Poemas por Elízabeth Echemendía*
Texto por Nilton Santiago
Crédito de la foto (izq.) Ed. Valparaíso /
(der.) la autora
Sobre Mi sombra es la madrugada (2021),
de Elízabeth Echemendía
¿Dónde empieza la sombra y dónde termina la luz? Elízabeth Echemendía resuelve en este libro luminoso esta paradoja del tiempo en círculos: «somos» porque «des-aparecemos». Y para ello, se vale de la semilla del poema más que de la palabra del poema, donde sólo es posible la vibración del silencio: «Vivo con el agua/ mi silencio con tu voz», dice. Voz oracular que transita en estas líneas con sus propias mitologías: la del amor (luz) y la del temor (sombra); opuestas porque se complementan y se confunden en nos-otros. La terrible belleza de la luz no sería posible sin la belleza de la sombra y estos poemas lo demuestran, como cocuyos de papel que brillan para guiarnos en la oscuridad.
9 poemas de Mi sombra es la madrugada (2021),
de Elízabeth Echemendía
1
Nuestro sudor alumbra las noches;
recolectamos las gotas cristalizadas y las
colocamos sobre nuestras cabezas
oscuras
(de unas manos abiertas nace el sol),
nos vamos quedando sin dientes,
sin ojos,
sin dedos
y aún seguimos tras aquella mariposa
escuchando
sugerencias del viento
2
POR LO QUE CUESTA LA SED
ya volvieron los abuelos a descifrar signos
Camino descalza,
las piedras amarillas bajo el sol,
mis dedos largos se entrometen por las piedras
como topos,
tengo mucha sed,
pero al menos ya no hay perros olvidados
ni áticos dónde olvidarlos,
el agua me crispa,
¿y para que decir que tengo ropa?,
quisiera romper en vuelo o lucir una calma sincera,
pero aquí no hay nada más que este cuerpo de siempre
que aturde,
mi frente se escarcha
y yo
encuentro por fin una silla.
3
No nos hacía falta mucho, nos éramos suficiente con el cabello al desorden,
cnidaria sudado,
la piel reflejando fluorescencias.
Mis contemporáneos, chiquillos salvajes, salvaron lo que quedaba,
un Aci Pogo a la vez. Álbum de stickers.
No necesitábamos más que a nosotros;
los infinitos.
Nos perdíamos bajo el cielo y la luz –siempre– nos encontraba,
ahí, en el lugar donde todo se revuelve;
fuimos la alegría del sol.
¿Las luciérnagas se apagan?
Nos aspirábamos a besos,
bocas
elásticas,
suaves crestas, olor,
ya no sé a quién miras.
Somos víctimas de lo invisible.
¿Recuerdas las luciérnagas en nuestras barrigas?
Vayamos tras ellas.
4
flotante
El cielo posee presencia,
nosotros minutos
(qué triste);
habrá que doblarse por el tronco,
dejar de buscar espejos,
mirar más a los bichitos.
5
ÍDEM
Una pastilla menos;
el agua cae sobre el agua como una fiesta.
Ídem: todo se mueve.
Una pastilla menos;
el perro muerde un cuerno tendido sobre el piso,
colisión de hueso contra hueso.
Sonidos.
Ídem: todo se mueve, una menos
y otra
y otra…
Las hojas se abren, reflejan
la rubia luz como escamas.
Espejo: todo está quieto, se mueve,
yo miro.
Te amo, a través del ojo de la aguja;
lo supe ayer.
Ídem: una menos.
Un dédalo envuelve su pulgar mientras cose una verde tela;
se hunde la aguja en la aurora.
6
AL IGUAL QUE TÚ
Es allí, donde el sol se dilata hasta estriarse,
donde no encuentra lugar la costumbre y la luz se tritura lentamente,
volviéndonos primero azules, después a penas perceptibles,
donde todos contemplamos;
pájaros,
palmeras,
gente
y la mirada imperativa de los peces se va oscureciendo en el fondo del mar,
es allí, donde la sal del aire reclama humedad,
que prevaleces.
Dentro del contorno elíptico, cuidadosamente tapizado de mi cabeza, un collage de preguntas sin respuesta y; cangrejos adoloridos,
un bote, tu piel, tu mirada triste, papá,
tus manos obreras,
a veces la mirada se dirige hacia mí
(eso apenas me asegura
que no fuiste esculpido por la pena).
Afuera, ese gráfico tibio que te mece, el que tanto rechacé por tu ausencia,
me extiende, durante el ocaso, finalmente la mano.
¿Aún me miras?
7
TU IRAS BIEN, RESPIRE LENTEMENTE
Yo le hice de madre a un pajarillo enfermo con ternura y preocupación;
pero no importó cuánto calor ni cuánto alimento le diera,
se murió en mis manos,
y sentí su frágil estructura desplomarse y sus huesos bajo sus plumas
y sentí mucha rabia de sostener
toda esa niñez
pulverizada,
hoy, por más que quiera, me asusta tocarte,
porque tienes el movimiento robótico de quien casi carece de vida;
mismo que aquel día resguardaron mis manos;
hoy temes demasiado y yo también.
El sol es blando,
el movimiento sigue,
los pelícanos
—indiferentes—
rasuran la mar con su vuelo,
mientras tu aire, aferrándose,
avanza como un rasguño.
No estás vacío aún, pero si tan frágil como…
¡Y no sé si pueda sostener de nuevo toda esa niñez pulverizada!
8
Perenne su sed vive en mí.
9
PROPÓSITO DE UN BICHITO
Y uno lo ve con pena, tan errabundo detrás de los focos, que inocentemente le estira una mano y lo lanza de vuelta hacia la tierra, pero aquel regresa siempre a toda costa, hasta que (y pobrecito) en su foco se achicharra
muy lejos la luna llora
y pudiéramos pensar que es por bobería tanta insistencia, pero es que, en realidad, el sentido del coleóptero radica en la luz
y al pobre se le han impuesto muchos destellos de artificio.
*(Cienfuegos-Cuba, 1992). Artista multidisciplinaria consolidada como escritora y fotógrafa. Emigró a los 5 años a Costa Rica, donde cursó estudios de medicina, hasta estudiar artes plásticas con énfasis en diseño pictórico en la Universidad de Costa Rica. Desde 2017 reside, con su esposo e hijo, en EE. UU. Desde 2021, comenzó a trabajar en el proyecto cultural Casa Bukowski como curadora literaria y como colaboradora en Movimiento San Isidro, un colectivo de “artivistas” de la disidencia cubana. El mismo 2021 participó en la obra Carta de Renuncia, del artista y activista cubano Luis Manuel Otero Alcántara. Ha publicado El ave nos guarda en su canto (2020) y Mi sombra es la madrugada (2021).