El presente texto, es un homenaje del poeta Róger Santiváñez al gran poeta peruano Antonio Cisneros Campoy (1942-2012), al conmemorarse dos años de su sensible partida, la que dejó a las letras peruanas más huérfanas, aún. Sin embargo, creemos que debemos celebrar su vida y su obra, como el mismo Cisneros querría, recordarlo con alegría y, si se puede, con un vaso con cerveza entre labios. Aquí el texto.
La poesía conversacional de Antonio Cisneros en el Perú
e Hispanoamérica. Un homenaje.
Por: Róger Santiváñez
Crédito de la foto: http://gestion.pe/tendencias/
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Si bien –en un trabajo anterior– he tratado de demostrar que Javier Heraud es el introductor de la poesía conversacional en el Perú, será Antonio Cisneros [Lima 1942-2012] quien –después de la trágica muerte del autor de Estación reunida (1963) aportará un primer desarrollo de la poesía conversacional en ciertos pasajes de su libro Comentarios reales (1964). En efecto, leamos el poema ‘Paracas’ (alusión étnica de arranque, dicho sea de paso): “Desde temprano / crece el agua entre la roja espalda / de unas conchas”. Nos encontramos en dicha playa al sur de Lima, y al final la memoria de las milenarias momias Paracas con sus notables tejidos pre-incas: “Sólo trapos / y cráneos de los muertos, nos anuncian/…/ que bajo estas arenas / sembraron en manada a nuestros padres”. Más allá de la reivindicación ancestral que hace el poeta, nos interesa remarcar un rasgo específico de estilo: El uso del giro coloquial popular y juvenil en manada; es decir mucha gente. Al introducir este vocablo Cisneros –en el centro de su dicción prosódica- daba la pauta en el Perú, de un fenómeno continental: el conversacionalismo latinoamericano circa 1963. En realidad se trata de una tendencia que habría empezado con la Antipoesía de Nicanor Parra (1954) y proseguido en el modo llamado exteriorista por Ernesto Cardenal, quien en su libro Gethsemani, Ky (1961) consigue la poesía de las highways norteamericanas y sus estaciones de gas en el desierto mientras flotan los cabellos de una rubia sobre el respaldar de un convertible último modelo. El sentido de lo más moderno –o ya postmoderno- en un lirismo de exteriores que pronto en Oración por Marilyn Monroe y otros poemas (1965) llegará a un cenit.
Desde Chile la voz de Enrique Lihn y su poesía conversacional resuelta en expresionismo abstracto -proclive al neobarroco por momentos- se hace escuchar con La pieza oscura (1963) mientras tanto Antonio Cisneros –retoma- (por decirlo así) la vía que inicia Javier Heraud con los poemas europeos de su última etapa. Y lo hace en Comenatarios Reales (1964) –donde está el poema con que empezamos ‘Paracas’ en el que incluye aquel tono conversacional que ya estaba en movimiento en todo el continente. Cisneros forma parte de esta notable constelación, ya desde dicho libro que fue el primero de sus trabajos premiados [ Premio Nacional de Poesía en el Perú,1964]. Con brillante performance, esta escritura prosigue en sus tres libros siguientes, a saber: 1) Agua que no has de beber , conjunto que llegó tarde a Comentarios Reales y muy temprano para Canto Ceremonial contra un oso hormiguero, razón por la que fue guardado hasta 1971, fecha en que aparece editado por Milla Batres en Barcelona, por entonces la capital de las letras hispánicas. 2) Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), Premio Casa de las Américas, inmediata consagración internacional –en esa época- para quien lo obtuviera. [Recordemos que en 1966 lo obtiene Enrique Lihn con Poesía de Paso y en 1969 Roque Dalton con Taberna y otros lugares, dos obras emblema de la poesía conversacional hispanoamericana de los 1960s] 3) Como higuera en un campo de golf (1972) punto nodal del tono coloquial narrativo – circa 1970- instante asimismo de Contra Natura de Rodolfo Hinsotroza [Premio Internacional Maldoror Barral Editores en Barcelona (1971). Y José Emilio Pacheco desde México nos entregará No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) en el cual la forma conversada logra los más interesantes y modernos momentos del conjunto.
