Presentamos, en primicia, el texto de introducción que escribió la poeta, traductora y editora Chiara De Luca a propósito de la traducción al italiano del poemario L’eco di mia madre (‘El eco de mi madre’, 2014, Ed. Kolibris), de la poeta argentina Tamara Kamenszain.
Bonus track: 4 poemas de Tamara Kamenszain en versión bilingüe (español-italiano).
Por: Chiara De Luca
Crédito de la foto: Izq. © Ed. Kolibris
der. www.mdzol.com
“Y cuando el corazón de un último latido / haya hecho caer el muro de sombra, / para conducirme, madre, hasta el Señor, / como una vez me darás la mano. […]” escribe Giuseppe Ungaretti en su inolvidable poema “La madre”. Y es al Ungaretti de “Il taccuino del vecchio” que, en el poema “Sentada al borde de su memoria”, Tamara Kamenszain pide ayuda para cantar el ilimitado dolor derivado del corte de las raíces, de la definitiva separación que la deja huérfana de la alteridad que la engendró y que aún la contiene.
El eco de mi madre me parece nacer de la confluencia de una polifonía de ecos que hacen de este libro un canto coral, como a menudo ocurre en la poesía de Kamenszain. El río lleno de la voz de la poeta corre hacia la desembocadura del silencio, acogiendo en sí el canto de otros poetas ?amigos y compañeros, o desconocidos y aparentemente lejanos?, para compartir el viaje oscuro de la tentativa de contener en las palabras lo que de ellas desborda, para pronunciar la sustracción, la presente ausencia que experimenta la hija desmadrada por la inexorable enfermedad que la privó de su madre, incluso antes de que ella muriera.
Las palabras de César Vallejo, Lucía Laragione, Coral Bracho, Sylvia Molloy, Diamela Eltit, José Asunción Silva, Alejandra Pizarnik, que marcan una experiencia de vida compartida, son llamadas por la poeta como si fueran lo que le devuelve la voz partida por el dolor con que ha “cortado el libro” en la profundidad de su infancia, induciendo la niña al canto.
La poesía es, por lo tanto, lo que sobrevive al silencio. Las palabras son piedras extraidas una por una del pedregal del río de la memoria, de las hormigueantes profundidades del inconsciente, dónde la identidad adulta se amalgama y se funde con la esencia de la infancia, en la arcilla de la cual se puede renacer y tomar una nueva forma, huérfana de la matriz, matrioska, originaria.
En la proyección actuada por Ungaretti, la madre asume los semblantes del psicopompo que acompañará el hijo a la muerte tal como lo acompañó a la vida y durante la vida. En El eco de mi madre los papeles se invierten. La hija se encuentra obligada a conducir por la mano de la madre, como una guía a un ciego, volviéndose ella misma la madre de la mujer que la engendró, sin estar lista para hacerlo, porque, como escribe Diamela Eltit, citada en exergo, nunca estamos listos para eso.
Esta metamorfosis de la hija en madre induce a la poeta a una expoliación, la obliga a ejercer la violencia sobre sí misma para ponerse a un lado, anulando su necesidad de guía y de certeza, su identidad de hija todavía “grandulona”, más que nunca temerosa, asustada, a su vez abandonada sin tener donde aferrarse, como un ciego en un lugar desconocido y nunca tampoco imaginado. En el proceso de doble metamorfosis, de la hija en madre y de la madre en hija, también la lengua poética tiene que replantearse sobre la ruina, sobre aquello derribado de memoria y que está desparramado en la oscuridad de la mente de su madre. Es desde esta tabula rasa que emergen progresivamente los vagidos de la infancia, el primer balbuceo en la busqueda de un sonido, las canciones de cuna que dibujan la “m”, enseñándole de nuevo a la poeta a decir Mamá, Madre, como si fuera la primera vez; como si, de esta manera, la madre pudiera volver a la hija que la acompañó a morir dos veces, pariéndola otra vez.
4 Poemas de L’eco de mi madre (2014)
NO PUEDO narrar.
¿Qué pretérito me serviría
si mi madre ya no me teje más?
Desmadrada entonces me detengo
ante un estado de cosas demasiado presente:
ser la descuidada que la cuida
mientras otros la descuidan por mí.
Son personas que me sobran
y la gramática se torna un escándalo
cuando ella que olvidó las palabras
adelanta su bebé furioso
con el fin de decirlo todo
aunque no se entienda nada.
