Sobre «Inevitable catástrofe / Naufragio nacional» (2021), de Julio César Zavala

 

Por Roger Santiváñez

Crédito de la foto Objeto Profano Eds.

 

 

Naufragio, nación y poesía.

Sobre Inevitable catástrofe / Naufragio nacional (2021),

de Julio César Zavala

 

 

El viaje —y concretamente la navegación— es un antiguo tópico de la poesía universal. A esta vasta tradición se entronca el libro Naufragio nacional / Inevitable catástrofe de Julio César Zavala. En efecto, el poema que abre el volumen, cuyo título refrenda la parte inicial del nombre de la publicación, nos pone en autos sobre la situación del sujeto poético: navega, está navegando. Pero se trata de una navegación especial: “ni dársena ni muelle/ musgo verde amarillo/ invaden mi casa de neblina y soledad”. Como dijo Hinostroza: “Sin salir de su casa se puede conocer el mundo”. En este caso y mediante el uso de la anáfora y el gerundio gramatical, el poeta se muestra en pleno proceso de navegación y con “esa extraña e intrépida manía de ponerse a navegar”, como lo reafirma. A pesar de constatar lo siguiente: “Desfallecer en puerto corrompido y sin nombre/ yacer en la arena de las casualidades/ alimento marino/ corrupción de un cuerpo que dejó de flotar”. Resonancias políticas tal vez, pero también comprobación simplemente humana de nuestra inexorable descomposición natural.

La última sección de este poema titulado “Naufragio Nacional”, incide en el tema histórico: el desastre del barco San Martín, originalmente llamado Cumberland, en la bahía de Chorrillos cuando integraba la Expedición libertadora del Perú, en 1821. “Una sintaxis no preparada para el naufragio” nos dice Zavala, juntando realidad y lingüística, lo mismo que realidad y literatura cuando al final del poema recuerda al Essex, hundido por contienda con una ballena, hecho que inspiró a Herman Melville su super clásico Moby Dick.

Un asunto interesante de este libro es la interpretación poética de lo que ocurre en el mar, como sucede en el texto denominado “El susurro de aguas poco profundas”. Con rítmica narrativa, la cadencia de los versos describe un barco encallado en una playa y un grupo de pescadores tratando de “rescatar las fanegas alimenticias” rematando la escena con una reflexión metafísica: “en un corazón calmado/ aquella belleza que no se destruye/ Y no se acaba con la muerte”. Cierran el poema un par de citas de Flores Galindo y de Pablo Guevara, colocadas como versos del propio texto que funcionan como comentarios de lo que se ha desarrollado en el discurso. Prosigue un poema en prosa sobre Wilkinson, el capitán inglés del San Martín, y su desolación ante el desastre de su barco y lo que ocurre en la playa. Lo interesante aquí es la súbita intervención del poeta que, en medio de lo que describe, nos dice “La imprecisión de mis palabras”. Es decir, se entromete en tiempo actual en la poética narración de lo que ocurrió en 1821. Este recurso recuerda las argucias de Ezra Pound en The Cantos.

 

El poeta Julio César Zavala

 

Posteriormente, tenemos otro poema en prosa que discurre sobre el desastre con maestría verbal: “reflejos del agua, en su conflagración devastadora absorben el barco”. Y la línea final nos informa sobre el verdadero propósito del libro y la metáfora del hundimiento: “Nave involuntaria que arrastra el alma de una nación y sus dominios”. Es decir, el fracaso del Perú como nación —históricamente hablando— ahora, al borde del bicentenario de la independencia. Luego tenemos un poema que se explaya (aquí este verbo es súper ad hoc) con visiones de la hundida embarcación en las que destaca la capacidad de nuestro poeta para construir imágenes relativas al tema como “horada el agua con el tiempo/ ruinas del cementerio marino/ cartapacio de la nostalgia”; y más allá: “metal osado y submarino/ refulgencia de la marea que lo consume/ derrelicto de la sonrisa”.