En un breve panorama peruano habría que mencionar Cuadernos de quejas y contentamientos de Marco Martos, Premio Nacional de Poesía (1969) junto a Mirko Lauer, desde 1968 con Ciudad de Lima, Julio Ortega y Las viñas de Moro –también de 1968- . Asimismo Manuel Morales con su legendario Poemas de entrecasa y Abelardo Sánchez León, autor de Poemas y ventanas cerradas ambos libros de 1969. A nivel continental el año 1969 se cierra con Taberna y otros lugares, en el que figura el largo y atractivo Taberna, poema construido con todas las voces cruzadas y yuxtapuestas sobre la mesa de conversación poética y política en un bar de Praga durante la Guerra Fría: extenso texto conversacional –una joya del estilo- que recuerda los Poemas Integrales inscritos en Kenacort y valium 10 (1970) y Un par de vueltas por la Realidad (1971) de Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruíz –respectivamente- ambos fundadores del Movimiento Hora Zero del Perú.
Es en este marco –aquí sucintamente diseñado- es que surge, crece y llega a un pináculo, la poesía conversacional de Antonio Cisneros a través de un recorrido que empieza con Comentarios Reales (1964) y prosigue -remarcable ascenso creativo- en los 3 libros cisnerianos que ya hemos citado: Agua que no has de beber (1971, pero escrito antes), Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968) y Como higuera en un campo de golf (1972). Empezaremos –mejor dicho continuaremos- con Comentarios Reales (1964). Leamos el poema titulado ‘Descripción de plaza, monumento y alegorías en bronce’ en el que la desacralización de los ideales burgueses se manifiesta de la siguiente manera: “Tres gordas muchachas: / Patria, Libertad /y un poco recostada/ la Justicia”. Tono burlesco y escéptico que guarda relación con el lenguaje coloquial-juvenil que poco a poco Cisneros va imponiendo. Y el poema culmina con una crítica directa al orden establecido en el Perú del primer belaundismo: “Democracia. Casi a diario / también, guardias de asalto:/ negros garrotes, cascos verdes/ o blancos por los pájaros” sutil mención -esta última- a la secreción digestiva de las aves, aludiendo obviamente a la condición sucia o embarrada del sistema. Línea que Cisneros desarrollará con gran talento e impacto en el lector, en un poema como el Arte poética que abre Como higuera en un campo de golf: “Un chancho hincha sus pulmones bajo un gran limonero/ mete su trompa entre la realidad / se come una bola de caca/ eructa/ pluajj/ un premio”. Magnífica ilustración de la condición del poeta y la poesía en estas sociedades que padecemos. El poeta es un chancho, nada poético animal, o mejor dicho antipoético [recordando a Parra] que se involucra en la realidad, luego canta –sería el eructo del poema- con un sonoro pluajj, y por esto recibe un premio. Es la gran contradicción del sistema. Si exageramos la interpretación del texto, podríamos decir que el lugar de la poesía es el lugar de la excrecencia. Cosa que entendemos como una metáfora terrible del sufrimiento y el dolor que conlleva dedicarse a la poesía en las actuales circunstancias,tiempo en el que -como dijo Eliot- la poesía no puede dejar de ser eminentemente crítica.
Gracias a la acuciosa investigación de Edgar O’Hara y Carlos López Degregori*, podemos leer actualmente el poema de Antonio Cisneros ‘Ahora puedo decirlo’ publicado en una antología poética de la Universidad Católica en 1962. Aquí el poeta permanece aún bajo el imperio de la impronta heraudiana transparente en Destierro (1961) y David (1962). Cisnerianas plaquettes, sonidos cristales que vinculan a ambos poetas: Heraud, autor de El Río (1959) y El Viaje (1961) y a Antonio Cisneros-con Luis Hernandez y su Orilla (1961) y Charlie Melnik (1962). Al hacer esta triangulación somos conscientes de la propuesta sugerencia de presentar a estos 3 jóvenes poetas, activos desde los albores de la década prodigiosa de los 1960s: Cisneros, Heraud y Hernández, como los iniciadores de la dicción que decidirá los destinos de la poesía peruana desde aquel instante y para los años venideros. Cabe destacar que Luis Hernández será quien con su famoso “Que tal viejo che’ su madre’”[ poema a Ezra Pound] tocará la fibra de un sentimiento callejero y juvenil, como nadie lo había hecho hasta 1965. Podría decirse que Hernández condensa -en este verso- el avance del coloquialismo, construido con difícil trabajo desde los Poemas europeos de Javier Heraud hasta los atisbos de Antonio Cisneros en Comentarios Reales. Volvamos al poema ‘Ahora puedo decirlo’ de 1962, cuando Cisneros dice “sólo un semáforo de antiguas humedades” , y luego: “ahora secos