Por Ana Sánchez Huéscar*
Crédito de la foto la autora
5 poemas de Verso de pez dulce (inédito),
de Ana Sánchez Huéscar
Suite con árbol
El pasado de piel tersa
envuelve mis pies pequeños
en botas de lana,
grita mañanas
de hielo, de cola de caballo,
de carámbanos en los tejados;
luego se traga un recuerdo
y deja de soñar ancas de nube.
Por eso, hoy, apenas sol,
llueve una gota de tiempo
que aniquila la belleza
y se lleva nuestro último domingo
en el parque.
También la risa,
mi flequillo francés
y tus rodillas manchadas de hierba.
(Sobre el tejido del viento se posa una rama)
El pasado arrastra años,
repta el sonido del agua,
casi es fantasma,
nieve espesa,
casi respira su muerte.
Hoy, en cambio,
todos los espectros viven.
La melancolía
tiene tres pájaros en la cabeza.
Coge una fila de hormigas
y se sienta a envejecer.
Mañana aún no existe.
Pero dispondremos de un lugar
(negro poema rosa)
donde rescatar lo perdido.
Allí estarás tú,
y habrás de merodear
por la casa de los elefantes,
y Walt Whitman deberá residir
en los espejos redondos,
y yo tendré que besarte mucho
para que la luz de los lunes
no te llore más en las manos.
No dejes de pensarme
ahora que soy
el jazz mojado
de una hoja en el aire,
porque, en este momento,
el pasado baila
un lento compás
con la raíz de la nostalgia.
(Sobre la rama del viento se posa una flor)
Los viernes,
cuando canta el mirlo,
parece una suite con árbol.
Corazón anfibio
Un vestido con forma de alcarraza
que lleve una muerte pequeña
bordada de glóbulos rojos.
Corazón anfibio,
o tres mil camellos y Darío el Grande
por la ruta de la seda,
colgado en el neón de una casa de citas.
Anfibio, como un uno duplicado,
como dos sexos para un labio,
como un pezón dentro
de una boca desdentada.
Creemos un corazón anfibio,
bermellón cacahuete,
sombrío umbral donde
tres pecas amorfas
liban la piel de Alejandro Magno.
Un seno venoso latiendo en Samarcanda.
Trenza, trueno, trama; atroz ventrículo
en pleno renacimiento persa.
Bulbo arterioso deseando lis.
Ahora todos los lobos duermen.
Construyamos un corazón
que alcance el vertiginoso silencio
de los maniquíes de Teherán.
Tan anfibio
como una tarta de manzana
con los ojos de Zaratustra.
Nueve nubes
Escucha.
Por ti, el desfile de caracolas
en la imaginación de la piel.
Es bonito, aquí, los dos.
Yo soñando,
tú a mi lado,
y el mundo muriendo
porque un cielo lo atraviesa
en la condicional hipótesis
de la noche.
Husmeo
tu respiración
desorientada.
¿Es allí donde nueve nubes
sobre álamos de tela
parecen damas colgantes
errando coordenadas?
En la onírica melodía
de los deslizamientos
cascabeles
sonatas
magnolias
realizan llamadas de vapor.
Entonces nos rozamos
y es precioso,
tú dormido,
yo a tu lado,
y la noche temblando
porque un súcubo verbo
dice invierno
y quema la nieve.
¿Sabes por qué cosquillean
en las plantas de mis pies
los pensamientos
que escupen las chimeneas?
Avanzo con pasos de estrellas
por el camino de aire
que me lleva a tu sueño.
Adentro
tienes pintado
el ruido de los bosques,
y has dibujado
con dedos de humo
un lago cubierto
de helechos
deshilachados.
Escucha.
Es hermoso, los dos,
yo de plata,
tú brillante,
y una espiral
que se bifurca
como volutas jónicas
por el dosel sepia.
¿Perciben las columnas
la herrumbre del óxido?
Oh, por ti desciendo
al agua y tintineo y vienes
tan liviano que rompo algo
como frágil, pero aguantas,
cerca de un coral majestuoso
que tiene cristales verdes,
y tus manos salen del sueño
ahora que la noche cruje
porque va a morir
adentro
antes de amanecer.
Escucha.
Es sublime, los dos,
tú soñando,
yo a tu lado,
mientras nueve nubes
vuelan despistadas
porque aún no quieren
despertar.
Cuervo asceta
La sombra de una mujer azul
se ha posado en el barro.
Ahora vienen los halcones
a batir mentiras y plumas
en la profundidad de los charcos.
¿Acaso la cercanía del caos
desnuda inviernos?
Me muevo, te bailo,
ensucio de ojos la tristeza,
la luz es la sonrisa del limo.
Una mujer azul cuelga su secreto
en el pico de un cuervo asceta.
Quisiera saber
por qué la música es flor
y es silencio en nuestras manos.
Dejaré mis labios de noche
en tu lecho de cereza,
así podrás detener
todo el vértigo del día,
y el caos vestirá de azul
la sombra de una mujer
con ese ritmo
que tienen los caminos
cuando llueve.
Llenaría con mi cuerpo
los vidrios que te asolan,
pero ahora es tarde,
y el cuervo asceta
no sabe guardar secretos.
Bodegón
Una mesa de madera marchitada con
simiente de calabaza y corteza de limón.
Plumas de gallina y un cordel de besos
inconexos atados a un frasco
transparente que contiene un amor largo,
delimitado por las sombras,
que apenas deja ver
la vida dormida de las cosas.
Su palpitar inanimado.
La tristeza de un racimo de uvas.
Acidez ovalada,
un montoncito de penas prietas
que manchan de llanto la piel de plástico.
Dentro, la melancolía se madura
con el lento transcurrir de las horas,
como si tuviera cerca un sol de miel
dorándole la angustia poco a poco,
azucarándole el néctar de los suspiros.
Mosteada, pegajosa,
tristemente dulce.
Dulzura en una fruta de agua
con el sueño escondido entre
hogazas de pan y queso fresco,
ahogando la amargura
de una fuente de almendras.
Queriéndole pedir al amor
que no arañe, que no duela,
que suavice la pulpa de un beso,
la triste alegría de los recuerdos dulces.
Recuerdos vistiendo una rosa
con los pétalos que envuelven
las cejas rubias de mi padre,
la bondad sin ladridos de Linda,
y la figura de Luisa, sentada en la puerta,
tomando el fresco.
En el terciopelo de su vestido,
mis ausencias
dibujan una noche y un camino
espolvoreado de estrellas lácteas,
y una niña, cegada de tanto mirar la luna.
Pero esta rosa no vuelve,
mejor no tocarla.
Se llama Nunca.
Y por su tallo resbala
la dulce tristeza de los locos
tocando un blues esmerilado.
La nostalgia late macerada
en un almirez con retales de hierbas.
Decora las escamas de un pez
sobre una bandeja de plata.
Llueve agua salada y me moja la voz,
la mirada en ti, el viento tuyo.
Y luego sobrevuela el mar,
sin la penumbra de mi nombre,
fiel a la luz.
Mi poesía es una pared encalada
en la que voy colgando
tristezas dulzuras ausencias
nostalgia locura lluvia salada.
La risa de mi padre.
Tú.
Y, mientras se cubren de aire seco,
no fumo. No viajo a Tombuctú.
No tengo hijos.
No como sesos de cocodrilo.
*(La Mancha-España). Poeta y narradora. Reside en Madrid (España). Tiene estudios de Literatura y ha cursado talleres de teatro y escritura creativa. Mantiene inéditos Verso de pez dulce, en poesía, y Hebras, en relato. Dirige el blog www.unpezenelvaho.blogspot.com