SENTADA AL BORDE de su memoria
me archivo como puedo en ese olvido que la trabaja
entre nosotras las palabras se acortan
ella no habla yo dejo de decir lo que decía
la dejo que no diga para no avergonzarla
juntas vamos armando un presente que no dura
en ese instante precoz mi madre se queda sola
porque yo como los tontos elijo seguir de largo
creo que a futuro todo me espera
mientras nadie a ella le da esperanzas
así separadas nos vamos juntando
la que oyó mi nacimiento me sienta en el borde
para hacerme escuchar por ella el anticipo de su muerte
vienen y van nuestros pasados compartidos
van y vienen nuestros futuros distanciándose
ella no sabe lo que yo no sé me pregunta ¿yo qué hago?
le contesto comé vestite dormí caminá sentate
el chirrido de su robot le hace caso por hoy
a ese minimalismo que habrá que reprogramar mañana.
“¿Sucederá que vea
extenderse el desierto
hasta que también le falte
la caridad feroz de los recuerdos?”
se pregunta Ungaretti en El cuaderno del viejo
mientras mi vieja se aleja encorvada
hacia el desierto público de su desmemoria
desde la cabecera de la cama doble la interrogan dos retratos
pero ella no encuentra la contraseña
quiero guiarla pero se le suelta la lengua
es tu mamá es tu papá
¿te acordás cómo se llamaban?
Avanza protegida por lo que no dice su amnesia
y me pierde a mí en otro idioma
nos encuentran sueltas nuestras maternidades adoptivas
soy ahora por ella la hija que crece sin remedio
para dejarla decrecer tranquila entre mis brazos
así juntas nos vamos separando
trabajamos hasta el borde un abismo de sonrisas
porque hay otras fotos
y ella bien puede no acordarse de mí pero no importa
entre mi nacimiento y su muerte la de la alegría fotogénica
esa que me legó generosamente un parecido
todavía está viva y nada le impide
seguir siendo mi madre.
DEL OTRO LADO del domitorio familiar
fijo como una roca al espacio inhóspito del desalojo
ahí, más allá de los retratos de abuelos
señalando esa almohada que ya nadie usa
pegado a las valijas que esperan de pie
ahí es donde crece el fantasma del asilo
que espera paciente a mi madre para volverse real.
En puntas de pie entramos a espiarlo
detrás de un olor hay otro olor hay otro olor hay otro olor
y todavía más atrás de un quejido un ruido avanza
son sillas de ruedas que caminan solas
los desnudos y los muertos ponen el freno de sus sondas
a disposición de las enfermeras
alguien tiende la cama con fruición de sepulturero
en la sala de kinesiología inmovilizan a los inválidos en zapatillas
no encuentro la salida aunque las flechas la indican a cada paso que no doy
no la dejemos no la dejemos acá decimos a coro con mi hermana
que ella nos cuide, que ella nos proteja de lo que le toca
consolanos mamá de tu propio sufrimiento
porque el gasto de tu vida nos ahuyenta
poniéndonos como locas al borde de la salida
aunque la flecha que la señala ya atravesó tu cuerpo
y ahora todo lo que nos espera es una entrada
marcha atrás por el túnel de tu deterioro
ese que desde el primer parto programado
hasta el punto muerto de la última cesárea
va expulsándote sola suelta de tus propias hijas
afuera más afuera muchísimo más afuera todavía
de nuestro primer hogar.
[…]
YA LA ACOMPAÑÉ a morir una vez.
Mis compañeros de banco son testigos
del cuaderno pálido de las letras cabizbajas
murió mi hermano y yo empezaba a escribir era mi tarea
mamá me ama mamá me mima mamá mamá
mientras ella ausente dejaba de corregirme
contaba y contaba en el cálculo de su cabeza
cuanto era lo que le quedaba, era una era una sola
era yo la hija sombra del varón en la cuenta regresiva
él estaba entre nosotras un nombre de la lápida al living
pedía hacerse decir pero estaba prohibido
nunca más nunca más nunca más
la muerte casera en mi casa erigió el eco de un tabú
éramos una burguesía oscura envuelta en gobelino
tapábamos con cortinas nuevas como diciendo NO PASARÁN
de la ventana para afuera un mundo impronunciable
nos acosaba y yo adentro haciendo en ghetto los deberes
la caligrafía muda de la h arrastraba un hermano
porque la muerte al fondo de mi infancia
había cortado el libro.
[…]
————————————————————————————————————————————————————
(versión en italiano)
Per: Chiara De Luca
“E il cuore quando d’un ultimo battito / avrà fatto cadere il muro d’ombra / per condurmi, Madre, sino al Signore, / come una volta mi darai la mano […]” scrive Giuseppe Ungaretti nella sua indimenticabile poesia alla Madre. Ed è all’Ungaretti del Taccuino del vecchio che Tamara Kamenszain chiede aiuto per cantare lo sconfinato dolore derivato dal taglio delle radici, della definitiva separazione che la lascia orfana dell’alterità che l’ha generata e la contiene.
