Por Mario Pera
Crédito de la foto Ed. del autor
Un ardor en el lado izquierdo del corazón.
Sobre Idiota del Apocalipsis (1967),
de Guillermo Chirinos Cúneo
Sincero, pesimista, marginal, altisonante, etílico… una buena dosis de realidad cotidiana, esa realidad de la calle, de una Lima de quienes caminan entre los bares, iglesias, borrachos, beatas y vagabundos. Esa realidad del pesar que trae la culpa al ser criados en un entorno religioso y la iluminación de quien se rebela ante la supuesta castidad y el decoro de una sociedad hipócrita y cucufata.
Limeñitos del mundo uníos, que Chirinos Cúneo les hablará nuevamente y no dejará sino una estela de ácido filtrada en su conciencia.
En una de las pocas entrevistas, o quizá la única oficial, que dio el poeta, en 1993, dijo: “Desgraciadamente los jóvenes nos lanzamos hacia otro camino, buscamos otro lindero que en verdad nos ha resultado agradable, pero no es lo que nuestros sentimientos, nuestros corazones, nuestras almas, deseaban. Desgraciadamente, las cosas son así en la vida: nunca se puede realizar lo que la sociedad o la mente humana necesita y quiere, hay siempre una insatisfacción, un pesimismo: la revancha contra uno mismo”.
Y esa fue la inyección que inoculó Guillermo Chirinos Cúneo a la poesía peruana en 1967 cuando su madre, presumo que en un rapto de “misericordia” (entrecomillada por supuesto) con un hijo interno en la clínica, se decidió a publicar por su cuenta como editora Idiota del Apocalipsis, esa bofetada histérica, herética y erótica en tono poético que quizá en búsqueda de un acto purificador, o de mera catarsis, su autor decidió vomitar en el rostro de la tradición lírica del Perú.
Chirinos plasmó así en su opera prima, una visión desacralizada del joven limeño clasemediero de buen vivir que aspira pero, sobre todo, debe aspirar a más. Se negó a seguir la ruta que la sociedad de aquel entonces, como la de ahora, le imponía para tener éxito en la vida. Es claro que Chirinos motu proprio (como Martín Adán) optó por dejar el terno, la corbata y el título de gerente para seguir sus sentimientos y lo que su corazón le dictaba y caminar hacia la nada, hacia ese callejón oscuro que es la poesía (Pólack dixit).
Y entre ustedes, quienes aún me escuchan y no se han aburrido ya, no debe faltar quien me quiera decir que eso es idílico, y pensarán que es porque el poeta estaba loco, pero entregarte a lo que tu corazón te dicta y no a satisfacer a la familia o a la sociedad, creo, es tener la valentía suficiente y el coraje, como para dejar de ser el juguete de las formas y emprender el camino personal, el que uno escoge y no el que otros quieren trazar en nuestra vida para bien o mal. Y ello no tiene por qué condecirse con un manoseado maldistismo de la vida del poeta, sino con las urgencias propias del sujeto, sus vivencias, su personalidad, sus dilemas existenciales y enfermedades, sin tomar esto último con una piedad fatua o innecesaria. No hay nada de idílico en la decisión de perseguir lo que uno quiere, sino de honestidad con uno mismo y Chirinos fue, ante todo, un poeta honesto. En torno a ello el autor en la mencionada entrevista reiteró: “Sabía muy bien que no iba a lograr un éxito como el que se consigue en una empresa comercial o publicitaria; pero sí quería un éxito de poeta, de escritor, para que mi alma y mi espíritu estuvieran tranquilos”.
Quienes lo conocieron dicen que su mirada era desafiante, pero sensible. Y es fácil predecir que Idiota del Apocalipsis no sólo fuera escrito entre sus experiencias caminando en provocación constante con su terno blanco por las calles del antiguo Centro de Lima, sino también observando los crespúsculos y sintiéndolos entre los malecones de La Punta con el aire marino oxigenando los pulmones de una emotividad distinta, devenida no sólo de su amor por la literatura sino, también, de una enfermedad psiquiátrica que lo llevó a pasar algunas temporadas no cortas en la clínica. El poeta se liberó de las ataduras y pudo dar rienda suelta a su instinto y lograr en sus versos atisbos de lo que él denominó el Paraíso desconocido y que nos hizo conocer a golpe de fuego.
Su único poemario, recordemos que también publicó poemas sueltos en revistas, exhibe elementos particulares como el uso constante de los adjetivos cromáticos (los colores rojo, rosado, blanco y negro) que refulgen quizá dándonos una pista de poemas escritos casi como si se tratara de pintar en ellos estampas o imágenes de lo visto o experimentado por el poeta, el mismo dibujo de la portada de la edición original que se reproduce en esta reedición, es una ilustración del poeta quien imagina corceles salidos de un incendio escarlata, un cuadro muy sugerente. Chirinos era, además, pintor y si bien el uso que hizo de imágenes poéticas a través del color puede ser a veces exagerado, creo que nos revela algún tipo de sinestesia particular que lo aquejaba y que seguro estaba azuzada por el alcohol y las pastillas que tomaba para combatir sus males.
Y a colación un segundo elemento, la grave intención (entiéndase por grave, profunda) del poeta por liberarse de los atavismos y pautas religiosas. No me cabe duda que los parámetros religiosos no lo constreñían; sin embargo, pienso que no pudo vencerlos del todo puesto que como refirió Rodolfo Hinostroza quien conoció al poeta, el propio Chirinos Cúneo destruyó el manuscrito de su obra maestra, el poemario Caminante en la Ciudad, frente a la iglesia La Merced en el jirón de la Unión. La religión, sé por vivencia personal, es un peso tan grande que nos espanta y puede llevar al abandono de la existencia. Si la anécdota es real, y pese a los tintes de epifanía psicótica de la misma, nunca sabremos qué vio o sintió el poeta ante el imponente pórtico barroco de La Merced. Ello y el épico final de Idiota del Apocalipsis que reza: ¡Vamos! Estad listos para un nuevo Dios, así como las evocaciones religiosas (casi todas blasfemas) del poemario, nos llevan a estar frente a una historia que de por sí crea el halo de un poeta de culto, pero uno sostenido no sólo en elementos trágicos de su vida, sino en un poemario de alto valor en tanto su sinceridad y la maestría con la que envuelve su discurso en poesía.
Un tercer elemento, y final, son las referencias erótico-sexuales que cada tanto muestra el poemario no sólo por medio de un poema como “Cenicienta” donde es algo explícito, sino en otros tantos versos en los que el poeta crea imágenes contradictorias pues, pese a mostrarse lascivas y lujuriosas, a la par contienen estas una impensada ternura, casi como el oír a un adolescente narrar su primer e inexperto coito.
Amén de las intensas metáforas con ánimo de revelaciones que poema a poema, con olor etílico Chirinos escribió, es evidente que desde aquel primer y único libro, el poeta tenía ya un tono propio, personal, sabía lo que quería decir y cómo lo diría. Quizá en esa psiquis dislocada, la única certeza era respecto al escribir un libro tan valiente como trascendente por su atemporalidad. Y es que Idiota del Apocalipsis sigue tan vigente como cuando se publicó por primera vez hace 50 años y he ahí otro de sus grandes méritos.
No quiero revelar más sobre este Apocalipsis. Sólo espero que ustedes lo dejen arder entre sus manos pero no con misericordia, sino con satisfacción.