geranios, establecimientos comerciales o tu corazón de puentes y navíos en la hierba”. Aquí ya está la ciudad y su tráfago de asfalto en los contornos de la modernización de Lima en los 60’s, al ritmo del American Way of Life difundido masivamente por la -no hacía mucho- estrenada TV. Y el primer gobierno de Belaúnde que se miraba en el espejo retrovisor [Playmouth último modelo] de los Estados Unidos como el ideal perfecto de la nueva sociedad del progreso, representada por un sinnúmero de artefactos electrodomésticos invadiendo los hogares en todo el abanico del espectro societal: “entre los pistones del viejo Ford, la batidora Kenwod’ nos ilustra este verso de Agua que no has de beber, sobre el tema. Lo interesante es que pertenece al poema ‘El día de los santos inocentes de Bay Fu’, en denuncia de una masacre de niños en Vietnam y contra la intervención imperialista de los Estados Unidos, porque “no habrá mejor fortuna aquí en el Sur’ dice Cisneros. La contradicción es atractiva: Ser parte y testimoniar la modernización estilo Estados Unidos, es decir asumir un modo de vida y un mundo referencial, que -sin embargo- significa también abusivas masacres como la que cita el poema. Y allí entonces es donde el poeta se radicaliza y nos llega a decir con extremismo verbal: “Veo a Johnson el rey entre ese blanco trono/…/ y todo huele como el culo del Diablo”. En este reino de lenguaje cotidiano –donde los símbolos del capitalismo alcanzan dimensiones míticas [efectos colaterales de la publicidad] Cisneros escribe: “Gran- Coca Cola helada, Ojo de Dios”…. Y “ Sal de mi templo, viejo apártate, go home”.
Paraíso de la clase media acomodada del primer lustro de la década de los 60s -al compás de la Alianza para el Progreso que los Estados Unidos implementaban en América Latina- con el señuelo de una modernización epidérmica que nos convertía casi en una provincia mental del país del Norte, en medio de la cual el poeta critica la profunda alienación de la vida cotidiana bajo aquellos presupuestos: “Cuando apenas había bebido un tercio de nescafé y estaba a punto / de desear a mi mujer-blanca y muy dura bajo esa vieja falda- fue que empezaron a gritar todos los habitantes de la ciudad / (eso lo deduje después de advertir que ninguno de mis vecinos había dejado de hacerlo)”. Y en este contexto, la represión sexual de la juventud, como queda claro en estos versos en los que se retrata la interacción erótica –a salto de mata en los cines- con ribetes míticos [alusión culturalista siempre en Cisneros]: “Nausícaa, Helana’e Troya, Cuki Duarte, al cine –no a la cama- / en las últimas sillas:/ Bergman, Godard, Visconti –en las de guerra no. “No. Bueno ya, sólo las tetitas”. Este amor reprimido se reivindica –de algún modo y en brillante forma- en uno de los poemas más aplaudidos de Cisneros, aquel que principia: “Para hacer el amor / debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha / tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra / para hacer el amor” en el cual de todas maneras –a pesar de la celebración del acto amoroso que -por todo lo alto- significa este poema- nos encontramos con que “El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo/ y entonces / la muchacha no verá el Dedo de Dios” . Un Dios represivo y castigador que no es el de El Libro de Dios y de los húngaros (1978). Cito del hermoso ‘Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado’: “El sacerdote / lleva el verde de Adviento y un micrófono/…/ Pero sé que el Señor está en su boca:/ porque estuve perdido/…/ porque fui muerto y soy resucitado” donde Cisneros recrea su re-conversión al catolicismo, en un tono conversacional que ya se ha posicionado en el nivel de una expresión clásica. Es decir -un paso adelante- en relación al modo coloquial más suelto, directo y fresco que va desde Canto ceremonial a Como higuera en un campo de golf, en el que prima la audacia e incluso la provocación, tal como vimos en el poema que reza: Un chancho hincha sus pulmones. E igualmente en ‘Un soneto donde digo que mi hijo está muy lejos hace más de un año’ (de Como higuera también) que –en primer lugar- no es un soneto para nada; es decir, de soneto sólo tiene el caprichoso nombre –entrañando una burla a la literatura entendida como la solemne retórica de los académicos adocenados- y que culmina con el célebre: “Al dulce lamentar de dos pastores: Nemoroso el Huevón, Salicio el Pelotudo”. Este –digámoslo en peruano– ‘cochineo literario’ ya está en Agua que no has de beber cuando leemos: “ese silbido más largo y aburrido que La Araucana” en el poema’ Fátiga del haragán en la playa’.
