12 +1 poemas de «Hora Zero» (2016), por Prisca Agustoni

 

Por Prisca Agustoni*

Curador de la muestra Fabrício Marques

Traducción Prisca Agustoni

Crédito de la foto Lara Toledo

 

 

12 +1 poemas de Hora Zero (2016),

por Prisca Agustoni

 

 

1.

 

Tuvimos que limpiar otra vez este vacío

frotar con fuerza la transparencia de los vidrios

alisar los rincones

permitirle a la luz que forjara sombras

quemar las velas

rezar por los ausentes

 

en las paredes los espejos

no lanzan ninguna imagen

por ahora,

 

hace falta un rostro

ni siquiera un trazo

en esta insistente morada

 

 

 

2.

 

El dolor está en el sapato,

revuelto, esperando por el pie

 

no se dejan los sapatos revueltos

eso no se debe hacer

realmente no

de cabeza para abajo

como cosas sepultadas

mudas raices floreciendo en el piso,

en total abandono,

 

dónde el pie disperso, dónde

la mesa puesta, la sonrisa

de ayer que se mueve en la oscuridad

y cuaja el leche

de la mañana, dónde

dónde

 

el rojo del echarpe

suspenso en el blanco de la pared

que corta en dos el día

el antes, el vacío, el después

 

el día después

dónde dónde

 

el abandono cava sendas indecibles

en el sapato a la espera

 

 

 

3.

 

Retratos y recortes de papel

desparramados por el suelo

forman la rayuela

– dos saltos hacia adelante

otro hacia el lado y luego

lanzar otra vez la suerte

 

una trayectoria intermitente,

sólo no se quede uno

en los vacíos de la casa

 

sólo no lance uno la piedra

donde no se puede

 

para llegar sin errores hasta el cielo

 

 

 

4.

 

El bosque  en el  fondo

no duerme, no habla, no se mueve:

 

quedemos de ojos abiertos

escuchando el viento que lame las tejas,

días y noches sin calma

un mirante verde sobre el infierno.

 

 

 

5.

 

Los dedos revistan  mezclan

bufanda con medias

dejan tras su pasaje

en el corredor

 

un batallón de objetos inermes

detritos de casas derribadas

por el terremoto

 

y la figura de un hombre exangüe,

en el suelo

 

perdidos los botones de la camisa

 

 

 

6.

 

Mientras tocan

encaje y sujetador

en el tercer cajón

las siento que bajan

ávidas, las manos

por el cuerpo –

hasta que se apaguen

las ganas

y me tiran al suelo

 

muñeca, cuyo muelle se rompió

 

13886444_10154505418090864_2247270825612932535_n
La poeta Prisca Agustoni participando en el III FIP Lima 2015

 

7.

 

Faltan tres dientes de leche

en el fondo del cajón

 

allí estaban

guardados en el algodón

junto al tercio de plata

 

y a la infancia de la niña.

 

Tras una larga espera

se le cayeron de repente

en pocas semanas,

 

– nos faltó la valentía

de tirar a la basura

esta reliquia corporal –

 

como bulbos en la tierra

enterramos los dientes

en nuestra  memoria.

 

La cajita de lata

se quedó sin tapa y sin tercio:

 

buscamos y buscamos

 

pero desaparecieron

tres dientes de leche

y el tercio de plata,

 

un diente se halló

debajo de la cama

 

los bulbos allá calados

germinando recuerdos,

 

cuanto a la infancia de la niña

no se sabe nada.

 

 

 

8.

 

Todavía cabe mucha gente en la casa

 

más allá de los muertos,

todos de pie en los retratos,

en fila en el tiempo

 

como carillón que vuelve a tocar

de la nada, un día

y gira a su bailarina

siempre en equilibrio sobre el vacío,

 

impecable e inútil bailarina

que no conoce el dolor de la noche.

 

 

 

9.

