13 poemas de «Quarenta poemas e dez» (2012), de Alícia Duarte Penna

 

Por Alícia Duarte Penna*

Traducción del portugués al español por Tom Bojorques

Curador de la muestra Fabrício Marques

Crédito de la foto archivo de la autora

 

 

13 poemas de Quarenta poemas e dez (2012)

de Alícia Duarte Penna

 

 

Avenida Olegário Maciel, 1730 

 

mi abuela: Rosalía

mi abuelo: Ildeu

en la casa grande tiene alfombra taller reloj cucú

mi abuelo se casó con mi abuela

pero nadie reza

porque nadie es feo nadie es pobre

todo mundo lava sus manos antes de la cena

tiene una gallina siendo asesinada en el patio

hay unos juegos en lo oscuro

no hagan ruido, que a su abuelo no le gusta!

tiene un pie ante pie lleno de dedos

tiene unos primos venidos de los Estados Unidos

trayendo unos zapatos de vidrio unas muñecas que nunca vi

tiene dos niñas gordas asaltando el refrigerador

tiene una bisabuela y dos enfermeras

tiene unas palabras que nadie habla ya

tiene una prima muerta un tío muerto

pero nadie llora nadie ríe alto tiene una servilleta en mi cuello

todos los domingos mi mamá desenreda mis cabellos y los de mis hermanas

porque vamos a la casa de su abuela!

 

 

 

la             eternidad          es                 un                        pasto

 

Vistas a lo lejos,

las vacas parecen estatuas.

¿Están vivas? ¿Están muertas?

No se sabe y tampoco importa.

El tiempo no alcanza a las vacas

y sus cuatro estómagos.

Su hambre y su alimento son eternos.

Como las estrellas en el cielo.

¿Están vivas? ¿Están muertas?

Pueden hasta haber muerto,

aunque una muerte que cuesta a llegar.

 

Por eso, cuando subo la calle Leopoldina,

en una tentativa de acercarme,

digo: _ ¡Hola, vaca!

Pero la vaca es inexorable.

 

 

 

Limpio corazones

y pienso en las gallinas.

A cada corazón, una gallina.

 

Unos grandes corazones, unos mínimos.

Unos gordos (las gallinas engordando para que las comamos).

Tiro la pielecita que los envuelve,

en una operación.

Después, abro a torneira.

El agua brota

y lava la sangre,

lava el alma de las gallinas.

Es una misa lo que celebro.

 

Las gallinas,

es una honra tocarlas del corazón.

Las gallinas, que parecen tan inescrutables,

tan inextricables,

les descubro el corazón:

un corazón simple de gallina,

que así comienza, así termina.

 

Imagen del interior del libro «40 poemas e diez», de Alícia Duarte Penna

 

La mujer del hombre más alto

del último andar del edificio en el centro de la ciudad

baña en cobre zapatitos de niño.

Él es alto, sostiene el zapatito y dice:

_ La niña puede poner el de ella sobre la cómoda, ¿sabes? Queda bonitillo.

 

¡Cómo son frágiles los hombres y los edificios!

Si yo pudiera inmovilizar el tiempo,

como la mujer del hombre lo hace,

él estaría para siempre allí, sosteniendo el zapatito,

de pie sobre sus piernas adultas,

el humanito monumento.

 

 

 

Nature boy

 

Anderson es un joven pobre, muy pobre,

los ojos grandes en órbitas profundas,

las uñas de los pies pintadas de rojo.

Toda la semana él toca mi puerta,

hace muchos años.

Intercambiamos comida, ropa, monedas

y sonrientes dios-te-ayude.

Una vez él pidió que yo bajara, para conversar.

Me contó sobre la abuela que murió y la familia que lo echó.

Me contó sobre la hermana perdida.

Me contó sobre él mismo y su sida.

No fue necesario que yo lo consolara.

Él también traía buenas nuevas:

el abrigo de la prefectura, un servicio de jardinero, el cóctel

y el sonriente dios-te-ayude,

de esta vez por yo haberlo oído,

lo que pasaría a ser la costumbre.

No sé si humilde o loco,

el Anderson.

Tal vez teniendo la muerte tan junto de si,

la vida no le haga mal.

Quien sabe él no muera,

pienso, convencida-  no, seducida-,

mientras subo las escaleras.

 

 

 

En el inicio del año que ya veo,

es preciso poner todo en orden.

