Aeropuertos
1
Aeropuertos vacíos.
De sí, digo.
Pero también: de cientos.
De cientos que podrían.
O que podían ser y no fueron.
Aeropuertos de sí, ¿no?,
que tienen todos los tiempos.
Qué decir del “grano de la voz” —simiente:
dice la verdad
de lo que no se dice. (Escucha.)
Por ejemplo, voz que siembra campos de sorgo
enfrentados
a campos desorganizados:
ciudades vistas desde arriba.
El avión a lo que va, como decía.
Más vale tarde que atardece
que tarde detenida:
todo lo que amo
es visible y envejece.
2
Turbinas hechas para perturbar al indio
—a caballo
entre un tiempo y otro.
Modernidad, ¿por qué me has abandonado?
(Nota para más tarde:
Discursos que utilizan la palabra “verga”:
el naval, el pornográfico,
el que pretende —bobo— disgustar al prójimo.)
(Ya es más tarde: ¿será la hora
de regresar sobre mis propios pasos
al paréntesis precedente?
No hay manera de saberlo: esto
no se detiene nunca.)
A lo que iba:
turbinas hechas para matar un toro.
Marinetti, extasiado, monta en una de ellas (a caballo
entre un tiempo y otro).
Otros toros:
el de Picasso,
el de Botero (insultos),
el toro de la marca que usa un toro como marca.
Marca: lo que delata.
Y también: la impresión de un cuerpo en otro.
Turbinas para matar el tiempo.
TODO el hartazgo, el tedio
inherente a lo mediano. Todo,
en «n, lo que me lastra
—el spleen— he decidido
desplazarlo con
una acción fingida
por las islas. Por ejemplo:
hablo con insistencia
de Trinidad y Tobago, hablo
de las Islas Coco.
Funciona un poco, al principio; luego
ese tedio vital vuelve
apenas maquillado
por un tic excéntrico. Vuelve
como habrán de volver también, en su momento,
las obsesiones primarias, las
ficciones personales. Vuelve
como las narrativas de mi desprendimiento.