 

de observarse con cierto pudor a sí mismo, sentado en aquella

mesa donde antes hubiera firmado un libro recién

 

salido de las prensas de alguna editorial colonialista.

Porque eso somos pues compadre, le falta decir

 

no cojudees: estamos hundidos en la misma mierda

 

que los indios en un cuento de Bryce. Pero a nosotros

no nos salvan ni el oleaje del Pacífico (llevamos

a cuestas conchas recogidas por oficio en cada

 

una de las playas que somos capaces de recordar)

ni las ganas de irnos sin dejarle propina a nadie.

 

No hay calor sin remordimiento.

Los correctores de estilo también

 

sudan producto de su trabajo.

Esto no es una amenaza

 

ni tampoco una advertencia.

Es una plaza llena de turistas en Madrid.

 

Donde alguna vez la sangre derramada.

Tuvo espectadores y cronistas.

 

Una noche cerrada como los bares más cercanos.

 

Hay una estación del metro que se llama

nunca volveremos al lugar donde no teníamos

 

acento. Otra debiera llevar el nombre

de todos y cada uno de los clientes

 

que están dispuestos a pagar la cuenta

como una forma de pedirle perdón

 

a los recién llegados a la costa

que no han puesto todavía

 

un pie sobre la arena y ya están arrepentidos.

Madrid es la última oportunidad

de llevarnos la cuchara hasta la boca

sin declararnos culpables.

 

El cinturón de seguridad deberá permanecer

amarrado mientras el capitán mantenga la luz

 

            encendida. 

 

 

 

Colofón

 

Una mariposa vuelve a ser oruga cada vez

que la bola ocho cae primero que las demás.

Fortuna la mía de no haber cedido

 

            a la tentación de bajarme en Lima

y así poder arrepentirme. Albricias: así

podré dedicarme a trabajar y corregir

 

los exámenes pendientes en lugar de visitar

las dependencias de la UNMSM, donde

se hablaba como se escribía y los jóvenes

 

nunca lo fueron tanto como cuando estuvieron

a los pies de la tumba del loco Vicharra. Allí

se comprendían por igual ideogramas y jeroglíficos

 

y las disputas entre comprometidos y españoles

se zanjaban literalmente sobre una mesa de pool:

felicidades, ya no hay inconveniente para reclamar

 

el derecho a decirlo todo, ya no le tendré miedo

a los coches-bombas apostados en las principales

avenidas ni a la generación que los vio estallar, no

 

pediré un listado con los libros imprescindibles

porque un mar apenas es todo lo que necesito

para sentarme en la playa –y comprender:

 

los perros colgando del alumbrado público con tal

de que no vayamos a arrepentirnos son la única

forma de recordarnos que cien pájaros volando

 

podrían haber sido nuestra historia. Los jóvenes

nunca lo fueron de esa misma manera después

de que cerraron los bares a los que íbamos

 

(allí se conversaba arrojándole saliva a los auditores.

Como si fuera una toma sin cortes utilizada

para manipular las emociones y el tiempo

 

nosotros los escuchábamos sin pestañear

fingiendo un interés hace rato perdido

desde el momento en que se terminó

 

la cerveza. Los jóvenes, esa vanidad

mal aprendida que no cesa de arremeter

como hormigas en torno a las sobras de este

 

picnic, el mantel está tendido sobre la hierba

como si quisiera ser una metáfora, pero

este trozo de tela con cuadrados de

 

distintos colores sólo podría reemplazar

a una ciudad tildada de horrible

si fuéramos infinitamente

 

generosos y renunciáramos al santo grial:

ese día descenderemos sobre Lima.

La tumba del loco Vicharra:

 

una oruga convirtiéndose

en mariposa.

 

Y viceversa.

 

El poeta Cristián Gómez Olivares

 

Este poema se podría llamar de cualquier

manera, pero si hubiera que titularlo

debería reflejar lo que sentía al escribirlo

 

Porque esto hay que resolverlo.