Las ropas, de las calientes a las frescas,

de las lisas blancas a las negras,

pasando por los colores dominantes en los estampados,

que se suceden democráticamente:

ahora el naranja fulminante,

aquí el verde pacificador.

Los estantes en orden alfabético,

tomándose la primera letra del nombre

por el cual llamo el autor:

de A, de Adele, a W, de Wordsworth.

Extrañas intimidades se establecen en ese orden:

entre Elizabeth y Euclides,

Balzac y Basho,

San Agustín y Sergio.

Antiguos íntimos se avecinan,

como Oswald y Pagu.

Otros intento aproximar,

como Ana Cristina y Armando,

pero he aquí que se interponen Ana Maria, Aníbal y Antônio.

El estante más noble en sus extremidades

es la que va de Clarice a James.

Alejo todos los libros entre ellos

para que los ojos de uno encuentren los ojos de otro.

Mañana haré las compras del mes: aceite, frijol, biscochos,

que se ofrecerán en la despensa

de acuerdo con su duración y nuestra hambre.

Dejo la casa lista

como un general ingenuo con su ejército perfilado.

Todo funcionará

y todo perderá el orden.

Con las manos en la cintura,

gozo la espléndida sumisión de las cosas.

Soldada rasa,

gozo, en lo íntimo, la revolución anunciada.

 

Imagen del interior del libro «40 poemas e diez», de Alícia Duarte Penna

 

Molly

 

La mujer chupa naranjas.

Simple, es simple, sí.

La mujer, aquella, dice: _ ¡Sí!

Yo, no, que la observo, fósil,

pez y muerta,

encerrada en un vestido

como osos en un baúl,

y de aquí no salgo, mudísima,

concreta armada.

 

Toda el hambre que perdí

Se retrae ante la comedera de la mujer.

Mi estómago duele.

Reparo mis cabellos cortos, mis lentes, mis uñas aparadas.

Yo, no.

Aquella mujer, sí:

su cuerpo, su carne.

 

 

 

Encomienda

 

Y sí vinieras aquí,

por esos parajes,

que traga él

dos de aquellas Hermanas,

para que yo pueda pesarlas, medirlas y auscultarlas,

de modo para verificar, con ciencia,

cuál será entonces adecuada

a mi intento de desposar a la chica de cuarenta y cinco kilos,

un metro y sesenta,

y diástole perfecta.

 

Firmo: Antonio

 

 

 

Pedido

Doña Rosina, deme una noche de bodas con su hijo.

Doña Rosina, deme una tarde de bodas con su hijo.

Doña Rosina, deme una mañana de bodas con su hijo.

 

 

 

Súplica

 

Doña Rosina, deme los pies de su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme los lóbulos de la oreja de su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme el dorso do su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme los dedos de las manos de su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme a pinta del pulso de su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme los zapatos y la bolsa llena de papeles de su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme la camisa dentro del pantalón de su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme el saco marrón de su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme los cabellos negros de su hijo en matrimonio.

Doña Rosina, deme la boca de su hijo en matrimonio.

Y más, y más, la lengua, el sudor, el gozo del hijo de Doña Rosina,

en matrimonio.

 

 

 

Cactus

 

Mi voz es fina como un trozo de vidrio.

Tengo una forma de poner punto final

que maltrata a los otros.

Desafinada e intratable,

cuando declaran amor por mí,

amarro manos y pies,

arreglo dolor de cabeza o piernas

y caigo rendida en la cama.

A veces me recupero.

A veces nunca.

 

 

 

Mangabeiras

 

Sin tener madre, ni padre

– no más-

la naturaleza termina siendo mi padre y mi madre

y yo, em medio a todos los suyos,

desaparezco.

 

 

Cette chose incroyable de faire

que es atravesar el océano,

cette-chose-là yo lo haré. Lo haré,

lúcida, cilíndrica, de pie,

por las aguas obscuras y espesas,

sobrevolada por los pájaros,

sorprendida por los peces, por las corrientes,

en el suelo de espejo de un navío azul,

bajo el sol y bajo la luna en desorden,

en desorden las estrellas guías de ese navío,

por donde me escabullo, fantasma confiante,

ya que el vacío, precisa estar vacío y perdido, en blanco

el navío que me llevará hasta el horizonte

que salta de aquí para allá, siempre, hasta allá,

allá donde, donde seré una mujer-hombre

como un ser es uno y nunca de antes pudimos serlo,

eso haré.