 

Toda la noche sentada en la cocina

la espalda en la pared

el cuchillo en la mano

 

pienso en los hombres en el front de guerra

en las mujeres con los delantales sucios

sus mejillas rojas

 

y la poesía, inesperada,

amola la lámina entre mis manos

 

 

 

10.

 

La casa amarilla tiene dos perros.

 

En la casa amarilla había dos perros.

Se murieron, los dos, de alguna muerte canina.

O por mano humana.

Uno tras  otro,

en el espacio de uma semana.

 

Desde entonces, nos miramos todos con expresión animal.

La pregunta que no se calla es quién será ahora.

El siguiente.

Si mi perro. Si el tuyo. Si el del vecino.

 

O si seré yo el próximo en caer.

De alguna muerte, canina o humana.

 

 

 

11.

 

Hay cuartos cerrados

donde guardamos lo que no cabía

en nosotros

 

una vez el desorden arreglado,

nos olvidamos de él

por años,

 

hasta que un día reaparece

y de la nada, en silencio,

la casa empieza a desmoronarse,

 

de dentro de nosotros

hacia el mundo.

 

 

 

12.

 

Jamás conocerás abandono o tormenta   

si tienes una casa y a tu madre,

esto me dijeron un día.

 

Pero la tormenta vino, se quedó,

se fue.

Se llevó algunos objetos.

 

Mientras tanto, la casa sigue de pie,

la madre al otro lado del mundo.

 

Yo dentro de ellas,

y tan lejos de mí.

 

 

 

13.

 

Si sólo fuera posible guardar la luz

si sólo cupiera

en el equipaje de la mudanza

 

esta luz de la tarde

 

lo demás podremos comprarlo

todo bonito y barato

donde estuviéramos

 

lámparas, mesa, orquídeas

plantas de albahaca

 

pero la luz del atardecer

de este atardecer mientras escribo

y otra vez me despido

de mí

 

no hay como encontrarla,

ni lo que aquí se vivió y se fue

mucho antes que nosotros.

 

 

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(poemas em su lengua original, portugués)

 

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La poeta Prisca Agustoni. Crédito: Edimilson de Almeida Pereira

 

 

Por Iacyr Anderson Freitas

 

A casa ferida.

Poesia de Prisca Agustoni

 

 

Prisca Agustoni já possui uma obra consolidada em diversos campos do universo literário, seja em prosa ou verso, incluindo nesse conjunto, também, a produção de ensaios ou de textos voltados especificamente para o público infanto-juvenil. Este novo título poético da escritora suíça, há muito radicada no Brasil, concentra-se de modo absoluto no tema da casa profanada, com suas diversas variações simbólicas. Nos poemas de abertura das duas partes iniciais do livro podemos colher os primeiros indícios dessa profanação, eis que a imagem da casa-templo é construída com extremo vigor lírico: “Esta casa é um relicário de vidro e verde. / Tem ares de casa dos milagres” e “antes que o chão não fosse / tição ardente sob os pés // ou tapete de ladrilhos / numa igreja sem fiéis”. O desenvolvimento da imagem de “casa dos milagres”, aliás, atingirá seu ápice na parte intitulada “ex-voto no salão”.

A mão segura de Prisca leva o leitor nessa viagem que se inicia com “A Primeira Visita” – poema centrado na metáfora do paraíso prometido pela nova morada, com seu “perfume de laranjeira em flor” – e termina com “a dura lição do parto”, colhida dos escombros da referida profanação. Em consonância com a imagem da casa-templo, os ecos de um devir edênico vibram a todo momento, mas vibram “em vão, pois o pecado / é anterior ao caos” e contamina até mesmo esse domicílio tão virgem de vidas e assombros. Eis a habitação que “recusa a travessia (…) e para evitar a queda do paraíso / adia a vida como erva daninha”. A referência ao adiamento serve de base para a construção de um lugar de delícias que jamais será efetivamente vivenciado, de tal forma, pelo eu lírico. Afinal de contas, o paraíso é evocado apenas como promessa, como expectativa de que, “aos poucos”, a plenitude se cumpra: “A poesia, aos poucos, brotará, / romã que dobra o galho. // A vida, aos poucos”. A incômoda presença desse adiamento justifica a existência de elementos negativos, não somente como antecipações de uma traumática “invasão”, mesmo nos poemas iniciais. Há uma atmosfera de aguda melancolia envolvendo esse pretérito composto de “nenhum sinal de vida / ou de morte antes”:

