Un escritor de corazón sencillo: el espíritu nikkei en la obra de Augusto Higa

 

Augusto Higa Oshiro es un escritor que palpita firmemente, más allá de los reconocimientos literarios. Con un espíritu templado y una pluma cargada de vehemencia, el narrador nikkei ha configurado de manera trascendental la literatura peruana última.

 

 

Por Diego Alonso Sánchez

Crédito de la foto Asociación Peruano Japonesa /

Álvaro Uematsu

 

 

Un escritor de corazón sencillo:

el espíritu nikkei en la obra de Augusto Higa*

 

 

Augusto Higa Oshiro (Lima, 1946) goza en estos últimos tiempos de una fama labrada a punta de esfuerzo y talento. Lamentablemente esta no le sonrió durante muchos años, pese a que se le reconocía como uno de los principales escritores que publicaron en la revista Narración, vale decir, en donde figuraron los más talentosos narradores que ha dado la literatura peruana en el siglo XX.

El lustre que ha recibido su trabajo, más allá de los premios de la Asociación Peruano Japonesa, en 2013, y el Premio Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro, en 2014, ha servido para que más lectores lleguen a su obra y se confirme lo que los jurados distinguieron al premiar sus libros Okinawa existe (APJ, 2013) y Saber matar, saber morir (Caja Negra, 2014): que estamos ante un gran escritor, en la plenitud de su trabajo creativo, así como de una personalidad meritoria de la cultura del Perú, como lo ha distinguido hace poco el Ministerio de Cultura.

Higa es un virtuoso orfebre de la palabra, un hombre de espíritu sosegado que todavía escribe a mano y guarda el hábito de trabajar sus textos de 8 am a 1 pm todos los días. A pesar que dice que se siente un escritor otoñal, hoy por hoy ha demostrado tener más vitalidad que muchos jóvenes, manteniendo, además, una vigorosa y prolífica obra publicada en los últimos 10 años (un libro de cuentos, tres novelas y, como si fuera poco, el conjunto de sus cuentos completos).

 

Japon no da dos oportunidades

 

La búsqueda de la identidad

La obra de Augusto gira alrededor de una profunda reflexión social, aterrizada en personajes marginales y finamente urdida en los barrios más populares de Lima. Esta mirada, que busca revalorar la humildad del hombre común y explorar sus tragedias cotidianas, es la que nos atrapa en sus cuentos y novelas. Es quizás esta forma desacralizada de retratar a la capital la que nos conmueve, porque vierte ante nuestros ojos una muestra de la idiosincrasia capitalina, tan convulsa y segregacionista.

Ya desde su primer libro de cuentos, Que te coma el tigre (1978), nos cautiva su manejo minucioso del lenguaje y la exploración de las técnicas narrativas. En este conjunto inicial de relatos, el trato de los ambientes y las situaciones urbanas nos muestran a un escritor muy preocupado por la expresión popular.

Esta tendencia sería ratificada con su segundo libro, La casa de Albaceleste (1987), en donde la apropiación de la óptica criolla haría patente la búsqueda de la identidad que sufren sus personajes, siempre teñida de incertidumbre. Como bien anotaba José Watanabe, amigo cercano de nuestro autor, ya se vislumbraba en estos primeros escritos cierta esencia nikkei, aunque esta identidad todavía transpiraba con poca fuerza.

 

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El personaje nikkei dentro del mundo criollo

Nunca antes el trato literario de la comunidad peruano japonesa fue tan detallado y puesto en alto por un escritor peruano. Nunca antes los personajes de ascendencia nipona estuvieron tan presentes en historias que retratan el mundo criollo, mucho menos protagónicamente. El trabajo de Augusto Higa, en ese sentido, tiene un valor superlativo para la configuración del mapa literario de sociedad pluricultural del Perú.

Si bien nuestro autor también ha trabajado con personajes de diferente origen étnico, siempre ha tenido especial atención por aquellos que conforman los estratos más populares. El espíritu andino y la naturaleza del afroperuano, son temas que también aparecen retratados en la obra de Higa, pero de una manera tal que todos siempre se vinculan en esencia, incluso con los ascendientes japoneses. En relación a ello, en la obra de Higa trasciende a sus personajes el ánimo de denuncia, el análisis duro de la sociedad peruana.

El interés de Augusto por el tratamiento literario de la sociedad peruano japonesa también responde a su experiencia personal. Resulta que el escritor, tratando de explorar sus raíces y de ultimar su mirada sobre la identidad, decide viajar a Japón. Allí, el fenómeno dekasegui le dio de golpe en la cara. Producto de esta experiencia es su libro testimonial Japón no da dos oportunidades (1994).

 

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La iluminación

La siguiente incursión editorial de Augusto Higa fue La iluminación de Katzuo Nakamatsu (San Marcos, 2008), pequeña novela que generaría en su momento gran revuelo en los predios literarios, no solo por mostrar a un autor que había guardado muchos años de silencio, sino porque este entregaba una novela muy exigente, que nos presentaba una historia inédita en la tradición narrativa del Perú.