La sección prosigue con trabajos sobre el tema de la guerra en sí. Y también el hundimiento. Es la historia poéticamente cantada. Leamos: “capaces de crear heroicidad y negarse a traicionar/ a cuerpos incapaces de comprender el dolor/ de contemplar al barco en eterna inmersión”. Y así nos encontramos con versos que, al hablar de aquellos tiempos de hace 200 años, parecen reflejar el presente, como este: “Lima es una ciudad que se resiste al cambio”. El poema denominado “Carta a la hija del capitán” posee una intensidad lírica que nos conmueve en lo profundo: “Brindo con las estrellas y musito en un rezo tu nombre/ las constelaciones silenciosas que me llevan hacia ti”. también es contundente el poema o mejor dicho Harawi como lo llama el poeta, por Doña María Andrea Parado, que no es otra sino María Parado de Bellido, la heroína de nuestros libros escolares, que aquí es presentada con lograda dignidad poética y, como en un caso anterior que cité, Zavala juega con referencias gramaticales para comunicarnos poesía, como cuando dice: “Los diptongos nocturnos”. Esto me parece importante, es decir, el tomar íconos de la tradición oficial que parecerían —por la retórica desgastada que los ha consumido de modo constante— imposibles de ser poetizados modernamente. Pues Zavala lo consigue y con notable calidad.

Entramos a la sección titulada “Palimpsestos en mar/zoo”, que juega con la palabra mar y con “zoo” con doble o referente al reino animal. Nos esperan cuatro poemas cortos que figuran unos fogonazos líricos y en donde nuestro autor demuestra su talento con la bien manejada elipsis o encabalgamiento en cadencia de imágenes, como en el poema “inevitable catástrofe”: “cenicienta tarde/ fuero íntimo/ empecinado hastío/ desmoronamiento interior/ esplendor de oleajes perentorios”. En esta misma sección esta ‘Calíope’, texto más largo en el que hallamos rarezas dignas de ser citadas, como “el deseo es una manera particular de ejercer metafísica”. O de prosapia romántica: “con el movimiento circular, el de las formas perfectas/ descubrí mi predilección por las estrellas”. Me ha llamado la atención el poema “Vigilia en la aurora” de impresión doméstica, donde se poetiza una estancia en lo que el gran artista conceptual de mi generación, Juan Javier Salazar, llamaba el ñoba ritual.

El libro incluye una écfrasis frente a una fotografía de la hoja de un arce, lirismo en refracción ante una imagen visual, que se corrobora con otras improntas de acendrada plasmación como estos versos del poema ‘Vodevil’: “y descubrí en aquel momento/ que el arte se crea en el preciso momento/ en que se descubre una sonrisa”.

 

 

La última parte, “Cementerio marino” (imposible no recordar el famoso libro de Paul Valery), nos conduce por caminos de extravío y de memoria triste. Sin embargo, la literatura y la vida se juntan en plenitud al punto de fusionar poesía y realidad como en esta pregunta que se autoformula el poeta: “¿Soy el mar?”; y no nos cabe duda de que en efecto así es, porque de la profundidad marina Julio César Zavala avanza hasta interrogarse por la nación. Y su preocupación cierra el libro con lúcida incertidumbre: “la abarrotada nación contempla el progreso/ y saca un dudoso ticket para su próxima inclusión”.

Lo que me parece resaltante de este libro es la intensidad con la que están planteadas sus angustias y la valentía de haber cogido el tema del naufragio de un barco que venía con la Expedición libertadora para crear un símil: así como se hundió ese barco, se hundió la nación peruana desde un comienzo. Pero el ticket de la esperanza (aunque dudoso) está en nuestros corazones, y por eso, y por la poesía, seguimos aquí.

 

 

[Orillas del río Cooper, sur de New Jersey,

julio 2021]

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1981). Poeta, editor, librero y bonsaísta. Estudió Literatura y Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Es gestor cultural, especialista en fomento de la lectura; además, escribe para la sección cultural del diario La República (Perú), Suplementos de Libros (México), y las revistas Trama & Texturas (España) y El cuervo (Puerto Rico). Se desempeña como gerente de la librería Escena Libre. Ha publicado en poesía Inevitable catástrofe / Naufragio nacional (2021).

 

 

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