Nesses quartos, corpo nenhum,

antes, consumiu a luz,

 

não houve criança

arranhando as tábuas

 

nem gato pulando o muro

para a clandestinidade.

 

Nada disso aconteceu, ainda.

 

Essa ausência de um passado efetivamente vivido naquele lugar de eleição responde pelo “vazio”, pelo “abandono que nos persegue / em cada quarto”. Afinal de contas, “falta rosto / sequer um traço / nessa insistente morada”. Mas a profanação do templo doméstico será um substituto amargo para o “vazio” dos primeiros tempos: “Naquela casa já entraram. E naquela outra / e na de frente, naquela ao lado, idem, / ibidem, ad infinitum”. Após a “invasão”, o medo atinge até mesmo “a cela do mosteiro”: “se não fosse o medo / poderíamos até nos ajoelhar / e rezar / nesse inquieto paraíso”.

Sai de cena, então, a figura da casa-templo. Como indicam os poemas da parte “ex-votos ”, as imagens de São Jorge, São Francisco, Santa Cecília e Santo Antônio (o “que protege o lar”) não conseguiram impedir a “estranha sensação” advinda da “mudança inesperada / dos objetos / dentro da casa”. Os invasores “deixam atrás de si / no corredor // um batalhão de objetos inermes / detritos de casas derribadas / pelo terremoto”. Um doloroso puzzle que, de acordo com a alta voltagem poética de Prisca, também poderá compor o “jogo de amarelinha” que personaliza uma das melhores peças da obra. A relação de perdas e danos inclui até mesmo “três dentes de leite” que estavam “guardados no algodão / junto ao terço de prata // e à infância da menina”. Por fim, “um dente foi achado / debaixo da cama (…) já a infância da menina / ninguém sabe”.  Permanece, ao fundo, a aguda percepção que gravará, doravante, o eu lírico – a de ter sido coisificada e descartada, com a sua vida íntima exposta aos quatro ventos:

enquanto apalpam

rendas e sutiãs

na terceira gaveta

sinto-as descer

ávidas, as mãos

ao longo do corpo –

até que apaga-se

a vontade

e jogam-me no chão

 

boneca, cuja mola quebrou

 

O medo constante de novas invasões faz entrar em cena a figura do castelo, da casa fortificada: “levantamos as muralhas do castelo / como cavaleiros medievais / e cravamos grades nas janelas”. Ao lado das fortíssimas imagens de abandono e solidão – que povoam o percurso deste Hora zero –, a permanência do eu lírico nos cômodos dessa fortaleza, em estado de tensa e interminável vigília, responde por muitas das passagens mais pungentes do livro. “No começo, somente o muro. Nem alto, nem baixo. / Um muro, como outro qualquer. / Depois foram acrescentando a rede elétrica. / O arame farpado. / O sansão no fundo do terreno”. A clausura imposta pelo medo joga por terra qualquer semelhança com o paraíso prometido nos primeiros dias, agora transformado num “mirante verde sobre o inferno”:

a mata no fundo

não dorme, não fala, não mexe:

 

fiquemos de olhos abertos

escutando o vento lamber as telhas,

dias e noites sem calma

um mirante verde sobre o inferno

 

 