L’eco di mia madre sembra nascere dalla confluenza di una polifonia di echi, che ne fanno canto corale, come spesso avviene nella poesia della Kamenszain. Il fiume in piena della voce della poetessa scorre verso la foce del silenzio, accogliendo in sé il canto d’altri poeti – amici e sodali, sconosciuti e all’apparenza distanti – condividendo il viaggio oscuro del tentativo di contenere in parole ciò che ne esonda, per pronunciare la sottrazione, la presente assenza esperita dalla figlia desmadrada dalla inesorabile malattia che l’ha privata della madre prima ancora che quest’ultima morisse.
Le parole di César Vallejo, Lucía Laragione, Coral Bracho, Sylvia Molloy, Diamela Eltit, José Asunción Silva, Alejandra Pizarnik, che segnano un’esperienza di vita condivisa, sono richiamate dalla poetessa come il la che le restituisce la voce spezzata dal dolore che ha “tagliato il libro” nel profondo dell’infanzia, inducendo la bambina al canto. La poesia è dunque ciò che sopravvive al silenzio. Le parole sono pietre, scavate a una a una dal greto del fiume, dalle brulicanti profondità dell’inconscio, dove l’identità adulta si amalgama e fonde con l’essenza dell’infanzia, nell’argilla da cui rinascere e prendere nuova forma, orfana della matrice, matrioska, originaria.
Nella proiezione attuata da Ungaretti, la madre assume le sembianze dello psicopompo che accompagnerà il figlio alla morte così come l’ha accompagnato alla vita e nella vita. Nell’Eco di mia madre i ruoli s’invertono. La figlia si trova a dover condurre per mano la madre, come una guida un cieco, divenendo essa stessa madre di chi l’ha generata, senza esservi pronta, perché, come scrive Diamela Eltit, citata in esergo, di fatto non lo si è mai.
Questa metamorfosi della figlia in madre induce la poetessa a una spoliazione, la costringe a esercitare violenza su se stessa per mettersi da parte, annullando il proprio bisogno di guida e di certezza, la propria identità di figlia ancora “bambinona”, più che mai timorosa, spaventata, a sua volta abbandonata senza appiglio come un cieco in un luogo ignoto e mai neppure immaginato. Nel processo di duplice metamorfosi della figlia in madre e della madre in figlia anche la lingua poetica si deve riplasmare alla rovina, dalle macerie della memoria della madre, sparpagliate nel buio della mente. Da questa tabula rasa riemergono progressivamente i vagiti dell’infanzia, il lallare in cerca di un suono, filastrocche infantili che disegnano la “m”, reinsegnano a dire Mamma, Madre, come fosse per la prima volta, come se così potesse tornare alla figlia che l’accompagnò a morire due volte, e ripartorirla.
Traducción: Chiara De Luca
4 Poesie di L’eco di mia madre (2014)
NON POSSO raccontare.
Di che forma del passato avrei bisogno
se mia madre non mi tesse già più?
Demadrata allora mi trattengo
davanti a uno stato di cose troppo presente:
essere quella trascurata che la cura
mentre altri la trascurano per me.
Sono persone che mi sono di troppo
e la grammatica diviene scandalo
quando lei che scordò le parole
anticipa il suo bebè furioso
con l’intento di dire tutto
anche se non si capisce nulla.
SEDUTA SUL BORDO della sua memoria
mi archivio come posso in quest’oblio che la tormenta
tra noi le parole si accorciano
lei non parla io smetto di dire ciò che dicevo
le consento di non dire per non farla vergognare
insieme stiamo armando un presente che non dura
in quest’istante precoce mia madre resta sola
perché io come gli stolti scelgo di seguire da lontano
credo che in futuro tutto mi aspetti
mentre nessuno a lei dà speranza
così separate continuiamo a riunirci
quella che sentì la mia nascita mi siede sul bordo
per farmi ascoltare da lei l’anticipo della sua morte
vengono e vanno i nostri passati condivisi
vanno e vengono i nostri futuri distanziandosi
lei non sa ciò che non so mi chiede io che faccio?
le rispondo mangia vestiti dormi cammina siediti
lo stridio del suo robot le dà retta per oggi
e quel minimalismo che si dovrà riprogrammare domani.
“Accadrà di vedere
Espandersi il deserto
Fino a farle mancare
Anche la carità feroce del ricordo?”
si chiede Ungaretti in Il taccuino del vecchio
mentre la mia vecchia si allontana curva
fino al pubblico deserto della sua smemoratezza
dalla testiera del letto matrimoniale la interrogano due ritratti
ma lei non trova la parola d’ordine
voglio guidarla ma le si scioglie la lingua
è la tua mamma è il tuo papà
ti ricordi come si chiamavano?