 

 

 

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(poemas en su idioma original, portugués)

 

 

13 poemas do Quarenta poemas e dez (2012),

de Alícia Duarte Penna

 

 

Avenida Olegário Maciel, 1730 

 

minha avó: Rosália

meu avô: Ildeu

na casa grande tem tapete talher relógio cuco

minha avó casou com meu avô

mas ninguém reza

porque ninguém é feio ninguém é pobre

todo mundo lava as mãos antes das refeições

tem uma galinha sendo morta no quintal

tem umas brincadeiras no escuro

não façam barulho, que seu avô não gosta!

tem um pé ante pé cheio de dedos

tem uns primos vindos dos Estados Unidos

trazendo uns sapatos de vidro umas bonecas que nunca vi

tem duas meninas gordas assaltando a geladeira

tem uma bisavó e duas enfermeiras

tem umas palavras que ninguém fala mais

tem uma prima morta um tio morto

mas ninguém chora ninguém ri alto tem um guardanapo no meu colo

todos os domingos minha mãe desembaraça os meus cabelos e os das minhas irmãs

porque vamos à casa da sua avó!

 

 

 

a             eternidade           é                 um                        pasto

 

Vistas ao longe,

vacas parecem estátuas.

Estão vivas? Estão mortas?

Não se sabe e nem importa.

O tempo não alcança as vacas

e seus quatro estômagos.

Sua fome e seu alimento são eternos.

Como as estrelas no céu.

Estão vivas? Estão mortas?

Podem até ter morrido,

mas uma morte que custa a chegar.

 

Por isso, quando subo a Rua Leopoldina,

numa tentativa de aproximação,

digo: _ Olá, vaca!

Mas a vaca é inexorável.

 

 

 

Limpo corações

e penso nas galinhas.

A cada coração, uma galinha.

 

Uns grandes corações, uns mínimos.

Uns gordos (as galinhas engordando para que as comamos).

Tiro a película que os envolve,

numa operação.

Depois, abro a torneira.

A água jorra

e lava o sangue,

lava a alma das galinhas.

É uma missa o que celebro.

 

As galinhas,

é uma honra tocá-las no coração.

Às galinhas, que parecem tão inescrutáveis,

tão inextricáveis,

descubro-lhes o coração:

um coração simples de galinha,

que assim começa, assim termina.

 

 

 

A mulher do homem mais alto

do último andar do edifício no centro da cidade

banha em cobre sapatinhos de menino.

Ele é alto, segura o sapatinho e diz:

_ A menina pode pôr o dela sobre a penteadeira, sabe? Fica bonitinho.

 

Como são frágeis os homens e os edifícios!

Se eu pudesse imobilizar o tempo,

como a mulher do homem faz,

ele ficaria para sempre ali, segurando o sapatinho,

de pé sobre suas pernas adultas,

o humaninho monumento.

 

Frame del videopoema Cactus/EMVIDEO

 

Nature boy

 

Anderson é um moço pobre, muito pobre,

os olhos grandes em órbitas fundas,

as unhas dos pés pintadas em vermelho.

Toda semana ele bate em minha porta,

há muitos anos.

Trocamos comida, roupa, moedas

e sorridentes deus-te-ajudes.

Uma vez ele pediu que eu descesse, para conversar.

Contou-me sobre a avó que morreu e a família que o mandou embora.

Contou-me sobre a irmã perdida.

Contou-me sobre ele mesmo e a sua aids.

Não foi preciso que eu o consolasse.

Ele também trazia boas novas:

o abrigo da prefeitura, um serviço de jardineiro, o coquetel

e o sorridente deus-te-ajude,

desta vez por eu tê-lo ouvido,

o que passaria a ser o costume.

Não sei se humílimo ou louco,

O Anderson.

Talvez tendo a morte tão junto de si,

a vida não lhe faça mal.

Quem sabe ele nem morra,

penso, convencida- não, seduzida-,

enquanto subo as escadas.

 

 

 

No início do ano que já veio,

é preciso por tudo em ordem.

As roupas, das quentes às frescas,

das lisas brancas às pretas,

passando pelas cores dominantes nos estampados,

que se sucedem democraticamente:

ora o laranja fulminante,

ora o verde pacificador.

As estantes em ordem alfabética,

tomando-se a primeira letra do nome

pelo qual chamo o autor:

de A, de Adele, a W, de Wordsworth.