Por conseguinte, a vigília martiriza as noites: “no quarto os corpos / antes descansavam / agora dormem sobre espinhos”. Muitos poemas deste Hora zero estão voltados para um cotidiano repleto de vigilância e medo, bem como para a realidade de sentir-se intimamente em guerra dentro de um ambiente urbano capaz de absorver, com kafkiana naturalidade, todas as violências do dia a dia. De nada valem, contra esse peculiar estado de hostilidade, as muralhas erguidas, as grades nas janelas, as concertinas e os alarmes: “a noite toda sentada na cozinha / as costas na parede / a faca na mão // penso nos homens no front de guerra”. De nada valem todas as defesas possíveis, ainda mais quando as pegadas de Cronos e de Tânatos já podem ser percebidas dentro de tão jovem fortaleza. No quarto ao lado, na cabeceira da cama da menina, ironicamente, em confronto direto com os fatos vividos, “o livro ficou sem palavras”, guardando “perplexo sua história, / uma linda história / com final feliz”.

Os poemas de Hora zero encontram-se tomados pelo paradoxo, desde a construção lírica do “inquieto paraíso” até a dorida cristalização do “mirante verde sobre o inferno”. O périplo desta casa-navio (que ondula até mesmo em terra firme) abre-se para o mergulho “numa selva marinha” – com “os tubarões camuflados nas ondas” da sala de estar, à espera do momento propício para a invasão – e termina no “escuro da noite”, “sob as cobertas”. A experiência surreal, enfim, não consegue superar o pesadelo. Após a dura metamorfose, deixando de ser espaço de culto e assumindo, à força, seu destino bélico, resta a cruciante imagem da “casa ferida”: “atrás das poltronas / trincas cada dia maiores // já esticam no vento / um varal de ruínas”.

Todavia, como revela o poema de encerramento deste belo livro, a casa “sempre esteve pronta”. Caberá a seus habitantes, no entanto, aprender “uma vez mais / a dura lição do parto”.

 

 

Juiz de Fora, 2015

 

 

12 + 1 poemas de Hora Zero (2016),

de Prisca Agustoni

 

 

1.

 

Tivemos que lavar de novo esse vazio

esfregar com força a transparência dos vidros

desamassar os cantos

deixar a luz forjar sombras

queimar as velas

rezar pelos ausentes

 

às paredes os espelhos

não jogam imagem nenhuma

por enquanto,

 

falta rosto

sequer um traço

nessa insistente morada

 

 

 

2.

 

A dor está no sapato,

revirado, à espera do pé

 

não se deixam os sapatos revirados

isso não se deve fazer

não mesmo

de cabeça para baixo

como coisas sepultadas

mudas raízes à flor do chão,

em pleno abandono

 

onde o pé disperso, onde

a mesa pronta, o sorriso

de ontem que abana no escuro

de hoje e coalha o leite

na manhã, onde

onde

 

o vermelho da echarpe

suspenso no branco da parede

que corta em dois o dia

o antes, o vazio, o depois

 

o dia depois

onde onde

 

o abandono cava sendas indizíveis

no sapato à espera

 

 

 

3.

 

Retratos e recortes de jornais

espalhados pelo chão

formam o jogo de amarelinha

– dois pulos para a frente

outro para o lado e logo

jogar de novo a sorte

 

uma trajetória intermitente,

é só não ficar parado

nos vazios da casa

 

é só não jogar a pedra

onde não se deve

 

para chegar sem erro até o céu

 

 

 

4.

 

A mata no fundo

não dorme, não fala, não mexe:

 

fiquemos de olhos abertos

escutando o vento lamber as telhas,

dias e noites sem calma

um mirante verde sobre o inferno

 

 

 

5.

 

Os dedos revistam    misturam

cachecol com meias

deixam atrás de si

no corredor

 

um batalhão de objetos inermes

detritos de casas derribadas

pelo terremoto

 

e figura de homem exangue,

no chão

 

perdidos os botões da camisa

 

 

 

6.

 

Enquanto apalpam

rendas e sutiãs

na terceira gaveta

sinto-as descer

ávidas, as mãos

ao longo do corpo –

até que apaga-se

a vontade

e jogam-me no chão

 

boneca, cuja mola quebrou

 

 

 

7.