Avanza protetta da ciò che la sua amnesia non dice
e perde me in un’altra lingua
ci trovano sciolte le nostre maternità adottive
sono ora per lei la figlia che cresce senza rimedio
per lasciarmela decrescere tranquilla tra le braccia
così unite ci andiamo separando
lavoriamo fino al bordo un abisso di sorrisi
perché ci sono altre foto
e lei può pure non ricordarsi di me ma non importa
tra la mia nascita e la sua morte quella dell’allegria fotogenica
quella che mi trasmise generosamente una somiglianza
è ancora viva e nulla le impedisce
di continuare a essere mia madre.
DALL’ALTRO LATO della camera da letto familiare
mi fisso come una roccia allo spazio inospitale dello sgombero
lì, oltre i ritratti dei nonni
indicando questo cuscino che nessuno usa più
attaccato alle valigie che aspettano in piedi
lì è dove cresce il fantasma del rifugio
che aspetta paziente mia madre per farsi reale.
In punta di piedi entriamo a spiarlo
dietro un odore c’è un altro odore c’è un altro odore c’è un altro odore
eppure ancora più indietro da un gemito un rumore avanza
sono sedie a rotelle che camminano da sole
i nudi e i morti mettono il freno delle loro sonde
a disposizione delle infermiere
qualcuno tende il letto con godimento di becchino
in sala di chinesiologia immobilizzano gli invalidi in pantofole
non trovo l’uscita nonostante le frecce la indichino a ogni passo che non faccio
non la lasciamo non la lasciamo qui diciamo in coro con mia sorella
che ci curi lei, che ci protegga da quello che le tocca
consolaci mamma del tuo stesso soffrire
perché il logorio della tua vita ci mette in fuga
e come pazze sul bordo dell’uscita
anche se la freccia che la indica ti ha già trafitto il corpo
e adesso c’è soltanto un’entrata ad aspettarci
retromarcia per il tunnel del tuo deterioramento
quello che dal primo parto programmato
fino al punto morto dell’ultimo cesareo
va espellendoti sola sciolta dalle tue stesse figlie
fuori più fuori moltissimo più fuori ancora
dalla nostra prima dimora.
[…]
GIÀ L’HO ACCOMPAGNATA a morire una volta.
I miei compagni di banco sono testimoni
del quaderno pallido delle lettere abbattute
mio fratello era morto e io iniziavo a scrivere era il mio compito
Mamma! Mamma! Ma quanto mi ama mamma mamma
mentre lei assente smetteva di correggermi
contava e contava nel computo della sua testa
quanto era ciò che le restava, era una era una sola
ero io la figlia ombra del maschio nel conto regressivo
lui era tra noi un nome della lapide in soggiorno
chiedeva di lasciarsi dire però era proibito
mai più mai più mai più
la morte padrona in casa mia eresse l’eco di un tabu
eravamo una borghesia oscura avvolta in gobelin
chiudevamo con tende nuove come per dire NO PASARÁN
da fuori dalla finestra un mondo impronunciabile
ci tormentava e io dentro a fare i compiti nel ghetto
la calligrafia sorda della f portava con sé un fratello
perché la morte sul fondo della mia infanzia
aveva tagliato il libro.
[…]
Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947). Poeta y ensayista. Estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Entre sus últimos libros de poemas se destacan Tango Bar (1998), El ghetto (2003), Solos y solas (2005) y El eco de mi madre (2010). Entre sus ensayos: Historias de amor y otros ensayos sobre poesía (2000), que recopila sus libros anteriores, y La boca del testimonio (2007). Recibió, entre otros reconocimientos, el Primer Premio Municipal de Ensayo, el Tercer Premio Nacional en el mismo género, la beca de la Fundación John Simon Guggenheim, el Premio Konex de Poesía, la medalla de honor Pablo Neruda del gobierno de Chile y el Primer Premio de Poesía Latinoamericana Festival de la Lira. Sus libros fueron total o parcialmente traducidos al inglés, francés, portugués y alemán. Impartió cursos, seminarios y talleres en universidades de Argentina, México y Estados Unidos. Fue coordinadora de Actividades Extracurriculares de la UBA. Es catedrática en la sede argentina de la New York University. Tamara Kamenszain decidió reunir todos sus libros bajo el título La novela de la poesía (2012), que fue elegido el mejor libro de creación literaria publicado durante 2012, una distinción otorgada por la Fundación El Libro, ente organizador de la Feria del Libro de Buenos Aires.