Entremos ahora a la cuestión politizada en la poesía de Antonio Cisneros. Empiezo con el denominado ‘Poema sobre la moral y el provecho de los viajes’, significativamente dedicado al Comandante Héctor Béjar, líder del Ejercito de Liberación Nacional (ELN), agrupación comunista político-militar de tendencia guevarista que se alzó en armas en el Perú durante el período guerrillero de 1965. El texto principia así: “Los antiguos –y pienso en los de 1964- podían hacerse al agua / aún cuando los temporales destruían las algas, los cangrejos, los pájaros marinos” aludiendo a la aventura de la lucha armada por aquella juventud de los 60s, enardecida por influencia de la Revolución Cubana. Luego el texto incide en la derrota de la experiencia. El poema obviamente ha sido escrito después del colapso de 1965. Y se sugiere una vuelta a la normalidad del sistema y a los cambios que dan por resultado una realidad distinta a la de la época de la guerrilla: “Y he aquí que nuestra era es diferente. Y los muelles / y las aguas y los trabajos no son buenos ni limpios./ Hemos aceptado que los muertos recuerden nuestra edad”. Sin embargo, antes de este modo de sentir, Cisneros fue capaz de escribir el mejor poema que se ha escrito sobre el movimieto guerrillero del Perú en los 60s: ‘Crónica de Chapi, 1965’. El texto narra una acción guerrillera del ELN en las serranías de Ayacucho, concretamente la toma y expropiación de un latifundio: “(En Chapi, distrito de La Mar , donde en setiembre, / Don Gonzalo Carrillo –quien gustaba-/ moler a sus peones en un trapiche viejo / fue juzgado y muerto por los muertos”; así como la consecuente emboscada a las fuerzas represivas para luego describir el camino de los guerrilleros: “Héctor, Ciro. Daniel, experto en huellas. / Edgardo el Viejo. El que dudó 3 días./ Samuel, llamado el Burro. Y Mariano. Y Ramiro. / el callado Marcial. Todos los duros. Los de la rabia entera/ (Samuel afloja sus botines). Fuman. Conversan. / Y abren latas de atún bajo el chillido/ de un pájaro picudo”. Es el canto de la esperanza en un cambio revolucionario por la crítica de las armas [ Che Guevara dixit]. Muy distinto al poema de la derrota que acabamos de visitar también.
Podría decirse que esta fue la tragedia de la generación poética peruana del 60. Su fé en una revolución que se frustró. Utopía que continuó hasta bien entrada la década siguiente para una promoción que llegó a su madurez en las postrimerías de los 70s. Es así que Cisneros proseguirá enarbolando su posición de izquierda revolucionaria, como podemos apreciarlo en el título del poema –toda una declaración de principios- ‘Contra uno que llamó sátrapa a Mao agitador a Rudy Dustcke y racista a Carmichael’ o en ‘Karl Marx died 1883 aged 65’ (uno de los más notables homenajes que se han escrito al creador del Comunismo) textos de Como higuera en un campo de golf (1972) y en brillante forma sinfónica con el registro popular y colectivo representado en Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981) libro en el cual el poeta cede la voz poética a los sencillos aldeanos y pescadores del pueblo de Chilca –caleta al borde del mar al sur de Lima-: “No era maná del cielo pero había comida para todos y amor de Dios. / De atrás del Tropezón venía el agua, pucha madre, todo el año venía. / A veces despaciosa y pálida como muchacha flaca. / Pero en enero cantaba más alta que los muros del canal./ Sólo ballenas le faltaban para ser otro mar”.
Antonio Cisneros es el poeta más reconocido y caracterizado -entre los peruanos- que aportaron su propia visión y personal estilo a la poesía conversacional latinoamericana de los 60s y 70s. En su último libro publicado (2005) Nuevos Cantos Marianos (Un crucero a las islas Galápagos) podemos leer: “Las manadas de iguanas, por ejemplo, sólo saben de las grandes praderas de basalto o de las almas de las iguanas muertas” para comprender que Toño -como le gustaba que lo llamáramos- nos dejó toda su hermosa poesía para que nosotros fuéramos esas iguanas muertas cuyas almas son leídas por la creación de nuestra iguana mayor [sea donde esté] –Antonio Cisneros- y su música verbal hoy más viva que nunca.
[Ponencia leída en la Universidad Católica de Lima, sede del Congreso Perú Transatlántico. Lima, 16 de Julio de 2014]
*Generación poética peruana. Estudio y muestra. Fondo editorial Universidad de Lima, 1998.