 

Faltam três dentes de leite

no fundo da gaveta

 

estavam ali

guardados no algodão

junto ao terço de prata

 

e à infância da menina.

 

Após longa espera

caíram de repente

em poucas semanas,

 

– faltou-nos a coragem

de jogar no lixo

essa relíquia corporal –

 

como bulbos na terra

enterramos os dentes

na memória.

 

A caixinha de lata

ficou sem tampa e sem terço:

 

procuramos e procuramos

 

mas sumiram mesmo

três dentes de leite

e o terço de prata,

 

um dente foi achado

debaixo da cama

 

os bulbos lá quietos

a espalhar lembranças,

 

já a infância da menina

ninguém sabe

 

 

 

8.

 

Ainda cabe muita gente na casa

 

além dos mortos,

todos de pé nos retratos,

alinhados no tempo

 

como carrilhão que volta a tocar

do nada, um dia

e faz girar sua bailarina

sempre em equilíbrio sobre o vazio,

 

impecável e inútil bailarina

que não conhece a dor da noite

 

 

 

9.

 

A noite toda sentada na cozinha

as costas na parede

a faca na mão

 

penso nos homens no front de guerra

nas mulheres com sujos aventais

suas faces vermelhas

 

e a poesia, inesperada,

amola a lâmina entre as mãos

 

 

 

10.

 

A casa amarela tem dois cães.

 

 

Na casa amarela havia dois cães.

Morreram, os dois, de alguma morte canina.

Ou por mão humana.

Um após o outro,

no espaço de uma semana.

 

Desde então, olhamo-nos todos com ar animal.

A pergunta que não cala é quem será agora.

O próximo.

Se meu cão. Se o seu.  Se o do vizinho.

 

Ou se serei eu o próximo a cair.

De alguma morte, canina ou humana.

 

 

 

11.

 

Há quartos trancados

onde guardamos o que não cabia

em nós

 

a desordem assim ajeitada,

esquecemo-nos dela

por anos,

 

até que um dia ela reaparece

e do nada, em silêncio

a casa começa a ruir

 

de dentro de nós

para o mundo

 

 

 

12.

 

Jamais conhecerás abandono ou tormenta

se tens uma casa e a mãe,

isso me disseram um dia.

 

Mas a tormenta veio, permaneceu,

foi-se embora.

Levou consigo alguns objetos.

 

No entanto, a casa continua de pé,

a mãe na outra ponta do mundo.

 

Eu dentro delas

e tão longe de mim.

 

 

 

13.

 

Se só fosse possível guardar a luz

se só coubesse

na bagagem da mudança

 

esta luz da tarde

 

o resto poderemos comprar

tudo bonito e barato

onde estivermos

 

luminárias, mesa, orquídeas

mudas de manjericão

 

mas a luz do fim de tarde

dessa tarde enquanto escrevo

e de novo me despeço

de mim

 

não tem como encontrar,

nem o que aqui se viveu e migrou

muito antes de nós

 

 

 

 

*(Lugano-Suiza, 1975). Escritora y traductora. Licenciada en letras hispánicas y filosofía por la Universidad de Ginebra y Doctora en Literatura comparada en Brasil. Es profesora de letras extranjeras modernas en la Universidad Federal de Juiz de Fora, en donde reside. Desde 2009 integra el grupo de autoras migrantes “Compagnia delle poete”, Itália (www.compagniadellepoete.com). Ha publicado en poesía: Traduzioni, Traduções (1999), Inventario di voci (2001), Sorelle di fieno (2002), Días emigrantes y otros poemas (2004), Le Déni (2012), Poesie scelte (2000-2012) (2013), Un ciel provisoire (2015) y Hora zero (2016); en narrativa: Coleção Bilbeli (14 racconti per l’alfabetizzazione) (2002-2003), A menina do guarda-chuva invisível (2002), Histórias de Longeperto (2004), A neve ilícita (2006), La Morsa (2007), A recusa (2009) y Cosa resta del bianco (2014).

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