Por Alba Irene González*
Crédito de la foto archivo de la autora
Debajo de los ríos.
7 poemas de Alba Irene González
La distancia de las islas
Te esculpes hacía dentro
como un hueco; ser de cueva.
Tu padre te decía:
No refugia la humedad, solo la roca.
¿Recuerdas que llorabas
cuando arrancaban las hojas de morera?
De pequeña ya eras rara,
querías recoger el rímel de los camerinos
te interesaba poco la función
y te daban pena los payasos.
Al llegar a casa
te aprendías el nombre de las islas.
Mujer rara. Ser de cueva.
Reconoces el azul tirando a gris de Montparnasse y de los ojos
marrones que están tristes,
la soledad elevada de los puentes
los días
a los que llamaste
días-lejos,
la distancia incorruptible de las islas.
Miedo
Estamos hechos de miedo:
Vértebras de gacela. El brinco
que precede al mordisco.
Hierba aplastada por el pie de un niño.
Corre el perro de San Roque con el rabo entre las piernas.
Esconde la cabeza el avestruz.
Celebremos.
Hemos sabido multiplicar el miedo
de nuestros ancestros,
el juego del gato y el ratón
nunca fue un juego.
En mi colegio el estudioso, temía al chulo
y el chulo a la niña que no le hacía caso
temían mis profesores a todos los niños por igual
y sólo algunos niños, a algunos profesores.
El miedo sonaba a chirrido de tiza.
Mi vecino temía al inmigrante
que se hacía con los bares de la esquina.
Temía la frutera a la guayaba picada, a la manzana inverosímil,
a las sandías que no
sabían a sandías.
A mi abuela aislada en delantal le acobardaba el frío
de los meses más blancos y ariscos del año,
a su canario Juanito también
y a los gatos vagabundos de la calle.
Mi padre le temía al fracaso, a los mosquitos y al paro.
Ahora le teme al fracaso, a los mosquitos y a la muerte.
Mi madre se asusta en silencio, pero se asusta mucho.
Pero de todos los seres, yo soy el más miedoso:
Tengo miedo a mi infancia, a mirar a los ojos, a perder a quién quiero
temo a la soledad, a dejar de escribir,
tengo miedo al orgullo
tengo miedo a tu mano
tengo tanto
miedo a todo
que a veces me descubro delante del espejo
temiéndome a mí misma.
¿Y ahora qué?
¿Dónde esconde la cabeza el avestruz?
(de Cuando rompe la mar)
Mi boca
Mi boca
se ha pinchado alguna vez
con el huso afilado de otros labios,
con el ápice incisivo de otras lenguas,
con las grietas de las rocas
de los sexos
cóncavos:
huecos huérfanos de rosas.
En el agua calcinada de los pozos,
o en la hondura de las ciénagas con flores,
mi boca
–rosa de carmín naíf–
flota abierta,
humillada, deshojándose de rabia;
el parpadeo incrédulo
sobre la transparencia
letal de los espejos.
Una habitación propia (A room of one’s own)
A woman must have money and a room of her own
if she is to write fiction
–Virginia Woolf–
Algunas almas poseen un ruido interno que perturba
cuestionan toda forma impuesta de existencia,
se desprenden, como nubes de verano
empapando los rosales de Kew Gardens.
En los funerales se enojan al ver
un corrillo de voces que apenas saben nada del difunto,
la corona de flores con su banda tendida
a lo gélidos pies de un ataúd.
Piensan en el día en que fallezcan;
en un día como ese, quisieran,
al menos elegir sus propias flores, al menos encontrar
su propia habitación (a room of one’s own).
El quejido, como un ruido mudo que molesta
apresado se dilata
e intenta traducirse en poesía.
Una música en el fondo de una caja de madera
esperando
a que alguien la descubra.
Se imponen
el compromiso urgente de comunicar al mundo
que cada cual encuentre su propia habitación.
Un día se desprende
irónica una luz;
la indolencia de quien cree que ha perdido la partida.
Requiescat in pace.