No vamos a estrellarnos contra los roqueríos

producto del canto de las sirenas

pero tampoco vamos a salir de la recesión.

 

Podemos subir hasta lo más alto

de los cerros que rodean esta ciudad

pero no somos capaces de ponerle atención

a la propaganda pitonisa del oráculo.

Las sábanas recién lavadas que tendimos

sobre un cordel en nuestro patio

en nombre de una paz que aún no llega

 

son simplemente sábanas recién lavadas

colgando de un cordel en nuestro patio

porque esto hay que resolverlo.

 

Para metáforas los estadios llenos de gente

donde los hinchas no son espectadores

ni los periodistas deportivos enfermeros

que puedan atender a los jugadores

 

que de repente caen al suelo como cenicientas

después de las doce/y el único príncipe

 

capaz de recuperarlos o recuperarlas

 

sin ninguna demora le dice a mi padre:

“Lo siento, su hijo ingresó fallecido

a este recinto asistencial”.

 

Toda estación de tren es una metáfora

siempre y cuando vivas en Chile.

En otros países hay horarios y pasajeros.

Vagones llenos de gente que incluso

 

mira hacia afuera de la ventana

y no tiene la sensación

de estar en deuda con el mundo.

Porque esto hay que resolverlo

 

metiendo la ropa a la lavadora

o cambiándonos al menos de carril

cuando vamos manejando en la carretera,

 

porque esto es demasiado para que ocurra

siempre en la misma ciudad de la que ninguno

 

de nosotros ha salido ni tiene intenciones

de abandonar cuando ingresen

las tropas extranjeras: vítores

 

los reciben en cada cuadra y ondean

sus banderas a cambio de permitirnos

resolver operaciones matemáticas

 

pero sin publicar sus resultados:

ya era demasiado cuando aún

no habíamos nacido y escribir

 

sonetos con el fondo teñido por la luna

era de todas la actividad más subversiva

comentada sin resquemores a la hora de la cena.

Ahora las curvas son cerradas y el límite

 

de velocidad queda al arbitrio de cada conductor.

Hay algunos que se sienten más seguros

cerrando los ojos, otros dicen

 

que la batalla de la vida está perdida y sin embargo.

Yo primera persona prefiero acelerar

para que podamos entre todos resolverlo

 

como esos personajes que empiezan

a comprender el libreto una vez

que lo recitan de memoria.

 

No son los pies sino los zapatos sin suelas

los culpables del largo del camino,

no son las orillas a cada lado

ni tampoco los puentes

 

que los ofendidos se disponen a cruzar.

No es el río sin cauce. Ni los pescadores

hundidos hasta la cintura a la espera

 

de que alguien encuentre el santo grial

que los caballeros de la mesa redonda

buscan hace años debajo de la misma.

 

Porque esto hay que resolverlo

me comporto como actriz del cine mudo

con un megáfono frente a las cámaras.

 

Y sin mayor esfuerzo

me convierto en águila me convierto

en hormiga me convierto en ese vasto

 

poema épico escrito por encargo o por error

para darle sepultura a esos muertos

que aún no han muerto: me

 

convierto en mi propia madre bajo la lluvia,

leal como un perro capaz de contemplar el amanecer

 

sin sorprenderse de que amanezca.

 

 

 

 

 

*(Santiago de Chile-Chile, 1971). Poeta y traductor. Se desempeña como profesor de Español y de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Case Western Reserve (EE.UU.). Obtuvo el Premio de Poesía Víctor Jara. Ha publicado en poesía Alfabeto para nadie (2007), Como un ciego en una habitación a oscuras (2005), Pie quebrado (2004), Que Fue, Inessa Armand (2002), Homenaje a Chester Kallman (2010), La nieve es Nuestra (2012 y 2015) y Renga (2015); en traducción ha traducido a la

 

 

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