No basta decir que el protagonista de la novela es un nikkei. Porque más allá de los fundamentos culturales (incluso narrativos), esta historia trata en paralelo la desdicha de dos personajes que vivieron dos épocas distintas, pero con la misma condición adversa por su identidad: Katzuo Nakamatsu y Etsuko Unten. El primero es un ser antisocial y enfermo que camina sobre una Lima moderna, violenta y caótica; el segundo es un héroe frustrado y delirante, que entabló una lucha silenciosa contra la sociedad antijaponesa de Lima durante la Segunda Guerra Mundial.

Luego de la buena acogida de esta novela, se empezaron a esbozar diferentes tesis sobre la participación del ascendiente japonés en la literatura peruana y cómo este tema ya estaba prefigurado en nuestra sociedad, a pesar que, como bien menciona el propio Higa, hasta antes de la década de los 80`s los nikkei eran considerados extranjeros.

 

El narrador Augusto Higa Oshiro.
El narrador Augusto Higa Oshiro.

 

Okinawa

Cuando Augusto gana el primer puesto del Premio José Watanabe Varas de cuento 2013, a nadie le sorprendió la calidad de su pluma. Okinawa existe, el libro ganador, ratificó esto y, dada la disposición y temática presentada, el análisis iniciado con su libro anterior se enriqueció, dando nuevas luces sobre el tratamiento del descendiente japonés en su obra.

En este libro se vuelven a tocar los funestos hechos que sufrió la colectividad nikkei en el Perú durante la Segunda Guerra Mundial, la persecución que padecieron sus integrantes y que los llevó a la quiebra no sólo económica y social, sino que también psicológica. El cuento que da nombre al libro trata sobre la obachan Miyagui, una señora de avanzada edad que tiene delirios con una Okinawa soñada, que contrastan con las tragedias que han caído sobre su familia, en una ciudad como Lima, cercada por el odio al forastero nipón.

En el cuento “Extranjero” se muestra la lucha entre dos niños, Masaharu Murakami y el abusivo Kanashiro, disputa que acentúa la esquizofrenia social entre dos representantes de una misma colectividad. “Te conozco, japonés. Así te escondas, ni hables, ni te muevas” le dice Kanashiro a Masaharu, antes de humillarlo a golpes y enrostrarle las diferencias que había entre ellos, aun siendo pares. Y continúa: “No te olvides, somos de la misma raza. Somos nisei, tramposo, farsante”.

Pero tal vez el cuento más logrado de este conjunto sea “Polvo enamorado”, en donde el personaje Kinshiro Nagatani deambula bajo un tropel de ignominias, propias de la época, pero siempre estoico y decidido, incluso ante la actitud intimidante de América Linares, su esposa peruana y –quizás— el motor y motivo de sus frustraciones.

Okinawa existe es la piedra angular del autor, en donde desarrolla la temática nikkei de manera literaria, pero con visos históricos innegables. Luego de este conjunto de cuentos, la publicación de la novela Gaijin (Animal de invierno, 2014) llega con el territorio dispuesto para entrar a una historia durísima y especialmente sentida.

 

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Gajin

En Gaijin, nos encontramos con Sentei Nakandakari, otro personaje de porte y cuajo  estoico, que a pesar de sus aspiraciones materiales, siempre llevó el espíritu templado, sino de las luchas internas y personales que lo atormentaban. Otra vez el autor nos ubica en la década del 40, antes que Perú le declarara la guerra al Japón, durante la Segunda Guerra Mundial.

Sentei Nakandakari había errado por la Lima, buscando su beneficio, tomando distintos trabajos y surgiendo como un emprendedor comerciante. Pero aun así era un personaje oscuro, que generaba la desconfianza hasta de sus paisanos. Sin embargo, en este ascenso hacia lo que él quería, se va a dar de topes con una realidad adversa que lo convertirá en víctima y victimario de su propia gente, un agente que prefigura lo más espantoso de una época terrible. Es la historia del descenso a lo más oscuro del alma humana.

 

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¿Literatura nikkei?

Sin duda Augusto Higa ha cementado el camino para que otros escritores discurran, también, sobre la identidad del descendiente japonés en el Perú. Si bien todavía no podemos hablar de una literatura de arraigo nikkei, por más que encontremos muchos elementos que nutren a otros autores con estas características, como José Watanabe, Rafael Yamasato y Doris Moromisato, hay una fuerte tendencia literaria que irá asumiendo las costumbres y los agentes sociales de esta colectividad, como ya se puede ver en otras vertientes culturales peruanas, como la gastronomía y el arte. Así sea.

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1946). Literato por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Ha publicado en narrativa Que te coma el tigre (1978), La casa de Albaceleste (1987), Final del Porvenir (1992), Japón no da dos oportunidades (1994) y La iluminación de Katzuo Nakamatsu (2008).

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