Debajo de los ríos
naufraga su vestido vencido por las piedras.
Ablación
Se impone tenaz el rito en la aldea;
Se extirpa el placer, ya no gimen las nubes,
crecerá el río seco, la tierra acuchillada.
Se detiene el batir de unas alas, la mosca reposa,
aturdida, en el lagrimal.
Permite la mano impasible del verdugo,
la herida,
bajo la mirada esquiva de occidente.
La ceremonia; una mancha, un reguero de sangre.
Se parece su luz, su alarido, la densidad del color
–blood diamonds–
a los primeros indicios de un crimen.
El crimen perfecto es este mar tropical,
esta playa eclipsando nuestros ojos,
este aire inmóvil.
Pero la conciencia insiste como insiste la luz
como un hilo inquebrantable
alumbrando nuestras manos.
Flores rotas
En el valle del Omo se despliegan
hectáreas de trigo como látigos de luz,
las mujeres de labios mutilados cantan,
lavan en el río, tienden con sus manos
las sombras
de los baobabs.
Aprendieron hace tiempo a moldear cerámica,
la libertad tomaba la forma de una esfera
la libertad se sabía circular,
pendía de sus bocas y espantaba al enemigo;
damnificar sus cuerpos
para protegerlos.
La joven mursi ya no entiende
por qué ensalzar la herida, por cuántas cabezas de ganado,
por qué el tamaño de su plato
marca ahora su valor.
A Lian le prometieron convertir sus pies en oro.
Pies de duende, pies de loto.
Encoger con agua sus deditos, su alma de charol;
bailar como los cisnes.
Deslizarse suavemente por los lagos de Tian Shan.
Le dijeron: No llores más Lian,
el vendaje es el telón
que precede a la belleza de las flores diminutas.
Alguien quiso aprender el lenguaje de las aves,
el latido indomable de las olas en un lugar sin mar,
alguien quiso acariciar al viento
alguien saber
que es el amor en Ghor…
Alguien arrojándole una piedra,
arrojándole una piedra,
arrojándole
una
piedra.
Una mujer valiente
A las mujeres de mi familia
Hay mujeres
que expulsan la nieve de tus manos en los días fríos,
que convierten hilos
en bufandas de lana y calcetines chicos,
que cocinan huevos fritos con patatas
si estás triste.
Mujeres
que tienen las manos arrugadas de tanto lavar
los platos y la ropa,
que cierran con un lazo
la bolsa de basura y cantan.
Habitan en sus ojos chimeneas
de leña y fuego
que llenan y calientan la casa vacía,
que te quieren tanto
que arden si las hieres
y dejan todo perdido de chispas.
Hay mujeres que van a trabajar
con legañas en los ojos,
y otras que maquillan sus ojeras
o que guardan la casa
por si quieres regresar.
Sangran cada mes pero no lloran.
Mi abuela era una mujer valiente
parió más hijos de los que conoció
y seguía madrugando cada día.
Mi madre es una mujer valiente
su padre se perdió en alguna parte
y aún ve
películas de animación y escribe cuentos.
Yo seré una mujer valiente
me vestiré con mi bufanda,
mis calcetines chicos
saldré a la calle y gritaré
por cada lágrima que un día
nos convirtió en océano
y que otros cierren
con un lazo
la bolsa de basura.
(de Detrás de los espejos)
*(Barcelona-España, 1988). Poeta. Licenciada en Psicología con formación sanitaria especializada. En la actualidad, se desempeña en un Centro de Salud Mental de Adultos de Barcelona (España). Ha cursado piano clásico y está finalizando el grado profesional de Piano moderno en el Conservatorio del Liceu (España). Compagina la psicología y la música con la escritura. Ha recibido varios premios, participado en lecturas poéticas y colaborado en las revistas Almiar, Irredimibles, La veu de Torre Llobeta y Mensa España. Ha publicado en poesía Detrás de los espejos (2023) y Cuando rompe la mar (2024); y algunos de sus poemas se publicaron en Voces Nuevas (2020).