Estranhas intimidades se estabelecem nessa ordem:

entre Elizabeth e Euclides,

Balzac e Basho,

Santo Agostinho e Sérgio.

Antigos íntimos se avizinham,

como Oswald e Pagu.

Outros tento aproximar,

como Ana Cristina e Armando,

mas eis que se interpõem Ana Maria, Aníbal e Antônio.

A prateleira mais nobre em suas extremidades

é a que vai de Clarice a James.

Afasto todos os livros entre eles

para que os olhos de um encontrem os olhos de outro.

Amanhã farei as compras do mês: óleo, feijão, biscoitos,

que se oferecerão na despensa

de acordo com a sua duração e a nossa fome.

Deixo a casa pronta

como um general iludido com seu exército perfilado.

Tudo irá funcionar

e tudo perderá a ordem.

Com as mãos na cintura,

gozo a esplêndida submissão das coisas.

Soldada rasa,

gozo, no íntimo, a revolta anunciada.

 

 

 

Molly

 

A mulher chupa laranjas.

Simples, é simples, sim.

A mulher, aquela, disse: _ Sim!

Eu, não, que a observo, fóssil,

peixe e morta,

encerrada num vestido

como ossos num baú,

e daqui não saio, mutíssima,

concreta armada.

 

Toda a fome que perdi

retrai-se ante a comilança da mulher.

Meu estômago dói.

Reparo meus cabelos curtos, meus óculos, minhas unhas aparadas.

Eu, não.

Aquela mulher, sim:

seu corpo, sua carne.

 

 

 

Encomenda

 

E se vier aqui,

por essas paragens,

que traga ele

duas daquelas irmãs,

para que eu possa pesá-las, medi-las e auscultá-las,

de modo a verificar, com ciência,

qual será então adequada

ao meu intento de desposar moça de quarenta e cinco quilos,

um metro e sessenta,

e diástole perfeita.

 

Assino: Antônio

 

 

 

Pedido

 

Dona Rosina, me dê uma noite do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê uma tarde do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê uma manhã do seu filho em casamento.

 

Frame de la videoinstalación Espelho Diário, con Rosângela Rennó

 

Súplica

 

Dona Rosina, me dê os pés do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê os lóbulos da orelha do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê o dorso do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê os dedos das mãos do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê a pinta no pulso do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê os sapatos e a bolsa cheia de papéis do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê a camisa para dentro da calça do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê o paletó marrom do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê os cabelos pretos do seu filho em casamento.

Dona Rosina, me dê a boca do seu filho em casamento.

E mais, e mais, a língua, o suor, o gozo do filho de Dona Rosina,

em casamento.

 

 

 

Cacto

 

Minha voz é fina como um caco de vidro.

Tenho um modo de dispor do ponto final

que maltrata os outros.

Desafinada e intratável,

quando declaram amor por mim,

amarro mãos e pés,

arrumo dor de cabeça ou pernas

e caio estatelada na cama.

Às vezes me recupero.

Às vezes nunca.

 

 

 

Mangabeiras

 

Não tendo mãe, nem pai

– não mais-

a natureza fica sendo meu pai e minha mãe

e eu, em meio a todos os seus,

desapareço.

 

 

 

Cette chose incroyable de faire

que é atravessar o oceano,

cette-chose-là eu a farei. Eu a farei,

lúcida, cilíndrica, de pé,

pelas águas escuras e espessas,

sobrevoada pelos pássaros,

surpreendida pelos peixes, pelas correntes,

no chão de espelho de um navio azul,

sob o sol e sob a lua em desordem,

em desordem as estrelas guias desse navio,

por onde me esgueiro, fantasma confiante,

pois é vazio, precisa estar vazio e perdido, em branco

o navio que me levará até o horizonte

que salta daqui para lá, sempre, até lá,

lá onde, onde serei uma mulher-homem

como um ser é um e nunca dantes pudemos sê-lo,

isso eu farei.

 

 

 

 

 

*(Belo Horizonte-Brasil, 1962). Poeta y traductora. Es autora, también, de textos en colaboración con artistas visuales, videoartistas y músicos. Ha publicado en poesía Duo terno e gravata (1983), Quarenta poemas e dez (2012), del cual han sido extraídos los poemas traducidos. Su próximo libro, origem-destino, se publicará en este año.

 

 

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